jueves, 4 de octubre de 2012

El PRI de las traiciones


Imagen tomada de http://bit.ly/QVjbYn
 
Para Manola Álvarez Sepúlveda,
priista desde antes de nacer
Por Alejandro C. Manjarrez
Falta poco para conocer si Fernando Morales Martínez deja el PRI poblano o si es relevado con la idea de que esa organización política se fortalezca y renueve. Esto último lo más probable si partimos de las condiciones en que lo dejaron los marinistas, algo que sin duda preocupa a la nueva dirigencia nacional cuya misión es legitimar a Enrique Peña Nieto, empezando por regenerar al tricolor, el partido que lo postuló, ejercicio que ocurrirá a nivel nacional y desde luego en Puebla.
Qué diablos pasó con el Institucional de cuyas filas surgieron desde Manuel Bartlett hasta Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard, Manuel Camacho Solís, Dante Delgado Rannauro, Jorge González Torres y otros destacados políticos que hoy militan e incluso fundaron sus propios partidos…
Primero fue la corrupción política. Después la práctica antidemocrática. Enseguida el reparto del poder entre las camarillas que se corrompieron al grado de llevarse hasta el mecate. Y por último la traición a la ideología y en consecuencia a los militantes que creyeron en los principios de su instituto político incluidos, por qué no, el de la equidad de género y el reconocimiento a la militancia y vocación social de sus afiliados.
Esas son algunas respuestas. Hay más pero para detallarlas se requiere de algo parecido a un ensayo que no cabe en este espacio. Así que hoy me centro en lo que ocurrió con el PRI poblano que, creo, de los estatales es el que políticamente se encuentra en peores condiciones y, por si fuera poco, desprestigiado. Cuando menos eso dicen varios de los colaboradores del próximo presidente de México, entre ellos algunos poblanos y poblanas que desde hace rato se quejan del deterioro de su cuna y otrora plataforma de lanzamiento político. En esta lista podrían estar –especulo– Adela Cerezo, Jorge Estefan Chidiac, Germán Sierra Sánchez, Jaime Alcántara Silva, Alberto Jiménez Merino, Blanca Alcalá Ruiz, Jorge Juraidini y otros más que no cayeron bajo el influjo y seducción del gobernador Rafael Moreno Valle.
El dedo sobre la llaga
Las diferentes versiones sobre la debacle ocurrida cuando el PRI perdió el poder Ejecutivo del estado de Puebla, coinciden en que el Precioso lo llevó a la derrota por dos rutas, una casual y la otra preconcebida; a saber: el desprestigio de su gobierno y los tratos que hizo con el PAN entonces dirigido por Manuel Espino, compromiso después validado con Rafael Moreno Valle Rosas. Su meta: lograr el retiro millonario, gozoso, tranquilo y con patente de impunidad.
De haber concretado el Revolucionario Institucional la misión de ser el partido político impulsor de la democracia (recordemos sus iniciativas para integrar a las minorías políticas al Congreso de la Unión), además de buscador de talentos y soluciones sociales de acuerdo con su plan de acción, no se habría convertido en una oficialía de partes que, como consta a todos los políticos, tuvo momentos luminosos sí, pero enturbiados por las costumbres que encajan en lo que dijo Bernard Mandeville (La fábula de las abejas): “Los vicios privados hacen la prosperidad pública”.
Y vaya que hubo vicios privados que produjeron cuantiosas fortunas.
Por ello y otras razones, el PRI de Puebla representó su propia y moderna versión de la metamorfosis kafkiana: se transformó en una cosa con la panza abombada, llena de patas y protuberancias; presencia que asustó a propios y extraños; conversión que produjo la felicidad de Acción Nacional, partido que, obvio, aprovechó la oportunidad para presentarse ante la sociedad como la única alternativa ajena a la corrupción pública en todas sus manifestaciones. Y se lo creyeron gracias a la rémora que, por ejemplo, produjo el salinato con todo y los crímenes de Luis Donaldo Colosio, Francisco Ruiz Massieu y el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
Lo curioso es que esta nueva oportunidad para el PRI se basa, precisamente, en la corrupción pública, pero ahora la del gobierno de Felipe Calderón, cuya estructura (en especial la de seguridad) se echó a cuestas el lastre de los 80 mil crímenes sin resolver, además del peso público que le produjo la acción de varios de sus políticos que concluirán tan millonarios como en su época lo hicieron los priistas.
En fin, son dos los retos políticos urgentes para el poder que viene. Uno es recuperar la credibilidad perdida en el tráfago de la corrupción. Y el otro hacer de su partido una caja de cristal donde no quepan los tartufos ni los mediocres que se esconden detrás de la concertación con aquellos que renuncian a su ideología para acogerse al pragmatismo que los hizo políticos variopintos.
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