domingo, 30 de julio de 2017

Moreno Valle, el triunfador


Por Alejandro C. Manjarrez
No hay duda: Rafael es un estratega político digamos que natural. Una de las pruebas: las acciones de su gobierno como consecuencia de sus decisiones partidistas. Otra: el haber ungido diputados a sus colaboradores de confianza. La tercera del rosario de causas: los alcaldes que designó en los principales ayuntamientos de Puebla, capital incluida.
A esa lista de testimonios habría que incluir sus éxitos burocráticos previamente planeados. Es el caso de los magistrados que funcionan en sintonía con el fiscal general que, valga la figura, podría ser la mejor de las piezas morenovallistas, llamémosle artesanales.
Ahora bien, para alcanzar el éxito en ése y en otros proyectos, Rafa y asesores diseñaron el marco jurídico que le permitiría llegar al espacio donde hoy se encuentra; o sea la antesala de la postulación para la candidatura a presidente de México. Antes, obvio, hubo que pensar en cómo debería integrar y organizar las dos legislaturas que servirían a su comportamiento público y privado. Así fue como se conformaron los poderes con una gran mayoría de personajes en cuya frente aparece grabado (y en relieve) el sello con las siglas: RMV.
Lo más sofisticado de ese ambicioso plan lo encontramos en el rediseño del sistema financiero gubernamental; es decir, en las leyes y reglamentos que le permitieron manejar a su arbitrio los miles de millones de pesos que formaron el presupuesto de su mandato. Esto fue posible gracias a sus empleados del Congreso local quienes, echándole montón, reconfiguraron el estatuto jurídico para que el titular del Ejecutivo no cayera en los ilícitos comunes, incluido desde luego el de peculado. La inteligencia morenovallista adicionó la ampliación del periodo legislativo y municipal con la intención de alargar la cubertura política para Rafael y cubrir el periodo de ajuste, o sea los casi dos años, lapso difícil de mantenerlo vigente y sin las molestas críticas del sucesor y los nuevos servidores públicos. Esto fue parte del éxito del triunfador que, para colmo de la historia, hizo gobernador a Tony Gali, su contlapache.
Por todo ello y algunas cosillas más, Moreno Valle logró ubicarse en el alterado mundo de la política nacional. Superó los obstáculos para formar parte del espacio público donde hoy se encuentra. Nadie pudo frenarlo, ni siquiera los sobrevivientes de la prensa libre cuyas denuncias ya forman parte de la hemerografía nacional y por ende de la historia moderna. Tampoco lo pararon los líderes naturales acompañados de las agrupaciones civiles que en otras condiciones lo hubiesen acorralado. Vaya —si es que la tuvo— hasta el gobierno federal fracasó en esa intención.
¿Por qué el éxito? ¿Acaso es un iluminado? ¿Será parte de otro proyecto, el de Enrique Peña Nieto? ¿Su boyante economía le ayudó a convencer a la clase política nacional y a los medios de comunicación que difunden sus logros y omiten tropiezos como la persecución contra sus críticos?  ¿Cuáles son las otras condiciones que lo hubiesen acorralado?
Trato de responder con el riesgo de ser reiterativo.
Lo que según dictan los antecedentes, Rafael alcanzó el nivel actual gracias, valga el eufemismo, a la heterodoxia de sus antecesores. Me refiero a Mario Marín Torres y a Melquiades Morales Flores. Este par de políticos le allanaron el camino porque, dicen, los agarró del cuello (los negocios documentados) para ponerlos quietos y volverlos mudos. Tal inmovilidad y silencio permitió a Rafael organizar un gobierno sin la molesta presencia de una oposición llamémosle calificada. Los priistas callaron pues.
Por la circunstancia mencionada se hicieron de lado los ex gobernadores referidos, los mismos que durante sus mandatos presumían de su origen popular. Callaron. Voltearon hacia la virgen y así —tal vez bien conscientes— traicionaron a su estirpe dado que con su soslayo ayudaron a que Moreno Valle hiciera lo apuntado en párrafos anteriores. Como eran líderes de su partido, el PRI, su actitud maniató a los dirigentes: éstos se suponían dentro de la relación de delitos endilgados a sus paradigmas, mismos que, hay que decirlo, del sector pobre brincaron hasta el espacio donde los millonarios usan su dinero (bien o mal habido) para hacer negocios inmobiliarios, por ejemplo.
Así fue como, chueco o derecho, Rafael Moreno Valle se convirtió en un triunfador en la política nacional donde la corrupción ajena parece servirle de escudo. Lo paradójico es que propios y extraños han empezado a creerle. No sé si logre sus ambiciosos objetivos. De lo que estoy seguro es que si llega a Los Pinos, lo que vimos en Puebla se repetirá en la nación.

@replicaalex

jueves, 20 de julio de 2017

Mátenlos, luego los conozco


Por Alejandro C. Manjarrez

—Señor: con la novedad de que los chiautecos andan alebrestados. Uno de mis delegados supo que el día tres de mayo se levantarán en armas —informó Mucio P. Martínez al presidente Porfirio Díaz.
— ¿Están confirmados sus datos?
—Sí señor Presidente.
— ¿Quién es el cabecilla y cómo se han organizado? —preguntó el dictador, seco y directo.
El gobernador poblano respondió sin tamices y sus palabras preocuparon a Porfirio Díaz, quien se había conservado indiferente, como si estuviese acostumbrado a escuchar ese tipo de alertas. No perdió la compostura; sólo levantó un poco la voz para que sus frases se escucharan bien:
—Mire Gobernador: como sé quiénes son y los conozco bien porque fueron mis subordinados en la guerra contra el invasor, necesitamos muelles no leyes. Así que fusílelos de inmediato. Ya no me sirven. Son pollos que no les gusta el máiz.
Mátenlos en caliente
Dos días después de la orden cuya estridencia fue mitigada por los gruesos muros del Castillo de Chapultepec, paredes que hacían las veces de sordina a los cañonazos verbales del presidente, tres de los hombres de confianza de Mucio se trasladaron a Chiautla. La habilidad de cada uno tenía el aval de los distintos operativos del espionaje, estrategia que entonces de basaba en infidencias e informes de los espías infiltrados entre los grupos de inconformes con la política de pan y palo. Por ello, antes de llegar al pueblo, el grupo aquel se dispersó para poder ingresar con el sigilo que exigía su misión. Una vez dentro de la jefatura del distrito y de la prisión, prepararon a los guardias: “Atranquen bien las puertas y descansen hasta que inicie la balacera”, dijo el responsable del operativo diseñado para defenderse y al mismo tiempo sorprender.
Testigo, protagonista y relator
Gilberto Bosques Saldivar, entonces un niño, se percató de los nerviosos movimientos de la gente del pueblo. Escuchó los planes del grupo que había decidido librarse del dominio criminal de la dictadura. Su curiosidad y mente despierta le indujeron a colocarse en algún lugar estratégico para poder observar lo que habría de ocurrir. El pequeño testigo pudo constatar el valor y arrojo de los sublevados de Chiautla de Tapia grabando así en su prodigiosa memoria los hechos que, pasados los años, escribió en uno de sus libros[1]:
El silencio todavía intacto sobre el caserío. Abajo, en la barranca, un lento viaje del agua recién nacida sobre tepetates de sucesiva inclinación. La alta torre de la parroquia respirando cielo y esperando la luz surgente de la aurora para soltar sus campanas de fiesta en el día de la Santa Cruz. Los vientos ligeros del verano consumían el sosiego nocturno. Una esperanza de rosados fulgores inspiraba el suspiro de los árboles. Ninguna premonición de drama humano había en los aledaños de la villa de Chiautla de Tapia (...). Pero allí estaban ya —formando el dispositivo de asalto, el somatén campesino de voz abanderada— hombres maduros y hombres jóvenes de la vieja estirpe guerrera que guardó por siglos su libertad. Los insurrectos tenían bien medidas las horas de aquella madrugada, a fin de realizar puntualmente la sorpresa. El jefe político del Distrito, Ignacio Flores Ruiz, el alférez Jesús Moreno, jefe del destacamento de guardias rurales, el alcaide de la cárcel municipal, el recaudador de rentas, dormían con todo el aparato opresor de la dictadura. El estampido de las balas sería, al despertarlos, nada más que un primer tronar de los cohetes que inauguraban la celebración religiosa del 3 de mayo, y una sonrisa desperezada les plegaría acaso los labios.
La lucha en la plaza central, frente al cuartel, frente a las oficinas públicas, fue sostenida, tenaz, enardecida, heroica. Don Jesús Morales Ríos, a la cabeza de los insurgentes y al grito de ¡Muera el mal gobierno! ¡Viva Chiautla! ¡Viva la libertad!, atacó a la guardia de la cárcel en el fondo del portal. Allí cayó muerto de bala en el corazón. A pocos pasos de la reja carcelaria murió el alcaide Librado García Millán. De cara al cuartel de los rurales, murió Amado Sánchez, lugarteniente de don Jesús Morales. El caballo bayo que montaba aquel muchacho serio, cabal, callado y valeroso, murió junto a su jinete. Tres compañeros de Amado quedaron con él, sin vida.
Muertos sus dos jefes, los sobrevivientes cesaron el ataque y se dispersaron huyendo hacia la montaña, hacia las cuevas ocultas en las cañadas, hacia los pliegues y repliegues de barrancas y abismos.
Entrada la mañana de aquel 3 de mayo pudieron verse los cadáveres. El de Amado Sánchez. El cuerpo tendido e inerte de don Jesús Morales Ríos: chaqueta de cuero; faz morena, severa; los labios ligeramente abiertos para la trunca palabra final; ojos con el nublo de la pupila apagada y todo él, rostro a rostro con la luz solar y las sombras del destino (...) las manos sin asomo de crispadura. El pecho herido, traspasado, teñido de rojo grave. Y el escenario patético de la lucha.
Como en toda batalla, en la de Chiautla también hubo un triunfador: el gobierno porfirista. Sin embargo, la sangre que se derramó aquel día fue el nutriente que reprodujo el espíritu de emancipación del pueblo chiauteco, mujeres y hombres que durante décadas vivieron asidos por el puño del gobierno cuyo cabecilla empezó apoyándose en la no reelección y terminó convirtiéndose en una dictadura.
Después de ese 3 de mayo de 1903, Porfirio Díaz ordenó acabar con todos los fugitivos. “Que se haga cargo Nacho Contreras. Quiero que valide su astucia y ferocidad”, dijo el dictador. La comisión recayó en el odiado y temido Ignacio, alias “El Cuayuca”, soldado que ganó su fama debido a la eficacia y crueldad con que cumplía los encargos del gobierno porfiriano.
Contreras y su grupo persiguieron y acabaron con la vida de Abraham Ramírez, José Domingo Aguilar y otros revolucionarios cuyos nombres la historia devoró. De esta forma la represión, el terror y el crimen sofocaron la rebeldía de los poblanos para que los favoritos del régimen siguieran disfrutando sus privilegios.
Y la mata siguió dando
Aumentaron las atrocidades, se extendió la explotación y los abusos formaron parte del estilo de gobierno.
Durante siete años, la mayoría de los ciudadanos tuvo que conformarse con mascullar para lanzar contra sus verdugos todas las maldiciones de su acervo. Con este talante esperaron confiados en que algún día apareciera la luz que habría de acabar con las tinieblas que durante más de treinta años mantuvieron gris la vida política de la nación. Ellos no eran de los pollos que, decía Porfirio Díaz, querían máiz.
Pagaron con su vida muchos de los que tuvieron la osadía de denunciar los crímenes y abusos de autoridad de Mucio P. Martínez y su equipo de represión. Uno de ellos fue Jesús Olmos y Contreras, licenciado y periodista, luchador social que usó su pluma para señalar los vicios de la administración pública. Por ello el gobierno lo mandó matar. Nunca se supo quién había sido el operador material del crimen; no obstante, como en otros homicidios similares, los habitantes de Puebla estaban seguros de que el gobernador era el autor intelectual de ése y de otros crímenes con el mismo cuño. El destino para los ciudadanos incómodos al poder fue el fatídico Valle Nacional, lugar a donde se enviaban vigilados y controlados por Pascual Mendoza y Demetrio Romero López, “reclutadores” oficiales del infierno aquel del que muy pocos podían salir vivos.
El daño que Mendoza y Romero ocasionaron a la sociedad se hizo evidente cuando, por primera vez, escaparon dos hombres logrando llegar a Puebla. Su repentina aparición asustó a las familias porque los fugados se veían escuálidos, maltrechos y destrozados física, mental y moralmente. “Eran lenguas vivas de execración más que contra el lugar en sí, contra la casta de negreros que (fungían como) brazo armado de una autocracia llena de prejuicios religiosos, como falta de sentimientos humanitarios.”
Luz y progreso
En su relato, Atenedoro Gámez dice que “el 22 de mayo de 1909, Emilio Vázquez, Luis Cabrera, Francisco I. Madero y los periodistas Filomeno Mata y Paulino Martínez, forjaron la esperanza de justicia social que conmovió a los poblanos” cuando en la capital del país se fundó el Centro Antirreleccionista.
Poco tiempo después, “sin percibir de dónde (...) empezó a extenderse, más con la persistencia de un olor que con la energía de un sonido, un nombre que hasta entonces, siendo como era, conocido, no tuviera el vibrante sacudir de un presentimiento: Aquiles Serdán”.[2]
La lucha y sacrificio que se libró durante varios años culminó cuando los hermanos Aquiles, Máximo y Carmen acabaron con los proyectos e ilusiones de la burguesía de la época.
En Puebla y en otras poblaciones como Chiautla y Huejotzingo, hubo sacudidas que alertaron a la comodina y conservadora sociedad.
México había iniciado así la búsqueda de una nueva y más justa etapa social, proceso que atestiguó un…
Niño que se convirtió en hombre
Gilberto Bosques Saldivar vivió ese proceso intensamente, primero como chiquillo y más tarde como uno de los jóvenes compañeros de Aquiles Serdán. Éste lo instruyó para que fuera precisamente a Chiautla de Tapia donde prepararía el levantamiento armado programado para el 20 de noviembre. Nadie supuso que dos días antes la casa de Aquiles sería asaltada por Miguel Cabrera y sus policías. Tampoco imaginaron que Aquiles y Máximo resultarían muertos en ése que fue el inicio del movimiento armado. Gilberto se enteró de los hechos en la madrugada del 20 de noviembre, cuando junto con los herederos de los primeros conspiradores de Chiautla caídos por defender el principio de libertad, se preparaba para iniciar la Revolución.
—Señor, con la novedad de que el país está prácticamente levantado en armas —dijo a Porfirio Díaz uno de sus ayudantes.
—Lo sé. Ya lo esperaba —respondió el dictador acariciándose su barba—. Dejaré la presidencia a Francisco León de la Barra porque me voy de México. Pero regresaré si Maderito se ataruga y mis generales retoman el control y el poder. Dependerá de cuánto y cómo lo apoyen los gringos. Como los conozco, he confiado en Victoriano, en Blanquet, en Reyes y en mi sobrinito Félix. Ellos organizarán la oposición al maderismo. Ya verás cómo el inocente Francisco pasa a ser parte del mundo que él conoce bien, el de los espíritus chocarreros. Allá, en aquellas sombras cargará la cruz de su idealismo trasnochado…
Las palabras de Díaz retumbaron en los muros del despacho presidencial. Más que una reflexión del poderoso, sus frases parecieron una orden en clave, la misma que meses después ejecutaría el Chacal Victoriano Huerta.






[1] Bosques, Gilberto: Discursos, Artículos y Conferencias. Ed. Congreso del Estado de Puebla, octubre 2010

[2] Gámez, Atenedoro: Génesis de la Revolución en Puebla. Ed. Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México 1960.

domingo, 9 de julio de 2017

Rafael y su sucesor


El mundo ha sido creado para ser recreado.
Georges Duhamel
Por Alejandro C. Manjarrez
El gobierno parecía alterado. Se hizo evidente el conflicto de intereses entre el nuevo mandatario y los viejos servidores públicos, uno y los otros políticamente ligados con Rafael. El ambiente estaba tenso, sin embargo, a pesar de los problemas, aún prevalecía el respeto a la jerarquía ostentada por el heredero del poder.
Contrariamente a los tropiezos de la cosa pública se transitó más o menos bien hasta que el cacique y legador del gobierno sintió que había perdido el control. Ocurrió meses después del amigable y arreglado relevo político. La alteración coincidió con la escalada delincuencial que puso al descubierto los daños ocasionados por el heterodoxo ejercicio del poder que acostumbró perseguir a sus críticos. El frenesí provocado por la ola de delitos y contradicciones, consecuencia de los temores que agobiaban al nuevo Ejecutivo, molestó al ex gobernador cuyo popular reclamo altisonante no se hizo esperar:
—¡Qué carajos pasa en Puebla cabrón! ¡Te dejé encargado del gobierno y mira lo que has hecho: puras pendejadas! ¡Perdiste el control y lo peor: ya no escuchas a mi gente! ¡Parece que olvidaste que soy tu jefe y que me debes todo, absolutamente todo lo que eres, incluida tu fortuna! ¡¿Estás consciente?!
El sucesor en el poder Ejecutivo palideció. Por su mente pasaron los días aquellos en que el jefe pendejeaba a sus subordinados, él entre ellos. Pensaba en los agravios que había soñado cobrar valiéndose del cargo, precisamente. “Es un tipo peligroso por toda la información y controles represivos que formó y aún maneja”, caviló tratando de quitarse de la mente los deseos de vengar ofensas y maltratos contra su persona. En esas andaba cuando sus dubitaciones fueron interrumpidas por la voz de Rafael cuyo cambio repentino mostró una de las facetas de su bipolaridad. El nuevo gobernante se volvió a estremecer. Anonadado escuchó el tono amenazante y a la vez amistoso e irónico, actitudes que formaban parte del estilo usado por el ex cuando deseaba confundir a sus subordinados:
—Mira hermano: recuerda que obran en mi poder los pelos y señas del origen de tu riqueza personal e incluso la familiar. En otras palabras y para que me entienda usted, Señor Gobernador —punzó mordaz—, lo tengo agarrado de los testículos. Así que no le busque chichis a las culebras y póngase a trabajar pero sin salirse del guión que le dejé. ¡Ah! Y por favor no pierda la sonrisa que tantas voluntades le ha ganado, incluida la mía. ¡¿Está claro pedazo de…?!
“¿Y ahora qué le respondo? —debe haber pensado el aludido—. Si le hablo con la verdad terminaremos enfrentados y el perdedor seré yo, sin duda. Así que mejor apechugo sus arranques y le acaricio el ego. Quizá me deje de joder”,
—Señor, amigo, padrino —se animó el nuevo mandatario—: a pocas horas de haber recibido la estafeta de tu gobierno fui llamado para asistir a Los Pinos. Lo ordenó el señor presidente. Sin preámbulos ni consideraciones, en ese mi primer encuentro el Señor me puso ante una preocupante disyuntiva. “Mira gobernador —me dijo de sopetón y con la frialdad que da el máximo poder del país—. Tienes la oportunidad de recibir el apoyo de Rafael lo cual procuraría cierta tranquilidad a tu gestión; el tipo es millonario. Por otra parte existe una alternativa: que el gobierno de la República se solidarice con tu proyecto y destine una importante cantidad de recursos con el fin de impulsar la obra pública en tu entidad. Esto además, obvio, de otros beneficios de carácter social que igual harán del tuyo un gobierno productivo. Pero para lograr esto último debes alejarte de la influencia de quien te heredó el cargo. Y hacerlo con inteligencia para evitar cualquier  tipo de conflicto cuyas consecuencias afecten a la República…
—¡Eso no puede ser! —increpó Rafael interrumpiéndolo mientras manoteaba. ¡No puedo creerlo! ¡El presidente y yo somos muy buenos amigos! ¡Él sabe que en Puebla ejercemos la soberanía constitucional! ¡Así que no andes con mamadas burocráticas! ¡O estás de mi lado o te declaro enemigo de los poblanos! ¡Escoge! ¡Recuerda que no tratas con un mamarracho!
Vaya follón.
El mandatario palideció. Su mente atrajo las tradicionales advertencias y comunes amenazas de su jefe y paradigma. Recordó los favores recibidos de él así como los compromisos adquiridos con él. Apareció su sentido de sobrevivencia e hizo gala de su capacidad empática, histriónica. Carraspeó antes de soltar las siguientes frases:
 —Rafael: espero que sigas confiando en mi. He encontrado la forma de no alterar nuestra relación con el presidente de México. Haremos como si tú y yo nos hubiésemos distanciado. Para ello tienes que autorizarme a remover a varios de nuestros amigos. Seguirán en la nómina sí pero su actuar será tras bambalinas. Además, con el aprecio y respeto que me mereces, te sugiero que simulemos habernos distanciado. De esta forma el estado de Puebla se vería beneficiado al ejercer varios de los programas de la Federación. Estaríamos trabajando en todo aquello que te fortalezca…
Y eso fue lo que ocurrió.
Respetado lector: si acaso pensaste en que el Rafael de esta historia es el mismo que anda de la Seca a la Meca en busca de la candidatura presidencial, me disculpo contigo y te aclaro: en efecto, los hechos relatados son reales; ocurrieron cuando el general Rafael Ávila Camacho se pasó por el arco del triunfo las indicaciones del presidente Adolfo Ruiz Cortines. El militar decidió no hacer caso a la petición presidencial, misma que consistía en que otro fuera el hombre designado para sucederlo en el gobierno poblano. Ávila Camacho no meditó en las consecuencias e implementó un madruguete para dejar en el cargo a Fausto M. Ortega, personaje catalogado por la clase política como el “mozo de estribos” del entonces gobernador.
Partiendo pues de esta llamémosle acotación, te pido lector cómplice que de encontrar alguna semejanza con lo que acontece en los tiempos que corren, tomes en cuenta que ésta se debe a una mera coincidencia o simple casualidad.

@replicaalex