martes, 14 de agosto de 2012

La Puebla variopinta


Por Alejandro C. Manjarrez
Este inicio de semana puse en reposo la pluma del columnista para dar los últimos toques a mi nuevo libro que se intitula La Puebla variopinta. Así que hoy les comparto algunas líneas de este digamos que ensayo en el cual muestro el cómo y el por qué hemos llegado hasta donde estamos para beneficio o perjuicio, ya se verá, de Rafael Moreno Valle Rosas, heredero y usufructuario del legado de sus antecesores.
Puebla kafkiana
La capital de Puebla ganó la fama de ciudad culta y estado cuna de talentos de todo tipo. Las artes, técnica, educación, literatura, ciencia y política se manifestaron en los siglos xviii, xix y xx. Los movimientos de Independencia, Reforma y Revolución produjeron referencias que enorgullecen a poblanos que las conocen y recuerdan. Hablo del reducido grupo que por estudiosos y cultos fueron y son asediados por la desventura dado que, además de haber estado o estar marginados, padecieron y padecen el menosprecio de quienes adoptaron al pragmatismo como el eje de su comportamiento público. De ahí que la cultura ha sido vista por los ignorantes que han detentado el poder, como un estorbo financiero o el betún del gran pastel…
Con algunas honrosas excepciones, tuvimos gobernadores picados por el animal maldito que les inoculó el veneno contra la cultura. Y no fue el escarabajo de la metamorfosis kafkiana, obvio, sino la alimaña ésa (aún más fea) que abrevó en el pozo del mercado que no tiene corazón (paráfrasis de la frase de Paul Samuelson), y que además carece de sentido común si partimos de que la economía liberal sigue montada en la política para hacer que ésta pierda su versatilidad. Como dijo Armando Labra, economista brillante: en nuestro sistema de gobierno la carreta sigue adelante del caballo.
Para descargo de los economistas neoliberales que se sientan culpables de lo que ocurre en Puebla (es un eufemismo), debo decir que los políticos poblanos que tuvieron el poder no cantaron mal las rancheras. Siguiendo el ejemplo de la economía “sin corazón”, en la praxis política también ha estado ausente el raciocinio social y por ende la visión de futuro. En este caso los culpables son los gobernadores que antepusieron su interés personal a la obligación de crear condiciones para mejorar el porvenir de los gobernados: su voto de calidad (otro eufemismo) privilegió a los cuates en vez de apoyar a quienes tenían la inteligencia y preparación para impulsar al PRI, el partido que los llevó al poder.
A ese PRI (1963-2011) se le debe el deterioro paulatino de la política estatal, claro con algunos momentos luminosos que recuerdan lo efímero de la explosión de los fuegos artificiales. Uno de estos correspondió a Alfredo Toxqui, médico de profesión y culto por vocación. A él le escuché la frase que ilustra mi aserto: hay tiempos de lanzar cohetes y tiempos de recoger varas. Por desgracia las varas son un montón y los fuegos artificiales se esfumaron.
El arribo de un militar sin experiencia política a la dirigencia de PRI, por ejemplo, produjo un sentimiento de menosprecio al cargo más importante en la organización de ese instituto político. “Si Bolaños fue presidente —dijeron entonces los priistas— cualquiera puede llegar a serlo”.
Se hizo realidad aquel terrible pronóstico porque ese partido quedó en manos de burócratas preocupados por hacerle la barba al gobernador con el fin de ganarse un cargo de elección popular o su anhelada integración al gabinete, donde estaba esperándolos la diosa fortuna. Lo demás fue digamos que natural dado que Guillermo Jiménez Morales, mandatario en turno, había recibido la recomendación de Gustavo Carvajal Moreno (a la sazón presidente del CEN del PRI) para que apoyara al dirigente que él recomendó (Javier Bolaños). De ahí que sin darse cuenta —supongo—, Jiménez metió al tricolor en el tobogán cuyo final fue el estrato preparado por Mario Marín Torres, el hombre que tuvo a bien incorporar a sus cuates y hermanos en la estructura partidista durante el tiempo que, para él, resultó el de las vacas gordas.
Ya que menciono a Guillermo Jiménez Morales, debo decir que su disciplina y ortodoxia le permitió trascender a la política nacional, primero como líder de la Cámara de Diputados federal, después secretario de Pesca y más tarde con el cargo que le llegó del “cielo”: Salinas lo nombró embajador de México en El Vaticano, el primero de la reconciliación Iglesia-Estado. La ortodoxia, disciplina y respeto al poder que distingue a Jiménez quedó manifiesta el primer día de su gobierno. Esta es la anécdota:
Después de rendir su protesta como gobernador, Guillermo se instaló en la suite 901 del hotel Mesón del Ángel donde recibiría los parabienes de la clase política y de su familia. Sabía que su triunfo personal era motivo de satisfacción para amigos y familiares. Pero esto más que alentarlo le preocupó ya que sus allegados festinaban lo que, según ellos, sería su consolidación económica: hermanos, cuñados, sobrinos y primos querían abrazarlo y compartir con él la alegría y también sus inquietudes basadas en “antes fue por ti ahora será por nosotros”.
Guillermo miró las tarjetas de audiencia para encontrar que en ellas figuraban los nombres de toda la parentela que esperaban en la antesala del improvisado despacho. Mientras jugaba con ellas y instruyó a su ayudante personal: “Dile a mis hermanos y sobrinos que pasen. Pero antes adviérteles que se dirijan a mí como señor gobernador. Que no me vayan a tutear. Lo mismo le dices al resto de mis parientes”.
La indicación llevaba jiribilla. Con ella puso la primera barrera a lo que en esos años era el criticado nepotismo. No quiso que el presidente López Portillo pensara en que el gobernador de Puebla se aprovechaba del ejemplo y “privilegio” presidencial para incorporar al gobierno a los familiares, que en su caso eran muchos. Ese respeto a las jerarquías que seguramente le inculcó su padre, le hizo acatar como orden presidencial lo que fue una petición personal de Carvajal Moreno. Por ello la sorpresiva y extraña designación de Bolaños como presidente del PRI estatal.
La otra decisión que tomó Jiménez Morales estuvo basada en el sentido común que otros gobernantes no demostraron: constituyó su gabinete con poblanos de todos los sectores sociales y políticos. Cuando Efraín Trujeque, su secretario particular, le preguntó la razón de la presencia de tan disímbolas personalidades, Guillermo respondió: “Si un gobernador se rodea de amigos se expone a fracasar en su encargo”.
Una de las experiencias amargas del gobierno jimenista fue la matazón que durante meses ocurrió en Huitzilan de Serdán. Repito de memoria el diálogo que abrió las páginas de la historia política de Puebla a la organización que, años después, Manuel Bartlett definiera como el hijo incómodo del PRI. Estas son, palabras más, palabras menos, lo que me confió un testigo presencial de una de las reuniones de seguridad donde se trató el conflicto que había producido dos centenas de muertes:
—Hay que enviar a la policía —dijo Guillermo a uno de los jefes policiacos—. ¿O tú qué opinas? —le preguntó a Gustavo Abel Hernández, su coordinador de asesores.
—Con todo respeto, Señor —respondió Gustavo en ese momento—, cualquier enfrentamiento que ocurra las víctimas culparían al gobierno; la prensa lo señalaría a Usted como un gobernador represor. Ya llevan más de doscientos muertos, entre ellos muchos niños y mujeres, todos enterrados de manera clandestina.
— ¡A cabrón! ¿Y entonces qué sugieres? —cuestionó el mandatario.
Si usted me autoriza le pido al grupo Antorcha Campesina que nos eche la mano
—A ver a ver; explícame el motivo de tu propuesta —exigió Jiménez—. Según tú son nuestros amigos; ¿confías en ellos?
El asesor respondió que sí y aprovechó para explayarse: hizo una prospectiva imaginaria en la cual el pueblo podría pacificarse con la intervención de Antorcha Campesina, entonces en proceso de expansión y crecimiento.
Los antorchos —dijo— impulsarán la economía de la región y desde luego la paz social.
Convencido con los argumentos el gobernador dio su venia para, sin imaginarlo, convertirse en impulsor oficial de la organización de Aquíles Córdova. Según trascendió, la estrategia produjo otro tanto de víctimas mortales pero el gobierno del estado no sufrió la mella o el deterioro que provocan los actos de represión, aunque éstos se sustenten en la ley.
Hasta aquí el adelanto del libro de marras. Cualquier observación, sugerencia o idea será bienvenida.
Twitter: @replicaalex