jueves, 28 de enero de 2016

El espejo del góber


Es extraña la ligereza con que los malvados
creen que todo les saldrá bien.
Víctor Hugo

Por Alejandro C. Manjarrez
Cinco años en el cargo y Rafael Moreno Valle sigue sin entender la importancia de la prensa libre, plural e independiente. Continua expuesto ante quienes —parafraseo a Karl Popper— ejercen su derecho de no tolerar a los intolerantes. ¿La razón? Sólo él sabe lo que pasa allá en su “íntima intimidad” donde, quizá, subyace su justificación a lo injustificable.
Vaya que el tema es complejo, tanto que debería despertar el interés de algún especialista en conducta humana afecto a hurgar entre, valga la metáfora, lo cerdoso de las rastras que ocultan el descuido del espíritu.
En fin…
Ya sabemos que Rafael es un político distinto a la mayor parte de los últimos nueve mandatarios estatales, aunque tal vez tenga un poco de todos. Sin embargo, ninguno de ellos se hubiese atrevido a decir que el actual sigue su ejemplo de gobernante. ¿O sí? Bueno, usted lector decídalo después de leer los siguientes trazos de algunos perfiles:
Alfredo Toxqui Fernández de Laraestableció una buena relación con la sociedad incluida la prensa local. Lo hizo, creo, para orientarse, informarse y eludir los errores que habían tumbado del cargo a los dos colegas doctores que le antecedieron en el gobierno: Rafael Moreno Valle y Gonzalo Bautista O’Farril, mismos que le dejaron una entidad socialmente alterada. Su actitud, honestidad y cultura permitió a la prensa involucrarse con el trabajo de aquel gobierno empeñado en fortalecer la estabilidad social e impulsar el desarrollo cultural y económico de Puebla. Al final del régimen, los empresarios —al principio sus enemigos— dijeron que Toxqui era el mejor mandatario con el que habían dialogado.
Guillermo Jiménez Morales robusteció la buena relación con la prensa. Sedujo a los empresarios confiándoles el manejo de las compras y contratos generados por su administración. Así pudo convivir en paz con los grupos conflictivos y, por ende, con los periodistas acostumbrados a replicar lo dicho por el sector patronal, principalmente. Muchas de las líneas ágata publicadas fueron insuficientes para traducir sus retruécanos y excesos verbales. “El gobernador siempre nos convence —declaró algún dirigente patronal— pero nunca le entendemos lo que quiso decirnos”.
Sin saber que años después surgiría alguien que trataría de emularlo, Mariano Piña Olaya inició su gobierno haciendo distingos y menospreciando al periodismo local. Esto permitió a Alberto Jiménez Morales —su asesor, operador político e intermediario digamos que financiero— intentar establecer controles que moderaran al periodismo que por aquellos días empezaba a manifestarse con la esencia crítica (o antigobiernista y contra el PRI), en esa época impartida en las aulas de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.
Llegó al gobierno Manuel Bartlett Díaz y el periodismo repuntó a pesar de que la cultura y estilo político del gobernante provenían de mandatos federales, represores unos y otros  antagónicos del periodismo libre: Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas, ni más ni menos. Según mi apreciación, el inesperado cambio se debió a las aspiraciones de Bartlett, entre ellas la obtención de la primera magistratura de la nación. Necesitaba quitarse los sambenitos que le endilgaron, ganó o heredó. De ahí que escuchara, discutiera, entendiera y corrigiera lo corregible. Y por ello, supongo, hubo diálogo entre prensa y poder. Pero también se dieron las disputas que produce la ideologización del periodismo y del poder. Fue pues un sexenio digamos que interesante y formativo para ambos bandos.
Melquiades Morales Flores es otro cantar: su apertura con la prensa lo convirtió en víctima del chacaleo y las entrevistas banqueteras. Conocía a todos… y todos lo conocían. Sin habérselo propuesto daba la nota del día. Lo salvó su carácter y buena fe, a pesar de que su relación o manejo con la prensa no encajara con la excelencia política y profesional que exigían los nuevos tiempos.
Mario Plutarco Marín Torres, mejor conocido como el “Precioso”, pintó su raya desde el primer día de su gobierno. Quiso recuperar lo que José López Portillo estableció como condición y, palabras más palabras menos, le soltó a los dueños de los medios de comunicación, que la propaganda del gobierno (léase convenios) sería para aquellos que no lo criticasen. Pero al fin político, Marín rectificó poco antes de que el mundo lo aplastara gracias a la grabación de su affaire con Lydia Cacho y Kamel Nacif. Pasado ese vendaval, Mario eludió las entrevistas porque —justificó su comunicador en turno— le pasó lo que a la mula azotada con los palos del arriero: se volvió arisco.
Regreso a Rafael Moreno Valle
Da la impresión de que Rafael porta el gen aquel que afecta a los enemigos de la prensa no controlada cuyos integrantes se niegan a reverenciar al “dueño” del poder. Es lo que lo diferencia de sus antecesores aunque, que conste, medio se parezca a Mariano Piña Olaya, el ex mandatario que implantó la heterodoxia gubernamental. Por ello, digo, es la antítesis de Alfredo Toxqui y de Guillermo Jiménez, ambos políticos con oficio. También es la cara opuesta de Melquiades Morales (su maestro) cuya cercanía con el pueblo le ayudó a opacar los antecedentes electoreros que le dieron fama en el mundo de los “mapaches”.
Dije líneas arriba que Moreno Valle insiste en menospreciar a la sociedad que gobierna. Por ello engendra, ordena o suelta cosas sin reparar en que él hace lo mismo. Vaya un ejemplo para confirmar mi aserto:
Marcelo García Almaguer (su brother y por ahora delegado del PAN) salió a dar nalgadas mediáticas al ingeniero Alberto Jiménez Merino acusándolo de "usar el dinero público" para promover su aspiración política. Es obvio que Rafael lo animó pensando en que los poblanos (y los priistas en especial) siguen ajenos o indiferentes a su apabullante auto promoción, propaganda que ha estado a cargo, diseñada o bajo la supervisión de Marcelo, su amigo y cómplice en el proyecto 2018.
Un espejo como colofón
Con el apunte a vuelapluma trato de mostrarle al lector que ninguno de los antecesores de Rafael Moreno Valle Rosas, utilizó el poder y el dinero público para cultivar su imagen pensando en la postulación presidencial.
Antes de los gobernadores mencionados, hubo un general y mandatario de Puebla que intentó suceder a su hermano. Me refiero a Maximino y a Manuel Ávila Camacho, a la sazón presidente de México.
La diferencia entre aquellos años del poder absoluto (el que corrompe absolutamente, diría Maquiavelo) y los días que corren, es que entonces los críticos del gobernador eran enviados a otra dimensión, mientras que hoy simplemente son sentenciados a la muerte civil, actitud que podría ser un mal reflejo del espejo de la historia, el negro de Tezcatlipoca.
@replicaalex