domingo, 5 de febrero de 2017

Constitución de 1917


Mensaje a México del diputado constituyente general José Álvarez y Álvarez de la Cadena
Por Manola Álvarez Sepúlveda
En el Centenario de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, creo importante compartir algunos de los mensajes que mi padre dejó escritos, mismos que fueron publicados en su libro Justicia Social, Anhelo de México, obra coeditada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y el Senado de la República (2011).
Cuando nuestra obra fue promulgada. Cuando los sabios juristas se calaron las gafas y leyeron con burlona sonrisa los artículos de la Ley Suprema que más parecen gritos de angustia de un pueblo que se muere de hambre ahogado por la miseria y por el fanatismo, que artículos constitucionales apegados a los cánones jurídicos, lanzaron con despectiva suficiencia y por todo comentario la palabra: ALMODROTE.
Hace 48 años (ahora son cien) que la constitución se encuentra en vigor. Y ésta robustece cada día la convicción de que interpreta los verdaderos ideales de la Revolución. Esta opinión que es expresada abiertamente  por alguno de sus primeros enemigos, ha venido a defraudar las esperanzas de quienes aseguraban que no duraría cinco años, o de quienes pretendían ignorar el papel que le estaba reservado en la evolución social de nuestro pueblo.   
Al ir a Querétaro, sin preocuparnos de tecnicismos legales anticuados, impusimos sobre esas frías fórmulas la calidad e imperiosa necesidad de mejorar en lo posible, las condiciones de vida del pueblo de México.
No pensamos modernizar la ley para que, una vez reformada, se adaptada a las prescripciones de determinadas escuelas jurídicas. Debíamos legislar para el bienestar y no para el halago de 20 millones de mexicanos, cuyas características de miseria material por la explotación despiadada del hombre, y de miseria moral por habérseles negado la instrucción, requerían leyes que pudieran dar como resultado el adelanto material y moral, la victoria sobre el fanatismo religioso-político y sobre la incultura, aún cuando para ello, se necesitara restringir los derechos individuales.
Cuando la historia juzgue con imparcialidad la labor de los constituyentes de 1917, recordando que la efectuaron en dos meses de intenso trabajo y que estuvieron ausentes los intereses personales y no así las amenazas del todavía poderoso grupo villista, será cuando se reconozca que implantamos al proyecto presentado por el primer jefe de la Revolución, las más trascendentales reformas.
Logré que se aprobarán mis iniciativas personales, quitándole a las ‘Iglesias’ su carácter de ‘Poder independiente’ y facultando a las legislaturas para limitar al mínimo de sacerdotes.
Estas armas servirán para combatir la dominación clerical y las religiones que en mi concepto, son las más nocivas de las plagas de la humanidad.
Con esta satisfacción me considero bien compensado de todos mis esfuerzos, sufrimientos y trabajo en la Revolución.
Hemos querido ver en la expedición de las constituciones nuevas en México —una de las cuales ha llevado a los hogares patrios algo más de luz y de esperanza para su pobre economía— una ceremonia parecida a la del fuego nuevo de los tiempos idos. Del corazón mismo de nuestro pueblo ha nacido el anhelo de una vida mejor. Sus necesidades, sus angustiosas solicitudes de más luz para sus mentes y mejor alimento para sus hijos, prendieron en las teas que portaban los constituyentes de 1917 que vinieron de todos los rumbos del país, para formar con todas esas teas unidas, la luminaria que alimentara las ansias de luz y de calor de nuestro pueblo.
De esa gran hoguera, encendida en el cerro de las campanas, por la majestuosa figura del varón de Cuatro Ciénagas, gran sacerdote de la Revolución Social de México, nació  la Constitución triunfante hoy, en el mismo lugar en que murió para siempre el empeño conservador de darnos gobernantes extranjeros.
Quiera la juventud de mi patria guardar siempre ese fuego recordando que defender la Constitución es salvar a la patria y que destruir el poder político de las iglesias es el único camino para que algún día pueda haber en México verdadera democracia.
Amable lector:
Por razón de espacio selccioné los pensamientos que me parecen reflejo fiel de la ideología de los diputados constituyentes (grupo jacobino) que pugnaron para que los mexicanos nos uniéramos en torno a los principios de Patria, Nacionalismo, Respeto y Dignidad.
Vemos, pues, que conceptos como el que la Constitución otorgara garantías individuales —mismos que podían restringir por razones de utilidad pública— cambiaron para anteponer el reconocimiento a los derechos humanos. Y que el hecho de que a la iglesia se le desconociera personalidad jurídica fue modificado por los diputados salinistas, no como una concesión a ese credo sino para beneficio de otras religiones, entre ellas la predominante en el vecino país del norte. Ahora no lo dicen ni lo reconocen por temor a la crítica de los grupos cristianos o, en el caso de la religión católica, hasta la excomunión.

Los pensamientos y el legado del Constituyente son, más que un recuerdo, una convocatoria a la unidad de los mexicanos que hoy padecen el asedio del poder financiero y político encabezado por Donald Trump, el gobernante que ha revivido el fantasma del conservadurismo decimonónico.