viernes, 4 de noviembre de 2011

Pantano político-periodístico

Por Alejandro C. Manjarrez
Decía el periodista Gabriel Sánchez Andraca –en plan de broma, obvio–: el buen reportero no espera el boletín, va por él.
Los tiempos han cambiado y ahora ya no es necesario ir por el boletín dado que éste llega a los correos electrónicos de los directores, columnistas y reporteros. Es la modernidad que, al parecer, también incluye el alejamiento entre gobierno y prensa, circunstancia que no hace mejores a uno ni a los otros.
Ésa que podría ser una sana distancia, igual significa una enfermiza relación, circunstancia que confirma lo que actualmente ocurre en el sector público: se ha desarrollado algo parecido a una fobia hacia el periodismo escrito, mal que antes se disfrazaba u ocultaba por respeto, prudencia o temor.
¿Temor? Pues sí porque casi todos los políticos tienen cola que les pisen, razón por la cual se tragaban sus fobias o rencillas, paradójicamente en beneficio de la sociedad que busca y anhela informarse a través de los medios de comunicación. Eran más amables, menos densos.
Lo curioso es que la misma aprensión o desasosiego, la padecen algunos supuestos periodistas cuyos secretos incluyen importantes componendas con pingües beneficios económicos generados por las asignaciones de obra pública y todo tipo de contratos millonarios.
Así, pues, por una parte tenemos a los servidores públicos que repudian a los periodistas, precisamente porque saben o fueron enterados de su heterodoxia para hacer negocios con el gobierno. Y por otro lado están los comunicadores que buscan la forma de congraciarse con el poder, quizás obligados por la necesidad de que su malsana costumbre pase desapercibida o, si acaso existe transgresión legal qué perseguir, ésta prescriba debido a “la desaparición de la necesidad de la pena que se produce cuando se oscurece o apaga el recuerdo del delito”.
A partir de esa insana costumbre, digamos que contractual, la aversión oficial tendría una justificación. Empero, dicha actitud es a todas luces injusta e inclusive hasta temeraria cuando existe la cola en cuestión. Y según parece no hay político que haya llegado al poder como el ave blanca que cruzó el pantano sin mancharse su plumaje (Díaz Mirón, dixit).
No es casual, pues, que se hayan modificado varias leyes para mantener a raya a los periodistas. Ha pasado en el nivel federal y en las instancias estatales, empezando por Puebla. En el mejor de los casos, porque hay políticos que temen que su vida privada se haga pública. Y en el peor, porque abundan quienes viven entre la desazón y el pánico debido a que en su paso por el gobierno construyeron o cimientan, depende, las aristas que produce la corrupción, institucionalizada o no.
De esta suerte tenemos que en Puebla se ha hecho más honda la brecha entre prensa y gobierno. Y que el boletín cibernético actúe como un antiséptico contra la amenaza de “infección” que  representa el periodismo, ahora coaccionado con el petate del muerto, mismo que se tejió con las modificaciones a las leyes (daño moral). Semejante desdeño o menosprecio, depende su punto de vista, se replica en los actos y giras del gobernador, eventos donde ya se hizo famoso el corral de la ignominia o el oportuno y puntual boletín. A esto hay que agregar la política de “relaciones humanas” que priva en las oficinas públicas donde existe la regla no escrita sobre lo que la paranoia oficial ha dado en llamar “infiltrados del periodismo”. O sea, no se vale que el empleado o funcionario sea familiar o esté relacionado con algún periodista. Si lo “descubren” ipso facto lo corren.
Bueno, ahora resulta que, por ventura para unos y desventura para otros, además del boletín cibernético, funcionan los que podríamos llamar corresponsales oficiosos, personas que perdieron su trabajo en el gobierno por distintas razones o pretextos, por ejemplo: eran marinistas, no tenían el perfil que requiere la administración actual, su función fue delegada en personas ajenas a Puebla, provocaron la obesidad burocrática, estaban feos o feas, fueron sospechosos o parecían infiltrados. Todos ellos (más de tres mil) mantienen a sus amigos, compadres y confidentes en sus ex lugares de trabajo y, por ende, conservan y actualizan su información privilegiada que sueltan a la menor insinuación, inspirados desde luego por los efectos del desempleo.
Por ello y otras cosas que el espacio me limita para mencionar y comentar, se ha puesto en peligro la buena imagen del mandatario y, en consecuencia, el prestigio de éste ha ido bajando en la apreciación de los gobernados, no obstante los esfuerzos mediáticos nacionales, principalmente, alguno de estos manifiesto en las interesantes cartas aclaratorias.
En fin, es probable que prevalezca el esquema informativo y que el único cambio ocurra en el periodismo que sin duda se hará más crítico, ético y profesional, efecto que dejaría mal ubicados a los judas y a los corruptos, sean éstos servidores públicos, periodistas o propietarios de medios de comunicación. Digo...
Twitter: @replicaalex