miércoles, 16 de octubre de 2013

La corrupción, costumbre del poder


 

Por Alejandro C. Manjarrez

Cada día son más frecuentes las coincidencias en la forma de pensar del mexicano más o menos informado. Esto gracias a que la corrupción concitó la crítica y el repudio casi generalizados, algo que ocurrió después de cinco siglos.

Esta es una de las conclusiones que saco del libro del doctor Eduardo García Flores (Cuadrivio. Corruptofilia, un gen cutural de nuestra sociedad), padre de Marcelo García Almaguer quien, como el lector sabe, es amigo y colaborador de confianza del gobernador poblano Rafael Moreno Valle Rosas.

El especialista en el cerebro humano sitúa el origen de la corrupción en el inicio del siglo XVI, cuando hizo su aparición en México el conquistador Hernán Cortés. En esa época nació la enfermedad social que ha sido el lastre que mantiene al país varado en los terrenos pantanosos del embute, coima, extorsión, mordida, diezmo, chayote, dádiva, padrinazgo, tráfico de influencia y demás estilos, hechos y costumbres que avalan aquello de que la corrupción somos todos. García Flores relata en su libro cuatro de los casos que la suerte puso en su terreno profesional, experiencias que muestran el mal cuyo remedio –apunta el neurólogo– está en manos de los internautas bien intencionados (por fortuna la mayoría).

El libro de marras me indujo a dirigir la mirada hacia el lomerío de los Fuertes, pensando en la oportunidad profesional que para el científico representa la cercanía de su vástago con el mandatario estatal más visto y promocionado del país. En el mejor de los casos, me dije, este que sin duda es un fenómeno político, podría ser la excepción que confirma la regla o, en el peor, la regla que establecería que en la política mexicana no hay excepciones.

Eduardo García se apoya en sus conocimientos científicos, culturales y sociales adquiridos en su recorrido académico por el mundo, así como en su práctica profesional y los cursos y enseñanzas de reputados doctores, background que, si aún no lo es, seguramente lo convertirá en una referencia necesaria sobre los estudios de corrupción y, desde luego, en un especialista del nivel de Yves Mény o Michel Johnston o Arnold J. Heidenheimer o Donatella della Porta, con un plus: sus profundos conocimientos del cerebro humano..

Para no darle muchas vueltas al tema, primero trascribo algo de lo que dicen los expertos citados y después algunas acotaciones del doctor García:

Yves asegura que la sofisticación de las actividades corruptas, tiende a convertirla en una acción invisible y por tanto difícil de castigar. Johnston dice que la corrupción puede y debe ser tratada como una propiedad de la sociedad en su conjunto. Heidenheimer escribió que la presencia de la corrupción en los países europeos ha provocado presiones de todo tipo, algunas de ellas destinadas a tratar de controlar los sobornos a funcionarios públicos. Y Donatella comenta que la corrupción es una de las causas de los cambios en los gobiernos del mundo y, en particular, de la transformación de las características de sus clases políticas.

Tenemos así que la corrupción es “síntoma de profundo deterioro de la vida pública que además amenaza los valores básicos de la democracia” (Steven R. Reed, dixit). O como lo apunta el propio García: que es la rampante costumbre del antiguo régimen copiada por los nuevos gobernantes, circunstancia que nos “deja atrapados entre el peso muerto de nuestro propio pasado, y la debilidad y la inconsciencia de aquellos que nos gobiernan para efectuar los cambios necesarios y entrar de lleno en la vida democrática”.

Eduardo hurga y mete su bisturí intelectual entre lo intrincado de la malhadada costumbre. La intención: encontrar que debido a las realidades del mundo que nos circunda, “pudiera ser que estemos procreando un gen cultural para adaptarnos a vivir en el estercolero de la corrupción”.  Y apuntala esta mala noticia con las tradiciones culturales que, dice, “terminan convirtiéndose en perversos instintos sociales para aquellos que detentan el poder”.

Échele una mirada a los gobernantes del país y comprobará que, en efecto, ninguno ostenta el poder sino que lo detenta. Esto porque todos llegaron a ese estadio político valiéndose de la manipulación de la democracia, incluso de la habilidad para corromper, tanto a los adversarios como a correligionarios.

Como buen científico, García Flores concluye su ensayo sobre la corrupción con seis propuestas que, supone, la moderarían para hacer más eficiente la administración pública. Una: generar la confianza que revitalice a la sociedad. Otra: crear un programas de salud neonatal para propiciar el desarrollo cerebral del infante (aprendería más rápido a defenderse). Tercera: tipificar el delito de desvío de recursos públicos en materia de salud y nutrición dándole la definición de genocidio indirecto. Cuarta: incrementar la inversión en la investigación científica. Quinta: hacer públicas las declaraciones patrimoniales del servidor público, cada seis meses. Y última: definir con rigor el término de rendición de cuentas consustancial al concepto de transparencia.

Para hacer posible las propuestas del doctor García, habrá que evitar que los gobernantes manipulen la verdad. ¿Cómo? Legislar para que la mentira se considere como delito grave; es decir, con pena de cárcel y sin derecho a fianza, además de la destitución inmediata y permanente del cargo público.

Todo ello, desde luego, con el apoyo de la sociedad que forma parte de las redes sociales, tal y como lo propone Eduardo, padre de Marcelo García Almaguer (experto en esta área). Si así fuere tendríamos una terrible crisis burocrática.


@replicaalex