martes, 18 de marzo de 2014

Mal de muchos...



Por Alejandro C. Manjarrez

¿Dónde esta, pues, la locura, cuya vacuna deberían inocularnos?
Nietzsche

Para Yves Mény, la sofisticación de las actividades corruptas tiende a convertirla en una acción invisible y por tanto difícil de castigar. Michel Johnston, también especialista del tema, dice que la corrupción puede y debe ser tratada como una propiedad de la sociedad en su conjunto. Arnold J. Heidenheimer, topógrafo de esta lamentable costumbre, asegura que la presencia de la corrupción en los países europeos, ha provocado presiones de todo tipo, algunas de ellas destinadas a tratar de controlar los sobornos a funcionarios públicos.

Donatella della Porta, otro de los expertos, comenta que la corrupción es una de las causas de los cambios en los gobiernos del mundo y, en particular, de la transformación de las características de sus clases políticas.

Susan Rose-Ackerman aborda el mismo tema ubicándose en los “altos estamentos”: sus estudios establecen que la corrupción en esos niveles, se traduce en grandes cantidades de dinero e involucra a empresas multinacionales que son las que suelen pagar los sobornos y las comisiones ilegales más espectaculares: Walmart, el ejemplo más reciente, dato que Andrés Oppenheimer no incluyó en su libro Ojos vendados, donde el periodista argentino revela ese tipo de corrupción transnacional.

Esta cascada de reflexiones sobre el tema más escabroso de México y del mundo, me lleva a ponderar lo dicho por Pier Paolo Giglioni y Steven R. Reed para usarlo como la conclusión cuya contundencia debería hacernos meditar sobre lo ocurrido en Puebla: es el “síntoma de profundo deterioro de la vida pública que además amenaza los valores básicos de la democracia”.

¿La corrupción se manifestó en la democracia de Puebla?
¿Hubo un acuerdo para que ocurriera la alternancia del poder?
¿Existió algún pacto de impunidad entre Rafael Moreno Valle Rosas y Mario Marín Torres?
¿Se estableció la designación de “chivos expiatorios” que pudieran atemperar las presiones de la sociedad que exige al gobierno castigo para los corruptos cuya opulencia es la prueba fehaciente de sus delitos?

El único argumento para justificar lo contrario a las contundentes respuestas afirmativas que surgen de las preguntas enunciadas, lo encuentro en lo que revela la conocida anécdota que refiero a continuación:

Luis Cabrera Lobato increpó a un servidor público:

Es usted un corrupto, un ratero —dijo el poblano en funciones de diputado federal.
— ¡Pruébelo! —respondió colérico el dizque ofendido funcionario.
— ¡Lo acuso de corrupto y de ratero, no de pendejo! —reviró el abogado.

Si partimos de que en nuestra época existen sofisticados controles y un bien organizado sistema de información que permite detectar los delitos en contra de la hacienda pública, así como diversas verificaciones operadas por varias dependencias (SAT, Función Pública, contralorías, órganos de fiscalización, etc.), no tendría porque seguir funcionando la máxima virreinal del "acátese pero no se cumpla". Tampoco la juarista que para los amigos proponía justicia y gracia mientras que a los enemigos aplicaba la ley a secas. Menos aun la corrupción en el gobierno. Mantener vigente estos criterios (la omisión legal y el moche combinados con la gracia y la impunidad) equivale a verle la cara de pendejos a los gobernados. Y eso sí que es un atentado muy peligroso contra la sociedad que, hoy más que nunca, reclama y exige la aplicación de la ley a secas para todos, amigos o no del poder.

No hay duda:

La corrupción existe, ahí está; se ve y se siente; brota como la mala yerba. Sin embargo, como ocurrió en Puebla, la han omitido para —así lo sugirió el gobierno cuando la sociedad exigía la denuncia y consignación de Mario Marín—, garantizar la gobernabilidad y por ende la paz social. Y también para fortalecer el ejercicio del poder.

De ahí que sea válido preguntar:

¿Gobernabilidad es igual a usar la ley para controlar a la oposición?
¿Gobernabilidad equivale a cooptación de partidos políticos?
¿Gobernabilidad significa poner bridas a los líderes de opinión?
¿Gobernabilidad incluye manipular el concepto de democracia?
¿Gobernabilidad encarna el ejercicio del poder para controlar a los otros poderes?
¿Gobernabilidad infiere el manejo de los organismos electorales?

Maquiavelo respondería que sí. Pero dadas las condiciones de la información inmediata que corre por las redes sociales, perdió eficacia la herencia del florentino porque la sociedad ya no tolera la costumbre de darse baños de pureza con la porquería de los demás, aunque Jesus Reyes Heroles haya sugerido la necesidad de aprender a salir limpios de los asuntos sucios y, si es preciso, lavarse con agua sucia.

Para contestar con amplitud cada una de las anteriores preguntas se requeriría de, cuando menos, un ensayo político. Sin embargo, existen criterios y análisis periodísticos que dan algunas pistas y en consecuencia respuestas irrebatibles si partimos de la verdad moral que suele apoyarse en la lógica de la información y en la contundencia de los hechos y en sus efectos.

Respetado lector:

Esta digamos que reflexión, me ha dado pie para iniciar una serie de columnas dedicadas a personajes de la política poblana, unos éticos y los otros parecidos al Tartufo de Moliere; todos inoculados con el virus rafaeliano, los menos vacunados y los más contagiados.

acmanjarrez@hotmail.com
@replicaalex