domingo, 24 de febrero de 2013

El poder de la sotana



Para el escritor hay una cuestión de honor intelectual en no
escribir nada susceptible de prueba, sin poseer antes ésta.

José Ortega y Gasset

Por Alejandro C. Manjarrez
El poder de la sotana, así se llama la novela que me ha exigido el tiempo que dedicaba a escribir lo cotidiano en forma de columna. Me refiero a revisarla y corregir lo ya corregido, lo cual resulta común en este tipo de trabajo cuya trascendencia (personal o literaria) es como el verdugo mental que —por citar un ejemplo intemporal obligaba a sor Juana Inés de la Cruz a cortarse el cabello si no cumplía con sus propias expectativas. Por ello me he visto parco y a veces sosegado o ausente en el reto de escribir y compartir con usted, amable lector, mis opiniones sobre la política y los políticos.
Ahora me complace informarle que ya concluí con la última lectura del libro que no volveré a leer hasta después de algunos años, recomendación que le escuché a Gabriel García Márquez. No vaya a ser que una vez impresa y publicada mi novela quiera yo cambiar aquello que se me escapó u olvidé o se me ocurra, algo que podría pasar y no porque sea perfeccionista sino debido a que vuelvo a citar a García Márquez, la creación intelectual es el más misterioso y solitario de los oficios humanos.
La novela histórica en comento estará en circulación la última semana del próximo mes de marzo. Por si le interesa le informo que pronto diré cómo y dónde adquirirla. Pero si le va en gusto como decía mi abuelo, le tomo su pedido. No vaya a ser que se agote la primera edición. (Es obvio que esto de que se acaben todos los ejemplares es la chacota que alimenta mi optimismo).
Se preguntará usted: ¿y de qué diablos trata la novela de Alejandro?
Cito la presentación del editor para ponerlo al tanto de la temática:
El libro fue inspirado en los actos, acciones y costumbres consideradas como secreto de Estado debido a su trascendencia política y religiosa.
En el primer cuarto del siglo xx, el Clero adoptó al diablo que —sugiere el poeta Ramón López Velarde— es dueño de los veneros de petróleo. De ahí que el arzobispo José Mora y del Río decidiera luchar con las armas para derrotar a Plutarco Elías Calles, representante del poder civil, entonces en proceso de legitimarse como tal.
El sexo, combinado con el espionaje y contraespionaje de las partes en conflicto, es el hilo conductor de la narración basada en hechos reales.
México, Estados Unidos, la Iglesia, el crimen, la música, el genio, la locura y el amor, se entreveran para dejar la huella que trascendió al tiempo.
En esta historia novelada aparecen varios de los héroes anónimos que usaron su inteligencia para aguar la fiesta al gobierno del vecino país del norte, a la sazón condescendiente con el poder económico de sus connacionales y el entreguismo de la jerarquía católica mexicana.
La vida de los personajes creados por el novelista, coincide con la existencia de algunos de esos héroes ignorados que convivieron con los protagonistas del México que surge después de la Revolución. Unos y otros se relacionan. Y en este encuentro aparece la verdad que no está en la historia oficial.
Los vaticinios aquí plasmados —dice Manjarrez— se sustentan en hechos reales, sucesos que sin duda volverán a repetirse debido a que el desconocimiento de la historia propicia su reincidencia.
La conspiración que detalla la novela lo llevará de la mano hasta ubicarlo ante la cruda actualidad mexicana, días dominados por la nota sangrienta que, por desventura, podría llegar a enlutar la vida de la República.
Trescientas noventa páginas muestran los laberintos de las ambiciones expansionistas que chocaron con la inteligencia nacionalista de los mexicanos defensores de la soberanía del país valiéndose, como ya se dijo, de la inteligencia y el espionaje de Estado.
Dicho lo anterior amenazo con regresar a la cotidianidad de la columna política cuyo sustento se explica en el epígrafe de esta entrega.
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