martes, 17 de julio de 2012

Calderón, Peña y AMLO, ¿mentirosos?



Por Alejandro C. Manjarrez
Si la verdad de una ideología política se pusiera a prueba todos los días –tanto por el debate de ideas como por el contacto con la realidad social y respeto al origen partidista–, a la mayoría de los políticos no les quedaría de otra mas que usar la mentira para tratar de justificar cada uno de sus argumentos y declaraciones. Por ello sería poco inteligente asegurar que la carrera de tal o cual político se basa en la honestidad y la verdad
¿O acaso cree usted que la verdad forma parte del discurso de Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador o el servidor público que le guste? ¿Metería las manos a la lumbre por alguno de ellos? ¿Apostaría 100 pesos a su honestidad personal y lealtad ideológica?
Por lo acontecido en las redes sociales, de los políticos mencionados el más confiable podría ser Andrés Manuel, no tanto porque hable con su pejeverdad sino debido a que encontró la forma de hacerse oír por quienes necesitan confiar en alguien aunque tergiverse la realidad. A pesar de las simpatías que lo impulsan, no debemos perder de vista que López Obrador tiene en contra a 31 millones de mexicanos que, obvio, no le concederían el beneficio de la duda. Otro tanto (o mucho más) tampoco confiaría en Peña Nieto. Y qué decir de Felipe, quien les gana a los dos si partimos de que en su gobierno aumentó el número de pobres a sesenta millones y sobre su espalda carga el lastre de la guerra que emprendió, misma que suma ya 50 mil o más crímenes sin resolver.
A donde quiero llegar es al hecho de que en México la política representa el desprestigio exacerbado, el mal necesario o la actividad donde medran los corruptos más corruptos de la sociedad. Son muy pocos los que se tragan la píldora que sueltan los políticos en campaña (siempre lo están). De ahí el boom del marketing político que, como bien lo sabe el lector, incluye las encuestas, amañadas o no, y desde luego muchas mentiras, por cierto nada piadosas, diría san Agustín.
Repito lo que he mencionado en otras entregas ya que sigue y seguirá vigente hasta que la verdad gobierne las mentes de los políticos. Me refiero al estilo de Joseph Goebbels, el genio maléfico de la propaganda cuyo eje se basó en repetir una mentira hasta convertirla en la verdad que incrustó en el cerebro destinatario. Entre otros de los dichos de este cabrón, destaca el siguiente: “El éxito de la Iglesia católica se debe a que ha repetido lo mismo durante dos mil años”. Y precisamente, bajo ese esquema manejó la imagen de Hitler.
Pero el alemán no es el único “mercadólogo” mentiroso que ha tenido éxito con los cuentos repetidos hasta el empacho. Hubo otros como Víctor Gollanez (1893–1967) o Lillian Hellman (1905–1984). El primero fue uno de los agentes de publicidad intelectual más destacados del siglo pasado. Y la segunda adquirió fama por ser una súper mentirosa que hizo de la invención una necesidad de sobrevivencia (“el descuido de la verdad llegó a ocupar un lugar central en su vida y obra”, dice su biografía). Víctor nunca pudo llegar al Parlamento inglés (su ambición personal); sin embargo, gracias a su oficio de panfletista se hizo rico y pudiente. En su caso, Lillian aprovechó la persecución de la justicia estadounidense que la acusó de perjurio, evasión fiscal y comunista (macarthismo) para promocionarse y vivir a expensas de la propaganda sobre su heterodoxa forma de vida.
¿Y cómo mienten los políticos?, preguntará el respetable.
Una de las formas se basa decirle a los electores que ellos forman parte de la democracia. Otra consiste en argüir que su riqueza es producto del trabajo honesto (ya escribí sobre la increíble capacidad de ahorro que ampara su estatus millonario). Una más la perpetran al asegurar que lo único que les importa es el bienestar del pueblo. La cuarta se sustenta en argumentar que su éxito es fruto de la “cultura del esfuerzo” (nunca dicen qué padrino hizo tal esfuerzo). La última de esta entrega: suelen presumir que nunca han hecho negocios amparándose en el poder.
Si alguien conoce a un hombre honesto (no sé por qué me acuerdo de Diógenes), le agradeceré que me diga su nombre. En tanto recibo propuestas anticipo y afirmo que yo sí conozco a uno; de él hablaré mañana, un personaje cuya vida, fama internacional y obra humanística han sido utilizadas para llevar agua al molino de los gandallas. Sí, adivinó usted, se trata de Gilberto Bosques Saldivar, a quien el 18 y 19 de julio el Congreso local le rendirá un homenaje. Seguramente lo sorprenderé.
Twitter: @replicaalex