domingo, 15 de diciembre de 2013

¡Aguas góber!



Por Alejandro C. Manjarrez
Aunque las luces navideñas se apaguen,

prevalecerá la luz del intelecto.

Fue necesario que pasaran 290 años para que Puebla estuviera bien iluminada. Hartos foquitos y mucha luz tecnológica. El azul y el blanco rivalizando con los tonos rosas. Ahora ya podemos decir que la nuestra es una urbe que cual arbolito de Navidad nos ofrece los gratificantes destellos que hacen de la pobreza una anécdota decembrina.

¡Cuánta diferencia hay entre la capital de 1723, cuando se estrenó el alumbrado público consistente en farolas de aguarrás y la de hoy invadida por cascadas de luces multicolores! ¡Y qué decir de la construcción de obras civiles como, por ejemplo, los puentes de Xanenetla y San Francisco y México, obras que se quedaron pequeñas ante la magnitud de las construcciones morenovallistas!

Haciendo la comparación entre una y otra época concluimos que hoy estamos en auge y lejos de aquellos contrastes de luces y sombras. Empero, todavía no cantemos victoria porque existen y persisten otras desigualdades, incluidas varias que el tiempo agravó. Vea usted:

Antes, a mediados del siglo XVIII, la ciudad capital tenía 90 mil habitantes y había en sus calles 12 mil pordioseros, o sea 13.3 por ciento de la población. En la actualidad Puebla está  habitada por poco más de un millón 500 personas y su número de pobres asciende al 39.9 por ciento (Inegi); es decir, hay 600 mil poblanos en ese estatus, 90 mil de ellos, pordioseros o no, en pobreza extrema, cifra, esta última, curiosamente, similar a la población total que había en 1750.

Otro dato: en esa época abundaba el agua y el caudal de los ríos y manantiales era de envidiable pureza. Los inteligentes jesuitas construyeron la primera obra hidráulica de importancia social (1726) para conducir el agua desde su hacienda, en Amalucan, hasta el Colegio Carolino. Para ello usaron un sistema que sigue siendo ejemplo de ingeniería hidráulica. Hoy el gobierno carece de capacidad e ingenio para enfrentar y resolver este problema que incluye la corrupción. De ahí que su propuesta de privatizar la explotación, regeneración, comercialización, distribución y uso del agua, propósito que podría consolidarse gracias al talento legal, financiero, burocrático y legislativo de nuestro gobernante que, en este caso, cuenta con el aval de los consorcios de comunicación.

Y ya que toqué el tema legislativo agrego:

Los diputados de antaño eran producto del dedazo de quien chueco o derecho ejercía el poder político. Con honrosas excepciones (individuos a los cuales les costó desde la defenestración hasta la cárcel o el destierro), la labor legislativa de antaño consistía en aprobar aquello que les instruía el gobernante en funciones, un hombre supuestamente iluminado. Hoy, según consenso popular e incluso el mediático, seguimos en las mismas (cuando menos en Puebla) y los eufemísticamente llamados representantes del pueblo, hacen como que proponen, discrepan, discuten, analizan para, al final del día, dar validez legal a las iniciativas que les envía el mandatario que, sin temor a exagerar, también es un ser iluminado, y no precisamente por las luces y los destellos y los rayos laser y las refulgencias que rodean y alumbran Casa Puebla. No obstante, a pesar de tanta luz, creo necesario alertarlo con el ¡aguas! poblano, exclamación que llegó para quedarse; he aquí su origen semántico-costumbrista:

Hace muchas décadas en la Angelópolis se escuchaba el tempranero ¡aguas!, grito que acompañaba al contenido de las bacinicas aventado hacia la cuneta construida ex profeso en medio de la calle, zanja por donde corrían los orines nocturnos. Lo terrible para los transeúntes madrugadores era escuchar a destiempo esa voz de alerta, descuido o distracción que no admitía disculpa dada la costumbre que hace historia y a veces hasta leyes.

Por ello considero válido además de oportuno usar este espacio para, valiéndome de una actitud navideña respaldada con campanitas, maitines y desde luego la alegría histriónica de Papá Noel, apoyarme en la historia prólogo del porvenir, dicen y alertar tanto al góber poblano como a su equipo regalándoles los siguientes avisos acompañados con el estridente ¡AGUAS!

¡Aguas con las privatizaciones! ¡Aguas con el uso del dedo para dar atole a la sociedad! ¡Aguas con el menosprecio a la “prole”! ¡Aguas con la mansedumbre exigida a los “legisladores”! ¡Aguas con el uso del dinero del pueblo! ¡Aguas con los excesos de poder! ¡Aguas con los resabios políticos! ¡Aguas con la paranoia!

¡AGUAS! El pueblo despertó.


@replicaalex

jueves, 5 de diciembre de 2013

Requiem para la Revolución Mexicana



Por Alejandro C. Manjarrez

Reforma de “hondo calado” es la frase preferida de, valga el eufemismo, los legisladores reformistas que cual barcos de vela van hacia donde el viento de Los Pinos los impulsa y los remos panistas los inclina.

Y sí, es de hondo calado porque existe una enorme quilla invisible para los ciudadanos comunes y corrientes, o sea aquellos que validaron la elección de diputados y senadores. De ahí que “debajo del agua” haya toda una estructura fabricada por el poder político de México, autoridad que, vaya usted a saber, puede ser víctima, socio o cómplice de las transnacionales que ven a nuestro país como el pesebre que alimenta al monstruo engendrado por el capitalismo salvaje.

Dijo el escritor estadunidense Ambrose Bierce, que el elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros. Caben en esta definición los diputados y senadores (la mayoría) que se deben a quien los postuló o ubicó en la representación popular donde hoy están. Y vaya que fue una decisión o imposición también de hondo calado ya que el trabajo de estos “patricios” y “conscriptos de la patria” se ciñe a validar las reformas (algunas negociadas en el Pacto por México) que marcarán al actual como el gobierno que transformó al país para satisfacción del grupúsculo que maneja al PAN y, de paso, a las holdings petroleras. O quizá, por qué no, para regodeo de los padrotes entrenados y preparados en el gran lupanar donde cito a George Soros el desencanto con la política ha nutrido al fundamentalismo del mercado, y el ascenso del fundamentalismo del mercado ha contribuido, a su vez, al fracaso de la política.

La Constitución herida de muerte

Hace dos décadas Carlos Salinas (por cierto mentalizado en Estados Unidos) llegó al gobierno decidido a romper los paradigmas de su partido para llevar a cabo la desideologización del Estado mexicano. Ya lo sabe el lector pero vale la pena recordar que el hombre de Agualeguas envió la iniciativa al Congreso de la Unión para que se modificaran los artículos 3ro. 27, 123 y 130 de la Constitución, cambios que impulsaron la presencia y crecimiento en México de otras religiones, entre ellas la profesada por la mayoría del pueblo estadunidense. Esto produjo el gusto de la Iglesia Católica que, sin darse cuenta de la trampa, echó las campanas a vuelo por “haber logrado” el reconocimiento constitucional cuyos principales beneficiarios fueron, ¡oh paradoja!, los grupos cristianos ahora en franco proselitismo y desarrollo debido al goce de la personalidad jurídica, antes desconocida por el Constituyente de Querétaro (1917).

El astillero

Ernesto Zedillo no quiso o no se atrevió a continuar con ese impulso modernizador. Tampoco lo hizo Vicente Fox. Y menos aun Felipe Calderón. Ninguno de ellos pudo convencer al PRI que entonces hacía las veces de valladar legislativo basándose en sus principios ideológicos; es decir, empeñado en no traicionar la esencia que tanto presume su dirigencia.

Sin embargo, el puente modernizador ya había sido construido con los pilotes salinistas, también de hondo calado. Pemex dio abrigo a la corrupción casi institucionalizada. Y así como perdió liquidez, se le redujo su capacidad de refinación e investigación. Los gobiernos referidos lo permitieron, obvio, por no decir que auspiciaron pensando, puede ser, en congraciarse con los amos mundiales de la energía. Y se preparó el, llamémosle contrapunto, que ligó al salinato con el peñismo; las notas musicales, valga la alegoría, del réquiem para la Constitución producto de la Revolución Mexicana.

Lo curioso es que en esta “profunda” reforma subyace la corrupción que con tanta enjundia representa el liderazgo sindical de Pemex, el mismo que dejó Carlos Salinas de Gortari.

Jesús Reyes Heroles sugirió que había que aprender a salir limpios de los asuntos sucios y, si es preciso, lavarse con agua sucia. ¿Podrán hacerlo los políticos y servidores públicos que bucean en esas aguas?

http://youtu.be/-1DsJ5YQr5s 


@replicaalex