sábado, 25 de agosto de 2018

La Puebla culta*


Por Alejandro C. Manjarrez
Según dicho de los cronistas urbanos de hace cuatro décadas o más, en la ciudad de Puebla “soltaban al león” en cuanto oscurecía. Las sombras de la noche ocultaban al transeúnte ocasional.
Entonces la actividad estaba sujeta a rigurosos horarios laborales que iniciaban a las once de la mañana y suspendían sus actividades a las 13:30 horas para, una vez rendido el homenaje a san Pascual Bailón, volver al trabajo a eso de las cuatro de la tarde. La faena laboral concluía poco antes de las veinte horas.
Aquella soledad inducía a pensar en las leyendas que aderezan vida, milagros y tradiciones de la recoleta y antigua ciudad, donde el silencio del alba solía romperse con el desgarrador grito de ¡aguas..!; sí, me refiero a la voz que anticipaba la lluvia del líquido amarillo que caía en el empedrado y, a veces, escurría hacia la acequia captadora de esas miasmas. Las aguas broncas de los aluviones de mayo, los aguaceros veraniegos y la limpieza de las banquetas a cargo de ciudadanos responsables, atemperaban el irritante y desagradable tufo a orines humanos.
La noche solía iluminarse con los rostros alegres unos y taciturnos otros, todos ellos alumbrados por los tímidos haces de luz surgidos de las farolas de aguarrás que formaron la primera iluminación pública (1723).
A mediados del siglo xx, detrás las columnas de los portales de la ciudad capital, ocurrió lo que para la conventual Puebla fue una interesante mutación social: los parroquianos tradicionales dejaban el espacio a los noctámbulos que acudían a beber y, entre copa, chisme y trago, echarse un taco de ojo mirando los sugerentes cuerpos de las mujeres tímidamente protegidas por el manto nocturno. Ellas ofrecían sus servicios sexuales a quienes buscaban una riesgosa aventura o simplemente querían saciar los apetitos de la carne. De vez en cuando esos parroquianos comentaban sorprendidos la presencia de algún político o comerciante deseoso de confirmar su masculinidad: que el alcalde, que el diputado, que el empresario de medio pelo, que el funcionario municipal presto a ejercer algo parecido al derecho de pernada, que el mercader agobiado por las deudas impagables, en fin... Empezaban a dejarse ver los travestis que buscaban pareja.
No había un programa cultural que respondiera a la demanda silenciosa de la época. Ante esta carencia, un pequeño y culto sector de la sociedad angelopolitana invirtió parte de su peculio en la contratación de grupos musicales de fama internacional y otras de las manifestaciones artísticas; el Ballet Bolshoi, por ejemplo. “Puebla Ciudad Musical” se llamó aquella organización civil cuya creación de alguna manera hizo suyas las propuestas culturales de la Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material de Puebla, el organismo de carácter privado cuya membresía tuvo a bien arrogarse algunas de las funciones jurídicas del municipio, entre ellas el usufructo de cierto porcentaje de los impuestos que por ley correspondían al ayuntamiento de la capital del estado. Nos cuenta el investigador Andrew Paxman[1], que al financiar la creación de la Junta mencionada, el comerciante norteamericano William Jenkins volvía a demostrar que él era la éminence grise; un personaje cuyo poder y nombre evocaban “el oscuro arte titiritero”, condición ésta en la que el conocimiento cultural brillaba por su ausencia.
Los espacios cinematográficos, otrora propiedad de Gabriel Alarcón y Manuel Espinosa Yglesias, exhibían los filmes de la llamada época de oro del cine nacional y una que otra película musical hollywoodense. Habían pasado algunos años del día en que se cometió el crimen de Jesús Cienfuegos, dueño de varias salas y, en consecuencia, competidor de los empresarios cuya visión los proyectó hasta el jet set del dinero. Fue uno de tantos crímenes cuya autoría quedó a salvo gracias a las componendas negociadas por el gobierno de la época.
Medité sobre lo que acaba usted de leer después de atestiguar algo parecido a una manifestación del pueblo atraído por la cultura: cientos de personas recorrían animados los espacios lúdicos del Complejo Cultural Universitario (ccu). ¿Qué pasó aquí?, me pregunté. ¿Cuándo y cómo ocurrió este cambio tan espontáneo? Estos mis cuestionamientos me indujeron a precisar las razones de la transformación o, mejor dicho, el encuentro popular imbuido de un inusitado y democrático interés cultural: había que buscar cuándo y cómo se manifestaron los antecedentes de ese milagro social…
De ello trata este libro. Su concepción obedece al interés periodístico sobre las razones históricas del cambio que me motivó a tratar de encontrar la llave que pudo abrir la chapa de la puerta que permitía acceder al cuarto donde permanecieron confinadas las tradiciones populares y muchas de las expresiones culturales. Comprobé que aquel imaginario postigo se encontraba oxidado debido a la humedad que produjo el agua acarreada por algunos gobernantes deseosos de nutrir su molino personal, espacio donde reina la corrupción.
Entremos pues al contenido de este libro que busca exponer cómo fue construyéndose el eje de la expansión cultural en Puebla. Muestro algunos destellos de los intríngulis universitarios y políticos. Destaco los porqués de la trascendencia del citado Complejo que, como lo veremos adelante, se transformó en el polo de atracción y difusión de la cultura, además de modelo para otras universidades y, en consecuencia, acicate cultural de varios gobiernos.
Respetado lector:
Tómense estas líneas como una provocación cultural. Habrá sin lugar a dudas investigadores, científicos o expertos en semiótica que, aparte de sus pruebas documentales, paradigmáticas, podrían animarse a usar la lógica con el fin interpretar y descubrir aquello que nos ha legado la cultura de Puebla. Mientras esto ocurre, me he valido del descernimiento iluminado por —valga la metáfora— los destellos de las “farolas de aguarrás” cuyas luces nos muestran la puerta del espacio aquel donde —lo dijo Jules de Gaultier— se detiene la ciencia para dar paso a la imaginación.
*Presentación del libro en proceso de impresión
Imaginar el pasado, recordar el futuro*
…Se puede decir con cierta facilidad cuándo comenzó algo. Es mucho más difícil entender cuándo se originó algo.
Yo quisiera poseer la convicción o la clarividencia necesarias para definir el origen de México, para ponerle fecha precisa a nuestro país, pero siempre me encuentro con numerosas dudas que se vuelven preguntas:
¿Empezó México cuando creció en su suelo la primera planta de maíz?
¿O aquella noche en que los dioses se reunieron en Teotihuacán y decidieron crear al mundo?
¿Comenzamos con la agricultura, o con el mito?
¿Con el hambre de la palabra, o con la palabra del hombre?
¿Quién dijo, en México, la primera palabra?
¿Hubo siquiera una primera palabra, o bastó escuchar el rumor desarticulado, el ladrido del perro, el trino del ave, la oración sufriente, para convocar un mundo?
Y algo más: ¿Nació México aislada, singularmente, o somos, desde un principio, origen y destino de vastas migraciones, hermanados con el resto del mundo por los pies de muchos caminantes?[2]






[1] Paxman, Andrew, En busca del señor Jenkins. ed Penguin Random House Editorial, 2016, México
[2] Fuentes, Carlos. Nuevo tiempo mexicano. Ed, Alfaguara, 1994, México

miércoles, 15 de agosto de 2018

Martha Erika, el arma secreta


La vida es una tragedia para los que sienten,
y una comedia para los que piensan.
Jean de la Bruyere

Por Alejandro C. Manjarrez
Cuando sugerí que la presencia de Rafael Moreno Valle daría un vuelco a la historia política de Puebla, hubo quienes fruncieron el ceño. Supusieron que me dejaba llevar por el “carisma” del entonces gobernador. Esto, creo, porque ignoraron lo dicho por mí en diferentes columnas, apuntes publicados en La Puebla variopinta, conspiración del poder, libro del cual soy autor y en cuyas páginas escribí:
En el trayecto de este libro he mencionado varias veces a Rafael Moreno Valle Rosas. Parecería que busco dedicárselo. Pero no. La reiteración se debe a que él, casualmente, es el parteaguas de la política poblana debido a que en su mandato empezó a darse el cambio, gestión que coincidió con la presencia de los internautas devoradores de políticos (con las consecuentes funciones digestivas) y la participación de una prensa más libre que nunca, no por la gracia del gobierno, sino precisamente por lo contrario…
También aseguré que a partir del gobierno morenovallista era casi imposible que en esa generación aparecieran otros servidores públicos con los tamaños para convertirse en una referencia histórica. Y en esto último —lo confieso sin rubor— me equivoqué debido a que su esposa no figuraba en mis proyecciones a pesar de que el comunicador carnal Marcelo García Almaguer comentó al que esto escribe que ella era “el arma secreta de Rafa”.
Reconozco pues que se me escapó la referencia de Marcelo, misma que hoy la vemos concretada con estridencia mediática.
Al ver las declaraciones de quien fue la primera dama del estado de Puebla y hoy es por la voluntad de su esposo gobernadora electa (a chaleco, dicen los morenistas), confirmo que en efecto Martha Erika Alonso es (o era) el arma secreta de su esposo. Pero al mismo tiempo corroboro que tal arma produjo una implosión de consecuencias terribles y catastróficas para la pareja. Vea usted la causa de esta llamémosle tragedia política:
La elección que produjo el desbarajuste del proyecto morenovallista mostró la realidad poblana medio disfrazada por los medios de comunicación vinculados al presupuesto gubernamental: el pueblo salió a votar y se convirtió en testigo casual de algunas de las mañas inductoras o manipuladoras de los resultados electorales. Así empezó la debacle de la imagen del matrimonio Moreno Valle-Alonso, desastre cuyas consecuencias me atrevo a predecir en dos vertientes.
Primer escenario
Si el Trife confirmase a Martha Erika como gobernadora, ésta y su esposo enfrentarían una realidad no considerada en sus sesudas proyecciones políticas basadas en el ejercicio absoluto del poder. El Congreso —que por cierto tiene una mayoría digamos que independiente— les pedirá cuentas y hurgaría en temas mañosamente ocultos y desde luego en contratos, asignaciones multimillonarias directas, fideicomisos, autorizaciones, manejo financiero de los recursos públicos y, por sólo citar uno de los casos misteriosos, la bitácora del helicóptero Agusta, documento donde deben estar registrados todos y cada uno de los viajes oficiales y privados del ex mandatario y sus cuates. Ello además de pugnar por la cancelación de concesiones como la del agua y el juicio o acuerdo de la mayoría para remover al fiscal del estado. Martha Erika estaría así asediada por las instancias legales que durante años controló su señor marido. Imagínese el lector a una gobernadora tratando de proteger a su cónyuge y de paso encubrir a sus contlapaches en el ejercicio de gobierno, todos ellos expuestos a la posibilidad de tener que defenderse de las obvias denuncias por peculado… A todo esto agréguele la apreciación negativa del presidente Andrés Manuel López Obrador quien dijo que nunca podría tratar con Martha Erika los asuntos del gobierno por una razón: ella es una imposición de su marido.
En otro de los espacios de la política nacional, veo al senador Rafael Moreno Valle Rosas asediado por rivales y enemigos, algunos montados en el caballo de la venganza y otros trepados en el ferrocarril de cobro de agravios. Es el caso del legislador Alejandro Armenta Mier quien, sin lugar a dudas, lo increpará (e incluso pedirá su desafuero) desde la tribuna del Senado de la República donde el hoy morenista renovará y actualizará sus denuncias en contra del ex gobernador. O a Fernando Manzanilla Prieto poniendo en orden los señalamientos y las denuncias que llegaron y llegarán a la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. Y a las organizaciones civiles y líderes naturales exigiéndole al gobierno lópezobradorista que se castigue a quien se pasó por el arco del triunfo los derechos sociales. Y a los que fueron presos políticos por el simple hecho de haberlo criticado. En fin, la lista es larga…
Segundo escenario
Si se anula la elección habría un nuevo proceso electoral que, probablemente, ganaría Miguel Barbosa Huerta. Esto porque el ex senador Barbosa no ha quitado el dedo de la herida señalando las causas de lo que él llama fraude electoral histórico. Además él ya sabe cómo se las gasta el equipo de Rafael a quien, por cierto, le ha endilgado epítetos que ni en sus peores pesadillas imaginó Moreno Valle.
Ya con las llaves del baúl ése donde se guardan los secretos del gobierno, Barbosa lo abriría para dotar al Congreso local de los elementos jurídicos que apoyen las denuncias en contra de los gobiernos de Rafael y de Tony Gali. A ello adicione el lector la retórica de Luis Miguel articulada con la intención de hacer más escandalosas las denuncias y los hallazgos derivados de una o varias acuciosas indagatorias.
¡Qué necesidad!, diría Juan Gabriel
¿Pero por qué llegamos a estos escenarios nada halagüeños para el matrimonio Moreno Valle-Alonso?
La respuesta me la anticipó Antonio Peniche García cuando recién había sido defenestrado del grupo morenovallista a la sazón en plena campaña para lograr la candidatura al gobierno de Puebla: Rafael ve a los poblanos como indígenas con taparrabo. Los menosprecia...
Ha iniciado el proceso que ocasionará una catastrófica implosión para la “pareja siniestra”, como los definió Luis Miguel Barbosa Huerta, uno de los miles de poblanos menospreciados por Rafa…
@replicaalex


viernes, 10 de agosto de 2018

Favor con favor se paga*



¡Qué poco cuesta construir castillos en el
aire y qué cara es su destrucción!
Francois Mauriac

Por Alejandro C. Manjarrez
Remembraza dedicada a los priistas
víctimas del golpe existencial.
Con respeto
Corrían los tiempos de Guillermo Jiménez Morales cuando llegó a dirigir al PRI un militar sin experiencia política, circunstancia que produjo cierto sentimiento de menosprecio al cargo más importante en la organización de ese instituto político. “Si Javier Bolaños fue presidente —dijeron— cualquiera puede serlo”.
Se hizo realidad el terrible pronóstico porque, con dos excepciones, ese partido quedó en manos de burócratas preocupados por cortejar al gobernador con el fin de ganarse un cargo de elección popular o su anhelada integración al gabinete donde los esperaba la diosa fortuna. Lo demás fue supuestamente natural dado que el mandatario en turno había recibido la recomendación de Gustavo Carvajal Moreno (entonces presidente del CEN del PRI e impulsor de Guillermo) para que apoyara a Bolaños. De ahí que sin darse cuenta Jiménez haya metido al tricolor en el tobogán cuyo final fue el estrato preparado por Mario Marín Torres, el hombre que tuvo a bien incorporar a sus cuates y hermanos en la estructura partidista que actuó durante el lapso que, para ellos, fueron los años de las vacas gordas.
Lo que se siembra se cosecha
El ejercicio del poder pareció acogerse al viejo estilo de los cacicazgos benevolentes y a la vez mañosos, contradicción que produjo el agradecimiento de grupos y personas que vivieron sin pena ni gloria. Como abundan los ejemplos anecdóticos mencionaré algunos empezando por el del chofer aquel que le cayó del cielo la diputación federal debido al dedazo de su patrón.
Ubicación: las oficinas del pri estatal.
Tiempo: segunda mitad del siglo pasado:
—Don Sacramento Jofre: tengo instrucciones de convencerlo para que usted sea el suplente de Esteban Rangel Alvarado, candidato del señor Presidente —dijo el delegado nacional del CEN del PRI.
—No señor Delegado —respondió el líder agrarista—. Nunca seré suplendejo de nadie. Me daría rete harta vergüenza y en vez de morir con la frente en alto dejaría este mundo con el morrillo ése que se forma cuando se vive con la cerviz inclinada.
—Es que el Presidente tiene especial interés en… —Insistió el delegado.
—¡Pues dígale que no acepto! —Interrumpió Jofre ya medio molesto.
—Entonces deme una solución; ¿a quién nombramos suplente? —Condescendió el delegado.
Don Sacramento lo pensó cinco segundos y encontró la brillante solución: — ¡Ya sé! Que sea Pachequito, mi chofer…
—De acuerdo don Sacramento —dijo el enviado del PRI—. Entonces dígale que cuanto antes me traiga sus documentos, los que tenga. Si falta algo nosotros lo resolvemos.
El candidato Rangel Alvarado hizo su campaña y de vez en cuando lo acompañó el chofer de Jofre. A los pocos días de haber protestado como diputado federal, Esteban, amigo y paisano de Díaz Ordaz, falleció y Pachequito ocupó el curul para hacer que esa etapa de su vida legislativa (valga el eufemismo) quedara plasmada en las fotos del álbum que durante el resto de su existencia mostró con el orgullo y la satisfacción que le produjo aparecer retratado junto al Presidente de la República y, obvio, al lado de varios de sus “cardenales”, alguno de ellos, el sucesor.
Un paréntesis:
Si nos acogemos a la vieja, renovada o indexada costumbre de “sólo mis chicharrones truenan”, pudo haber ocurrido algo parecido el día en que la maestra Elba Esther Gordillo preguntó a Rafael Moreno Valle, su ahijado político, ¿quién podría ser el dirigente del Partido Nueva Alianza  en Puebla? (Panal) La decisión fue intrascendente pero me recordó el dicho que un día le escuché a Ignacio Ramos Praslow, diputado constituyente de 1917 (trabajé con él durante varios años). Me dijo don Nacho:
—Mire compañero: es tan corrupto el que se roba un peso del erario público, como quien acepta un cargo sin tener la capacidad ni los conocimientos para ejercerlo.
Ya que estoy en las remembranzas, vale hacer un impasse anecdótico con el propósito de hablar de la dignidad a través de dos relatos, uno sangriento y el otro aleccionador para los políticos que han pensado anteponer su honor a sus ambiciones personales.
Primero la pasional marcada con el olor a pólvora, tufo mezclado con el aroma de las feromonas:
El diputado federal Rafael Lara Grajales, presidente del PNR estatal (antecedente del PRI poblano) y su ayudante-chofer, protagonizaron la tragedia amorosa que a los dos les costó la vida. El móvil del crimen y suicidio quedó sin aclarar debido a la obligada discreción que en esa época se acostumbraba para salvar la fama pública de las mujeres y el prestigio de los políticos (y dale con los eufemismos). La versión más creíble de este episodio sangriento, que por cierto parece un argumento de cualquier película cincuentera protagonizada por Jorge Negrete u otro de los galanes de la época de oro del cine mexicano, dice que en un arranque de celos el ayudante le disparó a su jefe para enseguida suicidarse con la misma pistola.
¿Y qué diablos pasó?, se preguntaban los amigos del general, diputado y revolucionario.
Una de las hipótesis generadas por los trascendidos durante la investigación del ministerio público, se basó en que los protagonistas de la tragedia discutieron por una mujer. No se dijo cuál; sin embargo, para los testigos de la época, el motivo de la discordia fue la esposa del ayudante y chofer del político, un joven teniente que por celos decidió convertirse en homicida y suicida. Los hechos ocurrieron el 20 de octubre de 1933 en las oficinas del partido presidido precisamente por Lara Grajales. Ahí acabaron esas dos vidas. El gobernador de Puebla era Gustavo Ariza.
Ahora el otro suceso entre dos mujeres, en este caso amable y demostrativo, hecho que podría ilustrar una tarde inglesa si comparásemos a Esther Zuno de Echeverría con la monarca del Reino Unido. Pero no ocurrió en el Palacio de Buckingham sino en Los Pinos.
Dolores Pacheco, viuda del abogado Ciriaco Pacheco Calvo (sin parentesco con Pachequito), fue invitada a la casa presidencial por doña Esther, la primera dama que puso en boga las aguas de horchata, jamaica, guanábana y también los equipales donde, obligadas por la moda sexenal, depositaban su trasero las damas disfrazadas con vestidos del folclor mexicano. Después de los acostumbrados abrazos y besitos amistosos, la esposa de Luis Echeverría Álvarez ordenó una taza de café de olla y una “buena dotación de galletitas”. Agotados los escarceos y arrumacos cuasi fraternales, la compañera (así le decía Echeverría) le soltó a Dolores:
—Mi querida Lolita, quiero pedirte que me ayudes. Tu participación es muy importante para mí. Me gustaría que fueras mi secretaria particular.
Doña Dolores no pensó mucho la respuesta: sonriente, casi a bote pronto, respondió a su entrañable amiga:
—Mira Esther: agradezco tu amabilidad. Con el afecto que nos une te seré sincera: cuando me invites deseo llegar a tu casa como amiga. Pero no me agrada la idea de ser yo quien tenga que servir las galletitas.
Mi fuente no me dijo la respuesta de la señora Zuno. Lo que supe es que Lolita (así le decían sus amigos) siguió su vida digna y profesionalmente productiva.
A partir de esa experiencia que en este caso —valga la expresión— me sirve como método para invitar al lector a medir el agua de los camotes, afirmo que es harto difícil encontrar a políticos que —por usar el encuentro referido— conozcan la receta de la dignidad mostrada por la señora Pacheco. Además asevero que hay una sobreproducción de políticos dispuestos a servir las galletitas y el café con tal de mantenerse cerca del poder y, en consecuencia, esperanzados en ganarse el afecto presidencial o gubernamental (depende el nivel) sin importar que ello les obligue a mostrar las nalgas. Incluya el lector a panistas, perredistas y variopintos. Ahora bien, si buscamos otras razones encontraremos que la indignidad se manifiesta —y con exceso de genuflexiones— cuando existe la necesidad enfermiza de estar cerca del poderoso para presumir su ubicación, menester que suele ir acompañado del ansia de sacar provecho personal a esa relación. Al final de cuentas la influencia es útil para obtener desde ascensos burocráticos hasta posiciones políticas y desde luego negocios, depende de la capacidad histriónica, ambición y facultades seductoras de quienes, ajenos a la obra, imitan al tartufo de Molière.
*Capítulo de mi libro La Puebla variopinta, conspiración del poder

@replicaalex