domingo, 26 de abril de 2015

“El Estado soy yo”*



La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente
y desde arriba; la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo.
Eduardo Galeano

Ya lo sabe el lector pero no sobra repetirlo: la frase del subtítulo (L'État, c'est moi) se le endilgó a Luis xiv, monarca de Francia, también conocido como el “Rey Sol”, autoría que la costumbre convirtió en verdad no obstante que dichas palabras se las atribuyeron sus enemigos para aseguran los exegetas dedicados a estudiar la época “resaltar su visión estereotipada del absolutismo político que representaba”. Lo que sí dijo el tal Luis fue: “Me marcho, pero el Estado siempre permanecerá”, palabras pronunciadas por él poco antes de morir, mensaje-lección que los gobernantes de seis años deberían incluir en su propio decálogo.
Esta sobria y hasta atrevida síntesis de la personalidad monárquica que forjó Mazarino, maestro y protector de Luis desde que éste cumplió cuatro años de edad hasta que se le entronizó, el mismo que le inculcara el sentido de la realeza y la necesidad de anticiparse a la manipulación enseñándole los secretos en el “arte” de utilizar a los nobles antes de que éstos lo manipularan, me resulta adecuada para especificar el talante de Rafael Moreno Valle Rosas, estilo empleado en el ejercicio del poder.
Su educación familiar y preparación profesional hicieron de Rafael un hombre hábil y seductor así como un político consciente de que para llegar a su objetivo (la obtención del poder) tendría que ejercer sobre los demás un control basado en la persuasión primero, y después en el dominio absolutista, precisamente. Logrado esto, lo demás habría de llegar tal y como lo concibió. Así se lo enseñaron en las aulas profesionales, preparación que incluyó los secretos del liderazgo público y las distintas variables para enfrentar con éxito los contratiempos comunes en la lucha política (plan b, método c y fórmula d). Para ello se valió de su talento y también del apoyo adicional de Luis Maldonado Venegas, el político veracruzano (igual variopinto), uno de los personajes del grupo cercano al gobernante, en este caso el que los demás morenovallistas consideraron como un ser iluminado.
Con esa panoplia de alternativas arribó al gobierno poblano después de redundo aplicar el plan b. Empero, surgieron los imponderables y se alebrestaron los ciudadanos que durante décadas simularon ser manipulables. La nota discordante estuvo a cargo de los profesionales sin vínculos políticos como los antropólogos, sociólogos, historiadores y contratistas, por citar a cuatro de las actividades relacionadas con la historia y la conservación del patrimonio cultural. También ocurrió en el sector de los trabajadores de su gobierno que sufrieron los recortes salariales y la marginación laboral. Y el tercer grupo lo conformó la burocracia desplazada por el personal traído de entidades lejanas y del Distrito Federal.
Esa pérdida de empleos y en consecuencia del poder adquisitivo local o burocrático, produjeron el rechazo justificado al gobernante, repulsa a la cual se fueron adicionando otros poblanos, incluidos los que habían votado por él, o mejor dicho en contra de Mario Marín y la “burbuja” cuya riqueza, debo repetirlo, fue presumida como si fuese algo “justificable” (los marinistas dijeron que nunca existió la corrupción, quizá porque confiaron en sus “habilidades financieras”). Se transformaron en los nuevos ricos remedo de George Soros quien, valga la acotación, hizo su fortuna influenciado por el filósofo Karl Popper, promotor de las sociedades abiertas cuyas habilidades y visión, además de su fondo internacional de inversiones, le permitieron acumular un gran capital.
Es importante aclarar que algunas de las reacciones apuntadas no aparecieron en los sondeos para calificar el trabajo del gobernador, encuestas que por su tendencia oficialista ocultaron el rechazo natural a la corrupción imperante.
La mecha corta
Gracias a su poder de seducción y a los panegiristas contratados y convencidos ya se verá después, Rafael logró atemperar el efecto de los errores atribuibles a su carácter explosivo. Uno de ellos ocurrió al inicio del sexenio, el día en que públicamente soltó molesto con un tono que pareció amenaza para quienes manifestaron su rechazo a las obras públicas que aseguraron enfáticos aquellos opositores atentaban contra el patrimonio histórico: “¡Se equivocaron de gobernador!”, les espetó.
Si le echamos un vistazo a la historia encontraremos que esas explosiones verbales contrastan con las maneras supuestamente carismáticas de otros gobernadores igual de impetuosos. Me remonto a la historia y ejemplifico con Mucio P. Martínez, cuya actitud y personalidad nos las muestra Atenedoro Gámez, el historiador que escribió lo siguiente en su libro sobre la Revolución en Puebla:
Don Mucio, los hijos de don Mucio, el Manco Mirus, Joaquín Pita, los hijos de Pita, Miguel Cabrera, Chucho García; Popoca, Machorro, Lezama, Márquez, Córdoba. Nombres todos que se pronunciaban con temblores de voz y crispamiento nervioso; que se escuchaban con secreto pavor esperando siempre, tras el nombre, el relato de una arbitrariedad, de un atropello, de un crimen, de una villanía, de una infamia. El estado tenía un mundo criminal de donde extraer cada mañana sus noticias truculentas. Pero en ese mundo cenagoso no había nombres que aprender, ni actores ocasionales. Siempre eran los mismos: don Mucio o cualquiera de sus allegados o parientes; es decir, don Mucio, cuando no por culpa propia y directa, por el delito civil y canónico de omisión.
El “ligero parecido” desde luego incruento de Rafael iii con Mucio, se exacerbó por una causa que resulta absurda para estos tiempos de intensa y expedita comunicación: el pretendido control de la información mediante el añejo recurso de eliminar periódicos porque resultan incómodos, o debido a que reitero la prensa fue considerada “pueblerina, rústica, estorbosa e inservible”; la “chusma” cuya presencia podría haber alterado el exquisito entorno aristocrático de la Puebla rafaeliana.

* Parte de uno de los capítulos del libro de mi autoría La Puebla variopinta. Si le interesa adquirirlo estoy a sus órdenes…
@replicaalex
acmanjarrez@hotmail.com

martes, 21 de abril de 2015

El poder es cabrón


La denuncia en masa es el antídoto
para combatir los excesos del poder

Por Alejandro C. Manjarrez
Pertenezco a la generación de mexicanos sorprendidos por lo que pasa en México; los que hemos tenido la oportunidad de ver cómo se fue armando esta “película” de ficción, violencia y terror, circunstancias auspiciadas por el cinismo y la hipocresía que en el siglo XVII indujera a Molière a escribir su Tartufo.
Tuve la fortuna de escuchar a nuestros mayores: unos libertarios, otros republicanos y los menos socialistas. Ellos me mostraron las llamémosle razones del nacimiento de la comalada de millonarios alemanistas, por ejemplo, o el porqué Adolfo Ruiz Cortines ocultó su animadversión por la corrupción legada por su antecesor, herencia que incluyó negociar entre privados la riqueza petrolera de México.
Me tocó ser testigo de los hechos que dieron fama a Gustavo Díaz Ordaz y desprestigiaron a Luis Echeverría, ambos enemigos y victimarios del periodismo que empezaba a retomar sus caminos de libertad.
Me sorprendieron los errores y devaneos de José López Portillo, así como la actitud “renovadora” de Miguel de la Madrid, estilo que incluyó la censura a la prensa y el impulso a la rampante burocracia basada en los malos consejos de algún mañoso pisaverde.
Escuché y vi los impresionantes documentos sobre los crímenes de Manuel Buendía Téllez Girón, Carlos Loret de Mola Mediz, Juan Jesús Posadas Ocampo, Francisco Ruiz Massieu y Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Leí las recomendaciones de la Heritage Fundation consistentes en combatir la ideología de México plasmada en la Constitución. El “hay que poner de rodillas al gobierno” me ahuecó el estómago. Y la determinación de “financiar la democracia en América Latina” operó como un mentada de madre a los mexicanos.
Observé con la duda clavada en mi mente, las propuestas económico-sociales de Carlos Salinas de Gortari, el presidente que no vio ni oyó a la sociedad, inventor del capitalismo de cuates, además de avatar del Tío Sam y eficiente operador de los cambios constitucionales que empezaron a doblar las rodillas de la República.
Me tocó observar la “sana distancia” impuesta por Ernesto Zedillo Ponce de León, acción que impulsó el cambio del partido en el gobierno no así la mejora del Estado. Fui testigo de cómo Zedillo se convirtió en el primer mandatario que contravino aquello de que —lo dijo Aristóteles— el hombre es un animal político.
Como muchos ciudadanos de esta nación, también me desconcerté cuando la esperanza del pueblo basada en la alternancia, quedó bajo las botas tejanas de Vicente Fox Quesada y las zapatillas azules de Martha Sahagún, su socia en el mando de la República, ni más ni menos.
Me indignó ver la forma en que Elba Esther Gordillo Morales, lideresa del magisterio nacional, concertó con Felipe Calderón Hinojosa lo que resultó un vulgar y ofensivo intercambio de favores electorales por poder, posiciones políticas e impunidad sexenal.
La abundancia de acciones en contra de los mexicanos me hizo creer que ya no podría suceder algo peor que lo pasado. Supuse pues que era prácticamente imposible la presencia del aquel nocivo espectro. La nueva generación en el poder —me dije— basará su proyecto eludiendo las prácticas del pasado. Evitarán repetir aquellos errores. Puede ser que hasta gobiernen con inteligencia y honestidad política ya que están obligados a convencer a la nación de que el cambio debe ser para mejorar.
Y me equivoqué.
La película se remasterizó mostrándonos a los fantasmas del pasado.
Sobre la libertad de expresión cayó el peso del poder político.
Resurgieron desde errores, devaneos, propuestas y actitudes, hasta los inventos burocráticos de Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón, cada artificio con su dosis de corrupción.
Otra vez la comalada de millonarios.
De nuevo los negocios personales con la riqueza petrolera.
Los “sastres“ de la República repitieron la modificación a los preceptos constitucionales. Debieron estar advertidos e inducidos para legislar y hacer el traje a la medida del gobierno.
Los asesinatos en masa superaron el impacto mediático y emocional de los crímenes que —alguien así lo sugirió— llevaban la marca del Estado.
Las concertaciones electorales se hicieron comunes; las cúpulas partidistas se alejaron de la esencia de la democracia; y los gobernantes manipularon a partidos y candidatos.
Hoy, la única diferencia con el pasado —contraste grato y alentador por cierto—, la constituye las redes sociales cuya influencia se acrecentará siempre y cuando no las enreden o anuden los amanuenses del gobierno o las confundan y corrompan los técnicos de la clase política interesada en negociar su impunidad. No hay antecedente pero…
El poder es cabrón. Y los que se aprovechan de él, peores.
Por ello la denuncia seguirá siendo el antídoto para combatir los nocivos efectos de la corrupción institucionalizada.
¡Anímese!

@replicaalex

viernes, 3 de abril de 2015

Carmen Aristegui y la libertad de expresión


El pasado está escrito en la memoria
y el futuro está presente en el deseo.
Carlos Fuentes

Por Alejandro C. Manjarrez
El tema Aristegui está y permanecerá en la gran nube durante décadas. Ello gracias a la jalada de cobija que la periodista dio al sistema político mexicano, trabajo que sin duda servirá para muchas historias, todas en perjuicio del actual presidente de México y, obvio, de su grupo cercano.
¿Y qué diablos fue lo que pasó?
La respuesta es simple: el grupo en el poder metió la pata al suponer que la sociedad era ajena a su heterodoxia en el manejo de la cosa pública. Ellos y nadie más alteraron su propio proyecto lesionando a Enrique Peña Nieto, el político que, supongo, llegó al máximo cargo del país decidido a trascender como el presidente mejor posicionado del siglo que corre.
Otra de las razones para el llamémosle exceso de confianza, la encontramos en la actitud de los asesores de Palacio Nacional. Simplemente cerraron sus entendederas a lo dicho por Carlos Fuentes Macías, palabras que siguen vigentes taladrando la línea de flotación de la nave peñista.
El principio es la mitad del todo
El lector recordará lo sucedido en la Feria Internacional de Libro (FIL) que cada año se celebra en Guadalajara. Allá fue Peña impulsado por alguno de sus asesores, probablemente el más chambón dado que metió a su jefe o amigo al espacio exclusivo para escritores de oficio y por ende cultos por necesidad. Llegó Enrique a ese lugar con el libro que había escrito o dirigido pensando en su plan de gobierno. Le entusiasmó la posibilidad difusora del escenario, pero tanto él como su consejero pasaron por alto que aquello era la caja de resonancia del periodismo cultural conformado por hombres y mujeres cuya misión es encontrar algo o a quien les dé la nota buena o mala, el hecho periodístico que sirva de argumento para el reportaje o crónica que por “ruidosa” reverbere en el mundo influido por Cervantes y Shakespeare, principalmente.
De ahí que lo dicho por Enrique Peña Nieto en la FIL sorprendiera a los lectores de El País, el periódico de habla hispana más influyente, público que esperaba algo distinto al relato que generó el político mexicano. Y que después el mundo literario replicara y repercutiera sorprendido el tropezón semántico-cultural que había puesto a Peña en los anales del ridículo, digamos que espontáneo, ingenuo.
Aparte del impacto mediático internacional provocado por tal dislate (la revoltura entre autores y sus obras), el desconocimiento manifiesto enojó a varios intelectuales mexicanos, unos sin pelos en la lengua y otros con el esparadrapo fabricado en la tesorería del “ogro filantrópico”; éstos últimos ceñidos al rumor aquí-entre-nos que suele atenuar la frustración derivada del pago por cuartilla laudatoria.
La reacción más fuerte fue sin duda la de Carlos Fuentes Macías, uno de los grandes de la literatura universal. Molesto por el descuido, olvido o desapego literario de Peña Nieto, Fuentes dijo a CNN en Español, que el entonces precandidato del PRI podría o no haberlo leído pero no tenía derecho "a ser presidente de México a partir de la ignorancia". A ese su mandoble semántico, Carlos agregó las siguientes palabras, demoledoras por provenir de quien en el mundo tuvo (y tiene) un extraordinario prestigio cultural:
"Yo no pido que sepan quién es Platón o que hayan leído la Suma teológica de Santo Tomás. Quiero que (los candidatos) sean inteligentes, que entiendan la realidad del país, que entiendan lo que está pasando, que entiendan al mundo".
Además de este primer torpedo verbal a la línea de flotación de la nave priista, la opinión del literato hizo las veces del detonador de la bomba político-cultural que dio pie para que los detractores del candidato primero y después Presidente, se regodearan con el dicho de Fuentes, quien —consciente o de manera casual, vaya usted a saber— abrió las puertas de la crítica que envalentonó a los adversarios del PRI, además, claro, de entusiasmar a los periodistas, en especial a los ideologizados y a los anti priistas.

Empezó así la metralla contra Peña Nieto. La prensa sacó a relucir el apoyo que Televisa le brindó publicándose lo que ya sabíamos: que el consorcio lo había adoptado para impulsarlo hasta el cargo que hoy ocupa. Ello dio vigencia a lo escrito por este columnista en mayo de 2012 (Pacto Televisa-Peña Nieto); a saber:
 Televisa escogió a Enrique Peña Nieto, como el único prospecto presidencial con el carisma y la imagen que, según sus expertos, garantizaban lo que vieron como una excelente inversión...
La estrategia se conoció en el año 2004 cuando los ejecutivos del consorcio que maneja Emilio Azcárraga, acordaron impulsar al hoy candidato del PRI a la Presidencia de México.
(Me baso) en lo que enseñaron, declararon y (escucharon) medio centenar de jóvenes (en las voces de) Alejandro Soberón, René Asizz, Luis de Llano Macedo y Pedro Torres, todos relacionados con la televisora y además conferencistas del diplomado ‘Entretenimiento y Sociedad’, curso que, paradójicamente, se impartió en la Ibero, plantel Santa Fe.
(Beneficio de la duda: como dijo Jacobo Zabludovsky, podría ser que Televisa no ponga presidentes. Es probable. Sin embargo, sabemos que sin su apoyo difícilmente se llega al máximo cargo de México. Ahí está Andrés Manuel López Obrador).
En esas sesiones, el representante del CIE —organismo filial de Televisa y por ende relacionado con Ocesa— habló del proyecto político arropado por la televisora, mismo que consistía primero en hacer gobernador a Enrique Peña Nieto —en aquellos entonces era candidato del PRI al gobierno del Estado de México—, y después llevarlo hasta donde hoy se encuentra…
Dije “paradójicamente“ con la intención de destacar lo ocurrido en la Ibero donde Peña recibió el abucheo estudiantil, respuesta que enmarcó otro de los errores auspiciados por otro de los miembros de su “tanque de cerebros”.
Chueco o derecho, al final de cuentas Enrique Peña Nieto llegó a Los Pinos. Lo hizo poco después de que Carlos Fuentes, su principal e influyente detractor intelectual, pasara a otra dimensión. Digamos que la diosa fortuna empezó a sonreírle y que, además, le acarició el ego debido a la idea —digamos que genial— que recompuso su imagen pública. Ocurrió cuando su equipo encontró cómo desfacer el…
Entuerto político
Jesús Reyes Heroles, ideólogo del PRI, dijo que “en un país democrático, si las realidades cambian, cambia el derecho; pero también, mediante el derecho, se cambian las realidades”. Tal vez lo leyó el priista que tuvo la visión de concebir el Pacto por México, seguro de que los partidos de enfrente se prestarían a colaborar en el proyecto de avanzada, programa político–financiero que colocó al Presidente en los mejores espacios de la opinión internacional. Con esta carta inició la etapa de concertaciones y negociaciones apoyadas en la irrebatible idea de buscar un mejor el futuro para el país.
Papachos, sonrisas, abrazos, promesas, cesiones, beneficios económicos y concesiones enmarcaron los meses previos a la Reforma Energética. Lo curioso —que por cierto también pudo haber sido planeado por algún cerebro políticamente perverso— apareció después de la firma: la izquierda perredista se dividió y la derecha panista se desbocó, circunstancias que desprestigiaron a sus mandos. Unos a otros se sacaron los trapitos al sol. El moche, las componendas, las gratitudes gubernamentales y las corruptelas que endilgaron a las dirigencias de los partidos de oposición, revitalizaron al gobierno y al mismo tiempo desacreditaron a la clase política mexicana. Entre ese barullo y el exceso de dimes y diretes, la Revolución transitó sobre rieles hasta que…
México abrió los ojos
Durante la campaña presidencial ocurrió un hecho que nos mostró a un Peña Nieto con carácter y además decidido a establecer una relación cercana a sus gobernados. Lo publicó la Agencia Apro el 9 de mayo de 2012. Helo aquí, editado desde luego:
El capitán Gustavo Cuevas Gutiérrez, encargado de la seguridad del candidato, aventó a una de las tantas mujeres que querían acercarse con la intención de besar a Peña Nieto (para lograr su objetivo, la dama en cuestión tuvo que romper el cerco de seguridad). “¡Chingada madre! ¡Estamos en campaña!, ¿no te has dado cuenta?”, gritó Peña al militar. Eran los tiempos en que el candidato tenía que mostrarse preocupado por el pueblo que habría de gobernar. Aquella espontaneidad de Peña le atrajo el respeto (o temor) de sus subordinados, personal entrenado para saber leer las señales de su custodiado, especialmente los mensajes ocultos.
Una vez que Peña entró a Los Pinos, aparecieron los militares que no leyeron aquellas señales o que les valía un soberano cacahuate el prestigio del gobierno. A tal valemadrismo podría atribuírsele la operación militar que produjo el fusilamiento de civiles en Tlatlaya, Estado de México, y también la complacencia cómplice del gobierno de Eruviel Ávila Villegas cuyo Procurador manipuló la ley con el deseo de ocultar el crimen de los militares: en la intentona de engañar a la sociedad, se llevaron entre las patas el prestigio del jefe máximo de las fuerzas armadas, o sea el Presidente de México, ni más ni menos, y ex gobernador de la entidad donde ocurrió el fusilamiento.
En esas estaba el país cuando la sociedad se enteró de la tragedia que asombró al mundo. Me refiero al crimen y desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, asesinato tumultuario intelectualmente perpetrado por el matrimonio Abarca, caciques del municipio de Iguala. El gobierno federal tardó en reaccionar, demora que afectó la imagen del Primer Mandatario. Como diría el clásico de Televisa: sin querer queriendo propiciaron el regodeo de la prensa internacional que estaba descontrolada ante tantos cebollazos publicados en la sección comercial de revistas de importante membrete cosmopolita. ¿Se acuerdan del Saving México?
El descarrilamiento
Imagino que en el cuarto de guerra de Los Pinos existía el afán por encontrar soluciones que ayudaran a restañar las desportilladas a la imagen del Presidente. Hay la llevaban pues. La sonrisa de los secretarios correspondían a la paz espiritual de su Jefe. Todo marchaba más o menos bien debido a que el tren de la Revolución iba sobre rieles.
En esos días de amabilidad y optimismo, el ambiente oficial fue sacudido por el reportaje-investigación que publicó el equipo de trabajo de Carmen Aristegui Flores: se hizo pública la extraña, inoportuna, heterodoxa o corrupta, usted dirá, operación inmobiliaria denominada “Casa Blanca”.
¡Otra jalada de cobija! Esta vez más violenta porque destapó los asuntos de familia combinados con los asuntos del Estado.
Lo publicado por la periodista obligó al gobierno a responder e ipso facto canceló el contrato del tren México-Querétaro, concesión otorgada a los chinos en sociedad con Juan Armando Hinojosa Cantú, el amigo constructor del Presidente de México y, como se ha publicado hasta el hartazgo, benefactor financiero de Luis Videgaray, su secretario de Hacienda. El efecto de la revelación llegó hasta China donde, valga la alegoría, los dragones se asustaron con el coletazo del dinosaurio mexicano.
Mientras el mandatario se reponía del coraje en las lejanas tierras orientales, su gente buscaba cómo aminorar los daños. Fue cuando —supongo— apareció la idea de aprovechar la imagen artística de Angélica Rivera, esposa de Enrique Peña Nieto. Empero, la estrategia resultó mediáticamente desfavorable debido a la incredulidad de una sociedad curada de espanto… y de telenovelas. “La Gaviota” se enojó trasmitiéndonos ese su coraje.
A esas alturas empezaron a percibirse los vapores del odio hacia Carmen Aristegui. En las entrañas del gobierno, ella pudo haber sido la peor de las calamidades. Esto porque diferentes medios de información internacionales reprodujeron el reportaje que lanzó al aire. Hubo analistas extranjeros que se dieron vuelo con lo que consideraron el excelente trabajo periodístico que mostró otra de las variables de la corrupción institucionalizada que se le achaca al Estado mexicano, en este caso enmarcada con el eufemismo “conflicto de intereses”.
Una vez más en México se manifestaba la prensa crítica que añoró Daniel Cosío Villegas, evocación sustentada en que en aquel tiempo los periódicos eran apenas “armadores de noticias”, simples empresas mercantiles. Y la mística del oficio de periodista se vigorizó gracias, precisamente, a la voz informativa de Aristegui convertida ya en, lo intuyo, el enemigo público número uno de los beneficiarios del poder político.
Periodismo vs corrupción
Carmen Aristegui es una de los profesionales —quizá la más destacada— que actualizaron el periodismo libre y honesto. Su trabajo alteró el sueño guajiro de quienes ostentan o detentan el poder. Los puso nerviosos debido a que corrió el telón del teatro republicano para que la sociedad comprobara que no todos los servidores públicos actúan con honestidad y ética. Su investigación sorprendió hasta los políticos comúnmente ajenos a escuchar lo que se dice fuera de su entorno. Y su trabajo actualizó el oficio periodístico ejercido por, verbigracia, los tundemáquinas Julio Scherer García, Manuel Buendía Téllez Girón y Miguel Ángel Granados Chapa.
El problema para México, para la periodista y para la sociedad, es que los hombres del Presidente —incluido él mismo— no quisieron entender que, aunque amarga y a veces dolorosa —parafraseo a Cosío Villegas—, es importante la crítica severa, honrada, cuidadosa; que las cosas buenas están bien; que las malas haya que remediarlas; que es más honrado y más útil saber con lo que se cuenta antes de jactarse de lo que se posee.
Por esa cerrazón o ausencia de criterio se puso a funcionar el recurso menos apropiado para cualquier gobierno que presuma de abierto, plural y democrático: la censura a través de la cooptación del medio o replicando las presiones que, por ejemplo, llevaron a cabo la gente de Felipe Calderón, entonces ofendidos con Aristegui por el descubrimiento del supuesto alcoholismo presidencial. Esta remembranza sobre la reacción calderonista representada por sus colaboradores, me lleva a otra pregunta:
¿MVS volvió a recibir la orden del poder, o los directivos de la empresa decidieron de motu proprio quedar bien con el poder?
Sea cual fuere la respuesta, el affaire dejó muy mal parado a Peña Nieto. Esto porque si operaron las influencias de sus subordinados, en especial los afines a la trayectoria empresarial del grupo radiofónico, tal acción perjudicó al gobierno y desde luego al Presidente de México. Si fue al revés como presumen, entonces los empresarios “amigos del gobierno” dañaron la imagen presidencial al aventar su boñiga legaloide a la libertad de prensa, deyección que salpicó y puso en entredicho la honestidad del mandatario y sus empleados.
¿De dónde el odio jarocho ya sea de los emprendedores de la radio o de quien los controla valiéndose del dinero que representa la concesión y lo que de ella se deriva?
Sabemos la respuesta pero, como dicen los abogados, habrá que esperar a que las pruebas circunstanciales adquieran valor judicial; estar atentos a que por ahí aparezcan las razones o los aviesos intereses que guían el proceder de los censores.
Manipuladores u operadores
A los dislates burocrático-empresariales que afectaron la imagen de Enrique Peña Nieto, se agregaron los efectos de la caída del precio del petróleo y la inestabilidad financiera que alcanzó a la estructura hacendaria nacional. La combinación de esto con aquello opera como un lastre que, permítaseme la metáfora, impide el despegue del globo aerostático sobre el cual va la reputación del primer mandatario de la nación. Lo peor es que semejante rémora se ha incrementado con la chambonería de los amigos del presidente, concesionarios unos, subordinados otros y los menos recipiendarios del poder.
Bien lo dijo el entonces presidente John F. Kennedy fusilándose la frase de Andrew Carnegie, otrora rey del acero en Estados Unidos, además de buen filántropo: “Un hombre inteligente es aquel que sabe ser tan inteligente como para contratar a gente más inteligente que él”.
Con el respeto a la memoria y tamaño de los personajes referidos, yo le agregaría que también debe ser tan suspicaz como precavido para evitar que se lo lleven al baile quienes, además de inteligentes, suelen actuar como padrotes del poder.
Leer cuentos y novelas, escribió Jorge Volpi (Leer la mente, el cerebro y el arte de la ficción, Ed Alfaguara), “nos hace por fuerza mejores personas”. Es probable que el escritor estuviera pensando en los políticos que no leen mas que sus estados de cuenta. O quizá que se haya inspirado en los gobernantes esclavos del teleprompter y también en los que por su buena memoria, cual pericos repiten lo escrito en las tarjetas-resúmenes elaboradas por sus asesores dándole la razón a Einstein: “La memoria es la inteligencia de los tontos”, dijo el genio.


México injusto
Inicié estos borrones y enmendaduras con la cita de Carlos Fuentes, el mexicano entonces impactado por lo que ocurrió en la FIL de Guadalajara. Él sabía que su opinión no iba a modificar el resultado electoral; sin embargo, la vertió con el ánimo de alertar y exhortar a ser mejor a quien habría de gobernarnos. Puede ser.
Lo seguro es que no hay ley que obligue a los periodistas a ser éticos (Carmen lo es). Como tampoco existe norma que fuerce a los servidores públicos a ser honestos y de paso cultos. Simplemente se es o no ético como se puede ser o no honesto y culturalmente capaz. El oficio de los periodistas consiste en interpretar el sentir de la sociedad preocupada por la honestidad del gobernante: denunciar a los malos, que son pocos, para proteger a los buenos, que son muchos.
Por ello la libertad de prensa incomoda y molesta a quienes manejan el poder con intenciones personales. “Los únicos negocios que a los políticos o funcionarios nos deben interesar —decía Reyes Heroles— son los negocios públicos. Los negociantes que se ocupen de los negocios privados”.
Si quienes gobiernan siguieran la máxima del paradigma del PRI, no tendrían de qué preocuparse por lo que publican los periodistas ni la necesidad de armar estrategias para que los medios de comunicación privados se conviertan en operadores del Presidente. Los panegiristas son uno de los reflejos del México injusto que dejamos atrás hace muchos años, tiempos en que los presidentes veían su efigie en el espejo negro de Tezcatlipoca.

Twitter: @replicaalex