Todas las cosas
fingidas caen como flores marchitas,
porque ninguna
simulación puede durar largo tiempo.
Cicerón
En los últimos años del
siglo pasado, Eulalio Ferrer publicó el libro Información y comunicación[1],
una de sus obras sobre el tema que dominó y compartió con su generación y las que
le sucedieron. En la introducción de esas páginas Ferrer nos anticipó lo que
ocurriría al inicio de la primera década del tercer milenio, un “futuro
sembrado de asombros tecnológicos y vecindades humanas”. Líneas después asentó
que, debido a la rapidez propiciada por la comunicación electrónica, la frase
ritual de estar al día cedería su
sitio a la de estar al minuto.
Transcribiré unas líneas
del libro mencionado para que sirvan de marco referencial a lo que sabe cualquier
mexicano medianamente informado, sucesos que ninguno de los políticos se
atrevería a revelar y menos aun a difundir o comunicar porque, si lo hiciere, con
ese su acto de contrición republicana, alguno de sus pares —el que tenga poder—
de inmediato le decretaría la muerte civil.
Después de la cita de don
Eulalio mencionaré hechos reales y conocidos e incluso repetidos hasta el
hartazgo pero difíciles de comprobar. ¿Por qué? Pues porque sus autores son
expertos en la cultura del silencio; en manejar el ajedrez político y, sobre
todo, en la estrategia de la simulación o la conveniente costumbre de la
omisión. Por consiguiente, las mujeres u hombres exitosos en la praxis
política, algunos de ellos mencionados en las páginas anteriores, podrían ser
un buen ejemplo de esa conquista basada, justamente, en ocultar, tergiversar u
olvidar aquello que de conocerse lesionaría su imagen.
Es significativa la coincidencia de que los tres
principales creadores de los conceptos claves de la información y de la
comunicación tuvieron como campo de sus primeros ensayos el Departamento de la
Defensa Nacional de los Estados Unidos. Norbert Winer, con su Cibernética,
Claude Shannon, con su Teoría matemática de la comunicación, y Larry Roberts,
con Internet. Una visión en conjunto, como la que presentamos, nos dirá que los
hechos llevan la delantera a las palabras, pero sin las palabras, en su rica
fuente de acentos y estilos, no podrá expresarse ni entenderse la comunicación.
Seguramente una de las primeras cosas que hemos aprendido en el lenguaje de las
palabras y sus constricciones es que aquello que no es explicable o
comprensible no es comunicación. Como tampoco es comunicación la que confunde
al emisor con el receptor o no precisa bien la identidad de cada uno en el
todo. Vale agregar que la incomunicación es una de las formas rotundas de
ruptura o de exilio…
Es fácil
colegir lo que ocurriría si uno o dos de los políticos importantes usaran los
medios de comunicación para dialogar hablándonos sin tapujos con el propósito
de abandonar su auto exilio, para lo cual
tendrían que confesar las verdaderas razones de su crecimiento y éxito en el
sector público. Al minuto se
enteraría la sociedad y dichos asertos serían escuchados, vistos y leídos en
las redes sociales que, como lo anticipó Ferrer, hoy están sembradas de asombros tecnológicos y gratificantes
vecindades humanas.
La mujer u hombre veraz y sincero confirmaría a los
“visitadores” de la gran nube lo que ya se sabe pero que es difícil de probar,
como acertadamente lo definió Luis Cabrera (“lo acuso de ratero no de pendejo”);
que hay muchos políticos que se disfrazaron de honestos; que otro tanto se
colocó la máscara de impulsores de la empresa privada; que varios más se
pusieron el antifaz de patriotas y nacionalistas; que muchos adoptaron el papel
de interlocutores eficaces o defensores de los derechos humanos; y que un buen
número de ellos actuaron como demócratas cubriéndose el cuerpo con el vestuario
del teatro republicano. Se caerían las caretas para dejarnos ver los verdaderos
rostros: los de comerciantes del poder, celestinos de sus jefes, corruptores a
sueldo y comisión, cabilderos con licencia y con presupuesto para comprar desde
conciencias hasta intermediarios financieros de cuello blanco, así como prestanombres
inmobiliarios, encubridores de delincuentes, cómplices de gobernantes corruptos
y… la lista es larga, “el vértigo del etcétera”.
Ya que he copiado de
Umberto Eco la última frase entrecomillada, transcribo uno de los párrafos de
su libro Confesiones de un joven
novelista[2]
donde, entre otras experiencias, el escritor italiano nos muestra cómo el
ingenio de los creadores e inventores como Homero, plantea el camino para mostrar con pocas y significativas
palabras lo que por abundante alteraría la paciencia del más prudente de los
lectores:
… Homero no nos ofrece simplemente un ejemplo espléndido
de lista, sino que presenta también lo que se ha dado en llamar el “topos de lo
inefable”. Este “topos” se produce varias veces en Homero (por ejemplo, en la Odisea, canto iv, verso 240 y ss.: “No os relataré
cuántas proezas están en el haber del sufrido Odiseo…”); y a veces el poeta —enfrentado a la necesidad de mencionar una
infinidad de cosas o acontecimientos— decide guardar silencio. Dante se siente
incapaz de nombrar todos los ángeles del cielo, porque conoce su vasto número
(en el canto xxix del Paraíso, dice que eso excede la capacidad de la
mente humana). Así que, ante lo inefable, el poeta, en lugar de tratar de
compilar una serie incompleta de nombres, prefiere expresar el éxtasis de lo
inefable. A lo sumo, para transmitir una idea del incalculable número de
ángeles, alude a la leyenda en la que el inventor del ajedrez pidió al rey de
Persia como recompensa por su invento que le diera un grano de trigo por el
primer cuadro, dos por el segundo, cuatro por el tercero y así sucesivamente,
hasta el sexagésimo cuarto, alcanzando así un número astronómico de granos:
“…que eran tantos, que más millares cifraban / que los escaques cuando se
duplican”.
En
otros casos, ante algo que es vasto o desconocido, de lo que aún no sabemos lo
suficiente o de lo que nunca sabremos lo suficiente, el autor propone una lista
como muestra, ejemplo o indicación, dejando que el lector imagine el resto…
Concluyo esta, digamos que
metáfora, con una aclaración: yo ya hice mi muestra al incluir en este libro
varios políticos en cuyo bagaje personal y público, el conocido, existen actos
que suelen ser inexplicables, entre ellos la forma de crecer sus fortunas
personales. Y qué decir de lo privado que no conocemos pero que se echa de ver
porque ha trascendido como versión no confirmada, diría Luis Cabrera: sólo que
en estos tiempos, de acuerdo con lo apuntado por Ferrer, ya no hay forma de
ocultar la riqueza y menos aun la deshonestidad. A este fenómeno de la
modernidad se enfrentan los simuladores, personajes que tarde o temprano
dejarán descubierta su cola.
Según parece, le quedan pocos días a la impunidad que ha
sido el sello de la corrupción política (ojalá que ese tiempo no sea el
equivalente al del “intervalo espacial”). La única forma de que esto no ocurra,
es que se “caiga el sistema”, la gran nube de internet, o que todas las
computadoras se “mueran”. ¡Dios nos libre!
*Capítulo de La Puebla
variopinta, conspiración del poder, libro de mi autoría publicado en 2015
@replicaalex