martes, 29 de noviembre de 2011

De políticos, periodistas y brujas


Por Alejandro C. Manjarrez
Ya que algunos aspirantes se niegan a leer, sería conveniente que se volvieran cinéfilos. Pero no para ver películas de ciencia ficción o thrillers donde hasta el cácaro se muere. No. Hay temas digamos que más ilustrativos; por ejemplo:
La ley de Herodes
Es una recopilación de los usos y costumbres en la política aldeana cuyos efectos han trascendido a las capitales donde los chicharrones del gobernador son los únicos que truenan. De ahí que la maquinaria oficial funcione como relojito: que se necesita cambiar la Constitución… pues sus muchachitos legisladores la cambian ipso facto. Que a los presidentes municipales les urge el calor político… pues entonces éstos deben montarse en las giras del mandatario estatal para salir en la foto y publicitar que por ahí anduvo el alcalde. En pocas palabras, el titular del Poder Ejecutivo es el único que reparte y comparte siempre, que conste, con la Constitución en la mano. No hay que olvidarlo.
Colores primarios
Si el aspirante a un cargo de elección popular requiere asesoría para tener éxito en su campaña interna primero y después en la constitucional, debe sentarse a ver esta película de John Travolta. Aprenderán a librarse de los problemas de faldas o de pantalones, dependiendo las inclinaciones y el sexo. También conocerán algunas de las fórmulas que les podrían ayudar a derrotar a los oponentes valiéndose de la información privilegiada (sexo y drogas). Y les mostrará la ventaja de contar con profesionales en marketing político cuya sensibilidad va más allá de lo tradicional. Véanla cuanto antes para que no rieguen el tepache.
Ciudadano Kane
Es uno de los éxitos de la cinematografía estadunidense que le dio el Oscar, el único que tuvo Orson Wells. Refiere la historia del magnate de la prensa (Charles Foster Kane), dueño de una cadena de periódicos, varias emisoras y una valiosa colección de pinturas. El tipo muere y su última palabra (Rosembud) desata una investigación del grupo de periodistas decididos a desentrañar el misterio del vocablo. Aquí la lección sería: “Para que la cuña apriete…” Bueno, también hay otra: los magnates tienen su colita.
Todos los hombres del presidente
Se trata de la historia de dos reporteros del diario The Washington Post, cuya tozudez e información propició la renuncia de Richard Nixon, después de que ser descubierto el allanamiento conocido como “caso Watergate”. El film enseña lo que pueden hacer los periodistas cuando se deciden a investigar cualquier cosa. Así que si no la ha visto o ignora la historia, réntela, siéntese y disfrútela. Le aseguro entenderá la importancia del trabajo u oficio periodístico.
Wag the dog
El argumento de esta película se basa en la necesidad de crear una cortina de humo en torno al presidente. El tipo había sido acusado de abuso sexual a una joven visitante a la Casa Blanca. El war room opera y ahí se diseña una guerra ficticia para, con la ayuda de los medios de comunicación, desviar la atención del hecho que afectaría la reelección del mandatario caliente, proceso que iniciaría once días después de la denuncia. En este caso la enseñanza tiene dos vertientes: reconocer la influencia de los medios de comunicación (electrónica y escrita) y adquirir la obligación de contar con un sexólogo que oriente los apetitos desenfrenados, sobre todo durante los previos electorales. Apúntenle: no hay mejor cinturón de castidad que el sufragio popular.
Si yo fuera diputado
Cantinflas le mostrará que sin necesidad de preparación de por medio, se puede llegar a ocupar uno de los escaños de la Cámara de San Lázaro e incluso del Senado. Basta tener vocación para ayudar a los desvalidos y, obvio, contar con un asesor jurídico-político. Aunque no hay enseñanzas trascendentes en esta película, se divertirá con la trama del peluquero que accedió a lo que algunos definen como la universidad de la política. Y además aprenderán a cantinflear con gracia en vez de arriesgarse a hacerlo de manera ridícula.
La bruja y la guerrera
El comic que se convirtió en film narra, entre otras aventuras, la de una bruja que lanza un hechizo sobre Nueva York: todos los hombres se convierten en indefensos animalitos y la arpía suelta un ejército de súper villanas para cazarlo. Aparece la Mujer Maravilla quien convoca al ejército de todas las heroínas y asunto arreglado. Se trata, pues, de una película que carece de utilidades morales. Sin embargo, si ubicamos en esta trama a la maestra Elba Esther, podríamos encontrar alguna similitud con el poder de las brujas y las guerreras, unidos ambos bandos para hacerse uno solo. Aquí la lección sería: búsquese una madrina como la Gordillo y olvídese de las películas. Empero, en el caso de que le guste el séptimo arte, recuerde que el miércoles es de dos por uno. Me refiero a las entradas al cine no así a las condiciones de las alianzas para hacer diputados y senadores de dedazo. ¿O se dirá legisladores falderos?

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domingo, 27 de noviembre de 2011

La transparencia opaca


Por Alejandro C. Manjarrez
Transparencia y verdad, son dos conceptos que significan lo mismo; cuando menos en política. Lo dijo Jean-Jaques Rousseau y yo lo parafraseo: "Los que quieren tratar a la política y a la moral en forma separada nunca entenderán nada sobre ninguna de las dos". Pero al parecer éste y otros pensamientos y aportaciones del literato e ideólogo suizo, sólo han servido para enriquecer la retórica oficialista o, como es el caso, darle sustento a reflexiones como la que usted está leyendo.
Si un gobernante hablara con la verdad, sería irrebatible que no hace falta la transparencia. O al revés: si la transparencia fuera una cultura equivalente a cualquier religión, la verdad saldría sobrando. El problema es que si nos acogemos a la ética, digamos que draconiana –por  severa obvio–, veremos que no existe ni la una ni la otra ya que ambas son condiciones que estorban al político, no importa que éste sea un egresado de Harvard o de la Sorbona o que haya estudiado en algún seminario religioso incluido el tibetano. Al final de cuentas, para los servidores públicos en el poder que sea (Ejecutivo, Judicial o Legislativo), la verdad y la transparencia estorban.
Imagínese el lector a cualquier mandatario, hombre, mujer o gay, diciéndole al pueblo cómo y por qué llegó al cargo. O confesándole las transgresiones a la ley y a la moral pública y privada que puso en práctica para ser omiso o cómplice con lo que vio, escuchó y atestiguó durante su trayecto en el sector público. O manejándose como los curas en un acto de contrición para que, en su caso, la sociedad considerara perdonarles los pecados con la condición de que devolvieran al pueblo el dinero que se robaron, recibieron como cochupo o les fue dado en calidad de aportaciones a la causa, que en su caso es la búsqueda del poder. O mostrándole a la autoridad electoral las mañas comunes en la lucha por ganar elecciones. O informándole a sus gobernados el modo y las razones para inducir, obligar y controlar a los representantes populares y también, por qué no, a los miembros del poder Judicial. Y ya para que hablar de las costumbres personales, algunas de ellas exentas de moral y honestidad.
Búsquele y si por ahí encuentra un servidor público honesto, recto y veraz, dígaselo a todos para que sepamos quién es él o ella. A lo mejor y hasta proponemos al tipo para que reciba desde el Nobel hasta el premio Guinness, depende el grado de excelencia.
¿Los habrá?
Por el momento lo dudo aunque a lo mejor acaba de nacer ese hombre o mujer que, por ejemplo, emule a Benito Juárez o a Porfirio Díaz, dos de los personajes de nuestra historia que nunca dieron de qué hablar sobre su honestidad y transparencia. Según los historiadores, ambos se distinguieron porque no robaron dinero del erario público. Dirían los alumnos de Carlos Hank González: resultaron ser unos pobres políticos. Sin embargo, lo curioso es que tanto uno como el otro fueron trasparentes hasta en sus deseos, necesidad o estrategia para conservar el poder mediante reelecciones que trastocaron la Constitución de entonces, la de 1857. Los menciono nada más para que le midamos el agua a los camotes.
Y ya que viene a colación el tubérculo que hizo famoso la cultura culinaria poblana, enriquecida por cierto con las especies que, dice Jesús Manuel Hernández, trajo Catarina de san Juan, la famosa China Poblana, le pregunto al lector:
¿Conoce usted algún político en funciones que sea veraz y por ende honesto? ¿Sabe cuánto gastan nuestros gobernantes en sus viajes en helicóptero, avión o uso de sus “bestias” terrestres? ¿Está al tanto de lo que se invierte en la seguridad de quienes nos gobiernan? ¿Alguien le ha dicho la cantidad de dinero que se destina para mantener la parafernalia y los servicios de Casa Puebla, por ejemplo?
Las respuestas negativas abonan lo que digo al inicio de estas líneas: el manejo del concepto transparencia sólo ha servido para enriquecer la retórica oficialista. No hay tal,  ni la habrá mientras los legisladores tengan puesta la brida del Ejecutivo para que no trastoquen el gatopardismo (cambiar todo para que nada cambie) que ha hecho famosos a los sicilianos, por citar a quienes han dado fama a esta costumbre.
Y ya que traje a colación la paradoja de Lampedusa manifiesta en el poder Legislativo de Puebla y de otras entidades, propongo a los diputados de acá que se pongan de acuerdo y legislen sobre la verdad ya que no les interesa hacerlo sobre la transparencia. Es un tema fácil si parten de que la mentira se convierta en un delito grave y por ende sin derecho a fianza. ¿Los dejarán? ¿Podrán darse ese que al parecer es un lujo republicano?
Se aceptan apuestas.
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jueves, 24 de noviembre de 2011

El cambio de Moreno Valle



Por Alejandro C. Manjarrez
Llegó la hora de olvidar las diferencias ideológicas, dijo Rafael Moreno Valle ante el presidente Felipe Calderón y la parafernalia de Teletón-Televisa.
Durante el protocolo que se equipara a cualquier rito religioso (las loas a los ángeles, santos y seres celestiales), una vez más Rafael repitió la frase de Otto Von Bismarck (sin mencionarlo, obvio), para resaltar que un político se preocupa por la próxima elección mientras que un estadista lo hace por la próxima generación. En seguida le agradeció al Presidente su apoyo dejándonos en ascuas sobre el motivo de la cita. ¿A quién se refería Moreno Valle, a él o a Felipe Calderón?
La verdad no tiene importancia porque de una u otra forma la obligación de los gobernantes es trabajar para lo que fueron electos: la presente y las futuras generaciones. El problema está cuando presumen hacerlo y se llevan entre las patas a quienes no comparten su ideología o sus intereses personales. “Para eso es el poder, chingao”, diría un inolvidable político poblano.
Y en efecto: en la historia de esta entidad hay varios ejemplos de ese ejercicio de gobierno donde en el peor de los casos hubo ciudadano comunes que fueron carne de cañón, y en el menos malo, personas que padecieron (o sufren) lo que se conoce como la “muerte civil” decretada por el gobernante para evitarse el ver o escuchar a sus “sentenciados”. En fin.
Lo importante del acto que una vez más pone a Televisa en los corazones de las familias mexicanas que no saben ni les importa si el poder se ejerce para allanar el camino a la próxima elección, o si es usado para sembrar la semilla que habrán de cosechar los mexicanos del futuro, fue el discurso del presidente de México a quien, en esta ocasión debemos agradecerle que no haya hablado de su guerra contra el narcotráfico. Bueno no lo hizo de manera directa; sólo usó el mensaje subliminal de las frases donde subyace la tragedia nacional, mención que se perdió entre la emotividad de sus palabras: Felipe Calderón habló de Beatriz, la hija del matrimonio popoloca invitado por él al escenario para resaltar que el padre de la niña fue uno de los cientos de albañiles que construyeron el nuevo CRIT. Y acudió (no sé si consciente o de manera casual) a la magia que tiene el nombre Beatriz desde que Dante Alighieri la inmortalizó en su Divina Comedia.
Lo importante del acto que, insisto, es uno más del proyecto social de Televisa (y no por ello dejó de ser medular), estuvo en la participación de quienes representaron los tres niveles de gobierno. El Alcalde de San Andrés Cholula, el Gobernador de Puebla y el Presidente de la República. El primero con la rúbrica panista (“que Dios los bendiga”), el segundo con su cita preferida (la de Bismarck), y Felipe Calderón con su buena oratoria salpicada de testimonios. Lo curioso es que cada uno en su nivel se manejó con la naturalidad que genera la confianza: Miguel Ángel Huepa,  como el anfitrión municipal que “condonó” los impuestos; Rafael Moreno Valle, como el mandatario impulsor de la idea y, previa autorización de SU Congreso, aportador de los recursos económicos; y Felipe Calderón, como el presidente amigo de Televisa y líder de los gobernantes panistas amelcochados.
Me llamó la atención, y por ello lo resalto, lo que podría ser el nuevo estilo de expresión corporal de Moreno Valle (¿recomendación de Marcelo?). Ya no manoteó como solía hacerlo. Sus movimientos fueron pausados y naturales. Proyectó una sonrisa de felicidad que contagió a los presentes. Y acudió al viejo pero efectivo recurso de agradecer a su esposa el apoyo para impulsar la construcción del CRIT, alusión que propició el otro viejo recurso en la voz presidencial: la broma que al inicio de la pieza oratoria atrae la atención del respetable.
Ahí está, pues, este nuevo centro de rehabilitación para niños y jóvenes de hasta 18 años. La labor del personal que lo conforma dará esperanza a miles de familias poblanas, tlaxcaltecas y veracruzanas que sufren la desgracia de tener un hijo con alguna discapacidad. Es, ni duda cabe, una extraordinaria oportunidad para esas personas. Y también podría serlo para el mandatario poblano que, se supone, a partir de ayer ya es un hombre más sensible y realizado, condición sujeta a que pase o no la prueba cuando ratifique y rectifique su animadversión hacia la prensa escrita; es decir, que certifique lo que dijo al inicio de su intervención: llegó la hora de olvidar las diferencias ideológicas. Como se lo aconsejaría Napoleón III: En política hay que sanar los males, jamás vengarlos”.

Twitter: @replicaalex

martes, 22 de noviembre de 2011

Priistas ¿dignos o indignos?


Por Alejandro C. Manjarrez
Cuando la dignidad se convierte en un requisito de sobrevivencia política, no hay riesgo que impida tal manifestación. Y ayer precisamente tuvimos dos muestras de esa actitud a veces suicida, una de ellas protagonizada por Manlio Fabio Beltrones, y la otra a cargo de los priistas poblanos que, según parece, han decidido quitarse la argolla que pretende ahorcarlos.
¿Cómo ceder las candidaturas que, gracias a la política de Felipe Calderón, están prácticamente ganadas para el PRI? ¿Por qué doblegarse ante la maestra Elba Esther Gordillo, cuando fueron sus huestes las que metieron mano para que perdieran la gubernatura? ¿Cuál es la justificación que darían si no rechistan por la imposición de la brida morenovallista?
Estas algunas de las cuestiones que deben haber influido en el ánimo de los priistas, razones que de concretarse pondrían en riesgo el prestigio que le queda a su partido. Por ello, creo, adicionándose a la voz discordante de varios militantes, a la dirigencia estatal no le quedó de otra mas que manifestar su rechazo y descontento con el Convenio de Coalición avalado por el líder Humberto Moreira Valdes.
Aunque el documento que impugna lo que es una negociación cupular haya sido signado por varios poblanos aspirantes al Senado de la República, es obvio que de ahí no pasará debido a que los aspirantes nunca podrán imponerse a la dirigencia nacional. Se trata pues de una lucha a todas luces dispareja; del empeño personal de cuatro o cinco priistas poblanos unidos por el deseo de ocupar la candidatura senatorial, para lo cual decidieron enfrentarse a la líder magisterial cuyo bagaje electoral ya fue comprado por Enrique Peña Nieto y su operador Moreira; de un selecto grupo dispuesto a combatir las decisiones del general en jefe de esta gran aldea, quien por cierto es ahijado político de la profesora Gordillo; en fin, de una acción que sin duda provocará reacciones a la usanza Lampedusa.
Especulemos:
Si los hados siguen estando del lado de Enrique Doger Guerrero, éste podría quedar en la candidatura de partido para convertirse en uno de los cuatro senadores que tendrá la entidad poblana. No es el caso de Alejandro Armenta e Ignacio Mier, quienes tendrían que conformarse con las candidaturas a diputado federal, igual que Blanca Alcalá, Víctor Manuel Giorgana y otros más con la trayectoria política que acredita sus pretensiones. No obstante los gritos y sombrerazos mediáticos, las cosas, insisto, podrían seguir igual, tan igual como antes.
El Panal con su cuota de diputados y un senador. El Verde coaligado para no perder su piscacha de poder político. Y el PRI obligado a aportar la cuota de votos que cuando menos en Puebla legitimen el triunfo de Enrique Peña Nieto. Y aquí, en este último supuesto, entran Javier López Zavala y Enrique Agüera Ibáñez, ambos como la fórmula PRI-Panal para contender y representar a Puebla en la Cámara Alta.
Lo curioso de este escenario es que, si no me falla la prospectiva, llegarían al Senado de la República el trío que hace meses coincidió con el deseo marinista, objetivo que dos de ellos trabajaron con la idea de que el PRI, su partido, ganara la gubernatura. Y los tres, que conste, están pensando en labrar su futuro político que va de la presidencia municipal de Puebla hasta la gubernatura del estado.
Si partimos de la palabra empeñada, la otra curiosidad la conformaría Alejandro Armenta Mier, ya que éste ha dicho que declinará cualquier postulación que no sea la del Senado; es decir, dirá no a la de diputado federal.
La tercera rareza seguramente correrá a cargo de Blanca Alcalá Ruiz, debido a que la ex munícipe tiene de su lado tres factores importantes; a saber: la cuota que valida la equidad de género, su cercanía concertada con Peña Nieto, y un importante cómplice político en la persona de Jorge Estefan Chidiac, el que maneja la lana del PRI. Sin embargo, Blanca adolece de un problema: el visto bueno de Elba Esther Gordillo, cuya influencia y decisión podría quedar a cargo del gobernador Rafael Moreno Valle, amigo de la maestra, enemigo de Blanca.
Queda claro, pues, que lo importante en este tablado es la dignidad, actitud que, como ya quedó escrito, se ha convertido en un requisito de sobrevivencia política. Y que junto a tal manifestación está presente el peligro de la escisión priista que fomentaría Manlio Fabio Beltrones, ahora líder moral de los inconformes con el Convenio de marras: recordemos que Manlio acaba de manifestar su acuerdo con la candidatura de Peña Nieto y al mismo tiempo su desacuerdo con el talante de la dirigencia de su partido, o sea de Humberto Moreira, desde endenantes aliado de la poderosa Elba Esther y todo lo que ella representa, incluida la influencia de Carlos Salinas de Gortari.
¿La dignidad contra lo indigno?
Twitter: @replicaalex


domingo, 20 de noviembre de 2011

La luz del progreso



Por Alejandro C. Manjarrez

Vaya este episodio de la historia de Puebla para que a unos no se les olvide la Revolución y otros se enteren de sus orígenes, sobre todo los tecnócratas cuya cultura suele ser utilitaria, cuando más. Es mi aportación al “Buen fin”
Desde que Alberto Santa Fe y Manuel Serdán publicaron la Ley de Pueblo*, ambos sabían que los porfiristas harían algo para reprimirlos. “Se va a encabronar el gobierno…”, le dijo Manuel a su amigo Alberto. Éste estuvo de acuerdo y advirtió a Manuel que para protegerse era necesario crear lo que más tarde llamarían su panoplia política:

—Mira Manolo —puntualizó Santa Fe—,  lanzaremos la proclama después de convencer a varios amigos y simpatizantes para que, justo al otro día de publicada, protesten contra la explotación del campesino y apoyen el reparto de tierras que vamos a proponer. Con ello conseguiremos tener muchos aliados que nos protejan. Obligaremos al gobierno a que lo piense dos veces antes de hacernos daño. Los mártires estorban al poderoso.
—El problema es que no sabemos a quién le tocará gobernar mañana. Si a Pacheco, o a Bonilla, o a León. El peligro está detrás del gobernante, el que sea. Abundan los expertos en la lisonja y la manipulación, tipos que por quedar bien son capaces de cualquier cosa. Tú lo sabes, Alberto: nosotros seremos su objetivo, tal vez el principal…
—Por eso necesitamos el apoyo del pueblo —insistió Santa Fe arrebatándole las palabras a Serdán—. Es la fuerza popular la que nos hará invulnerables ante las persecuciones del gobierno. Nuestra ley es el primer paso. Y la campaña que llevemos a cabo, el tranco definitivo.
Los amigos se quedaron callados, cada uno pensando en el futuro inmediato. La seriedad de Serdán agudizó sus facciones angulosas. Y la seguridad de Santa Fe acentuó en su rostro la tranquilidad que le había hecho un hombre convincente. Los dos meditaban sobre el impacto que tendría su propuesta social.

En 1878 se publicó la Ley del Pueblo en el periódico La Revolución Social, órgano del Partido Socialista Mexicano fundado por Manuel y Alberto y, de acuerdo con lo que sus creadores habían planeado, hubo grupos que adoptaron como suyo el contenido del manifiesto: todos coincidieron en que representaba la esperanza para mejorar las condiciones del trabajo y, de alguna forma, participar en un acto patriótico: la defensa del país contra las ambiciones políticas de Estados Unidos.
Además de su exhortación que tardó tres décadas en consolidarse, los autores de aquella proclama vislumbraron lo que pasado el tiempo se presentaría como un mal irremediable: el dominio del capital sobre los gobiernos. En algunas de sus líneas, el programa estableció los siguientes criterios generacionales:

“En menos de setenta años de vida independiente, hemos perdido la mitad del territorio patrio, que en 1848 pasó definitivamente a poder de los norteamericanos: tenemos comprometida gravemente la otra mitad: hemos ensayado como sistemas de gobierno, el imperio y la república unitaria y la república federal, el sistema dictatorial y el sistema democrático, sin conseguir establecer la paz.
“En ninguna nación civilizada el pueblo, las masas, los artesanos, las gentes que trabajan viven en la miseria tan espantosa como viven entre nosotros…
 “¡Estamos enfermos!; estamos muy enfermos pero, al menos que nosotros sepamos, nadie ha dicho: esta es la causa de la enfermedad, ni este es el remedio. Pues bien esa es la tarea que nosotros nos hemos impuesto (…) porque nadie puede ocultar que, si seguimos entregados a la guerra civil, cosa que sucederá infaliblemente si no se destruye el origen de la guerra, que es la miseria del pueblo, dentro de pocos años, México será una colonia norteamericana…”

Una vez que se conoció el contenido de la Ley del Pueblo, los esbirros del gobierno echaron ojo a sus promotores. El más vulnerable era Manuel debido a su bondad y buen talante, en tanto que Santa Fe tenía vínculos con la sociedad identificada con Porfirio Díaz, quien por aquellos entonces acababa de llegar a la presidencia. Así que la autoridad dictaminó desaparecer a Serdán sin dejar rastros, precisamente para no crear mártires. Sin él —dijo alguien— será más fácil desarticular aquel proyecto social, acción que hará dudar a los simpatizantes de la propuesta de Serdán y Santa Fe, además de desanimarlos e incluso “meterles miedo”.

—¿Preparaste la detención de ese Manuelito? —preguntó el jefe político al encargado de la operación contra Serdán.
—Sí jefe. Está todo listo. Ya lo tenemos vigilado y mañana a primera hora, cuando salga de su casa, lo agarraremos —respondió éste bajando su mirada feroz.
—Que no se te escape, ¡eh! Madrúguenle pa’que den buenas cuentas al patrón.
—Pierda cuidado jefe. Éste no se nos va vivo —machacó el esbirro mostrando sus dientes amarillentos y cubiertos de sarro.
Los otros dos sicarios asintieron como autómatas.

El aroma del amor
Manuel Serdán se levantó al escuchar el primer canto del gallo madrugador. Tenía que viajar a Huejotzingo donde lo esperaban un centenar de idealistas dispuestos a enarbolar la Ley del Pueblo manifestándose así en contra la persecución de quienes pretendían organizarse para mejorar sus condiciones de vida. Trató de no despertar a su esposa, empero, ésta se dio cuenta a pesar del silencio que procuraba Manuel.
—¿A dónde vas tan temprano? —preguntó Carmen sin abrir los ojos.
—Sólo voy a Huejotzingo; por la tarde estoy de regreso.
—Ten mucho cuidado Manuel. Soñé cosas feas. Mejor no vayas. Deja para otro día lo que tengas que hacer —dijo la mujer en tono de súplica.
—Es imposible. Me esperan unos amigos importantes; no puedo fallarles. Duerme y te prometo que soñarás cosas bonitas. Anda, descansa. Ya no te preocupes…
Todavía amodorrada, María del Carmen Alatriste se tapó la cara con la colcha y resignada espetó: —Cuídate. Piensa en tus cuatro pequeños hijos. Desconfía hasta de tu propia sombra. ¿Me lo prometes?
—Lo haré. Te lo prometo. Voy a ubicarme delante del sol…
Después de reírse en silencio de su propia respuesta, Serdán levantó el grueso cobertor de lana para besar el hombro de su esposa que por respuesta emitió un gruñido cariñoso. Enseguida abandonó la casa llevándose consigo el dulce aroma de quien había procreado a sus cuatro hijos. Cuando cerró la puerta de su hogar sintió en la cara la humedad de la densa bruma que ocultaba el brillo de la luna de octubre. “Esto parece una cueva de lobos”, pensó mientras se cubría el pecho con las enormes solapas del abrigo gris oxford que le compró a un viajero inglés en apuros. Esa negrura más la advertencia de su mujer le produjeron un extraño presentimiento: recorrió su cuerpo el escalofrío que le puso la carne de gallina. Sacudió la cabeza para ahuyentar el mal presagio y caviló acordándose de la percepción extrasensorial de su esposa: “Espero que esta vez Mari Carmen se equivoque”, bufó molesto antes de continuar su camino hacia a las profundidades de esa cueva de lobos.
Recorrió cuatro de las calles del trayecto que conducía al lugar donde esperaba el carro que habría de llevarlo a Huejotzingo. El viento frío le provocó un ataque de tos cuyo estruendo alertó a los perros que ladraron como si fuesen lebreles entrenados por el gobierno para cazar a quienes difundían las ideas democráticas. Cien metros antes de llegar a la terminal, cuando la niebla se abría dejando ver la perspectiva de los edificios que custodiaban la perfección de la traza de la ciudad, escuchó su nombre. Trató de identificar a quien lo había llamado y se encontró con el brillo rojizo de los ojos del tipo. Creyó ver en ellos la mirada del nagual que conoció a través de los cuentos y las leyendas que andan en la boca de la gente del pueblo. E instantes después recibió un cachiporrazo en el rostro, golpe que produjo un sonido ensordecedor, mismo que fue disminuyendo hasta que perdió el sentido.
—¿Éste es? —preguntó el agresor a sus compinches. La afirmación dio pie para que dos de ellos lo levantaran del suelo lanzándolo al interior del vehículo que los aguardaba. “¡Vámonos a Tochimilco! —ordenó el encargado del secuestro—. ¡Apúrenle! En el camino terminamos el trabajo”.
La carreta partió hacia el destino final de Manuel Serdán. Media hora después de transitar por el accidentado camino, el abogado empezó a volver en sí. Confuso por los brincos y con el dolor manifestándose en el lugar donde pegó la cachiporra, todavía medio aturdido, alcanzó a escuchar la conversación de sus captores. De inmediato supo lo que le esperaba. Hizo acopio de la prudencia y valor que le habían ganado la fama de hombre tranquilo y concertador. Levantó la vista para decir a quien supuso jefe de esa asonada:
—¿Podremos dialogar como seres inteligentes?”
—Hable usted abogado. Todo condenado a muerte tiene derecho a pronunciar sus últimas palabras —respondió el fortuito interlocutor, ocurrencia que fue festejada por el resto de captores cuya carcajada formó un coro macabro. El jefe mostró su satisfacción por la respuesta del grupo recorriendo las caras con su mirada torva.
En ese momento Manuel se dio cuenta de que su vida sería cegada por aquellos asesinos a sueldo. En un segundo recordó la conversación que había tenido con su esposa así como las palabras que cruzó con Santa Fe. Con esas imágenes en la cabeza decidió sugerir a sus captores la secuencia de su propia muerte.
—Si me van a matar entonces háganlo ya y desaparezcan mi cuerpo para que nunca nadie lo encuentre. Esa es mi última voluntad —dijo pensando en que la esperanza de suponerlo vivo mantendría el movimiento y daría ánimo a su mujer. Dedujo asimismo que su recuerdo sería el motor que impulsaría la revolución, la misma que años después encabezarían sus hijos. Supo igualmente que su nombre estaría asociado al derrocamiento de Porfirio Díaz.
Cuando Serdán trataba de encontrar alguna frase que pudiera salvarlo, el sicario en jefe le hundió un cuchillo en el pecho. Las risotadas de los esbirros del poder rompieron la bruma trazando el claro por el cual pasó el primer destello del sol, haz que iluminó la cara de los asesinos. En ese momento Manuel le quitó tiempo a la muerte para sentenciar:
—Pronto aparecerá la luz que habrá de impulsar el progreso de México. Díganselo a su patrón; que sepa que el pueblo caminará delante del sol; que ese resplandor será el castigo para quienes cometan…
El réquiem de Serdán quedó trunco porque otro cuchillo atravesó su cuello. Ya no hubo dolor. El dulce bálsamo de Carmen acompañaría a Manuel en su viaje hacia la otra dimensión.
Los sicarios cumplieron así la orden del poder que había empezado a engendrar la miseria de su propio poder. Sólo les faltaba desaparecer el cuerpo de la víctima.

No se volvió a saber nada de Manuel Serdán. Su cadáver pudo haber sido lanzado a uno de los socavones por los que se alcanzaba a oír el bramido del torrente subterráneo presto a tragarse todo, incluso a los hombres buenos.
—Nadie debe encontrarlo —fue la instrucción de la mente criminal que conocía bien la zona por donde pasan las aguas del deshielo del Popocatépetl, corrientes que braman y corren ocultas en busca de las salidas que conducen al mar.
Manuel Serdán se esfumó de la faz de la tierra. Lo único que prevaleció fue la energía de su espíritu, fuerza que encontró a sus hijos quienes a su vez hallaron al pueblo decidido a no seguir de hinojos, todos dispuestos a cobrarse los agravios del porfiriato.
Las ideas de Manuel Serdán y Alberto Santa Fe, produjeron el eco que el tiempo aumentó de intensidad hasta que el pueblo lo escuchó resumido en dos palabras: Justicia Social.
Empezó así el movimiento que tres décadas más tarde convulsionaría al país, la Revolución que en Puebla fue acompañada por el aroma del amor, cortejo de la primera víctima de la dictadura.


* García Cantú, Gastón, El pensamiento de la reacción en México. Ed. Empresas Editoriales, sa, México, 1965.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Moreno Valle y su poder de seducción


Por Alejandro C. Manjarrez
Quitándole el lastre que significa la animadversión hacia la prensa escrita, actitud que parece ser su eventualidad sexenal, habrá que reconocer las capacidades políticas y administrativas de Rafael Moreno Valle Rosas.
Aclaro y enseguida expongo:
Con el ánimo de evitar que se me confunda con alguno de sus entusiastas panegiristas, antes sus brutales críticos, sólo citaré dos de las acciones morenovallistas, mismas que podrían avalar los comentarios que a continuación expreso:
1. Convenció a los diputados del PRI para que en San Lázaro pelearan con sus pares la asignación a Puebla de lo que resultó ser el mayor presupuesto en la historia de esta entidad: más de 57 mil millones de pesos. Y
2. Preparó el terreno político con la intención de librar los escollos que pudieran impedirle alcanzar los ambiciosos objetivos que forman parte de su proyecto de largo aliento. Uno de esos obstáculos es la presencia de la oposición que prefirió negociar en vez de pelear –como sería su obligación ética y estatutaria– por los espacios de representación social.
Como verá el lector, no hay duda sobre los talentos que Rafael ha exhibido en el quehacer público local y nacional, capacidad que por cierto contiene altas dosis de gobernanza. Ahora tratemos de dilucidar el otro aspecto, quizás el más complejo dado que obliga a unir algunos cabos sueltos para con ellos “amarrar” la siguiente conclusión del columnista:
A través de las próximas diputaciones y senadurías, el PRI, el Panal y el PVEM consolidarán lo que seguramente ha sido una intensa y larga negociación destinada a controlar la política poblana, espacio en el cual podríamos insertar a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Puntualizo:
Primero “conquistó” a Juan Carlos Natale, dirigente estatal del Verde Ecologista, cuyo proyecto político giraba en torno al entonces candidato Javier López Zavala. Después trabajó la designación del líder poblano del Partido Nueva Alianza, cargo que recayó en Gerardo Islas Maldonado, quien durante la campaña morenovallista estuvo al frente de las relaciones públicas. En el ínterin manejó el poder para conciliar con algunos dirigentes del PRI en la entidad, ciudadanos cuyo paso por la administración marinista produjo ciertos datos contables difíciles de cuadrar, como dicen los auditores. Y lo más importante dada su trascendencia social: amalgamó los intereses y programas del gobierno con los planes de desarrollo de la BUAP y su rector Enrique Agüera Ibáñez.
Una vez consolidados estos puntos mediante la firma de la alianza de los partidos mencionados, lo que sigue es menos complejo debido a que el próximo proceso electoral federal no tendrá las dificultades que produce la atomización partidista para, en consecuencia, permitirle conservar el control político, casi íntegro. Por un lado colaboran a esta causa el PRI y sus aliados. Y por otra parte, sin proponérselo claro, el terreno en cuestión será abonado por la falta de representatividad del PRD. Dicho con otras palabras: las huestes tricolores apoyadas por los maestros, principalmente, enfrentarán a una izquierda que, como hemos visto, se encuentra resquebrajada pero en este caso con la posibilidad de usar la “prótesis” que representaría la participación de Andrés Manuel López Obrador.
¿Y el PAN?, preguntará el lector.
Según parece, los candidatos del blanquiazul tendrán que rascarse con sus propias uñas ya que no recibirán el calor político del mandatario que, paradójicamente, lo fue gracias a esas siglas. Los veo metidos en una lucha contra la oposición y sin el apoyo del gobernante que es su líder moral. Incluso topándose contra el muro invisible que forma la indiferencia que, le apuesto, será nutrida con una incontrovertible pero exacerbada legalidad.
A todo lo anterior habría que adicionar lo que –se dice en los corrillos políticos– serán las fórmulas que participarán en la elección del 2012, todas ellas apoyadas por las estructura electoral del PRI, Panal y PVEM. Súmele probables sufragios y estos aliados obtendrían más o menos la misma votación con la que ganó Rafael Moreno Valle, números que dejarían al PAN con su voto duro o tradicional, o sea, en el segundo plano. Verbigracia: Zavala y Agüera (PRI y Panal) resultarían prácticamente invencibles. Y a esto agregue el lector lo que mediática y electoralmente representará Enrique Peña Nieto, el priista que hasta ayer contaba con el apoyo de Elba Esther Gordillo, la líder magisterial que hizo presidente a Felipe Calderón y gobernador a Rafael Moreno Valle.
Ahí tiene usted un trazo del trabajo político que ha realizado el mandatario de Puebla, labor que incluye lo descrito y otras acciones más que después le platico. Mientras me inspiro, sirvan estas líneas para ratificar lo dicho en otras entregas: Moreno Valle ha usado su poder de seducción para convencer a tirios y troyanos. Y también a la llamémosle inteligencia académica.
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martes, 15 de noviembre de 2011

La muerte viaja en helicóptero



Por Alejandro C. Manjarrez
Si sabe de alguien que haya salido ileso de un accidente de helicóptero, considérelo uno de los suertudos. Esto porque la estadística establece que sólo 15 de cada 100 han sobrevivido, muchos de ellos con heridas graves.
El lado blanco del registro de marras se vivió en Puebla cuando salvaron la vida Melquiades Morales Flores, Mario Alberto Mejía, Amado Camarillo, José Yitani Maccise, Miguel Reyes Razo, Sergio Ayón Rodríguez, Moisés Carrasco Malpica, Felipe Flores Núñez, Carlos Ramírez Cardoso, Luis Gerardo Inman, Rogelio Calzada, Salvador Flores y Saúl Plascencia. Su helicóptero se incendió pero a ellos no les pasó nada.
Como casi nadie puede contar la sensación que producen los helicóptero en colisión, he rescatado de mi archivo lo que me dijeron algunos de esos trece suertudos a quienes entrevisté poco después del percance, experiencia que viene a cuento por el lamentable accidente de Francisco Blake Mora y sus siete acompañantes.
Mejía dijo que percibió el olor de la adrenalina que emana del cuerpo en los momentos de peligro, secreción que en ese instante paralizó el sistema nervioso de los pasajeros. Comentó que ya supo a qué huele la muerte y que su sentido periodístico lo puso atento a todas y cada una de las reacciones de sus compañeros de vuelo y caída. “Quedé impresionado del accidente y en especial de la serenidad del gobernador”, me contó tres horas después de aquel percance.
A Miguel Reyes Razo se le manifestaron los rostros y la dulce mirada de su madre, hijos y nietos. Cuando vio la bola de fuego reflexionó largamente sobre el valor de la vida. “Dios, Dios, Dios”, musitó. Y la magia de la mente más la fuerza espiritual lo mantuvo firme. “¡Salta tú primero gobernador!”, le gritó a su amigo Melquiades. Tomó su libreta de apuntes, la bitácora de su vida profesional. Y siguió al mandatario. Ya en tierra firme pidió sus lentes que habían quedado tirados en el interior del helicóptero. La nave estaba a punto de incendiarse y explotar pero él tenía que escribir su nota.
“Que se haga lo que tú digas, Señor”, rezó Pepe Yitani en el momento en que sintió el golpe del choque, instante que, según sus propias palabras, le pareció eterno. “La fe me movió. Sentí que allí estaba la mano de Dios librándonos del peligro. Llamé a mi familia para informarles que todo estaba bien. No quería que se asustaran cuando las noticias dieran a conocer el percance. El gobernador y sus colaboradores se portaron de maravilla. Melquiades estaba muy preocupado por nosotros. Me dijo que sentía mucho lo ocurrido ya que él nos había invitado. No te preocupes, le respondí, Tú no tienes la culpa. Fue un accidente.”
Carlos Ramírez Cardoso dijo que pudo haber fotografiado a Dios. “Lo sentí. Mi alma lo tuvo cerca, muy cerca. Pensé en que hay que ser mejores”. Reconoció que lo único que le dio miedo fue la posibilidad de dejar su vida inconclusa y estar a punto de conocer la oscuridad. “Son jalones de oreja —reflexionó—. Con menos, varios ya se hubieran muerto. Sin embargo, el accidente me permitió confirmar que existe el más allá. Fue muy difícil, algo muy cabrón. Vi el madrazo total, de frente, atrás del gobernador. Si tú quieres ver a Dios vestido de casualidad, vístelo así. No fue un golpe material sino emocional…”
“Mientras nos organizábamos para salir de la nave, se me ocurrió mirar la pared donde se había atorado el helicóptero confesó Moisés Carrasco Malpica, dirigente estatal de PRI—. El susto de mis compañeros y el mío se confundió en una sola voz, quizá silenciosa o tal vez estridente, no lo recuerdo con precisión. El pensamiento era el mismo: por un milagro habíamos salvado la vida. Cuando Melquiades pudo controlar la situación, descubrí que se podía salir del helicóptero sin mayor problema. Esto porque la obra en construcción tenía una escalera. Quise avisarles pero no me hicieron caso porque estaban desesperados por brincar al suelo que se encontraba a poco menos de tres metros de altura. Logramos dejar el aparato y alejarnos gracias a la adrenalina que ante el peligro agiliza las reacciones y da vigor a los movimientos del cuerpo. Ya a salvo, miré a mis amigos y me impresionó la palidez de sus rostros que, supuse, era la misma que reflejaba mi cara. Sentí que una fuerza superior nos había salvado de morir, sensación que aumentó cuando las llamas consumieron el aparato y se produjo un extraño olor a combustible revuelto con polvo”.
El más asustado fue Melquiades porque, además de que estuvo a punto de morir, la tragedia pudo haber dejado sin padre y esposo a trece familias. Pero no obstante el terror que vivió, a los pocos días volvió a usar el helicóptero aunque, supongo, el siniestro sufrido lo haya espantado tanto que los malos presentimientos nunca dejaron de oprimirle el pecho.
Ya lo dije pero es importante recordarlo: según datos sobre accidentes de helicóptero, el 92 por ciento se debe a errores de pilotaje y el resto a fallas mecánicas, pormenores que en ese momento ignoraban los pasajeros de la nave accidentada. Cuando lo supieron deben haber pensado en lo mismo que caviló Reyes Razo: en los rostros y la dulce mirada de sus madres, esposas e hijos.
¿El trece será el número de la suerte?
Twitter: @replicaalex

domingo, 13 de noviembre de 2011

¡Aguas Rafa!


Por Alejandro C. Manjarrez
De acuerdo con lo que algunos llaman ley de probabilidades, en Puebla puede ocurrir uno de los tristes y espectaculares accidentes aéreos. Existe tal posibilidad si partimos de los antecedentes que enseguida le comparto, datos que inciden en las estadísticas que han ubicado a México como el espacio aéreo que en ese tipo de accidentes supera en tres veces la media internacional.
Una máquina Augusta fue el primer helicóptero que cayó en Puebla. Ocurrió durante el gobierno de Alfredo Toxqui quien se salvó de morir gracias a que poco antes del percance se había bajado en un pueblito. El aparato volvió a elevarse y minutos después se accidentó: los pilotos fallecieron. La empresa aseguradora pagó la póliza cuando Guillermo Jiménez Morales llegó al gobierno. Éste utilizó el dinero del seguro para comprar el “ratón loco” dándole a Puebla su pequeña montaña rusa que divirtió a los niños y adultos de aquella época, “juego” que Mariano Piña Olaya vendió a Reino Aventura, antecedente de Six Flags.
Piña Olaya se abstuvo de usar el helicóptero. Les tenía miedo y por ello casi nunca los utilizó. E incluso alguna vez se disculpó con el presidente cuando éste lo invitó a viajar en uno de los Puma; dijo que se sentía indispuesto.
Durante el gobierno de Manuel Bartlett el helicóptero se hizo necesario para darle tres vueltas a cada uno de los 217 municipios de la entidad (de pisa y corre, claro). En aquel mandato reapareció la tragedia después del percance en Izúcar de Matamoros (las pedradas y caída del helicóptero): según el peritaje, se soltó la hélice y ésta cercenó los cuerpos de los pilotos y del coordinador de giras de Bartlett. Todo ello a minutos de que el gobernador se había quedado en algún pueblo de la Sierra Norte.
Melquiades Morales Flores también tuvo suerte ya que él y sus invitados salvaron la vida de milagro*. E igual fue un Bell 412 el accidentado. Antes de este evento hubo varios avisos, todos originados por la impericia o irresponsabilidad del suertudo piloto que los protagonizó, por ejemplo: al salir del helipuerto del estadio Cuauhtémoc, el “capitán” de la nave despegó en contra de las reglas y la norma; es decir, se elevó en dirección a los tanques de Pemex, operación que lo obligó a “castigar” los motores para elevarse y poder librar la refinería de la paraestatal. En la maniobra se “torció” la flecha de la hélice principal. No obstante ello y la consecuente vibración que produjo el daño, Melquiades siguió el viaje para llegar de milagro al helipuerto del hotel Aristos en la ciudad de México, donde, como si se tratase de una película de terror, el mismo capitán estuvo a punto de estrellarse con uno de los edificios cercanos al helipuerto. Lo curioso es que el importante pasajero nunca se dio cuenta de nada (no tenía por qué debido a que era ajeno a ese tipo de maniobras). Sólo se asustó por estar en las manos (o patas) de un piloto que por primera vez operaba el Bell 412. En otra de las aventuras del mismo piloto, doña Socorro aterrizó en casa Puebla, justo en el momento en que se acabó el combustible del aparato: un minuto más de vuelo y la historia habría sido distinta.
En el gobierno de Marín ocurrió el lamentable accidente donde fallecieron las esposas de varios empresarios poblanos, incluida la cónyuge de Mario Montero, a la sazón secretario de Gobernación. Igual fue un Bell 412 el aparato accidentado.
Como dato curioso debo destacar el hecho de que las naves siniestradas cumplían los requisitos de aeronavegabilidad. Empero, sus percances se debieron a fallas mecánicas propiciadas, quizás, por el ahorro en su mantenimiento, acción “decretada” por quienes manejaban el dinero, en unos casos para reducir el gasto corriente y en otros con la corrupta intención de darle tarascadas al presupuesto.
Exceso de confianza
Con Toxqui los pilotos se estrenaron en el manejo del helicóptero italiano. Con Bartlett ocurrió lo mismo ya que el gobernador había solicitado al secretario de la Defensa Nacional que le comisionara la tripulación, solicitud que le fue concedida enviándole a dos tenientes que nunca habían volado el Bell 412, razón por la cual éstos omitieron la necesidad de someter el aparato a la revisión de las 15 horas, después del overholl mayor que le acaban de hacer (el accidente sucedió a las 16 horas de aquella reparación).
Como verá el lector, los gobernadores mencionados se salvaron de morir gracias a su buena estrella, ventura ahora en tela de duda, precisamente por la teoría de la probabilidad.
De ahí el ¡aguas Rafa!
Dice una de las leyes de Murphy: “Los helicópteros no pueden volar. Son tan feos que la tierra los rechaza.”
*Pronto la aventura aérea de dos periodistas, un empresario y varios colaboradores de Melquiades Morales Flores, hasta hoy el político más suertudo del quehacer público nacional.

Twitter: @replicaalex


viernes, 11 de noviembre de 2011

Algo sobre periodismo


Dada la confusión que suelen surgir de referencias orales, a veces tergiversadas por escuchas poco informados, comparto con ustedes y esos desinformados, otra de las historias del libro en proceso de publicarse intitulado: Confidencias del poder. Aparte del episodio periodístico creo que revelador, comento una experiencia sobre lo que en esa época significaba ejercer el oficio sin el lastre que forman las complicidades entre prensa y poder. Lo curioso es que las cosas siguen igual, tan igual como antes.

El golpe internacional
El tiempo trascurrió entre bromas y promesas de buenos amigos. Tres parejas departían en casa del columnista de Excélsior, Guillermo Cantón Zetina: Regino Díaz Redondo y su cónyuge, y el relator de este pasaje acompañado de su esposa.
—Ya no escribiste, compadre —dijo Regino a Cantón—. Voy a llamar al periódico para que la columna la haga Aranda.
Díaz Redondo tomó el teléfono e hizo la llamada. Fue parco con la orden. Colgó el auricular y se dirigió a su automóvil en busca de la tarjeta de alguien que le había ofrecido auténtico bacalao noruego que, dijo, compraría para regalárnoslo (se acercaba la Navidad). Al llegar al vehículo el chofer le informó: “Jefe, le acaba de llamar el secretario de Gobernación. Dice que es urgente que se reporte a este teléfono (le dio un papel con el número). En este momento iba yo a entrar para avisarle.”
Don Regino ya no escuchó la conclusión de la frase y regresó a la casa como alma que lleva el diablo:
—Voy a ocupar tu teléfono otra vez, compadre —dijo e hizo la llamada que se había propuesto—. ¿Para qué soy bueno, Manuelito? ¿Sí? En este momento doy la instrucción, para eso son los amigos.
La casa estaba en silencio. Nadie se atrevió a hablar, ni siquiera en voz baja. El poderoso director de Excélsior marcó el teléfono y le respondió Cervantes, el jefe de redacción.
—Me acaba de llamar Manolo, nuestro amigo Secretario. Me pidió minimizar la declaración de Fidel Velázquez. Así que métela a interiores donde no se note; que se pierda. Bueno, mejor dile a Aranda que la medio mencione en Frentes Políticos.
Al terminar su llamada el director se integró a la conversación que había quedado trunca: —Perdónenme pero ya saben cómo se las gasta don Fidel. Bartlett me pedió lo que acaban ustedes de oír.
Bebió la copa de champaña de un sorbo y mirándome con la desconfianza de nuestra reciente presentación, agregó apoyando el brazo en la pierna de Guillermo Cantón:
—De vez en cuando hay que colaborar con el gobierno, sobre todo con Manuel, nuestro amigo. ¿Verdad compadre? (Cantón asintió). Bartlett nos preparó a los disidentes de la cooperativa y por ello fuimos ratificados. La asamblea estuvo tranquila y la votación fue a nuestro favor, que digo a nuestro favor: avasalladora.

La graciosa huida
Poco antes de la cuatro de la mañana me despedí del director y del columnista de Excélsior: —Tenemos que viajar a Puebla —argumenté—, así que nos disculpan.
—¡Ah!, ahora entiendo por qué no bebiste —dijo festivo don Regino. Y con una carcajada remató—. Yo pensé que le tenías miedo a tu esposa.
Reímos e inicié el protocolo de despedida.
—Antes de que te vayas le hablaré al gobernador de Puebla para enterarlo de que a partir de mañana tú eres el representante del periódico en su estado. Y además mi representante personal.
—Gracias por la deferencia —le respondí sorprendido.
—A ver compadre, comunícate con tu tocayo…
—Es de madrugada jefe —justificó Cantón.
—Bueno, esperamos dos horas y le llamas para que le dé la noticia. Ustedes váyanse con cuidado —nos recomendó—. Cuide a su marido, Manola, que no se le duerma en la carretera…
Salimos de la casa acongojados por la hora. Supuse que la llamada al gobernador de Puebla era, más que un buen deseo, una balandronada del entonces poderoso director.
Horas después, como a las nueve de la mañana, me llamaron de parte de Guillermo Jiménez Morales: “Lo espera el Gobernador a la once de la mañana” —me dijo una de las secretarias. Y a las once llegué con la curiosidad a cuestas. “¿Le habrá llamado Regino? ¿Es una coincidencia?”, me preguntaba.
—Alejandro, te felicito. ¡Ya estás en las grandes ligas, en un medio de circulación nacional! —Exclamó el mandatario al recibirme—. Hoy en la madrugada me llamó el director de Excélsior para darme la buena nueva. Ya sabes que soy tu amigo y lo que se te ofrezca…

De buena fe
No volví a ver al director del periódico ni tampoco al Gobernador hasta que un día escribí sobre el “conflicto internacional” que provocó el gobierno poblano. Sin saber que se trataba de una visita secreta al presidente Miguel de la Madrid, uno de los colaboradores de Jiménez Morales me informó que Daniel Ortega llegaría a Puebla después de entrevistarse con el presidente de México. La publicación propició que el secretario de Gobernación le jalara las orejas a Guillermo. Según uno de sus asesores, tal llamada tuvo el siguiente prólogo:
Señor Gobernador —expresó su secretario particular después de darle la buena nueva—. Como no pude hacer contacto con usted (Jiménez andaba de gira en la Sierra Norte y no existían los teléfonos celulares), me permití preparar la visita de Daniel Ortega.
—¿De quién? ¿Del presidente de Nicaragua?
—Del mismo, Señor.
— Ajá. Muy bien. ¿Con quién hablaste?
—Primero con el rector de la Universidad ya que Ortega recibirá el doctorado honoris causa. Después llamé al encargado del protocolo de la Secretaría de Relaciones Exteriores para preguntar cómo y qué hacer cuando un jefe de Estado nos visita. (“Muy bien”, musitó Guillermo). De su parte di la orden de que la policía judicial y la del estado se coordinaran para brindar seguridad al Comandante.
—¿Hablaste con la Secretaría de Gobernación?
—No señor, como es un trámite de política de Estado me permití dejárselo a usted.
—Bien… —complacido Jiménez llamó a su secretaria y le ordenó —  Comuníqueme con el secretario de Gobernación.
Manuel Bartlett recibió la llamada y sin decir agua va le soltó la reprimenda: “¡Acaba usted de exponer al presidente de México, carajo; ya todo el mundo sabe que el comandante Ortega está en el país! Lo que era una visita secreta usted la hizo pública”, dijo entre otras de las frases que primero deprimieron al gobernador y después lo encabronaron.
El pobre secretario particular fue la víctima de su propia iniciativa republicana. El gobernador no lo bajó de pendejo hasta que Gabriel (así se llama) cambió de adscripción burocrática.
Cervantes, el jefe de redacción de Excélsior, me felicitó por la primicia.
Y Jiménez Morales tuvo a bien invitarme un cafecito para, con tersura y delicadeza como es su estilo, hacer el obligado reclamo:
— Tu periódico me ha dado un golpe internacional… Tú mandaste la nota. ¿Acaso no me consideras tu amigo?
—El golpe casual se lo dio su secretario particular —le respondí—. Supongo que no lo hizo de mala fe.
—Pues por esa buena fe ya lo mandé al carajo.

¿Un periodista amigo del gobernador?, me pregunté. Y de inmediato sin pensarlo mucho me respondí que ese tipo de “afectos” suelen desaparecer algunas letras al teclado y, en consecuencia, mutilar o quitarle fuerza a la nota que involucra o que fue generada por el político “amigo”. Lo que ocurrió después fue la guerra contra mí. Incluso ofrecieron un millón de pesos por la corresponsalía que finalmente dejé por las presiones del gobierno y de los entonces caciques de la información. Pero eso es otra historia.
Twitter: @replicaalex