domingo, 26 de febrero de 2017

Cuando el dedazo fracasó*



El que no se atreve a ser
inteligente, se hace político.
Enrique Jardiel Poncela

Por Alejandro C. Manjarrez
El general Miguel Ángel Godínez, jefe del Estado Mayor de José López Portillo, argumentó ante el Presidente: “Quiero tener el honor de concluir mi gestión junto con su gobierno”. Su jefe le había propuesto la gubernatura de Puebla.
Aquella venturosa circunstancia animó al gobernador Alfredo Toxqui a pedir a su amigo, el profesor Enrique Olivares Santana, secretario de Gobernación, que apoyara la postulación de Marco Antonio Rojas Flores, ahijado político del primero. El proyecto marchó bien hasta que se enteró Gustavo Carvajal Moreno, presidente del cen del pri. Y más pronto que rápido llamó a dos diputados federales informándoles que tendrían que ayudarle para que Guillermo Jiménez Morales, su compañero y amigo, fuera el sucesor de Alfredo Toxqui.
Los legisladores convocados y el líder del pri acudieron al despacho de Bucareli con la intención de hablar con su titular, el profesor Olivares Santana. La conversación que repito de memoria se llevó a cabo en los términos que uno de los presentes me comentó:
—Señor Secretario —dijo Carvajal—, me acompañan los diputados Alfonso Zegbe Sanen y Victoriano Álvarez García. Queríamos informarle que tanto en Puebla como en el pri existe preocupación por la posibilidad de que el licenciado Rojas, secretario de Finanzas del doctor Toxqui, sea el candidato a gobernador.
—Rojas es un buen político y administrador con una excelente carrera en Puebla —atajó Olivares con la intención de evadir cualquier reproche—. Es un asunto concluido, estimado Presidente. Está decidido: el candidato será Rojas.
Se hizo un pesado silencio. Las miradas de los dos diputados y el líder priista se cruzaron. Zegbe y Álvarez exigiéndole con gestos a su amigo Gustavo que fuera más enjundioso en su exposición. Pero éste no dijo nada. En ese momento Victoriano alzó la voz y lanzó la amenaza que en aquellos días equivalía a un pecado político capital:
— Si queda Rojas, los diputados federales de Puebla denunciaremos al gobernador porque su gobierno ha sido el más corrupto en la historia de mi estado —mintió Victoriano.
—Además publicaremos todos los actos de corrupción del gobierno de Puebla —secundó Alfonso en el mismo tono.
Olivares Santana peló los ojos asustado pero todavía tranquilo. Quizá esperaba semejante reacción debido a que el propio Toxqui, su amigo y cómplice político, lo había preparado. Carvajal percibió que ya estaba hecho el tamal. Se armó de valor y mostrándose amenazante terció tartamudeando:
—No sólo la diputación federal poblana, señor Secretario, todos los legisladores del PRI se adicionarán a la denuncia.
A Olivares Santana se le hicieron bolas las tripas por el alebreste de los políticos que supuestamente él controlaba. Los vio tan decididos que pidió unos minutos para consultarlo con el presidente López Portillo. Se metió en un pequeño privado desde el cual supuestamente hizo la llamada por el “teléfono rojo”. Cinco minutos después reapareció ante el trío de rebeldes a quienes se les notaba la preocupación en sus rostros sudorosos, expectantes.
—Está bien diputados, Gustavo. He recibido indicaciones para que se lleve a cabo una consulta entre los priistas poblanos. Con este método ellos serán los que decidan quién es el candidato, si Marco Antonio Rojas o Guillermo Jiménez Morales. Sólo les pido que este ejercicio democrático sea limpio, sin manipulaciones o sesgos políticos…
Ahí acabó la reunión. Se acató la orden del Secretario y se hizo la consulta entre los sectores del pri previamente “sensibilizados” para que su voto corporativo fuese a favor del entonces diputado federal Guillermo Jiménez Morales. En la reunión que organizó la dirigencia estatal y el delegado general para escuchar a los dirigentes sectoriales, surgió una voz disidente, la de Blas Chumacero Sánchez, líder obrero. Cuando le tocó el turno, el temido y respetado don Blas respondió enérgico con las siguientes palabras que acompañó con un vigoroso manoteo:
— ¡Que quede constancia: el candidato de la ctm es el licenciado Marco Antonio Rojas Flores! —Enseguida remachó con un tono de voz un poco más amigable—: No obstante, por disciplina institucional, el sector obrero que represento se adiciona a la instrucción del cen del pri que, supongo, responde a las indicaciones del señor presidente López Portillo.
Alfredo Toxqui fue derrotado y tanto él como Marco Antonio Rojas apechugaron la decisión que una vez tomada tuvo que disfrazarse de consulta democrática.
@replicaalex
*Fragmento de mi libro: La Puebla variopinta, conspiración del poder


miércoles, 22 de febrero de 2017

La BUAP y sus rectores (2)


Por Alejandro C. Manjarrez
¿Qué pasó para que Alfonso Ortiz encontrara la mesa puesta, cargada de cultura?, fue la pregunta que quedó pendiente de responder en la pasada entrega. Antes de pergeñar la respuesta acudo a la memoria del periodista para recordar lo que dijo Alfonso Esparza cuando fungía como Tesorero de la Universidad, cargo que lo proyectó primero a la Secretaría General y después a la Rectoría:
En la universidad contamos con la visión cultural del rector Enrique Agüera Ibáñez, acciones que necesariamente mejorarán la oferta cultural. Ahí está la construcción del Complejo Cultural, que es una obra que el rector pensó y proyectó precisamente para fomentar las actividades culturales. La idea es que en algunos años acuda la sociedad a ese Complejo Cultural, que lo aproveche cualquiera de los sectores socioeconómicos…
Las siguientes líneas, insisto, forman parte del libro en preparación Puebla, el legado, en el cual inserto una paráfrasis de las tantas verdades de Maximilien Robespierre, a saber: El peor enemigo de un gobierno corrupto es un pueblo culto.
Regreso pues a lo que dijo Enrique Agüera Ibáñez cuando le pregunté cuál había sido su motivación para omitir la recomendación de sus asesores que le sugirieron construir facultades y laboratorios en el espacio que finalmente sirvió de sede al Complejo Cultural Universitario. Su respuesta fue en el mismo sentido del testimonio vertido por su sucesor Alfonso Esparza, pero con el siguiente agregado:
Consideré que era la oportunidad para insertar a la Universidad en el corazón comercial y urbano de Puebla. Para ello hubo que crear una ciudad cultural cuya vida intensa y permanente atrajera el interés de los poblanos de todas las edades y niveles sociales.
Los argumentos de Agüera coinciden con las historias comentadas, hechos, legados y conceptos que he editado arbitrariamente. Empero, lo más interesante de la evidencia está en su convicción sobre el futuro de ese polo de la Universidad. El ex rector señaló que el tiempo transformaría al espacio en una especie de concha acústica que habría de organizar, atraer y difundir las distintas expresiones culturales del pueblo. Lo que hizo Orff (esto lo digo yo) cuya obra —como ya lo comenté— está formada con la música y creatividad artística de los alemanes del Medievo. O con lo que en Puebla sembraron los jesuitas, energía que forma parte de la historia de la Universidad que hoy prepara a sus alumnos para que mañana adquiera validez lo transcrito en la paráfrasis de Robespierre, reflexión que ya es del dominio público.
No quedé satisfecho con aquellas respuestas. Por ello, en otra ocasión, le pedí retroceder al día en que tomó posesión del máximo cargo en la buap. Fui más preciso al preguntar sobre las razones que estimularon su ánimo cultural para incluir en el proyecto personal el impulso a la cultura; si se había impuesto la tarea de lograr que la Universidad rompiera las barreras que cultural y socialmente la separaban de la digamos que levítica sociedad poblana; si el suyo fue un acto preconcebido o resultado de la casualidad. “Piensa en lo que pasó por tu cabeza la primera vez que quedaste solo en tu despacho de rector”, insistí. Lo meditó un minuto antes de contestarme. De su respuesta seleccioné las siguientes palabras que, según creo, conforman la génesis de la construcción emergida en el espacio comercial y residencial más moderno de Puebla:
La primera ocasión que me quedé solo en el despacho de rectoría, acudieron a mi mente las experiencias como estudiante primero y después como académico. Reflexioné sobre lo que había tenido que hacer para llegar hasta donde en ese momento me encontraba. Recordé el día en que inicié mis estudios universitarios en la preparatoria Alfonso Calderón. Tenía 16 años de edad. Como si fuese una película, hice el recorrido mental de mi vida universitaria: cuando estudiante escuchando a mis maestros, alguno de ellos impartiéndonos lo que parecía un catecismo comunista; como profesor, ante el reto que significa establecer una sinergia inteligente con los alumnos; como director de la Facultad de Administración, en lucha constante para mejorar las cátedras; en la Vicerrectoría y Secretaría General, inmerso en la búsqueda de soluciones favorables para los estudiantes. Reflexioné sobre el futuro inmediato. Confirmé que mi aspiración era convertirme en un buen rector y no dejar pasar ninguna oportunidad. Mi impuse la tarea de beneficiar e impulsar la vida universitaria, así como innovar y obtener galardones y reconocimientos para la Institución, pues a pesar del excelente trabajo de mis antecesores, no los tenía la Universidad.
Me propuse trabajar con pasión, emoción y entrega a la causa universitaria. La vida me había ubicado ante el mayor reto que puede tener un académico. Este solo hecho convocó en mi el agradecimiento a Dios por haberme permitido prepararme para cumplir mi propósito académico. Supe que estaba obligado a responder con creces al honor que significa contar con la confianza de mis compañeros y los alumnos que decidieron que yo fuera cabeza y conductor de la Universidad. Agregué la responsabilidad de suceder a los rectores que se aplicaron para construir la gran historia de la Universidad Autónoma de Puebla. Encontré varios muy buenos ejemplos. Supe que estaba ante la gran oportunidad de hacer grandes cosas apoyándome en el talento de nuestra comunidad. La soledad concertada me permitió poner en blanco y negro los temas a tratar con mis colaboradores, propuestas que durante mucho tiempo medité y valoré. El primer punto que escribí fue ordenar un diagnóstico sobre la situación real: había que identificar dónde estábamos y cuáles eran las prioridades institucionales. Así fue como en aquel momento de reflexión empecé lo que horas después se convirtió en la dinámica laboral que nos llevó por varios caminos, todos diversos pero coincidentes hacia el buen destino, mismo que logramos apoyándonos en la calidad y transparencia. Es el caso del Premio anuis a la calidad, mismo que se nos otorgó por tener más del 65% de la matrícula evaluada y reconocida, actividad que mejoramos hasta llegar a ser la primera macro universidad en alcanzar el 100 por ciento de la matrícula reconocida y por tanto obtener el diez perfecto así como el reconocimiento de anuis y de todas las instituciones de educación superior del país. Conservamos esta posición hasta el final de mi mandato.
Al término de mi gestión de nueve años al frente de la rectoría, me sentí satisfecho con el resultado de mi primer encuentro con la responsabilidad de rector. Y sí, aquellas reflexiones fueron convirtiéndose en logros. De ello dieron cuenta estudiantes, académicos y colaboradores. Uno de esos logros, reitero, desde luego el más visible por su tamaño y ubicación, fue el Complejo Cultural Universitario, sede, detonador e integrador de la cultura en Puebla…
(El Complejo Cultural Universitario fue construido sobre una superficie de 65 mil metros cuadrados. Lo conforman dos espacios físicos bien definidos: el Centro Cultural integrado por un auditorio para tres mil personas, el teatro con 700 butacas, el Centro de Convenciones, seminarios y conferencias, la librería y varias salas de arte. La arquitectura incluye la denominada Plaza Universidad, varios restaurantes, tiendas y cafeterías, espacios comerciales que representan una fuente de ingresos para la Universidad.)
Antecedentes
Antes de concretarse lo que, según dicho de Agüera, fue un proyecto pensado para integrar a la Universidad en el corazón comercial y urbano de la Puebla moderna, la entidad había tenido dos impulsos culturales, ambos a cargo del gobierno estatal que entonces encabezaba Melquiades Morales Flores (1999-2005): el Auditorio Siglo xxi y la Orquesta Sinfónica de Puebla (osep). Esta etapa cultural estuvo bajo el impulso, entusiasmo y capacidad de Pedro Ángel Palou García…
La inversión del gobierno en el ámbito de la cultura ascendió a más de quinientos millones de pesos, cantidad en su mayor parte aplicada a la construcción del Auditorio referido y en menor medida a la creación de la osep, ambas iniciativas de Palou, entonces titular de la hoy extinta Secretaria de Cultura creada por el gobierno de Guillermo Jiménez Morales, dependencia que el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas desapareció canjeándola por su Consejo Estatal Para la Cultura y las Artes, por cierto un organismo con más pena que gloria ya que fue una burda copia burocrática del Consejo Nacional que en 2016 dejara su espacio y presupuesto a la Secretaria de Cultura creada por el gobierno de Enrique Peña Nieto.
La Osep sobrevivió al cambio de régimen. La inversión aplicada al Auditorio Siglo XXI se convirtió en algo parecido en moneda de cambio para concretar una transacción más del llamado capitalismo salvaje: el inmueble fue entregado en comodato a Televisión Azteca, canje que auspició Mario Marín Torres, gobernador de Puebla (2005-2011). Curiosamente, la empresa beneficiada correspondió a este llamémosle favor al mandatario, y la operación tuvo visos de un convenio que, como ocurrió, tamizaría las referencias mediáticas del affaire provocado por la disputa legal entre el industrial Kamel Nacif y la periodista Lydia Cacho. En otros medios tal controversia se manejó hasta el hartazgo propiciando el daño irreparable que sufrió la imagen del mandatario políticamente bautizado con el mote de “El Precioso”. Valga acotar que la concesión a tv Azteca fue refrendada por Rafael Moreno Valle con un beneficio adicional: la remodelación del inmueble, inversión que corrió a cargo del gobierno poblano, reformas que concitaron la protesta de grupos vigilantes de la obra de arquitectos vanguardistas, en este caso la de Pedro Ramírez Vázquez, diseñador y constructor del Auditorio poblano. Además de ello tv Azteca recibió del gobierno poblano el edificio ya remodelado de La Constancia, como se llamó la primera industria textil de la entidad concebida, erigida y puesta a funcionar por el veracruzano Estevan de Antuñano…
El legado
Perduró el impacto social de las iniciativas culturales concretadas durante la administración de Melquiades Morales Flores (ideas impulsadas por Pedro Ángel Palou, secretario de Cultura de aquel gobierno). Su efecto sensibilizó a la comunidad cultural, impulso que debe haber inspirado a Enrique Agüera Ibáñez porque desde el inicio de su rectorado éste promovió la creación de la Orquesta Sinfónica de la Universidad. Intuyo que el ejemplo más próximo por su éxito, calidad y prevalencia fue la Orquesta Sinfónica de Xalapa (Universidad Autónoma de Veracruz) creada el 21 de agosto de 1929. A la iniciativa de Agüera se adicionó un plus: el espacio cultural ya comentado, desarrollo que dio abrigo a la orquesta sinfónica universitaria y a otras expresiones culturales comentadas por él, como la danza contemporánea, el ballet folclórico, el teatro y el coro sinfónico, además de la intensa actividad literaria que ofrecen sus espacios…
En la próxima entrega (3): La arenga de Alfonso Esparza
@replicaalex


viernes, 17 de febrero de 2017

El agua de la muerte*


Hay pueblos en los que hasta
los ciegos se conocen de vista

Bueno, ya traje a colación la disciplina conventual, reflejo de la religiosidad y sincretismo del pueblo. Ahora avanzo varios siglos para compartir contigo, lector cómplice, la trágica experiencia que gracias a Dios (dicho esto sin la ironía del agnóstico) me mostró algo del fanatismo producto del pensamiento mágico, actitud que empecé a superar cuando acababa de cumplir ocho años de edad:
El agua de la muerte
Recuerdo a mi padre con la tristeza saliéndosele por las arrugas del rostro; viéndome a través de la humedad de sus ojos; hablándome con una voz apenas perceptible, cansina. Vivo con esa imagen, la del hombre fraguado bajo el sol y junto a la tierra, la que suelen reflejar los campesinos cuyas parcelas pasaron a ser el recuerdo familiar aplastado por el acero y el hormigón, o erosionadas como consecuencia del trabajo de los ingenieros contratados para desviar el agua de nuestros ríos que mitigan la sed de las grandes ciudades.
Un día de tantos el viejo me platicó cómo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces, despertaba a los niños dormilones para, imitándolas, convocar al resto de las aves a dejar el nido y volar en busca del alimento de sus crías. Con un profundo suspiro que antecedió a sus palabras y la vista perdida en el horizonte, mi padre me dijo las palabras que jamás olvidaré:
Ahora a ti te corresponde hacer algo importante, hijo. Cuando seas mayor procura que la gente de razón no acabe con el bosque y la poca agua que nos queda. Si puedes y Dios te da licencia, muestra a quienes te rodean las bondades de la Tierra. Dile a tus hijos que escuchen la música de la naturaleza. Empieza con quienes han ser parte de tu sangre; que tus experiencias les permitan encontrar aliados en la misión de proteger árboles, pájaros y ríos, la creación de Dios que da forma a la vida.
Meses después de aquel mensaje que me cimbró dado que fue la primera y única vez que escuché a mi padre hablar con el corazón, llegó a la casa el Pollero Balerín, también conocido como El Gavilán, el mismo que le había prometido trabajo en Estados Unidos. Vi su cara y adiviné que traía malas nuevas. ¿Por qué? No lo supe entonces pero ahora lo entiendo: percibí la energía negativa que proyectaba.
“La Migra agarró a Herminio y se lo llevó”, dijo Balerín mostrándonos su falsa y socarrona expresión de tristeza. “Lo mataron a golpes”, soltó el desgraciado.
En ese momento todo se me oscureció. Escuché un canto que pudo haber sido el del cenzontle. Segundos después recuperé la conciencia y volvieron los ruidos y las voces que suplieron a la coloratura de los trinos del pájaro.
La noticia que a mi madre le había arrancado del alma un profundo quejido, coincidió con el cortejo de dos niños que justo en ese momento pasaba frente a nosotros. La música fúnebre de la banda del pueblo acompañaba rezos, sollozos, oraciones, rogativas y los cantos monocordes de la gente. Dos hombres cargaban los pequeños féretros forrados de tafeta blanca y brillante entretejida con listones azules y amarillos. El dolor que en ese momento no identifiqué exacerbó mi curiosidad: corrí hacia el grupo para imprudente preguntar: “¿Quiénes son los muertitos? Mi tata también se murió”, dije tratando de justificar mi arrojo. No hubo respuesta. La madre de los difuntitos, una de las tantas mujeres del Pollero, me vio como si quisiera cambiarme por su hijo muerto. Su mirada me asustó. “¿Los mataron a golpes?”, volví a preguntar. Por respuesta se repitió el silencio acompañado con las miradas de reclamo, de coraje.
La procesión continuó. Era larga porque casi todo el pueblo iba en ella. Mi madre y mis hermanas nos quedamos como pedazos de palo encajados en la tierra. Nosotros también los veíamos con ojos de reclamo a no sé qué. Tal vez pensábamos en que la muerte no hace distinciones cuando Dios te quita la licencia de vivir.
En la retaguardia del numeroso grupo caminaban parsimoniosos tres ancianos, cada uno llevando en su espalda enormes manojos de flores. El más rezagado escondía su cara detrás los ramos del cempasúchil, la flor que ilumina el camino que conduce al inframundo. Los retiró para con sus ojos y voz responder la pregunta que no hicimos pero que él pudo escuchar:
“Los chamacos se metieron al río y tragaron varios buches de agua mala —dijo con voz grumosa—: les dio chorrillo y vomitaron hasta que dejaron de respirar. Así que ándense con cuidado y si tienen algún reclamo háganselo saber a don Matías. Díganle que la suciedad de los cerdos de su granja echó a perder nuestro arroyo”.
El tipo mostró sus pequeños dientes amarillos ordenados como los granos en las mazorcas. Sonrió e hizo una reverencia antes de continuar su camino hacia el panteón.
Una semana después de aquella ceremonia mortuoria decidí ir al río para comprobar si el agua venenosa tenía algún color. Al llegar me topé con la señora del odio clavado en los ojos. Iba con otro de sus hijos, el llamado Odilón. Me vio sorprendida. Suspiró profundo para enseguida dejar salir de su entraña el rencor acompañado de palabras que sonaron como si fuesen uno de los truenos del cielo. Parecía atormentada. Con ese talante me dijo:
—El más pequeño de mis hijos muertos era tu medio hermano. Se llamaba igual que tu padre y que tú.
Sin comprender la trascendencia de la revelación, pensé en que Dios había decidido que sólo tenía que vivir un Herminio de la Cruz.
Pasados los años entendí que en aquellas desdichas metió mano el chamuco, ya que uno de sus seguidores fue quien asesinó a mi padre y otro el que mató a su pequeño bastardo. Bueno, también los marranos del tal don Matías (de apellido Machurrón) pusieron en el río su diabólico pedazo de mierda saturado de bacterias.
Déjà vu
Ocurrió durante mi infancia pueblerina cuando, coincidentemente, nació en mí un extraño sentimiento: sentí como si alguna energía hubiese invadido mi mente. Entonces no pude entenderlo pero hoy, pasados los años, relaciono ése y otros hechos con la carga genética registrada en mi cerebro.
Aquel día viví algo parecido a un Déjà vu, experiencia que me marcó para, pasado el tiempo, buscar la esencia de mi vida y las razones por las cuales no sólo superé momentos difíciles sino que hasta salvé la vida. Por ello mis retrospecciones al pasado, la “Sombra” o daimon que suele acompañarnos igual que pudo haberle ocurrido a Sor Juana.
¿Cómo fue el enlace de la Musa con Herminia de Ávila, la semilla de los Santa Cruz y Tlacuilo?
Lo explicaré valiéndome de la imaginación que permite abrir las puertas del espacio vedado al historiador.
*Capítulo del mi libro El laberinto del poder, autobiografía de un gobernante