El mayor
crimen está ahora, no en los que matan,
sino en los
que no matan pero dejan matar.
José Ortega y
Gasset
Por Alejandro C. Manjarrez
Despierto. Pienso en lo que me depara el
día. Me programo. Después pulso el control de la televisión y enciendo mi
computadora: necesito contrastar las noticias para compartirlas con mis
seguidores en las redes.
Una vez más confirmo que la nota roja es la
constante en los medios de comunicación electrónicos, casi todos convertidos en
el espejo negro, el del México violento, el del Tezcatlipoca oscuro.
De esa a veces terrorífica información
surgen imágenes acompañadas con palabras que forman las noticias brutales,
conjunto que produce en la mente algo parecido a un cuajarón de sangre, volumen
que ahoga la esperanza y desde luego la confianza en la autoridad electa y
pagada por nosotros.
Medito sobre esos efectos y concluyo:
Durante años hemos ido acumulando hechos,
dichos y datos cuyo peso oprime el lado cerebral donde se produce la razón
sustentada en la certeza de que somos seres pensantes, fraternales, confiados y
amigables.
¿Por qué vivimos en medio de la violencia
criminal?, cuestiono. Aumenta mi desazón, estado de ánimo que al final del día
me induce a meditar sobre esas circunstancias. Entonces es cuando se repiten en
mi cabeza las siguientes preguntas:
¿Qué pasó con el México aquel donde se
respiraba tranquilidad; el gran espacio urbano en el cual jóvenes, mujeres, ancianos,
niños y familias enteras vivían sin los sobresaltos que hoy alteran nuestra
vida?
¿Cuándo desapareció la actitud que nos
hacía amigables y confiados?
¿En qué año empezó a perderse la
tranquilidad de la vida comunitaria?
Para tratar de responder esas y otras dudas
recorrí la película de la información. Por mi mente pasaron hechos e imágenes mostrándome
algunas probables razones. Ponderé cada una de ellas para ofrecer al lector lo
que considero el vértice donde la sociedad empezó a cambiar sus prioridades
para, en vez de generar y recibir la certidumbre de la gente, anteponer el
sentimiento de desconfianza. Ese viaje por el pasado reciente que incluyó la
corrupción inmobiliaria, el lavado de dinero, la colusión de autoridades con
mafias de todo tipo, el exponencial crecimiento demográfico, las ambiciones
políticas protagonizadas por dizque líderes, la ineficacia de gobiernos y la
corrupción imperante, me llevó a concluir que Ernesto Zedillo Ponce de León
pudo haber pulsado el detonador del conflicto delincuencial que explotó en el
tercer milenio.
Decisión
chambona
Por inexperiencia y la cabeza llena de
números y teorías economicistas, el entonces presidente Zedillo no cayó en
cuenta que había sembrado la semilla de la violencia, el fruto podrido que
actualmente azota al país. ¿Exagero? Usted decídalo después de leer parte de la
historia sobre aquella decisión del tecnócrata que sin tener la preparación
política llegó al cargo debido al asesinado de Luis Donaldo Colosio Murrieta,
otro de los eventos de esa terrible pócima social:
El bisoño mandatario decidió de motu
proprio desaparecer al grupo militar denominado GAFE (Grupo Aéreo de Fuerzas
Especiales). No preguntó a nadie. Tampoco analizó los efectos ocurridos durante
el régimen de Miguel de la Madrid Hurtado cuando su gobierno desapareció a la
policía política que operaba en la Dirección Federal de Seguridad, época en que
algunos miembros del personal purgado —según apuntan los estudiosos sobre el
tema— encabezaron actividades al margen de la ley o se asociaron con los
delincuentes organizados. Zedillo pasó por alto ése y otros antecedentes. Supongo
que sólo consultó los números negros y rojos de la macroeconomía. De ahí que de
un plumazo dejara sin trabajo a cuatro centenas de soldados con la preparación
de élite militar que incluía cursos y entrenamientos combinados con la experiencia
de los boinas verdes estadounidenses y los kaibiles guatemaltecos. Se impuso,
pues, su corta visión administrativa a la lógica política. Por ello no es temerario
afirmar que aquella inteligencia haya quedado atorada en la red de números creados
por su calculadora mental; que pasó por alto el hecho de que los miembros de
esa sección del Ejército Mexicano habían sido entrenados para proteger a la
patria de las posibles agresiones guerrilleras, o del ataque de grupos
paramilitares, o de maleantes organizados. En fin, él es el único que sabe por
qué diablos firmó tal orden, decisión que afectó la tranquilidad social y en
consecuencia el prestigio del Estado mexicano, daño que fue agravándose durante
los siguientes mandatos presidenciales debido, precisamente, al incremento de
los grupos criminales.
Antes de que ocurriera aquel desafortunado plumazo zedillista, el mundo estuvo a
punto de enterarse de una rápida, efectiva y hasta cruel acción militar, según me
lo confió alguno de los participantes en la operación diseñada para acabar con
la insurrección indígena chiapaneca. Resumo:
La compañía de gafes operaría de acuerdo
con la instrucción superior consistente en abatir a los zapatistas levantados
en armas con el fin de derrocar al presidente Carlos Salinas de Gortari para
implantar —decía su ideario— una democracia participativa. Estaba lista la
operación nocturna. El encargado de la tropa esperaba lo que iba a concretarse
como una rápida y efectiva acción militar, operación que en horas acabaría con
los rebeldes dirigidos por el subcomandante Marcos. Los militares tenían,
literalmente, a los zapatistas en sus miras.
Nunca llegó la luz verde gracias a lo que el
personal involucrado en la estrategia militar llamó “el camachazo". La
decisión tomada por el presidente Salinas estuvo sustentada en los consejos de
Manuel Camacho Solís: éste mostró a Salinas la posibilidad de pasar a la
historia como el estadista de la paz; sólo tenía que usar el diálogo para de
manera incruenta acabar con la rebelión indígena. Es obvio que el consejo de
Camacho animara al presidente a nombrarlo coordinador
para el diálogo y la reconciliación en Chiapas,
circunstancia que —decían en los mentideros políticos— lo convertía en el
anunciado relevo de Luis Donaldo Colosio, en esos días enfrentado al “fuego
amigo” que acabó por matarlo.
Para lograr el pacto de paz hubo que
instrumentar un proceso de reconciliación en el cual participaron varios
personajes de la vida pública e intelectual de México. Palabras más, palabras
menos, Camacho le dijo a Salinas que la reconciliación era el mejor camino para
evitar el inminente sacrificio de los indígenas chiapanecos y, al mismo tiempo,
ganar el aplauso de los organismos internacionales. Y así ocurrió; claro, con
algunos bemoles.
Es harto conocido el resultado del
levantamiento zapatista. Lo que se pasó por alto fue la consecuencia que
produciría el despido del mencionado grupo de soldados. ¿Dónde encontrarían
trabajo aquellos militares con preparación especial tanto en el manejo de
armamento de última generación como en el conocimiento de estrategias de
combate y reacción inmediata? Pasado el tiempo se supo que varios ex gafes
fueron contratados por el crimen organizado, primero como escoltas o guaruras
de alguno de los jefes de los cárteles del narcotráfico. Esta función, digamos
que profesional, propició que uno de los primeros reclutados invitara a otros
de sus colegas desempleados. Se corrió la voz y, motivados los grupos rivales
por la capacidad y eficacia militar, copiaron la estrategia laboral e incluso
organizaron planes de entrenamiento basados en la experiencia adquirida por aquellos
ex soldados de élite. Nadie supo cuántos se unieron a los grupos de
delincuentes dedicados al manejo de sustancias prohibidas; tal vez diez o quizá
dos docenas de efectivos. Es difícil precisarlo. Lo seguro es que fueron muy
bien remunerados.
La
ambición
Esa presencia de expertos en el combate
militar y extra militar produjo en los capos un sentido de superioridad que acabó
con lo que Arturo Pérez-Reverte ponderó como el honor narco, o sea el respeto a
las familias de sus competidores avalado por el compromiso y la palabra
empeñada (recordemos que este escritor convivió con varios narcotraficantes
para nutrir el contenido literario de su novela La reina del sur: “Me vine a México, me fui a Culiacán, estuve
tomando nota del lenguaje, viví ahí: conocí narcos, me emborraché con ellos, me
fui a los tables con ellos, me gasté
el dinero tomando copas con ellos, me contaron su vida. Eran otros narcos, era
diferente…”, publicó la Agencia Reforma
—13 de diciembre, 2017).
No hay fecha precisa de cuándo el crimen
organizado adoptó las estrategias militares. Sólo se sabe que para organizarse
y crecer iniciaron el reclutamiento de jóvenes y adolescentes de ambos sexos,
todos ellos víctimas de la pobreza. La inocencia de esos muchachos cambió
cuando pudieron haberles dicho que tenían dos alternativas: morir de hambre y
de enfermedades propias de la marginación social, o vivir con dinero suficiente
para divertirse y ayudar a sus padres y hermanos. Quedaba claro que el riesgo
de esta segunda opción era morir sí, pero después de vivir con lujo. Otra
posibilidad era salvar el pellejo gracias al entrenamiento paramilitar que
recibirían: los reclutados iniciaban así la preparación que incluía aprender a
sobrevivir en circunstancias extremas. Otro de los trascendidos o reportes
periodísticos indica que se les obligaba a matar con saña para demostrar su
valor y habilidades. Esto incluía desmembrar los cuerpos de sus víctimas,
algunas de ellas escogidas al azar, hechos confirmados por las notas
electrónicas y las líneas ágata, referencias que han dejado un tufo a tinta
mezclada con sangre. Por ello la sociedad mira apesadumbrada cómo la realidad
ha superado a la ficción y de qué forma las series de televisión y/o películas exaltan
la vida de delincuentes. Lo peor del caso está en que la intensidad y violencia
difundida por ese tipo de proyecciones produce miles de imitadores.
(Algo parecido ocurría en Colombia pero el problema
se combatió con un extraordinario y eficaz programa cultural, cuyo objetivo fue
alejar a los jóvenes de aquella mortal tentación).
A las técnicas adoptadas por el crimen
organizado —muchas de ellas parte del entrenamiento paramilitar— habría que
agregar las motivaciones de crueldad y éxito económico-criminal, experiencias
eficazmente destacadas en las películas y series de televisión que incluyen el
tema con un malhadado interés comercial.
El estilo criminal creció hasta
popularizarse al exceso de, por ejemplo, incitar en el Chapo Guzmán el deseo de
ser parte de una de las historias del cine y la televisión internacional,
aspiración de la cual dejaron constancia Kate del Castillo y Sean Penn.
Asimismo despertó en algunos grupos sociales el interés lúdico por sus vidas
llevadas a las pantallas. Qué decir de los grupos musicales que cantaron (y lo
siguen haciendo) elegías sobre la vida y estilo criminal de varios de los personajes
creados al calor de la pólvora y, para ellos, la aventura que implica el
comercio delictivo… Debo agregar que esa actividad ha cooptado a muchos
empresarios duchos en la técnica financiera de lavado dinero, una mentalidad
parecida a la del mencionado Zedillo pero con el agregado de la intencionalidad
agravada por la experiencia en el mundo de los negocios negros.
Regreso a la decisión zedillista…
¿Qué habría pasado si aquel mandatario hubiese
conservado al grupo Gafe?
Es difícil saberlo, sin embargo, echo a
volar la imaginación para responder:
De haber conservado al grupo, puede ser que
igual se hubiera mantenido vigente el honor al que hizo alusión el periodista y
escritor Arturo Pérez-Reverte, circunstancia que, tal vez, hubiese evitado el
reclutamiento de jóvenes y adolescentes que el tiempo y la sangre derramada
convirtió en los sádicos criminales que hoy tienen a México con el Jesús en la
boca y a sus gobiernos entrampados en la corrupción.
¿Habrá alguna solución
práctica y fácil de operar?, sería la segunda pregunta, cuestión cuya respuesta
tiene un alto grado de dificultad. Hurgué en las redes sociales y encontré lo
que enseguida resumo a manera de anáfora. Aclaro que tales propuestas —que bien
podrían ser parte del realismo mágico latinoamericano— fueron editadas por el
que esto escribe para incluirlas en mi novela El laberinto del poder, autobiografía de un gobernante (ed. ma Porrúa, 2017) Las cito:
En apariencia no tiene solución el problema del narcotráfico o crimen organizado.
La razón: los gobiernos se enfrentan a una empresa multinacional cuyo capital
suma miles de millones de dólares, organización que se nutre de la pobreza cuyo
crecimiento es exponencial. Es pues una bola de nieve que aumenta de tamaño al
ritmo del empobrecimiento de la gente; un narco-tsunami al cual los gobernantes
han querido parar con costalitos de arena.
Y entonces ¿qué se necesita?
Se requiere de muchos miles de millones de dólares para invertirlos con
honestidad e inteligencia en programas elaborados por especialistas honestos,
visionarios, preparados, éticos e inteligentes.
Se requiere de un gobernante fuera de serie y con voluntad política para
combatir la corrupción institucionalizada.
Se requiere propiciar el crecimiento económico junto a la
revolución educativa, la culturización de la sociedad, la urbanización
inteligente y armónica de las zonas rurales y cinturones citadinos, el impulso
alimentario para que todos coman y puedan discernir, la equidad fiscal (que los
grandes empresarios paguen impuestos por ingresos acumulados) y la justa
distribución de la riqueza.
Se requiere asimismo de una reforma radical a las leyes penales para que
los castigos produzcan temor en todos los delincuentes y éstos transmitan esa
aprensión a las nuevas generaciones que por falta de buenos ejemplos no le
tienen miedo a nada, ni siquiera a la muerte prematura; inclusive la prefieren
a la pobreza producto de la opulencia en que viven el puñado de beneficiarios
del capitalismo salvaje.
Se requiere acabar con los políticos mentirosos y corruptos dándoles
castigos generacionalmente ejemplares.
Se requiere de un moderno y eficaz sistema de comunicaciones e inteligencia
así como de policías municipales, estatales y federales preparados, honestos y
muy bien remunerados para que rechacen las ofertas de los enemigos de la
sociedad.
Se requiere frenar y acabar con el fenómeno que se multiplica todos los
días debido a que esta nueva clase social se educa en el más absoluto
analfabetismo; la misma que se diploma en las cárceles, se recibe en los
barrios, hace posgrados en las células criminales que operan en otras naciones
y adquiere sus doctorados en las universidades del crimen.
Se requiere cooptar para que colaboren con la ley, a los familiares de los
delincuentes, incluidos cómplices y amantes.
Se requiere cambiar los métodos de combate al crimen
organizado haciéndolos más ágiles y garantes de la integridad física de los
policías, personal que suele trabajar asustado ante la muerte que les espera a
la vuelta de la esquina.
.
Se requiere que las fuerzas del orden sean respetadas por la sociedad para
que los criminales también las respeten e incluso les teman.
Se requiere de una nueva ley que castigue con rigor a los policías que
traicionan el código de conducta y la confianza de los gobernados.
Se requiere investigar, perseguir y capturar a los servidores públicos que
hayan sido engullidos por el negocio de la droga, que estén asociados con el
crimen organizado, que ayuden a los capos o que laven dinero del narcotráfico.
Se requiere encontrar la forma para primero acotar y después eliminar el
mundo construido por los delincuentes de “alta escuela” en cuya estrategia está
la cooptación de autoridades, servidores públicos que, sin darse cuenta, han
sido inoculados con el virus ése que se desarrolla en la mierda social.
Se requiere acabar con los centros penitenciarios que funcionan bajo la ley
impuesta por los reos. Hay que construir penales que sean gobernados, diseñados
y equipados con tecnología de punta para que los delincuentes purguen sus
condenas sin privilegios. Debe impedirse que dentro de las prisiones circule el
dinero sucio u otro tipo de moneda con valor específico.
En fin, se requiere que el Estado mexicano elimine toda la porquería que a
punto está de ahogar a la sociedad.
Tenemos pues que la decisión del entonces
presidente Ernesto Zedillo podría ser una de las causas (tal vez la principal)
que produjo la exacerbada violencia que vivimos. A este hecho hay que agregar las
circunstancias apuntadas en la anáfora citada, misma que se basa en opiniones
de analistas, escritos que incluyen referencias sobre la capacidad bélica de
los narcos, poder que rivaliza con el de las fuerzas armadas de México. Por
ello la terrible mortalidad que agobia al país, violencia que ha teñido de rojo
la información de los medios de comunicación.
¿Habrá nacido ya el mexicano que llegue al
poder para, entre otras cosas positivas, solucionar lo que se ha convertido en una
especie de pandemia nacional?
¡Ojalá!
@replicaalex