El libro Justicia Social, anhelo de México, es el
relato en primera persona de un protagonista de la Revolución Mexicana quien,
“al acercarse al final del camino de la vida”, hace un análisis crítico de lo
que él vivió siendo hijo de una familia de la aristocracia de entonces. En esa
etapa de su vida juvenil se unió a la causa revolucionaria hasta convertirse en
uno de los diputados constituyente “jacobinos” de 1917 y más tarde en jefe del
Estado Mayor Presidencial de Plutarco Elías Calles.
La intención que José
Álvarez y Álvarez de la Cadena expresa en su prólogo, es la esperanza de que su
experiencia pueda servir para que se valore y haga justicia al movimiento
social revolucionario; para que oriente a las nuevas generaciones que tendrán
la necesidad de incorporarse a la Cuarta Revolución, movimiento que, dice, es
necesario debido a que la sociedad buscará liberarse de yugos y opresiones
auspiciadas por una clase política que desconoce la esencia revolucionaria.
En el prólogo del libro en
comento, Álvarez manifiesta que su objetivo es demostrar a las nuevas
generaciones y a quienes parecen haberlo olvidado, que el movimiento
revolucionario no se efectuó como por desventura lo comentan algunos escritores
ignorantes y otros más ignorantes directores de películas y telenovelas valiéndose
de argumentos que desorientan a la opinión pública. Es un error decir que la
Revolución fue hecha por grupos desordenados de mugrientos, desarrapados, borrachos
y pizpiretas tipo Juana Gallo. No. Hubo unidades militares que para su época
llegaron a alcanzar la excelencia en organización bélica. Por ello se
verificaron batallas muy reñidas, mismas que hicieron brillar el genio militar
de los jefes que las encabezaron y dirigieron.
Álvarez subraya que fue por
ello, y por la inquebrantable energía de Venustiano Carranza, que se logró
diezmar al ejército federal para hacer huir al chacal Victoriano Huerta y
doblegar a los políticos que formaban su gobierno espurio.
Después de la disolución
del ejército federal tuvieron que librarse muchas y muy encarnizadas acciones
de guerra, las cuales ya no fueron contra los elementos de la vieja reacción
clerical, sino derivadas del manejo pandillero que el general Francisco Villa hizo
con las corporaciones de la División del Norte, ejército que Venustiano Carranza
había puesto a sus órdenes.
Sobre al movimiento
maderista, considerado en su aspecto de lucha armada, Álvarez hace notar que no revistió
características serias toda vez que prácticamente se sometió a la dictadura
porfirista en cuyos planes estaba el llevar a cabo algunos encuentros de
preparación para lograr los tratados de paz (Tratados de Ciudad Juárez),
objetivo fundamental, a fin de que tanto Madero como la Revolución quedaran en
manos del ejercito federal.
La verdadera lucha armada
que vino después fue la sostenida por los federales contra el Ejército
Constitucionalista organizado por Carranza. Éste desarrolló un inteligente y
notable plan de campaña. Si acaso tuvo alguna falla ello se debió a la falta de
un verdadero espíritu militar y subordinación de Francisco Villa quien,
desobedeciendo órdenes terminantes del propio Carranza —reconocido por Villa
como general en jefe—, originó la tirante situación que más tarde fue causa de
la absurda y dolorosa escisión que costó tantas vidas.
Hace ya más de un siglo
que el general del ejército porfiriano Victoriano Huerta, consumó la traición
más asquerosa de nuestra historia cuando asesinó al presidente de la República
Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.
Es realmente
incomprensible —acota Álvarez— que Madero haya puesto en manos de tal hombre la
defensa de las instituciones nacionales e incluso su vida misma: lo encargó del
mando de las fuerzas leales que deberían reducir al orden a los sublevados
comandados por Félix Díaz y Aureliano Blanquet —con Bernardo Reyes de comparsa
y la asesoría de Henry Lane Wilson (embajador de Estados Unidos)— pretendieron
vengar el haber sido derrotados por el pueblo levantado en armas que con su
organización y eficacia se burló de las águilas y los laureles que adornaban el
pecho de aquellos militares traidores.
La abyecta traición del
dipsómano Victoriano Huerta, dio margen para que un patriota y valiente
mexicano encendiera el espíritu patrio contra el usurpador. Carranza, gobernador
entonces del estado de Coahuila, con entereza y decisión, desconoció al
gobierno de Huerta y se lanzó a derrocarlo por medio de las armas después de expedir
el Plan de Guadalupe, un llamado al pueblo de México convocándolo a formar
parte del movimiento que habría de derrocar al traidor Huerta.
Termina así la primera
parte del libro de José Álvarez. En la segunda parte analiza la implantación de
las reformas sociales, esencia verdadera de la Revolución que, considera, fue
lograda sólo en parte al promulgarse la Ley Suprema de México. Hace un análisis de cómo Carranza apoya la
decisión de los diputados constituyentes de elaborar una nueva Constitución y
no, como erróneamente se ha dicho, la reforma a la Constitución de 1857, como originalmente
él lo había propuesto.
Las reformas a la
Constitución se han hecho cada sexenio partiendo de los deseos y preferencias
del jefe del Ejecutivo. Esto ha provocado que la Carta Magna se aleje cada vez
más de los principios revolucionarios de 1910, razón por la cual se perciben ya
los vientos que anuncian la llegada de la Cuarta Revolución que, esperemos, sea
incruenta…
*Fragmento del
libro Justicia Social, anhelo de México (Ed.
BUAP/Senado de la República), obra que el lector puede solicitar de manera
gratuita al correo: alemandelaro@gmail.com El único requisito es que los
interesados que vivan fuera de Puebla, paguen el costo de envío, según la
cotización del medio que prefieran.