Por Alejandro C. Manjarrez
—A ver, para ustedes ¿cuál es la
universidad de México que garantiza el éxito de los jóvenes emprendedores?
—lanzó uno del grupo de profesionistas variopintos reunidos en un café de la
ciudad de Puebla.
Se hizo el pesado silencio que me dio la
oportunidad de hurgar en los rostros con el propósito de adivinar cuál sería la
respuesta. Percibí en cada uno el deseo de ponderar a su alma máter. Pero nadie
quiso hacerlo quizá para evitar el rechazo o el reclamo del resto. De repente
las miradas de los cuatro académicos se centraron sobre mi persona como si se
hubiesen puesto de acuerdo para buscar una opinión imparcial. Sentí el peso
visual y por ende un complicado compromiso. Intenté decir que yo sólo era un invitado
casual, de piedra y ajeno a esa digamos que disputa especializada. Sin embargo,
me ganó el deseo de aprovechar la oportunidad para hacerla de juez a sabiendas
de que mi sentencia sería recurrida
por tres de ellos, los que no habían estudiado en la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla.
—Lo que escucharán —dije consciente de
que provocaría una controversia positiva para mí oficio— es la opinión de un
periodista cuyo criterio se basa en la simple observación de lo que no se puede
ocultar: la riqueza. Bueno también en la costumbre de leer, indagar y analizar
aquello que suele esconderse en los entresijos de la festinada transparencia o cubrirse
bajo el ropaje de los prestanombres.
Mis palabras lograron su objetivo. Cada
uno de los académicos me miró como si yo fuese un pobre pendejo que se había
atrevido a retar su paciencia y sabiduría. El silencio se prolongó pero ya incrementado
con la carga de los cuestionamientos visuales, interrogatorio mudo que me
obligó a decir sin ambages lo que pensaba.
—Antes de que opinen o me flagelen,
permítanme argumentar la sentencia que acaban de escuchar —acoté aprovechándome
de la sorpresa—. Durante varios años he visto crecer cultural y económicamente
a los rectores de la Benemérita. Me consta que varios de ellos ingresaron al
cargo con una modesta situación financiera y que cuando terminaron su gestión lo
hicieron millonarios, además de políticamente poderosos. Es un llamémosle
fenómeno que no ocurre en otras universidades donde los rectores son empleados
de los dueños o socios de las instituciones de las cuales egresaron.
Ya no hubo careo y la reunión concluyó.
Pudo haber sido una coincidencia dado que los interlocutores tenían que
retirarse para cumplir con su agenda del día. O tal vez mi franqueza los
molestó porque, en efecto, el éxito económico de sus compañeros universitarios
no se comparaba con el de los rectores que durante el último cuarto de siglo
manejaron el subsidio y los ingresos de la BUAP. Y también la obra civil. Y
desde luego las empresas outsourcing
contratadas ex profeso para atemperar desde la carga fiscal hasta el manejo
financiero. Y la concesión que suele darse a los amigos dispuestos a fungir
como testaferros. Y el manejo del efectivo que cual caudaloso río mana en
ciertas épocas como si tratara de lavar las piedras. En fin…
Todo ello condujo a los universitarios
de la “nueva ola” a mejorar la perspectiva de la institución poblana. En
especial al maestro Alfonso Esparza Ortiz cuyo propósito, según lo arguye, se
centra en convertir a la BUAP en la mejor universidad pública del país, idea
que por cierto le escuché a Manuel Bartlett Díaz cuando éste fungía como
gobernador del estado.
El
Ave Fénix
“Haré de la de Puebla la mejor
universidad de México”, me dijo Bartlett cuando le respondí alguno de sus
cuestionamientos sobre mis críticas al entonces rector José Doger Corte.
Después expuso sus razones y argumentos para tratar de desmasificar a la
Benemérita, a partir del diagnóstico que mandó hacer y el Proyecto Fénix que su
gobierno diseñó. “Le he pedido al rector que consienta a los jefes de línea”,
soltó confiando en que el periodista captara su mensaje, propósito que tuvo
éxito porque me di cuenta del repentino cambio de estatus económico en los
directivos de la Universidad. Dicho lisa y llanamente: varios de ellos
recibieron el espaldarazo financiero que les abrió el mundo de las finanzas y,
en consecuencia, la puerta a los compromisos que suelen bordear los límites de
la ley… y de la ética.
La Benemérita dio un giro hacia rumbos
mucho más halagüeños y espectaculares. El hecho ocurrió sin que se frenara su
inercia ideológica ni tratara de cambiarse el pensamiento crítico y popular que
se formó después de varias intentonas gubernamentales destinadas a convertir a
la institución en uno más de los tentáculos políticos de gobernantes chambones
y obtusos. Por ventura la BUAP siguió su curso. Y ni Pepe Doger ni los Enrique
(Doger Guerrero y Agüera Ibáñez) se atrevieron a alterarlo. Menos aún los
gobernadores con los que los mencionados rectores negociaron (Manuel Bartlett
Díaz, Melquiades Morales Flores y Mario Marín Torres). El Fénix y el Minerva
detonaron el crecimiento académico, científico y cultural universitario. De
ello dan cuenta los reconocimientos nacionales e internacionales que puso a la
administración universitaria en los cuernos de la luna, ubicación desde la cual
se construyó la “universidad del porvenir” basada —dice el rector Alfonso
Esparza Ortiz— en la solidaridad, inclusión, innovación y su compromiso con la
sociedad.
Nuevos
aires contra viejos vicios
Han pasado los años y sigue vigente lo
que dije en la reunión casual con los profesionistas variopintos, pero ahora
con el siguiente agregado que acompaña a la bonanza financiera de sus directivos:
La revolución hizo justicia porque
aumentaron los beneficios y las prestaciones que ya quisieran la mayor parte de
los académicos de las universidades privadas. Junto con ello también se
incrementó el nivel académico y los programas que, según pintan las cosas,
lograrán más lauros para la Benemérita. Los nuevos aires podrían impedir la
prevalencia de los viejos vicios. Empero, lo peligroso es que en esa nueva dinámica
meta mano Rafael Moreno Valle, circunstancia que daría pábulo para que la
Universidad se convierta en un botín político con las variables que promueve la
corrupción, digamos que institucionalizada.
No cabe duda que Alfonso Esparza está
frente a un gran reto: el crear alianzas estratégicas que detonen el desarrollo
académico-institucional. Pero la suspicacia nos lleva a suponer que Moreno Valle
querrá establecer dentro de la institución universitaria controles que le
ayuden a cumplir con sus intenciones, la personal y la gubernamental, lo cual
produce el ruido que no existe en la educación superior privada.
@replicaalex