Para Alejandro Mondragón, uno de
los colegas que forma parte del periodismo alejado de la farsa, el que incomoda
al poder.
En política, lo que comienza
con miedo, termina en tontería.
Samuel Taylor Coleridge
Por Alejandro C. Manjarrez
“Antes de entrar en materia hago un recuento de los daños y
beneficios (supongo que encontraré alguno por ahí):
En cuatro décadas Puebla tuvo de todo, como en botica: el
derrumbe de tres poderosos gobernadores (general Antonio Nava Castillo, general
y doctor Rafael Moreno Valle y el doctor Gonzalo Bautista O’Farril).
Movimientos estudiantiles relacionados con la política
estatal, algunos con su cuota de sangre.
Crímenes, vendettas y acciones legales violentas que aún no
figuran en la estadística criminal de Puebla a pesar del medio millar de
muertes.
La complacencia de la prensa dominada, corrompida o
irresponsable que, entre otras cosas, omitió referir eventos como el de
Pantepec (26 campesinos asesinados por guardias blancas) y el de Izúcar de
Matamoros, donde perecieron los secuestradores y delincuentes que asolaban la
región (nunca se supo nombre y número de muertos pero prácticamente fueron
todos los que operaban en la zona).
La mediatización y control económico de los “jefes de línea”
de la Universidad Autónoma de Puebla y, por ende, la postración del pensamiento
crítico.
El comienzo del impresionante desarrollo de Antorcha
Campesina, cuya cuna se apestó a pólvora.
La validación sexenal del cacicazgo en la región de Atlixco.
El enriquecimiento insultante de varios gobernadores y sus
secuaces o socios.
Las maromas legaloides para vender o concesionar el
patrimonio del pueblo, estratagemas auspiciadas por dos que tres gobernantes;
verbigracia: la participación de algunos empresarios en los procesos de
corrupción solapados por el gobierno; la manipulación de la justicia con el
propósito de favorecer a los amigos y parientes de personas con intereses
políticos; la comalada de nuevos
millonarios, algunos de ellos testaferros del poder y de los funcionarios del
gobierno; y la aparente ceguera de los partidos políticos, todos sin excepción.
Por esas y otras actitudes parecidas se desmoronó la
credibilidad del pueblo hacia los políticos. Aunque era consciente de lo que
ocurría, la sociedad pasó por alto las corruptelas de los miembros de la
burocracia dorada. En lugar de protestar se guardó para mejores días el cobro
del cúmulo de agravios. Nadie alzó la voz ni denunció hechos ilícitos o
injustos. Hubo voces silenciadas o manipuladas con dinero, prebendas, apoyos y
hasta la vieja componenda: “Si tú me ayudas yo te ayudo, de lo contrario me
veré imposibilitado y no podré meter la mano por ti”.
Mientras todo eso pasaba en Puebla, el país sufría
convulsiones políticas que llevaron a la sociedad a vivir con el Jesús en la
boca y el cuchillo de la esperanza clavado en el hipotálamo. La corrupción
había invadido las estructuras. El pueblo mexicano guardó en algún rincón de su
cerebro todas las ofensas del poder ése —reincido en la cita de Juan de Palafox
y Mendoza— que representa la miseria de su propio poder.
Las elecciones de 2012 hicieron las veces del bálsamo que
cura todo menos los malos recuerdos que, por desventura, en la tierra de los
Clavijero, Lafragua, Orozco y Berra, Flores, Pérez Salazar, Cabrera, Serdán y
Bosques, adquirieron otro cariz: el proceso electoral sorprendió a la sociedad,
y al gobierno del estado de Puebla le permitió reacondicionar su esquema
futurista (similar al que llevó a Enrique Peña Nieto y a Televisa a la fama
popular), método que en un santiamén se convirtió en lastre a pesar de la
justificación más o menos razonable: Rafael Moreno Valle había dicho que la
promoción en los medios electrónicos persuadiría a los dueños del capital para
invertir en la entidad, derrama económica que mejoraría las condiciones del
pueblo, además de borrar la mala fama pública que dejó Mario Marín Torres, el Precioso que, asegura la vox populi, se
llevó hasta el mecate.
(La
llegada a Puebla de la industria automotriz Audi, sería mediáticamente manejada
como uno de esos logros, en este caso aderezado con exenciones fiscales por
doce años y el obsequio de casi quinientas hectáreas, más la construcción de la
multimillonaria infraestructura, incluida la carretera)
La auto-promoción nacional televisiva confirmó lo dicho por
el propio gobernante poblano cuando, al inicio del mandato que el pueblo le
había otorgado, espetó convencido y entusiasta: si ganamos las elecciones con
los periodistas en contra, no necesitaremos de ellos para gobernar.
Buena, mala o visceral, aquella reacción burocrática sirvió
al gobierno para justificar la aplicación del presupuesto de Comunicación
Social, dinero que se destinó a la compra de espacios y menciones en la
televisión nacional, en especial Televisa. Podría ser una decisión chambona si
partimos de que Moreno Valle debe el cargo al pueblo que lo eligió, no así a
los consorcios de la comunicación nacional, tema harto discutido en el 2012. Y
también considerarla venturosa si partimos de que sin habérselo propuesto
indujo en la prensa del estado de Puebla la necesidad de quitarse el lastre que
durante años se le fue formando con el moho de las complacencias sexenales y la
pátina de las notas políticas laudatorias.
¡Vaya coincidencias!
A final de cuentas hay que reconocer que Rafael impulsó al
periodismo al propiciar que se insertara en la nueva época donde la información
instantánea va acompañada de la verdad que exige el gran bloque de internautas
bien informados…”
De mi libro La Puebla variopinta*
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