miércoles, 9 de marzo de 2016

Aurelio Nuño y el aroma de los libros


No se percatan que la televisión,
es tal vez aún peor que la escuela obligatoria.
Pier Paolo Pasolini
Por Alejandro C. Manjarrez
Andrés Henestrosa vivió con el recuerdo del aroma del primer libro que recibió en la escuela. Aquel impacto permaneció en su cerebro induciéndolo a escribir para contarnos historias y, con la magia de su prosa, compartirnos los mitos y tradiciones de México. Supo, y así lo dijo, que los libros estaban destinados a los que ya sabían leer, pero también para los que iban a aprender a leer acompañados con el olor a tinta. El paso del tiempo y su vocación por la cultura, lo convirtieron en un maestro intemporal cuya vida y recuerdo dan armonía a sus letras y palabras para, entre otras de sus acciones intelectuales, pregonar la importancia del aula escolar. "Los libros de la niñez no pasan nunca —sentenció—, no envejecen, no mueren. En sus líneas, que no en balde parecen surcos, los poetas arrojaron la simiente de las palabras que después han florecido en el hombre. El niño no se detuvo a ver si las palabras eran bellas, si los pensamientos excelsos, si la emoción legítima. Se conformó con recibirlas, arrobarse con su música, darles sentido cuando no alcanzó el suyo verdadero. Y hasta en esto, el texto no quedó perdido. Porque nada de lo que llega al niño se pierde: con lo que hoy no entendió se ayudará para entender mañana."
¡Ah..! El aroma de los libros.
Su recuerdo permanece incrustado en nuestro cerebro, igual que las imágenes del salón y del patio escolar e incluso la efigie del maestro y las voces de los pequeños compañeros en la extraordinaria aventura que fue el aprender a leer para, entre los “surcos” que forman las frases, descubrir la ruta hacia un futuro alentador.
Es uno de los gratos recuerdos de la niñez. Llega cuando percibimos el aroma a papel mojado con tinta de imprenta, olor que une cuatro de los sentidos, sensación que últimamente se ha repetido gracias, paradójicamente, a la televisión. Si, en efecto, el aparato que Federico Fellini catalogó como el espejo donde se refleja la derrota de nuestro sistema cultural, dicho avalado por Giovanni Sartori, quien también estuvo de acuerdo con lo de “caja idiota”: en su Homo Videns, Sartori sentenció que la imagen sustituye a la palabra y no permite la abstracción de la información porque la reduce al mínimo al producir imágenes que anulan los conceptos y atrofian nuestra capacidad de entender.
Lo curioso es que ambos criterios (y otros más por el estilo) recibieron el espaldarazo del “Tigre” Emilio Azcárraga, quien, en uno de sus “zarpazos retóricos”, definió a la televisión como el medio perfecto para alimentar la esperanza de los jodidos de México.
¿Cómo ve?
Bueno pues ahora resulta que —gracias al interés-necesidad de promocionar su obra, acciones y trabajo— a través de esa “caja idiota”, nos hemos enterado de la obligación que se echó a cuestas Aurelio Nuño Mayer, secretario de Educación Pública del gobierno federal, una de las cartas (quizá la principal) de Enrique Peña Nieto (el presidente aceptó que ya mira hacia el escenario electoral del 2018). Excelente, regular o malo, usted dirá, lo más importante del bombardeo promocional que incluye el “placeo mediático” del novel precandidato, está en la difusión personalizada del programa “La Escuela al Centro”. Esto porque por fin serán regenerados los miles de planteles que el abandono convirtió en pocilgas escolares sin agua y con pedazos de ventanas; en espacios decorados con jirones de pizarras; en ruinosas aulas con maestros desalentados; en el lamentable entorno escolar de cientos de miles de niños rodeados de baños apestosos y la insalubridad que genera la indolencia. Todo ello tolerado por padres de familia resignados e indignados.
Ignoro si en la información que guarda el cerebro del secretario Nuño se encuentra el aroma de los libros. Tal vez. De lo que estoy seguro es que gracias a su iniciativa los niños de hoy tendrán (o ya tienen) la posibilidad de percibir ese agradable perfume sin que medie el tufo de las letrinas. Y lo más importante: podrán disfrutar de la misma sensación que motivó a don Andrés Henestrosa, efecto acompañado con las imágenes agradables de la escuela cuya “música de piedra” (diría el sacerdote y poeta Manuel Ponce), concreto y tiza, dará equilibrio a las acciones que permitirán al alumno encontrar las palabras para entender el mañana. Se convertirá, por qué no, en la fuerza intelectual de un México menos contrastante, en el cual hombres y mujeres recordarán con amor el aroma de los libros.
Que así sea, por el bien de todos.

@replicaalex