Encuentros y desencuentros de los Premio Nobel de Literatura
Lo dijo Vargas Llosa
…Pero es cierto que su imagen se vio algo
enturbiada (…) por su relación con los gobiernos del pri, ante los que moderó su actitud crítica. Esto no fue
gratuito, ni, como se ha dicho, una claudicación debida a los halagos y
pleitesías que multiplicaba hacia él el poder con el ánimo de sobornarlo.
Obedecía a una convicción que, aunque yo creo errada (…) Octavio Paz defendió
con argumentos coherentes. Desde 1970, en su espléndido análisis de la realidad
política de México, Posdata, sostuvo
que la forma ideal de la imprescindible democratización de su país era la
evolución, no la revolución, una forma gradual emprendida al interior del
propio sistema mexicano, algo que, según él, empezó a tener lugar con el
gobierno de Miguel de la Madrid y se aceleró luego, de manera irreversible, con
el de su sucesor, Salinas de Gortari. Ni siquiera los grandes escándalos de
corrupción y crímenes de esta Administración lo llevaron a revisar su tesis de
que sería el propio pri quien
pondría fin al monopolio político del partido gobernante y traería la
democracia a México.
Muchas veces me pregunté en estos años por qué
el intelectual latinoamericano que con mayor lucidez había autopsiado el
fenómeno de la dictadura (en El ogro
filantrópico, 1979) y la variante mexicana del autoritarismo, podía hacer
gala en este caso de tanta ingenuidad. Una respuesta posible es la siguiente: Paz
sostenía semejante tesis, menos por fe en la aptitud del pri para metamorfosearse en un partido
genuinamente democrático, que por su desconfianza pugnaz hacia las fuerzas
políticas alternativas, el pan
(Partido Acción Nacional) o el prd (Partido
de la Revolución Democrática). Nunca creyó que estas formaciones estuvieran en
condiciones de llevar a cabo la transformación política de México. El pan le parecía un partido provinciano,
de estirpe católica, demasiado conservador. Y el prd un amasijo de ex priistas y ex comunistas, sin
credenciales democráticas, que, probablemente, de llegar al poder, restablecerían
la tradición autoritaria y clientelista que pretendían combatir. Toquemos
madera para que la realidad no confirme este sombrío augurio.
Lo que años antes había dicho y escrito Octavio Paz (Primero en la revista Plural y más tarde en El ogro filantrópico); a saber:
La institución
presidencialista mexicana se parece, más que al presidencialismo
norteamericano que la inspiró, a la dictadura de la antigua Roma (...) Nuestros
presidentes son dictadores constitucionales, no caudillos”. (Rodríguez Ledesma,
1996: 338-339).