(Los rectores del la Buap, última parte)
Por Alejandro C. Manjarrez
Alfonso Esparza Ortiz probablemente
nunca imaginó que él sería el primer beneficiario directo del impulso cultural
y académico promovido durante la rectoría de Enrique Agüera Ibáñez,
responsabilidad financiera que recayó en su área, la Tesorería. Menos aun que
tendría la oportunidad de encabezar el movimiento silencioso universitario que
validó la autonomía al pasarla del papel a la praxis tal y como lo muestra el mensaje
que pronunció en su segundo informe como rector. Cuando lo escuché y lo vi
moviéndose sobre el escenario del Auditorio del Complejo Cultural
Universitario, precisamente, reflexioné sobre su vida en la Institución y
recorrí la llamémosla película de su trayectoria universitaria, empezando por
las primeras imágenes grabadas en mi mente después de una diligencia judicial
donde se mostró extremadamente nervioso, quizá
porque era la primera vez que representaba a la Universidad para exponer los
argumentos del rector interino propuesto por la clase política universitaria y
palomeado por el gobierno de Mariano Piña Olaya. La intención: propiciar que
Óscar Samuel Malpica Uribe, rector destituido, permaneciera en la cárcel.
Pasaron los años y se olvidó aquella
mala experiencia institucional que operó como un fardo a la vida universitaria ubicada
en el umbral de la inestabilidad, estatus a mi juicio auspiciado por el
gobierno estatal orientado por los mandos federales.
Vientos nuevos
Las crisis políticas eran otro más de los recuerdos,
algunos de ellos formativos. Lo vimos cuando la Benemérita cumplió con éxito el
proceso de reinvención diseñado por el gobernador Manuel Bartlett Díaz. El
rector beneficiario fue José Doger Corte, responsable, dijeron, de la caída de
su adversario Samuel Malpica. Eran pues los días de formación profesional y
entrenamiento político, experiencias basadas en la praxis y la observación.
"No opinar y acatar sin rechistar", podría haber sido el grito opaco
de supervivencia académica y administrativa, conseja aderezada con otra
disposición producto del pragmatismo del poder gubernamental entonces empeñado
en mermar la fuerza política de la Universidad: "Corrompan a los jefes de
línea". Lo que en política cuesta, sale barato, diría el clásico.
Pasó el tiempo y tanto Alfonso Esparza Ortiz como el
resto de los académicos observaron y participaron en el proceso del cambio,
dinámica que incluyó la política cultural impulsada por Enrique Agüera Ibáñez. Los
miembros de la clase política universitaria dejaron de ser testigos de piedra para
participar y convertirse en activos promotores del desarrollo cultural de la buap.
Agüera acordaba con Esparza aquello que requería la
experimentada observación del auditor, contralor y tesorero, características,
experiencia y formación que coincidían en Esparza. Así fue como los años del
rectorado del primero construyeron en ambos el compromiso de la herencia del
cargo, paso que requería nombrar al segundo como Secretario General de la
Benemérita.
Se hizo el relevo y Alfonso llegó a la rectoría como
interino para organizar la elección que lo convertiría en rector electo. Cauto
como es, en ese periodo y durante el primer año decidió nadar de muertito hasta
conocer o aclarar aquello que había dejado pasar obligado por su ortodoxia. En
ese año y fracción vigorizó sus amistades e hizo nuevos amigos con los cuales,
intuyo, creó compromisos de a bigote.
La intención: llegar sin tropiezos a lo que pudo haber sido su sueño
profesional. Así fue como el 4 de octubre de 2015 el ya rector Esparza mostró a
la comunidad universitaria los frutos de lo sembrado por sus antecesores, en
especial Agüera Ibáñez:
La buap
la hacen ustedes estudiantes —dijo Alfonso—; sigan estudiando, sigan leyendo,
sean rebeldes, llévennos a donde ninguna generación nos ha llevado nunca,
llévennos a romper límites, llévennos hoy al mañana; cuestionen, exploren,
rompan, construyan, investiguen, arriesguen, hágannos soñar y sueñen sin
límites.
Con esa arenga Esparza Ortiz rompió el candado del
portón de la democracia universitaria, cerrojo impuesto por el poder, los
tiempos ideológicos y las circunstancias políticas. Digamos que aprovechó el
desgaste natural del gobierno morenovallista con el cual lo vincularon sus
críticos y también sus enemigos naturales. De ahí que haya sido oportuno su
llamado a la única red capaz de alterar para bien o para mal el proyecto
académico (el personal y el institucional) basado en la cultura, precisamente.
Aquel 4 de octubre, insisto, Esparza mostró que contaba
con el bagaje proveído por lo enunciado en el contexto de este libro. Sabía que
estaba obligado a vigorizar la presencia académica y social universitaria así
como el legado de Enrique Agüera. Lo hizo y dejó expuesta su capacidad y
experiencia en el manejo de la institución.
Como ya lo escribí, habían pasado más de tres décadas
de la última crisis universitaria protagonizada por el gobierno de Mariano Piña
Olaya y el entonces rector Óscar Samuel Malpica Uribe. En ese trayecto hubo
asesinatos propiciados por la ambición de poder y la estupidez criminal de
sicarios disfrazados de universitarios. El lapso también incluye la persecución
de estudiantes por parte de gobiernos intolerantes.
En la administración de Esparza no sólo prevaleció la
influencia pública de la Universidad sino que se hizo patente gracias a la
arenga que pronunció aquel 4 de octubre del 2015. El discurso dejó entrever que
la autonomía universitaria difícilmente será vulnerada por los gobiernos; que hacerlo
equivaldría a detonar la bomba social que ha estado inactiva gracias a la
interrelación entre las autoridades académicas y los estudiantes, sinergia
basada en el interés profesional, el deseo de crecimiento, el compromiso
histórico y la disposición cultural de las partes.
*De mi libro en preparación Puebla, el legado
@replicaalex