Amigos lectores: comparto con ustedes una de las facetas poco conocidas del angustiado, inseguro, frustrado y genial Franz
Kafka. Se trata de una anécdota que bien podría formar parte de las historias que se cuentan en los días navideños, cuando los rostros infantiles suelen mostrarnos las ilusiones de esta época con olor a pino. Y que conste: las tragedias también son parte de la Navidad:
Cuando Kafka caminaba por las calles de
Viena, se encontró a una niña triste y llorosa que se quejaba por haber perdido
a su muñeca. Impresionado por el llanto de la pequeña, el solitario escritor se le acercó para consolarla; le dijo que no
se preocupara; que su muñeca acababa de irse a un interesante viaje; que él la
había visto partir; que conversó con ella y que la mismísima muñeca le había
prometido escribir a la niña para contarle sus aventuras. Finalmente Franz
logró convencer a la pequeña y ésta dejó de llorar. Nos cuentan los biógrafos
del escritor, que impresionado por ese venturoso encuentro, Kafka dedicó los
últimos días de su vida a escribir las cartas que la muñeca envió a la niña.
*Esta historia, que por cierto he
editado, aparece en la obra firmada por Juan Ignacio Alonso y Fran Zabaleta (99 Libros para ser más culto).