La
moral es un árbol que da
moras
o sirve para una chingada
Gonzalo N. Santos
Por
Alejandro C. Manjarrez
Al
escuchar a Ricardo Anaya hablar de su lucha contra la corrupción y la
antidemocracia partidista, imaginé los rostros sonrientes de los gobernadores
de Morelos, Puebla y Veracruz. Y me pregunté: ¿Cómo es posible que el candidato
de la Alianza que tanto critica las decisiones políticas del PRI y de Morena,
persista en soslayar u olvidar lo que han hecho los personajes mencionados,
gobernantes cuyas decisiones políticas los muestran como falsos demócratas? No
es cosa menor el pugnar para que el hijastro de uno, la esposa del otro y el
hijo del tercero consoliden lo que en los viejos tiempos se llamaba “monarquía
pulquera”.
La
actitud del panista-perredista-naranja evidencia lo que usted y yo sabemos: que
en política el soslayo, la añagaza y la manipulación forman parte de los
engaños articulados para ganar votos y así obtener cargos desde los cuales se
conduzca o promueva el comercio del poder, actividad que por cierto se inserta
en la corrupción que Anaya dice combatir.
Pero
las omisiones de Ricardo en favor del morelense, del poblano y del veracruzano,
obligan a traer a cuento el talante del general Maximino Ávila Camacho cuyo
ejercicio del poder le permitió programar las tres gubernaturas que le
sucedieron: una para su mozo de estoques (así le decían), otra para su hermano
y la última asignada al hombre de confianza de la familia.
Antes
de entrar en materia déjeme plantearle el llamémosle marco político-económico
de la Puebla gobernada por el atrabiliario Maximino, precisamente:
El
benefactor de entonces era William Jenkins, el “gringo” que además de asociarse
con varios políticos de la época (dos presidentes de México entre ellos), se
convirtió en promotor de la educación superior en Puebla. Es obvio que quiso
tamizar el “oscuro arte titiritero” que le produjo una enorme fortuna, práctica
que le permitió multiplicar su riqueza además de convivir asociado con el
entonces gobernador Maximino Ávila Camacho.
Ya
sabe el lector que en aquellos días la vida pública de Puebla estuvo a merced
de individuos sin arraigo y sin escrúpulos, todos ellos observados con recelo
por los empresarios de casa, los mismos que temían a las reacciones del gobernante
cuyas amenazas iban desde aplicarles la ley del hielo dejándolos fríos, secos y
sin dinero o, en el mejor de los casos, hasta meterlos a la cárcel si acaso no eran sentenciados a la pena de
muerte, último recurso decretado por el gobernante empeñado en desaparecer
a los necios que se oponían a sus designios unilaterales. Semejante estilo
personal de gobernar propició el fortalecimiento del rumor, único paliativo contra
el temor producido por los diferentes tipos de persecución gubernamental. ¡Guay
de aquel que se atreva a criticar abiertamente las decisiones del titular del
poder Ejecutivo poblano…!, se advertían entre sí los patrones de la época,
cuando el secreto era la condición para reunirse y conspirar.
La
dupla Maximino-Jenkins se convirtió así en la necesaria referencia política para
que historiadores locales, nacionales y extranjeros comenten cómo diablos se
manejaba el poder basado en la frase que sirve de epígrafe, dicho cuya
altisonancia podría ser la esencia del comportamiento de varios de los
políticos vigentes.
¡Y llegó la modernidad!
Debido
a los avances democráticos y a la presencia de medios de comunicación
(incluidas las redes sociales) hubo quienes apostaron a que nunca más se
repetirían las trapacerías políticas del vetusto cacicazgo poblano entonces apoyado
por el gobierno federal, primero a cargo de Lázaro Cárdenas y después bajo el
mando conciliador de Manuel Ávila Camacho. La connivencia entre el poder y los
intereses personales permitió a don Max programar a sus sucesores, los tres protegidos
por la sombra y la fama del militar cuya muerte ocurrió antes de comprobar que su
proyecto prevalecería hasta convertirse en el hito histórico de necesaria cita
recurrente.
Parecía
pues que, dados los avances en la vida pública nacional y el despertar de una
sociedad hoy unida por las redes sociales, ya no habría en México (y menos en
Puebla) otro régimen como aquel de triste memoria. Sin embargo, no obstante los
avances y el desarrollo que vivimos, se repitió el hecho que, al parecer, tiene
el aval presidencial aderezado con la complicidad de las fuerzas políticas del
país, ahora unidas con la malévola intención de hacerse del máximo poder de la
República, o sea la alianza PAN, PRD, MC. ¿Para qué? Según parece, para que sus
integrantes permanezcan asidos a la ubre presupuestal.
Se
habla de que las redes sociales han sido utilizadas para manipular las
reacciones de los internautas. Si así fuere deberíamos reconocer que el equipo
de Andrés Manuel López Obrador resultó el mejor preparado en el arte
cibernético denominado propaganda negra. Esto porque por ese manejo el gobierno
del PRI cayó al estrato más bajo de su historia electoral y, según las
encuestas, las demás opciones quedaron a una distancia de dos dígitos. Aseguran
algunos expertos en el tema que así es la lectura demoscópica de la contienda,
tendencia que podría cambiar dependiendo de las acciones que emprendan los
grupos de los otros candidatos. Ya veremos, dijo el ciego.
Lo
apuntado en el párrafo anterior es lo mediáticamente fácil de vender. Empero,
resulta más importante observar para descubrir las razones de la complacencia
mostrada por los candidatos Ricardo Anaya Cortés y José Antonio Meade
Kuribreña, soslayo o actitud que favorece a los Nepotes mencionados, uno, el de
Morelos, ahogándose en el mar del desprestigio político que él mismo construyó;
otro, el jarocho, en pleno usufructo de sus profundos conocimientos sobre lo
que podría llamarse extorsión electoral; y Rafael Moreno Valle, el de Puebla, como
el avatar de Maximino, antítesis del México democrático que usted y yo
anhelamos, país donde la moral pública deje de ser el fruto aquel que definió
el irónico y maloso Gonzalo N. Santos, al parecer paradigma de quienes se
suponen dueños de la política de sus estados.
Para
concluir articulo las siguientes preguntas, digamos que obligadas:
¿Será
Moreno Valle avatar de Maximino? ¿El futuro senador contará con el apoyo de
algún benefactor? ¿Volverá a cambiar de camiseta? ¿Ganará su tercera
gubernatura?
Bienvenidas
las respuestas, sugerencias, confidencias, infidencias y revelaciones que bien
podrían ser tema de otra columna.
@replicaalex