Sepelio de José Luis Alberto Tehuatlie
Si llegué a ser gobernador con la
prensa en contra,
no la necesito para gobernar
Rafael Moreno Valle
Por Alejandro C. Manjarrez
Siendo niño sobrevivió a una complicada intervención
quirúrgica de corazón.
Después resistió el proceso pos
operatorio que, dijeron los pediatras de entonces, podría ser tan o más
peligroso que el mal cardiaco que lo llevó al quirófano.
No obstante los pronósticos médicos, aquel
niño creció sano y robusto gracias a los cuidados extremos y protección permanente
de sus padres, atenciones que incluyeron el cumplir todos y cada uno de sus
caprichos.
Redivivo al fin.
Pasaron los años y el tipo creció,
brincó la adolescencia, se hizo adulto y llegó a la política como triunfador, estilo
que le ganó las malas vibras de sus correligionarios producto de la cultura del
esfuerzo (lo vieron feo porque había nacido envuelto en sábanas de seda).
El marinismo se le fue encima, actitud
que le inoculó los resabios que, según parece, aún guían parte de sus
reacciones y mucho de su proceder político hacia los poblanos. Sin embargo, logró
eliminar el peso de presiones y “grillas” valiéndose del pragmatismo que le
inculcaron sus maestros. Uno de esos apremios fue el “hoyo financiero”
endilgado durante su paso por la Secretaría de Finanzas y Desarrollo Social,
déficit que “tapó” o justificó con las teorías abrevadas en las aulas de Boston.
Salvó el escollo.
Una vez superadas las barreras políticas,
incluidas las digamos que provincianas, se le atravesó la crisis del PRI
provocada por Roberto Madrazo. Como es del dominio público, Moreno Valle pudo sobrellevar
aquel trance ayudado por Elba Esther Gordillo, precisamente, la lideresa magisterial
que abandonó el barco priista con la intención de abordar la nave de Felipe
Calderón para —apoyándose
en la labor de sus buzos electorales— llevarla a buen
puerto: Los Pinos.
La influyente Maestra lo cubrió con su
manto protector al incluirlo en su agenda de extorsión política a Calderón —entonces candidato
presidencial—
dotándole del escaño senatorial que renovó sus sueños de poder.
Los
espantos
Festinaba sus triunfos y alianzas cuando
el PRI ganó la elección y Enrique Peña Nieto se convirtió en Presidente. No
tardó la venganza que metió a la cárcel a Elba Esther Gordillo Morales, la
priista que había traicionado a su partido en pos del fortalecimiento electoral
del PAN. A pesar de ello, una vez más, Rafael logró “resucitar” al hacer uso de
su histrionismo-empático y su capacidad mimética y su sonrisa cautivadora y sus
habilidades financieras, “cualidades” que le han permitido manejar a su
arbitrio el presupuesto estatal (más de 50 mil millones de pesos al año).
Y volvió a salvarse.
Ninguno de esos tragos amargos logró
borrar la imagen de la silla presidencial, símbolo que siguió tatuado en su
mente de conquistador. Su seguridad y optimismo permearon entre los
colaboradores de primer nivel, cada cual consciente de que el futuro personal y
familiar dependía del éxito de Rafael Moreno Valle Rosas. De ahí que se
impusieran la obligación de admirarlo; que soportaran las llamadas de atención (algunas
altisonantes, si no es que violentas); que toleraran su mal talante exacerbado
por el error del o los subordinados; que entendieran que el “Sí Señor” era la
frase a flor de labio que les permitiría seguir siendo parte de los privilegios
que se reflejan en la nómina. Ésa fue, pues, una de las razones para que en el
equipo desapareciera la necesaria autocrítica y que las opiniones vertidas coincidieran
con las ideas u ocurrencias del Gobernador. ¡Guay de aquel que se atreviera a
desentonar!
Suficiencia
A tres años de su mandato, el futuro
estaba planchado. Moreno Valle se había convertido en paradigma y benefactor de
la dirigencia panista encabezada por Gustavo Madero. El presidente Enrique Peña
Nieto parecía tolerarlo, incluso hasta lo utilizó para menesteres políticos,
como el intermediar con la idea de armonizar los intereses de los gobernadores
ajenos al PRI.
Rafael aparentaba haberse convertido en
la punta de lanza en los temas complicados del Estado Mexicano. Le dio brío a
la Conago, por ejemplo. Diseñó la ley que, supuestamente, controlaría las
manifestaciones populares. Y se trepó al avión de la nueva revolución priista,
no como miembro de la tripulación, no, de ninguna manera, sino como invitado de
conveniencia y convivencia políticas.
Esa inclusión hizo las veces de otro de
los tónicos milagrosos que vigorizó su presencia nacional permitiéndole manejar
su imagen en los medios de comunicación masiva. Las televisoras, que ya lo
tenían en su lista de clientes VIP, lo mantuvieron en sus promociones pagadas.
Por esta circunstancia se le siguió considerando como factor financiero y, por ende,
un ente con el que había que negociar la entrega de tajadas del erario
público.
El
pedestal roto
El ídolo blanquiazul había ascendido al
Olimpo mexicano pisando los peldaños de adobe, la espalda del pueblo.
En el gobierno de Puebla sólo se
escuchaba el canto de los corifeos del gobernador. Los “cerebros” del gabinete
dejaron de serlo para adoptar la calidad de pies y manos de Moreno Valle. Nadie
lo alertó de los peligros que fomentaba su estilo rayano en el despotismo.
Ninguno se atrevió a decirle que el pueblo tiene derecho a manifestarse. Y no
hubo quien le aconsejara adoptar el diálogo como una de las acciones
inteligentes de su gestión. (Hoy no hay quien saque la cara por él, quizá por
temerle o tal vez por miedo a las respuestas de la sociedad.)
Se fue con todo contra quienes lo
importunaron.
Ocurrieron hechos lamentables como la
persecución de líderes sociales o el asedio violento contra campesinos e
indígenas que solicitaban comprensión.
Murió un anciano en la cárcel a donde el
gobierno lo había metido no por delinquir sino inventándole una transgresión a
la ley para enviar un mensaje a quienes se alebrestaran con la intención de
hacer públicas las demandas sociales.
Su malhadada “Ley Bala” produjo la
muerte de José Luis Alberto Tehuatlie Tamayo, el niño que se le atravesó a los
proyectiles lanzados contra el pueblo, hecho que dejó en la conciencia de la
sociedad la marca permanente que, en el mejor de los casos, establece que
Moreno Valle es un “gobernante represor”, frase que hizo pedazos al ídolo de
barro.
Las palabras que uso como epígrafe
conforman una paradoja dado que la prensa tiene la obligación de dar testimonio
de los errores de Moreno Valle, equivocaciones que, valga la figura, lo han
puesto de pechito.
¿Sobrevivirá a todo ello?
Es posible siempre y cuando conecte su
corazón restaurado con el cerebro, o al revés.
@replicaalex