sábado, 23 de agosto de 2014

Miguel E. Abed, historia breve



Por Alejandro C. Manjarrez 

¿Usted cree que mi hijo podrá manejar este avión.

Ahora está al mando don Miguel.

Entonces dígale a Jaime que lo pagaré en 30, 60 y 90 días. Ando un poco apretado.

El que esto escribe acompañaba a don Miguel E. Abed en el vuelo demostrativo de una nave Piper modelo Navajo. Éramos los únicos pasajeros del avión de 12 plazas. Lo piloteaba Jaime Sitja y llevaba como copiloto a Miguel, el hijo mayor del industrial esposo de Gloria Shekaiban. 

Se hizo la operación y yo tuve el privilegio de conocer al textilero que dio prestigio a la industria en Puebla debido a su calidad humana y visión financiera. Aquel viaje me acercó a la familia del  patriarca: Gloria, su esposa, y sus hijos, Miguel, Julián, Gloria y Alberto. Así me enteré de las peripecias que hizo don Miguel para evitar que Gloria le fuera secuestrada por Maximino Ávila Camacho.

Que bella mujer le acompaña Abed. Hágame el favor de llevarla a mi casa para que nos conozcamos mejor. Ya sabe usted que los socios se comparten los bienes y espantan los males.

Estas palabras que repito de memoria, cimbraron a don Miguel enamorado ya de Gloria. No lo pensó dos veces y el industrial decidió "desaparecerla" de Puebla para evitar que Maximino pudiera dar con ella. Pasaron varios dias sin que el gobernante platicara con Abed, como le llamaba. Sin embargo, la petición-sentencia seguía vigente. Dos meses más tarde el temido socio de los principales ricos de la entidad reclamó a don Miguel:

Qué pasó socio. ¿Dónde está la belleza que quedaste de traer?

Ay, señor gobernador respondió Abed con la congoja reflejada en el rostro—. Alguien se la robó. Me dijo un paisano que se la llevaron a Líbano. Fue un comerciante árabe. Creo que hasta se casó con ella.

Maximino vio a su socio con los ojos de la duda. Debe haber hecho su propio balance financiero y prefirió olvidar a la mujer para no alterar aquella conveniente relación que, obvio, le daba mucho dinero.

Mire Abed soltó el atrabiliario gobernante confio en usted y por esta ocasión le creeré. Pero si me entero que he sido engañado sepa que lo echaré de menos...

Don Miguel ya había considerado esa reacción (conocía bien a Maximino) y por ello compró en secreto la residencia en Lomas Virreyes que me dijo doña Gloria hizo las veces de una lujosa prisión con todas las comodidades soñadas. "Durante años fue un jaula de oro", se quejó después de que su marido dejó este mundo llevándose el dolor de la traición fraguada por los hijos del primer matrimonio, los Bueno que decía el industrial resultaron los malos.

Años después, cuando don Miguel sentía que le quedaban pocos días de vida, le pidió a Gustavo Díaz Ordaz que él fuera el interventor de su herencia. El entonces presidente encargó el asunto a Joaquín Cisneros, su secretario particular. "Los Bueno, que son los malos, obligaron a don Miguel a firmar un testamento donde ellos mismos se declararon herederos universales dijo el Presidente—. Hágase cargo e impida que se cometa esta arbitrariedad. Tiene usted todo mi apoyo y autoridad".

Murió el benefactor de muchos políticos e inició la batalla legal por la herencia. Cisneros intervino como representante oficioso del gobierno mexicano en ese entonces representado por Gustavo Díaz Ordaz. "Tienen dos alternativas amenazó el secretario particular con la frialdad tlaxcalteca exacerbada por el poder— se olvidan del patrimonio que dejó su padre o se enfrentan al poder del Estado mexicano. El Presidente fue enterado por su propio padre del deleznable acto que ustedes llevaron a cabo aprovechándose de la enfermedad de don Miguel..."

Una vez más funcionó la teocracia mexicana en los Abed Shekaiban: recibieron el legado de su padre, dinero y bienes que formaron otras historias con incidencia en Puebla.

Pero esa son, en efecto, otras historias...

@replicaalex
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