Por
Alejandro C. Manjarrez
Está
visto que para ser un político exitoso se necesita tener buena estrella. No
basta ser rico o hábil en eso de beneficiarse con el manejo de los recursos
públicos. Tampoco son suficientes las componendas entre pares o la cobertura
que ofrece el moche o el salpique. No. La suerte en la política mexicana —que
por cierto equivale a un pacto con el diablo— es la que sostiene y da vigencia
a los mandatarios cuyos excesos ofenden al pueblo que los llevó al cargo.
Y
en este caso, ¿qué significa la suerte?
Curiosa
o paradójicamente, la vida pública de los suertudos depende de Enrique Peña
Nieto, o sea de cómo le vaya en la feria nacional. Él, el Presidente, es el hado
o algo así como el sol que ilumina el camino de esos políticos. Las razones: Enrique
tiene en casa a su buena estrella, la famosa Gaviota. Por si fuera poco esta afortunada
característica, Peña Nieto representa al dios de nuestro sistema teocrático-sexenal.
Por ello, si él mueve un dedo, México se mueve; si hace un guiño, el poder
mediático responde; si adopta uno de sus famosos gestos, sus secretarios actúan,
sonríen, se enojan o se acogen al conveniente mutismo, depende el mensaje
visual. Y qué decir de su cautivadora sonrisa cuando con esa poderosa expresión
empática es capaz de conquistar voluntades…
Del
primer mandatario depende pues la tranquilidad de la clase política nacional.
Para la mayoría Peña Nieto podría ser la suerte o buena estrella: si le va bien
a él, les va bien a sus colaboradores, correligionarios y cuates. Y si le va
mal, sus adversarios, críticos y detractores sacan provecho a la circunstancia
aunque en ella vaya de por medio la estabilidad de la nación. Sobran los
ejemplos.
Bueno,
hay uno que no sobra porque ha resultado el principal beneficiario del caos
guerrerense y, valga la definición, del desmadre ferroviario. Por ello le queda bien el adjetivo de…
El suertudo del caos
Rafael
Moreno Valle Rosas, gobernador de Puebla, vivía el peor de sus momentos
políticos cuando estalló la “bomba” de Iguala, hecho que sorprendió a México,
al mundo y desde luego al Presidente. El tema del crimen de José Luis Tehuatlie
Tamayo, asesinato ocurrido en San Bernardino Chalchihuapan, cayó en una fosa mediática y
fue apagado por las llamas de la pira nacional que provocó la estupidez del
munícipe asesino, el tal Abarca. Pasaron los días y las protestas solidarias
con los padres de Ayotzinapa atrajeron, para revivir, el caso de Puebla. En
esas andaban los progenitores acompañados por padrinos, compadres e hijos
putativos de la política mexicana, cuando Carmen Aristegui reventó el asunto de
“La casa blanca”. Otra vez se desvió la atención nacional para escrutar la
operación inmobiliaria que “descarriló” al tren rápido de Querétaro. La muerte
del niño poblano pasó a tercer término no obstante el llamado que hicieron los
jóvenes que llegaron a Puebla para participar en el VI
Congreso Mundial por los Derechos de la Infancia y Adolescencia, todos ellos indignados por la actitud del gobierno
morenovallista en contra de la señora Tamayo, madre de José Luis (fue corrida
del recinto donde se llevaba a cabo el acto, dicen que por Marta Erika Alonso,
esposa del gobernador): exigieron justicia por el —así lo expresaron— asesinato
del adolescente de 13 años de edad.
¿Qué
pasará con el suertudo Rafael?
Si
funciona su instinto de conservación, inventará algún pretexto para montarse en
la dinámica de transparencia impuesta por el jefe de las instituciones
nacionales. Entonces, si así lo hiciere, tendría que publicar la lista de sus
bienes, incluidos los de su esposa y padres, capitales que podrían hacer que palideciera
la riqueza de la familia presidencial. Y como el ejemplo arrastra, sus
colaboradores estarían obligados a seguir los pasos del jefe con la posibilidad
de que sobreviniera el…
El caos gubernamental
Esa
corresponsabilidad sería sin duda muy desgastante e incluso hasta explosiva.
Imagínese el lector que saliera a la luz pública la riqueza de los funcionarios
del gobierno poblano: a varios de esos servidores les bastó tres años para
lograr adquirir el estatus de ricos, nuevos si partimos de que llegaron a
Puebla en condiciones de modestia económica.
Aunque, pensándolo bien, así como van las cosas, no habría problema porque es probable
que ocurra otro follón que obligue a Peña Nieto a sacar la casta para, sin
quererlo, seguir fungiendo como la buena estrella de Rafael… y de otros
gobernantes atrapados en la vorágine provocada por sus decisiones personalistas
unas, chambonas otras, dictatoriales las más.
Pero
como una Gaviota no hace verano —u otoño o invierno— en México todo puede
pasar.
@replicaalex