martes, 2 de diciembre de 2014

Moreno Valle ¿capo electoral?


Por Alejandro C. Manjarrez
La corrupción es la causa de todos los males que padece México.
Hay partidos políticos que están conducidos por dirigentes corruptos (y sin escrúpulos), a quienes les vale madre postular criminales y/o recibir dinero sucio para financiar campañas. Lo curioso es que ellos son los primeros en arrogarse el papel de moralizadores.
Muchos alcaldes ven en el cargo la oportunidad de enriquecerse valiéndose de las participaciones, la obra pública e incluso del usufructo de su autoridad. Recordemos que el municipio es la célula del federalismo mexicano. De ahí que de él parta y repercuta lo bueno y malo, lo que eleva la imagen del gobierno federal o aquello que la ubica en los niveles de la vergüenza nacional.
Existen legisladores que se involucran en o promueven las corruptelas motivados por igualas, moches, ayudas y compensaciones provenientes de los gobernantes que fomentan este delito, los mismos que usan el dinero del pueblo para hacer válido aquello de que, “en política, lo que cuesta sale barato”.
También hay jueces y magistrados cuyo destino y futuro depende de su obesidad visual y las habilidades o maña que les sirven para interpretar la ley, casi siempre de acuerdo con los intereses o dictados del poder Ejecutivo, nacional o estatal.
De esta forma, la corrupción calificada como institucional y combinada con el crimen organizado, han logrado corromper para controlar a muchas autoridades. En consecuencia influyen en la vida comunitaria de municipios y regiones. Lo de Iguala, por ejemplo, es uno de los casos, el más vergonzoso del México moderno.
El hilo negro
El principio —dijo Pitágoras— es la mitad del todo. Y en política ese principio puede tornarse negativo cuando los procesos electorales son inducidos por los gobernantes cuya fuerza política depende de su capacidad para manipular elecciones y, desde luego, manejar el prolegómeno que antecede al proceso constitucional; me refiero a las eufemísticamente llamadas precampañas.
La corrupción —cáncer social de México— inicia precisamente con las campañas políticas que suelen manejar para su provecho personal, los titulares de los tres niveles de gobierno. Con el fin de controlar este tipo de procesos y por ende las elecciones, “invierten” grandes cantidades de dinero o, en la mejor de las ambigüedades, negocian candidaturas, derrotas, triunfos y puestos en la administración pública, “privilegio” que suele arrogarse el mandatario nacional, estatal o incluso el municipal.
Mono, perico y poblano…
Dejo pues las generalidades para ubicarme en Puebla, la entidad donde el concepto de democracia equivale a control electoral, que es sinónimo de corrupción, en este caso la digamos que ideológica.
Y para que no haya duda sobre lo “ideológico” de ese tipo de corrupción, rememoro la indulgencia política concedida por el gobernador actual, hito que forma parte de la historia de las contradicciones poblanas, las que nos dan oportunidad de escribir basándonos en lo que nadie se atrevería a negar ya que son hechos del dominio público:
Recién inaugurado el gobierno actual, cuando la sociedad exigía la consignación de Mario Marín Torres, el Ejecutivo poblano argumentó a su equipo (o quizá fue al revés) que era necesario garantizar la gobernabilidad y la paz social. Para ello tendrían que evitar que el PRI poblano se comportara como partido de oposición al usar a su militancia y controles políticos regionales, con el propósito de castigar a quien entonces consideraban tránsfuga e incluso hasta traidor. Como algunos de esos priistas tenían cola (precisamente los que se quedaron con el control de su partido) no les quedó de otra mas que someterse a los dictados del poder morenovallista. “Está cabrón incrementar la población carcelaria”, dijo alguno de ellos. Ante esta terrible amenaza, ninguno de los dirigentes hizo algo por su partido, unos porque estaban comprometidos y tenían que proteger a sus padrinos, y otros porque temían a la revancha judicial de quien los conoció siendo pobres; es decir, antes de que se convirtieran en millonarios.
Así fue como Rafael Moreno Valle pudo controlar lo que parecía alterar su proyecto de gobierno. Le puso brida y sordina a varios de los miembros de la clase política estatal (entonces sin clase). Ellos mismos se encargaron de quitar las piedras que estorbaban a su ex correligionario ya en funciones de gobernador. Negociaron la congelación o el “recurso de alzada” de sus expedientes negros, actitud que aquí y en China representa otra de las facetas de la corrupción, de una y otra parte, o sea del delincuente y de la autoridad que al enarbolar la gobernabilidad manipuló la ley con el propósito de controlar a la oposición.
Puebla se convirtió así en un territorio de interesantes paradojas políticas, mismas que, concediendo el beneficio de la duda, articularé como preguntas; a saber:
¿Gobernabilidad equivale a la cooptación de partidos políticos?
¿Gobernabilidad significa bloquear a los líderes de opinión?
¿Gobernabilidad incluye manipular el concepto de democracia?
¿Gobernabilidad es ejercer el poder para controlar a los otros poderes?
¿Gobernabilidad infiere el manejo de los organismos electorales?
El famoso Maquiavelo respondería que sí. Sin embargo, dadas las condiciones de la información inmediata que corre por las redes sociales, perdió fuerza la herencia del florentino debido a que la sociedad —entre otros de sus rechazos— ya no lo tolera ni acepta que los gobernantes se den baños de pureza usando la porquería de los demás.
A las dudas arriba expresadas incluyo esta otra, la que flota en el cielo poblano:
¿Y qué opinan los gobernados?
Baso la respuesta a tal pregunta en los comentarios que cual rumor corren por las calles de Puebla. Helos aquí:
Algunos piensan que el mandatario de Puebla ha corrompido a la democracia. Otros, los menos, suponen que es correcta su forma de ejercer el poder. Sus colaboradores lo ven como el genio político que esperaba la nación desde que Quetzalcóatl desapareció de la tierra de Aztlán. No falta quien esté feliz e incluso hasta admire su peculiar estilo de gobernar. Hay de todo, como en botica. Empero, lo importante, es lo que opina el pueblo que lo hizo gobernador, el mismo que ahora lo ve como si fuese el asesino de sus aspiraciones de justicia y equidad, que son dos de los frutos del árbol de la democracia.
¿Democracia?
Claro, es el eje, la piedra angular, el santo grial de cualquier sistema político. Si resulta corrompida, el tejido social se altera y desarticula formando grupos de inconformes que, en el mejor de los casos, “coquetean” con el término “anomia social” y, en el peor, se organizan dispuestos a combatir al gobierno.
De ese fenómeno se valen los capos del crimen organizado cuya hegemonía y estilo tiene sus parangones en los gobernantes que controlan las elecciones y los procesos partidistas convirtiéndose así en capos electorales.
Si partimos de que el gobernador de Puebla nombra candidatos a cargos de elección popular, maneja varios de los partidos políticos y además manipula el sufragio de los ciudadanos, ¿deberíamos definirlo como un capo electoral?
Usted lector sabe la respuesta.

@replicaalex