miércoles, 7 de enero de 2015

El periodista*



Por Alejandro C. Manjarrez
Los niños son como el cemento fresco
Conseja popular

Lo vi derrotado y somaticé su dolor. Pobre cabrón, me dije, su derrota política fue estrepitosa. Merecida si partimos de que la soberbia le vendó los ojos. Pero injusta porque el tipo tenía todo para trascender a la historia.

¿Qué le pasó a este hombre cuya vida estuvo rodeada de dinero, sonrisas y lisonjas?

¿Por qué equivocó la estrategia que debería llevarlo al máximo poder de México?

Hay varias respuestas; sin embargo, solo me ciño a una, la que identifica a la mayoría de los políticos fracasados: el tipo cometió el error que cual sombra oscureció el último trecho de su vida pública: menospreció la función del mejor oficio del mundo, como lo definió Gabriel García Márquez.

¡Ah, el periodismo! Cuántas pendejadas se cometen en tu nombre y en tu contra.

En ello reflexionaba cuando el canto de un pájaro rompió el silencio de la naturaleza, sosiego paradójicamente ambientado por el ruido sordo del ajetreo de la vida que el Ser superior diseñó para divertirse. ¿Y yo que hago aquí en medio de este desbarajuste político y social?, me cuestioné inquieto por ser testigo de incidentes que la buena ventura pone frente al periodista. Concluí que la casualidad forma parte del destino que Alguien o Algo nos asigna para ser alguien o nadie.

¿Destino?

Sí, destino, porque si el acaso, hado o determinación de la Providencia no hubiese intervenido, el que esto escribe habría seguido el mismo camino (cito y parafraseo a Ricardo Garibay y a Leon Bloy) de quienes viven sólo para seguir viviendo; los que del útero pasan al sepulcro sin haber disfrutado de los apetitos de misterio que enriquecen la vida; los que mueren sin dejar huellas que constaten su paso por este mundo.

Gracias pues a esa intervención que me libró de la insignificancia, tuve oportunidad de meditar sobre la tragedia del gobernante que concluyó su carrera en el lodazal del desprecio que él mismo construyó. Esto me permitió confirmar la ventaja de ser enemigo de la corrupción y, por ende, crítico de sus promotores, los mismos que trataron de aplastarme o, en el mejor de los casos, aislarme de la cosa pública donde el absurdo forma parte de la veda u opacidad que intenta ocultar los actos de corrupción, precisamente.

Digamos que la buena ventura me permitió superar lo que siendo niño me puso frente al umbral de la muerte. Lo demás resultó como un juego de poderes: el políticamente efímero enfrentado al del destino, energías que se renuevan y manifiestan en cada ser humano probándolo con dos tentaciones: aceptar la fuerza que obliga a mantenerse comprometido con otras potestades, o conservar la libertad del pensamiento crítico, activo, neutral y desde luego nocivo para los déspotas ilustrados de estos tiempos donde los gobiernos apestan a corrupción. Opté por la segunda, la de la libertad.

Alguien me sugirió que me habían querido matar y por aquello de las dudas hice una denuncia pública (carta abierta en El Financiero). De lo que estoy seguro es que intentaron restarle fuerza a mi pluma; que me espiaron con la idea de encontrar en mi vida algo que lastimara a mi familia; que me mal informaron, auditaron y fui objeto de persecución fiscal (ahí están los registros oficiales); que usaron amanuenses preparados en el arte de la diatriba (en la hemeroteca se encuentran las pruebas); que compraron individuos que me traicionaron, atacaron y atracaron. Tengo constancias que acreditan mis asertos.

Pero la estrategia del gobierno (varios) me sirvió para mejorar mi apreciación sobre la verdad y sus peligros. También me permitió convertirme en un periodista producto de la selección natural.


No es mi interés, que conste, hablar de mí mismo. Pese a ello considero importante mostrar al lector quién soy y cómo me inicié en el proceso de sobrevivencia que todos, periodistas o no, hemos enfrentado en alguna etapa de nuestra vida. De ahí los siguientes recuerdos que, como dice el epígrafe, se quedaron como las huellas en el cemento fresco.

*Preámbulo de El periodista, confidencias del poder, libro listo para publicarse. Me lo prologa René Avilés Favila.