sábado, 24 de enero de 2015

Política de la changada*


La historia se repite.
Ese es uno de los errores de la historia.
Charles Robert Darwin

Por Alejandro C. Manjarrez
Ahí, detrás de las rejas de la jaula, estaban calmos y echados cuatro gorilas, tres hembras y un macho. Ocho ojos nos miraron con la misma curiosidad con que nosotros vimos a ese grupo de simios. De repente el macho empezó a moverse colgándose de los tubos de acero que lo separaban del mundo de los humanos. Atraídos por la agilidad de aquel primate, nos acercamos para disfrutar el espectáculo: la atractiva y enorme bestia parecía halagado por la presencia de, según la teoría de Darwin, sus parientes racionales.
Tres minutos después de observar las machicuepas del orangután, cuando éste nos tuvo a su alcance, abrió sus enormes manos al tiempo que las metía al agua del bebedero para aventar el líquido con la intención de empaparnos. Nuestras risas y carrera se confundieron con los gritos y brincos de los cuatro gorilas que a su manera festejaban el haberse burlado de los seres que se les parecen, aunque para ellos seamos un poco más feos.
En aquel inesperado evento quedamos emparejados monos y humanos, ya que por un momento las dos especies estuvimos unidos por la sensación de alegría, efecto producido gracias a la broma (o venganza) del animal cuya poligamia, curiosamente, fue imitada e incluso adoptada por José Smith, fundador de la religión mormona, perseguida primero y después aceptada e incluso imitada: el gringo Mitt Romney es la prueba política de que el mormonismo superó los malos tiempos.
Los políticos y sus espejos
Lo que me ocurrió ese día en el Zoológico de Chapultepec de la Ciudad de México, sucede con frecuencia entre nuestra especie que también tiene sus clases y por ende sus ejemplares distintos. Diría Giacomo Rizzolatti científico de la Universidad de Parma, Italia que semejante reacción se debe a que las neuronas espejo nos inducen a reconocer los actos ajenos como propios. O para trasladar la definición científica a lo cotidiano, diremos que se produce lo que se denomina empatía, o sea el “sentimiento de participación afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”.
Jorge Volpi define el fenómeno de la siguiente manera: [1].
La imitación, mecanismo esencial para nuestra supervivencia, se halla en la base de ese extraño comportamiento, tantas veces vilipendiado o menospreciado, que conocemos como empatía. Me meto en tu pellejo para averiguar si eres mi amigo o enemigo, si me tenderás la mano o me clavarás un cuchillo en la espalda y, al hacerlo, te conozco mejor y de paso me conozco mejor a mí mismo. El inmenso poder de la ficción deriva de la actividad misma de las neuronas espejo y de ellas se desprende una idea todavía más amplia y generosa, la humanidad.
No sé si los políticos son los changos de la alegoría que mencioné y me baso en la experiencia con que inicio este comentario, o si nosotros los miramos a través de los barrotes que ellos nos han colocado. De ahí que sea necesario preguntarnos:
¿Los políticos nos imitan?
¿Nosotros los sufridos ciudadanos comunes los imitamos?
¿Acaso es algo natural el sentimiento de participación que apunta Rizzonatti?
Sea lo que fuere es obvio que quienes gobiernan han establecido su hegemonía, digamos que sicológica-represiva. Tienen el poder y lo ejercen a su libre albedrío valiéndose del control que, por ejemplo, les permite dominar a los diputados (la mayoría) cuyas células espejo suelen ser mucho más fieles que las de nosotros, los sufridos ciudadanos. Pero también resulta irrefutable que los gobernados tenemos un mecanismo de defensa para proteger nuestra vida y dignidad de cualquier atentado, incluido el que va en contra de la inteligencia. Sabemos cuándo las acciones engendradas por la clase política responden a la necesidad de diferenciarse de la manada. Lo paradójico es que tal hato permitió o los condujo para que llegaran al lugar que ocupan.
La ventaja está en el número ya que somos más los gobernados. Por ello solemos darnos el lujo de observar cómo abren sus enormes y poderosas manos para meterlas al bebedero y lanzar su contenido sobre quienes los observamos. Nuestra primera reacción puede ser de risa y gritos que cruzan los barrotes, en este caso los imaginarios. Pero como todo abuso, a la larga la reincidencia llega a causar rechazo.
Hasta ese momento todo sería paz, concordia y repito el término empatía. Lo malo aparece cuando esos gorilas (dicho sea como parte de la metáfora, sin ánimo peyorativo) se exceden e insisten en sorprendernos (o incluso asustarnos) al actuar como si fuesen parte de una especie distinta a nosotros, sus víctimas vistas como descendientes jerárquicos u objetos electorales. Es cuando la puerca tuerce el rabo y la interrelación cordial adquiere otro acento: si tú eres cabrón nosotros también lo seremos. A poco no...
@replicaalex
*Tomado de mi libro La Puebla variopinta




[1] Volpi, Jorge. Leer la mente, el cerebro y el arte de la ficción. Ed. Alfaguara, 2011