Por Alejandro C. Manjarrez
Escribió Mario Benedetti que las piernas de la amada son
fraternas/ cuando se abren buscando el infinito/ y apelan al futuro como un
rito/ que las hace más dulces y más tiernas.
Sin haberlo dicho y menos aun escrito, en su momento los
López (Mateos y Portillo) y antes Gustavo Díaz Ordaz, coincidieron con el
poeta: los tres cayeron en las “cavernas donde el eco se funde con el grito”,
piernas todas que juntas hicieron historia gracias al cargo que ostentaron las
amantes con quienes compartieron un poco de su poder político.
Adolfo, Gustavo, José, Carlos, Ernesto y Vicente
“trazaron los signos” de la vida presidencial a partir de los rasgos de gloria propiciados
por las piernas de sus amantes mujeres.
Cuenta el chisme, maledicencia, testimonios y en una de
esas hasta la confesión de parte, que las piernas de las Serrano, Gutiérrez,
Alegría, Noriega, Buenfil y Sahagún, fueron fraternas con el espíritu de la
República materializado en un hombre, en un macho; que buscaron el infinito y
desde luego el privilegio de compartir con los mandatarios que cayeron en sus
redes las decisiones del poder presidencial después, supongo, de los orgasmos
republicanos.
Son damas que forman parte de la memoria colectiva que
las ha desdeñado o vistas con la envidia que es hijastra de la necesidad, hija
putativa de querer ser lo que otros son y estar en o compartir el eco de las
placenteras “cavernas”.
El reportaje “Amantes y esposas” publicado en la revista Réplica, me indujo a recordar para
compartir con usted algunos de los pasajes donde el amor furtivo cambió o
estuvo a punto de modificar el trayecto de varias administraciones. Por un lado
los gobernantes que cayeron bajo el influjo del deseo sexual exacerbado por el
enervante perfume del poder político. Y por otra parte las mujeres que se
dejaron seducir o que conquistaron al servidor público en funciones de
mandatario. Omito nombres para no incomodar a los protagonistas que, a final de
cuentas, fueron víctimas de su propia influencia o carisma, los unos
entusiasmados por el hecho de ser importantes, y las otras impresionadas por lo
que rodea y genera el cargo de quienes primero eran su objetivo personal y
después el mecenas o padrino que, además de amarlas, en muchos casos decidió
resolverles su problema económico. Para ellos, obvio, hubo que cometer lo que
es el ilícito que casi nunca trasciende: tráfico de influencia producto de los
secretos que se fermentan bajo el calor de la sábanas.
Acudo a mi memoria y me viene a la cabeza varias
diputaciones federales y estatales y algunos cargos en la burocracia dorada.
Mujeres que sin haberlo imaginado se convirtieron en representantes populares.
U hombres que encontraron abrigo y comprensión en las tiernas y dulces piernas
de la amada (o del amado). La República convertida en tálamo, diría Cayo
Valerio Catulo.
¿Y después qué?
Si ese tipo de amor no produce hijos, las historias
suelen ser tristes, dramáticas, aparatosas. Pero como abundan los melodramas
“después de” dejaré que el poeta romano citado –o sea Cayo Valerio– nos cuente
el final de muchas de las historias que empezaron en una “caverna” y
concluyeron en el vacío que se forma con el olvido, abandono, deterioro físico
o la redondez de la edad y el tiempo que acaba con la belleza del cuerpo para,
si la hay, sólo dejar la belleza del espíritu:
Ay de ti, desdichada, ¡qué va a ser de tu vida!
¿Quién va a estar junto a ti? ¿Quién te verá bonita?
¿Ahora a quién vas a amar? ¿De quién dirán que eres?
¿A quién vas a besar? ¿Morderás en qué labios?
@replicaalex
se abren buscando el
infinito/ y apelan al furo como un rito/ que