Por
Alejandro C. Manjarrez
¿Qué
pasó para que Alfonso Ortiz encontrara la mesa puesta, cargada de cultura?, fue
la pregunta que quedó pendiente de responder en la pasada entrega. Antes de
pergeñar la respuesta acudo a la memoria del periodista para recordar lo que
dijo Alfonso Esparza cuando fungía como Tesorero de la Universidad, cargo que
lo proyectó primero a la Secretaría General y después a la Rectoría:
En la
universidad contamos con la visión cultural del rector Enrique Agüera Ibáñez,
acciones que necesariamente mejorarán la oferta cultural. Ahí está la
construcción del Complejo Cultural, que es una obra que el rector pensó y
proyectó precisamente para fomentar las actividades culturales. La idea es que
en algunos años acuda la sociedad a ese Complejo Cultural, que lo aproveche
cualquiera de los sectores socioeconómicos…
Las siguientes líneas, insisto, forman parte del libro en
preparación Puebla, el legado, en el
cual inserto una paráfrasis de las tantas verdades de Maximilien Robespierre, a
saber: El peor enemigo de un gobierno corrupto es un pueblo culto.
Regreso pues a lo que dijo Enrique Agüera Ibáñez cuando
le pregunté cuál había sido su motivación para omitir la recomendación de sus
asesores que le sugirieron construir facultades y laboratorios en el espacio
que finalmente sirvió de sede al Complejo Cultural Universitario. Su respuesta
fue en el mismo sentido del testimonio vertido por su sucesor Alfonso Esparza,
pero con el siguiente agregado:
Consideré
que era la oportunidad para insertar a la Universidad en el corazón comercial y
urbano de Puebla. Para ello hubo que crear una ciudad cultural cuya vida
intensa y permanente atrajera el interés de los poblanos de todas las edades y
niveles sociales.
Los argumentos de Agüera coinciden con las historias
comentadas, hechos, legados y conceptos que he editado arbitrariamente. Empero,
lo más interesante de la evidencia está en su convicción sobre el futuro de ese
polo de la Universidad. El ex rector señaló que el tiempo transformaría al
espacio en una especie de concha acústica que habría de organizar, atraer y
difundir las distintas expresiones culturales del pueblo. Lo que hizo Orff
(esto lo digo yo) cuya obra —como ya lo comenté— está formada con la música y
creatividad artística de los alemanes del Medievo. O con lo que en Puebla
sembraron los jesuitas, energía que forma parte de la historia de la
Universidad que hoy prepara a sus alumnos para que mañana adquiera validez lo
transcrito en la paráfrasis de Robespierre, reflexión que ya es del dominio
público.
No quedé satisfecho con aquellas respuestas. Por ello, en
otra ocasión, le pedí retroceder al día en que tomó posesión del máximo cargo
en la buap. Fui más preciso al
preguntar sobre las razones que estimularon su ánimo cultural para incluir en
el proyecto personal el impulso a la cultura; si se había impuesto la tarea de
lograr que la Universidad rompiera las barreras que cultural y socialmente la
separaban de la digamos que levítica sociedad poblana; si el suyo fue un acto
preconcebido o resultado de la casualidad. “Piensa en lo que pasó por tu cabeza
la primera vez que quedaste solo en tu despacho de rector”, insistí. Lo meditó
un minuto antes de contestarme. De su respuesta seleccioné las siguientes
palabras que, según creo, conforman la génesis de la construcción emergida en
el espacio comercial y residencial más moderno de Puebla:
La primera
ocasión que me quedé solo en el despacho de rectoría, acudieron a mi mente las
experiencias como estudiante primero y después como académico. Reflexioné sobre
lo que había tenido que hacer para llegar hasta donde en ese momento me
encontraba. Recordé el día en que inicié mis estudios universitarios en la
preparatoria Alfonso Calderón. Tenía 16 años de edad. Como si fuese una
película, hice el recorrido mental de mi vida universitaria: cuando estudiante
escuchando a mis maestros, alguno de ellos impartiéndonos lo que parecía un
catecismo comunista; como profesor, ante el reto que significa establecer una
sinergia inteligente con los alumnos; como director de la Facultad de
Administración, en lucha constante para mejorar las cátedras; en la
Vicerrectoría y Secretaría General, inmerso en la búsqueda de soluciones
favorables para los estudiantes. Reflexioné sobre el futuro inmediato. Confirmé
que mi aspiración era convertirme en un buen rector y no dejar pasar ninguna oportunidad.
Mi impuse la tarea de beneficiar e impulsar la vida universitaria, así como
innovar y obtener galardones y reconocimientos para la Institución, pues a
pesar del excelente trabajo de mis antecesores, no los tenía la Universidad.
Me propuse
trabajar con pasión, emoción y entrega a la causa universitaria. La vida me
había ubicado ante el mayor reto que puede tener un académico. Este solo hecho
convocó en mi el agradecimiento a Dios por haberme permitido prepararme para
cumplir mi propósito académico. Supe que estaba obligado a responder con creces
al honor que significa contar con la confianza de mis compañeros y los alumnos
que decidieron que yo fuera cabeza y conductor de la Universidad. Agregué la
responsabilidad de suceder a los rectores que se aplicaron para construir la
gran historia de la Universidad Autónoma de Puebla. Encontré varios muy buenos
ejemplos. Supe que estaba ante la gran oportunidad de hacer grandes cosas
apoyándome en el talento de nuestra comunidad. La soledad concertada me permitió
poner en blanco y negro los temas a tratar con mis colaboradores, propuestas
que durante mucho tiempo medité y valoré. El primer punto que escribí fue
ordenar un diagnóstico sobre la situación real: había que identificar dónde
estábamos y cuáles eran las prioridades institucionales. Así fue como en aquel
momento de reflexión empecé lo que horas después se convirtió en la dinámica
laboral que nos llevó por varios caminos, todos diversos pero coincidentes
hacia el buen destino, mismo que logramos apoyándonos en la calidad y
transparencia. Es el caso del Premio anuis a la calidad, mismo que se nos otorgó
por tener más del 65% de la matrícula evaluada y reconocida, actividad que
mejoramos hasta llegar a ser la primera macro universidad en alcanzar el 100 por
ciento de la matrícula reconocida y por tanto obtener el diez perfecto así como
el reconocimiento de anuis y de todas las instituciones de educación superior del
país. Conservamos esta posición hasta el final de mi mandato.
Al término
de mi gestión de nueve años al frente de la rectoría, me sentí satisfecho con
el resultado de mi primer encuentro con la responsabilidad de rector. Y sí,
aquellas reflexiones fueron convirtiéndose en logros. De ello dieron cuenta
estudiantes, académicos y colaboradores. Uno de esos logros, reitero, desde
luego el más visible por su tamaño y ubicación, fue el Complejo Cultural
Universitario, sede, detonador e integrador de la cultura en Puebla…
(El Complejo Cultural Universitario fue construido sobre
una superficie de 65 mil metros cuadrados. Lo conforman dos espacios físicos
bien definidos: el Centro Cultural integrado por un auditorio para tres mil
personas, el teatro con 700 butacas, el Centro de Convenciones, seminarios y
conferencias, la librería y varias salas de arte. La arquitectura incluye la
denominada Plaza Universidad, varios restaurantes, tiendas y cafeterías,
espacios comerciales que representan una fuente de ingresos para la
Universidad.)
Antecedentes
Antes de concretarse lo que, según dicho de
Agüera, fue un proyecto pensado para integrar a la Universidad en el corazón
comercial y urbano de la Puebla moderna, la entidad había tenido dos impulsos culturales, ambos a cargo del gobierno
estatal que entonces encabezaba Melquiades Morales Flores (1999-2005): el Auditorio
Siglo xxi y la Orquesta Sinfónica
de Puebla (osep). Esta etapa
cultural estuvo bajo el impulso, entusiasmo y capacidad de Pedro Ángel Palou
García…
La inversión del gobierno en el ámbito de
la cultura ascendió a más de quinientos millones de pesos, cantidad en su mayor
parte aplicada a la construcción del Auditorio referido y en menor medida a la
creación de la osep, ambas
iniciativas de Palou, entonces titular de la hoy extinta Secretaria de Cultura
creada por el gobierno de Guillermo Jiménez Morales, dependencia que el
gobernador Rafael Moreno Valle Rosas desapareció canjeándola por su Consejo
Estatal Para la Cultura y las Artes, por cierto un organismo con más pena que
gloria ya que fue una burda copia burocrática del Consejo Nacional que en 2016
dejara su espacio y presupuesto a la Secretaria de Cultura creada por el
gobierno de Enrique Peña Nieto.
La Osep
sobrevivió al cambio de régimen. La inversión aplicada al Auditorio Siglo XXI se convirtió en algo parecido en
moneda de cambio para concretar una transacción más del llamado capitalismo
salvaje: el inmueble fue entregado en comodato a Televisión Azteca, canje que
auspició Mario Marín Torres, gobernador de Puebla (2005-2011). Curiosamente, la
empresa beneficiada correspondió a este llamémosle favor al mandatario, y la
operación tuvo visos de un convenio que, como ocurrió, tamizaría las
referencias mediáticas del affaire provocado por la disputa
legal entre el industrial Kamel Nacif y la periodista Lydia Cacho. En otros
medios tal controversia se manejó hasta el hartazgo propiciando el daño
irreparable que sufrió la imagen del mandatario políticamente bautizado con el
mote de “El Precioso”. Valga acotar que la concesión a tv Azteca fue refrendada por Rafael Moreno Valle con un
beneficio adicional: la remodelación del inmueble, inversión que corrió a cargo
del gobierno poblano, reformas que concitaron la protesta de grupos vigilantes
de la obra de arquitectos vanguardistas, en este caso la de Pedro Ramírez
Vázquez, diseñador y constructor del Auditorio poblano. Además de ello tv Azteca recibió del gobierno poblano
el edificio ya remodelado de La Constancia, como se llamó la primera industria
textil de la entidad concebida, erigida y puesta a funcionar por el veracruzano
Estevan de Antuñano…
El legado
Perduró el impacto social de las
iniciativas culturales concretadas durante la administración de Melquiades
Morales Flores (ideas impulsadas por Pedro Ángel Palou, secretario de Cultura
de aquel gobierno). Su efecto sensibilizó a la comunidad cultural, impulso que
debe haber inspirado a Enrique Agüera Ibáñez porque desde el inicio de su
rectorado éste promovió la creación de la Orquesta Sinfónica de la Universidad.
Intuyo que el ejemplo más próximo por su éxito, calidad y prevalencia fue la
Orquesta Sinfónica de Xalapa (Universidad Autónoma de Veracruz) creada el 21 de
agosto de 1929. A la iniciativa de Agüera se adicionó un plus: el espacio
cultural ya comentado, desarrollo que dio abrigo a la orquesta sinfónica
universitaria y a otras expresiones culturales comentadas por él, como la danza
contemporánea, el ballet folclórico, el teatro y el coro sinfónico, además de
la intensa actividad literaria que ofrecen sus espacios…
En la próxima entrega (3): La arenga de
Alfonso Esparza
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