Mensaje
a México del diputado constituyente general José Álvarez y Álvarez de la Cadena
Por
Manola Álvarez Sepúlveda
En
el Centenario de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, creo
importante compartir algunos de los mensajes que mi padre dejó escritos, mismos
que fueron publicados en su libro Justicia
Social, Anhelo de México, obra coeditada por la Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla y el Senado de la República (2011).
Cuando
nuestra obra fue promulgada. Cuando los sabios juristas se calaron las gafas y
leyeron con burlona sonrisa los artículos de la Ley Suprema que más parecen
gritos de angustia de un pueblo que se muere de hambre ahogado por la miseria y
por el fanatismo, que artículos constitucionales apegados a los cánones
jurídicos, lanzaron con despectiva suficiencia y por todo comentario la
palabra: ALMODROTE.
Hace
48 años (ahora son cien) que la
constitución se encuentra en vigor. Y ésta robustece cada día la convicción de
que interpreta los verdaderos ideales de la Revolución. Esta opinión que es
expresada abiertamente por alguno de sus
primeros enemigos, ha venido a defraudar las esperanzas de quienes aseguraban
que no duraría cinco años, o de quienes pretendían ignorar el papel que le
estaba reservado en la evolución social de nuestro pueblo.
Al
ir a Querétaro, sin preocuparnos de tecnicismos legales anticuados, impusimos
sobre esas frías fórmulas la calidad e imperiosa necesidad de mejorar en lo
posible, las condiciones de vida del pueblo de México.
No
pensamos modernizar la ley para que, una vez reformada, se adaptada a las
prescripciones de determinadas escuelas jurídicas. Debíamos legislar para el
bienestar y no para el halago de 20 millones de mexicanos, cuyas
características de miseria material por la explotación despiadada del hombre, y
de miseria moral por habérseles negado la instrucción, requerían leyes que
pudieran dar como resultado el adelanto material y moral, la victoria sobre el
fanatismo religioso-político y sobre la incultura, aún cuando para ello, se
necesitara restringir los derechos individuales.
Cuando
la historia juzgue con imparcialidad la labor de los constituyentes de 1917,
recordando que la efectuaron en dos meses de intenso trabajo y que estuvieron
ausentes los intereses personales y no así las amenazas del todavía poderoso
grupo villista, será cuando se reconozca que implantamos al proyecto presentado
por el primer jefe de la Revolución, las más trascendentales reformas.
Logré
que se aprobarán mis iniciativas personales, quitándole a las ‘Iglesias’ su
carácter de ‘Poder independiente’ y facultando a las legislaturas para limitar
al mínimo de sacerdotes.
Estas
armas servirán para combatir la dominación clerical y las religiones que en mi
concepto, son las más nocivas de las plagas de la humanidad.
Con
esta satisfacción me considero bien compensado de todos mis esfuerzos,
sufrimientos y trabajo en la Revolución.
Hemos
querido ver en la expedición de las constituciones nuevas en México —una de las
cuales ha llevado a los hogares patrios algo más de luz y de esperanza para su
pobre economía— una ceremonia parecida a la del fuego nuevo de los tiempos
idos. Del corazón mismo de nuestro pueblo ha nacido el anhelo de una vida
mejor. Sus necesidades, sus angustiosas solicitudes de más luz para sus mentes
y mejor alimento para sus hijos, prendieron en las teas que portaban los
constituyentes de 1917 que vinieron de todos los rumbos del país, para formar
con todas esas teas unidas, la luminaria que alimentara las ansias de luz y de
calor de nuestro pueblo.
De
esa gran hoguera, encendida en el cerro de las campanas, por la majestuosa figura
del varón de Cuatro Ciénagas, gran sacerdote de la Revolución Social de México,
nació la Constitución triunfante hoy, en
el mismo lugar en que murió para siempre el empeño conservador de darnos gobernantes
extranjeros.
Quiera
la juventud de mi patria guardar siempre ese fuego recordando que defender la
Constitución es salvar a la patria y que destruir el poder político de las
iglesias es el único camino para que algún día pueda haber en México verdadera
democracia.
Amable
lector:
Por
razón de espacio selccioné los pensamientos que me parecen reflejo fiel de la
ideología de los diputados constituyentes (grupo jacobino) que pugnaron para
que los mexicanos nos uniéramos en torno a los principios de Patria,
Nacionalismo, Respeto y Dignidad.
Vemos,
pues, que conceptos como el que la Constitución otorgara garantías individuales
—mismos que podían restringir por razones de utilidad pública— cambiaron para
anteponer el reconocimiento a los derechos humanos. Y que el hecho de que a la
iglesia se le desconociera personalidad jurídica fue modificado por los
diputados salinistas, no como una concesión a ese credo sino para beneficio de
otras religiones, entre ellas la predominante en el vecino país del norte. Ahora
no lo dicen ni lo reconocen por temor a la crítica de los grupos cristianos o,
en el caso de la religión católica, hasta la excomunión.
Los
pensamientos y el legado del Constituyente son, más que un recuerdo, una
convocatoria a la unidad de los mexicanos que hoy padecen el asedio del poder
financiero y político encabezado por Donald Trump, el gobernante que ha
revivido el fantasma del conservadurismo decimonónico.