Un hombre de Estado debe
tener el corazón en la cabeza.
Napoleón
Por Alejandro C. Manjarrez
¿Es bueno que los
candidatos al máximo cargo de la nación critiquen e incluso denuncien al
presidente de la República en turno?
Antes de responder veamos
algunos de los antecedentes de nuestra historia reciente:
Adolfo Ruiz Cortines
contendía por el máximo cargo cuando comentó con su equipo de campaña las
corruptelas que presenció como secretario de Gobernación. Entre otras de sus acotaciones
habló sobre el entonces presidente Miguel Alemán. Dijo que éste había
convertido la riqueza nacional en una extraordinaria industria la cual produjo lo
que se popularizó como “comalada de millonarios”. Uno de los grandes negocios
fue la autorización para que alguien cercano y, obvio, socio del poder, estuviera
a cargo de la venta de petróleo al extranjero.
Después de aquella
confidencia que antecedió al compromiso de acabar con esas costumbres, alguno
de los colaboradores sugirió que la frase de campaña se basara en la lucha
contra la corrupción, precisamente. El viejo zorro sonrió bondadoso antes de
responder: “No amigo, si yo dijera eso nunca llegaría al cargo. Recuerden que el
Presidente es el dios sexenal de nuestro sistema teocrático nacional. Así que serénense
y no pierdan de vista que el escándalo hace más daño que el pecado…”
Así era la tradición en
los procesos electorales de antaño, costumbre que adoptó Vicente Fox Quesada a
pesar de los consejos en contra vertidos por varios de sus amigos quienes,
curiosamente, después le ayudaron a gobernar con la mira puesta en el comercio
político. Lo mismo hicieron los entonces candidatos Felipe Calderón Hinojosa y
Enrique Peña Nieto. Llevaron la fiesta en paz con el fin de lograr la
transición tranquila y exitosa que finalmente tuvieron.
El ejemplo de aquella llamémosle
tersura pudo haberlo dado Plutarco
Elías Calles a quienes habrían de sucederlo con excepción, claro, de Álvaro
Obregón cuya reelección le costó la vida (murió en manos de un fanático
religioso, crimen cuyas aristas dejaron mal parado al presidente). Ninguno de aquellos
relevos presidenciales habló mal del hombre al que sucederían. Todos
entendieron que, en efecto, el escándalo podría hacer más daño que el pecado.
Las cosas marcharon más o
menos bien hasta que el candidato Luis Donaldo Colosio Murrieta empezó a sentir
que la “mafia del poder” le movía el tapete. Se dijo que querían bajarlo de la
contienda para dejar en el cargo a Manuel Camacho Solís. Quizá por ello en el
aniversario del PRI (4 de marzo de 1994) decidió pronunciar aquel memorable
discurso cuyos mensajes le impulsaron hacia el martirologio de la política
mexicana (“Veo a un México…”) Recordemos que sus conceptos fueron interpretados
como un señalamiento directo contra Carlos Salinas de Gortari. Días después fue
asesinado y la autoría intelectual del crimen se convirtió en una de las tantas
leyendas-historias del México violento.
En esto último pudo haber
pensado el Jefe Diego cuando declaró a Ciro Gómez Leyva que la única forma de
bajar de la contienda a Ricardo Anaya era matándolo. O tal vez lo dijo
consciente del daño que en la política mexicana ha causado el escándalo
producto de las declaraciones tanto del candidato del Frente como de su equipo
de campaña. Es probable incluso que hasta recordara la sentencia de George
Bernard Shaw sobre que la juventud es una enfermedad que se cura con los años. Quizás.
Lo cierto es que el “chico maravilla” resultó un excelente interprete para los políticos
que viven asediados por los resabios. Ellos deben haber visto a Ricardo Anaya
como el perfecto abanderado para perpetrar su venganza contra el PRI-Gobierno y
los panistas alejados de la idea de alterar el proceso democrático nacional mediante
denuncias y revelaciones que, al parecer, sólo buscan incidir en la decisión de
los electores.
Las denuncias en cuestión
que han sido repetidas hasta el hartazgo, muestran que el o los voceros del
candidato de la alianza PAN, PRD, MC, no sólo desconocen la historia sino que
hasta están dispuestos a repetirla. Menosprecian al poder del presidente,
circunstancia que los revela poco aptos para llevar a cabo las estrategias
políticas que conducen al éxito. ¿Por qué no esperar a estar en el gobierno
para denunciar los actos producto de la corrupción institucionalizada? Pues
porque la idea central es montarse en el sentimiento de millones de ciudadanos
cuya opinión movió las estadísticas en perjuicio de Peña Nieto, el presidente
peor evaluado de la historia gracias, entre otras razones, al esquema oficial
de comunicación y desde luego a su sobreexposición mediática que lo orillo a
cometer errores semánticos, mismos que han sido exacerbados por las redes
sociales.
Retomo pues la época del
presidente Adolfo Ruiz Cortines:
Cuando su asesor principal
le presentó la primera agenda de apariciones públicas y discursos oficiales,
don Adolfo estableció que sólo hablaría en los actos republicanos. En ese
momento instruyó para que, según la temática de la reunión o gira programada, el
titular de la dependencia se encargara del discurso después de escuchar la
venia del presidente de México.
Peña Nieto pasó por alto
esa y otras experiencias y se expuso y desgastó en demasía pronunciando discursos
poco memorables, muchos de ellos llenos de reiteraciones retóricas basadas en
números y cifras contrastantes con la realidad social del país. Empero, este craso
error de estrategia de Estado no le quitó el poder ése que induce a los que lo ostentan
a mostrarlo y ejercerlo con la intención de responder a quienes se exceden en
denostar a la figura presidencial. Y hacerlo dentro de los términos del derecho
aprovechándose, obvio, de las leyes y sus ficciones .
Hagamos pues un simulacro
e imaginemos a Enrique Peña Nieto molesto por las acusaciones en su contra,
señalamientos muchos de ellos vertidos por Ricardo Anaya en cada una de sus
intervenciones, casi todas planeadas ex profeso para incrementar el
desprestigio del presidente y, en consecuencia, lastimar a los candidatos del
PRI y de Morena. Y en ese estado de justa y explicable indignación lanzar la
orden presidencial para que se indague a fondo todo aquello que pueda exhibir
al detractor mostrándolo como un político corrupto. De ahí, supongo, la
aparición de actos que hasta ayer no habían sido aclarados. Me refiero al uso y
destino de los “moches”, al ejercicio financiero de la festinada fundación
humanitaria y la publicitada operación inmobiliaria con tufo a lavado de
dinero.
¿Está mal? Yo creo que no
porque sólo así conoceremos de qué están hechos los candidatos: si son producto
de la corrupción institucionalizada o se trata de raras avis como aquella que
—escribió el poeta Salvador Díaz Mirón— cruzó el pantano sin mancharse el
plumaje.
Chueco o derecho,
oportunista o casual, hay que ponderar lo dicho por el Jefe Diego, pero no como
amenaza o presagio sino como otra de las irresponsables frases electorales. Y
sigamos observando cómo en esta gran fiesta cívica se prenden las hogueras para
que se expanda el olor a hueso político quemado… o a plumas del pollo sometido a
escobazos…
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@replicaalex