Por Alejandro C. Manjarrez
Desentrañar la personalidad del político
tiene un alto grado de dificultad, incluso para los especialistas en el
análisis de la mente. Sobre todo si se mira al investigado desde la óptica
periodística basada en hechos, acciones y antecedentes del servidor público.
Lo relativamente fácil es escribir de
los corruptos y denunciarlos, siempre y cuando se compruebe que sus intereses
personales contrastan con las obligaciones de su cargo y desde luego con la
ética.
En ambos casos hay grandes complicaciones.
Por eso a veces resulta más sencillo ocuparse de aquellos burócratas cuya
función y actividades extra curriculares los ha ubicado en la frontera de la
sospecha. Es digamos que un reto profesional ya que al adoptarlo nos obliga a
hurgar en las entrañas del “ogro filantrópico”, hasta encontrar lo que
podríamos definir como manifestaciones de la heterodoxia burocrática, lo cual,
dicho en “castellano”, forma parte de las variaciones de la corrupción. En fin.
El título de la columna define lo que
para muchos políticos significa el nombre de Eukid Castañón Herrera, mi
personaje de la semana. Aclaro que éste no cae en ninguno de los enunciados
arriba descritos; sin embargo, tampoco se libra de la sospecha debido a su estratégico
mutismo, actitud que al parecer lo ha mantenido lejos de los reflectores. Por
ello su intención: evitar los peligros que implica caer de la gracia de su jefe,
algo que para él y sus pares equivale a ingresar al infierno burocrático que
incluye el proemio de la estridencia, desentono que, de vivir, habría
enriquecido la poética del poblano Germán List Arzubide.
El
amigo
Es bien sabido que Eukid ganó el afecto
y la confianza de quienes lo contrataron cuando no tenía ningún cargo público.
Fue asesor y consultor en asuntos derivados de la función pública
administrativa. La experiencia de su cargo de contralor estatal antes de que
Rafael volviera a designarlo como tal, le permitió llevar a cabo, entre otras
acciones comerciales, auditorías externas encausadas a solventar las cuentas
que habrían de ser examinadas por las Contralorías estatales y federal,
precisamente, así como caer en las áreas de fiscalización que operan los
organismos revisores de cuentas públicas vinculados con los congresos.
Las cosas marcharon bien desde el punto
de vista negocio y costo beneficio. Los clientes obtuvieron el beneficio del
profesionalismo bien pagado. Y el consultor las utilidades de su trabajo que,
entre otras cosas, evitó desde observaciones hasta consignaciones por fraude al
erario (léase peculado).
El “amigo” siguió siéndolo hasta que
Rafael Moreno Valle llegó al gobierno de Puebla. Este cambio le transformó en
el peor enemigo de quienes antes fueron sus cuates. El giro ocurrió debido a las instrucciones del mandatario que confió en sus conocimientos y habilidades para navegar en las
turbulentas aguas de las entrañas del monstruo dizque benefactor. De ahí que la
condición de Castañón cambiara a la de:
Enemigo
Sin demérito al trabajo de la hoy
diputada electa, antes titular de la Secretaría de la Contraloría de Puebla
(Patricia Leal), Eukid combinó su labor de operador político con la función de
investigador y ejecutor de los expedientes que al final del día llegaron a la
Procuraduría de Justicia poblana. En algunos casos con la intención de cobrar
afrentas, principalmente (Javier García Ramírez y Antonio Hernández y Genis,
por ejemplo), y en otros para taparle el ojo al macho quitándole al ex
gobernador Mario Marín y adláteres financieros la carga del delito de
corrupción y peculado. Así, los chivos expiatorios salvaron del sacrificio a su
pastor. Y, valga la alegoría kafkiana, el Proceso
y La metamorfosis cambiaron la condición de la amistad forjada en las
épocas del priismo a ultranza.
Por ello, para sus ex congéneres, Eukid
Castañón se mutó en un repulsivo, temido y burocrático bicho.
¿Estará preocupado el amigo-enemigo de
los priistas, panalistas, panistas, perredistas?
Es obvio que no porque, como lo mencioné
en otra columna, basta con que cierre los ojos para librarse de las miradas
externas. Lo único que le importa es quedar bien con Rafael Moreno Valle, cuya
confianza personal incluye algo del ejercicio de la operación
política-electoral del gobierno de Puebla, acciones a veces tamizadas o
adornadas con el “garrote” que forma la Ley de Responsabilidades. Ah, y también
el futurismo político.
@replicaalex