Por
Alejandro C. Manjarrez
Las
derrotas electorales, aunque formativas, provocan una especie de amargura
entreverada con la frustración y el coraje, sentimientos que se exacerban con
los errores personales y los aciertos del adversario. Es pues un estado de
ánimo que podría convertirse en lo que antes llamaban “fiebre negra”, depresión
que los políticos padecen cuando llegan a enterarse que perdieron debido,
precisamente, a que el poder político metió su cuchara.
Le
ocurrió a Enrique Agüera Ibáñez cuya depresión pudo haber cesado en cuanto supo
que había enfrentado a dos candidatos, digamos que siameses: uno, el oficial; y
el otro, el cerebral.
Al
parecer Enrique no pudo o no quiso ver este llamémosle fenómeno. Tal vez porque
se le atravesaron los cánticos de las sirenas cuya partitura fue elaborada por
los “amigos” en funciones de priistas. O quizá porque se confió demasiado y no
tomó en cuenta el poder de Rafael Moreno Valle, cuya estructura electoral —todos lo saben— estuvo formada por varios partidos políticos, unos inventados o
coyunturales y otro más alquilado.
Es
probable que por ese descuido Agüera haya pasado por alto que tanto su
adversario como el inventor de éste, estaban decididos a derrotarle valiéndose
de los recursos del poder, incluidas las ficciones jurídicas preparadas ex
profeso para no violentar el derecho exponiéndose a caer en el ilícito.
Basándome en ello le hago al Perogrullo y digo: José Antonio Gali Fayad triunfó
gracias a la ventaja propagandística promovida por el gobierno al cual servía y
seguirá sirviendo, circunstancia a la que hay que agregar la colaboración de
los “científicos” especializados en la cultura electorera.
Dicho
lo anterior que por conocido podría interpretarse como un exceso retórico, paso
a preguntar:
¿Por
qué Enrique desapareció de la escena pública? ¿Dónde se metió? ¿Cuál será su
próximo paso?
Antes
de “adivinar” permítame hacer un breve resumen del perfil oficial de Enrique
Agüera Ibáñez, ex rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Como
muchos de sus compañeros de aula y cátedra, antes de llegar a la rectoría de la
Buap, Agüera vivió los cambios de
la universidad pública. Fue parte de las luchas ideológicas que dividieron a
los grupos universitarios: comunista de origen (Célula Dolores Ibárruri) y,
pasado el tiempo, exitoso gambusino
del pragmatismo, característica que él mismo definió en la entrevista que le
hizo Blanca Lilia Ibarra. (Expresiones,
entre lo público y lo privado. Edit. Buap,
2008):
Hace mucho tiempo dejé
los dogmas atrás. Creo que los dogmas lastiman, los dogmas son como candados
que se ponen a las puertas y que, a veces, corres el riesgo de perder la llave
y no poder después abrir la puerta a un horizonte más amplio que te permite
encontrar mejores respuestas a tu responsabilidad social… el mundo requiere hoy
de un pensamiento libre, comprometido con la búsqueda de soluciones y respuestas
en lugar de reclamos de la sociedad. Hoy se requiere un oído muy sensible para escuchar
a aquellos que nos debemos y poder interpretar cómo responder a sus
expectativas; creo en eso y creo que las ideologías nos sirven para tener
elementos conceptuales que nos permitan interpretar la realidad, cada quien a
su manera…
Agüera
“abrió” las cerraduras de las puertas que le mostraron, o sea el espacio donde
moran “las inteligencias asfixiadas por estereotipos que las privan de lucidez”
(Mario Vargas Llosa, dixit). Y se
introdujo al otro lado del patio cuyos portones también tienen candados, la
mayoría de las veces sin una llave que los abra. Llegó así a esa parte del
mercado capitalista con la ventaja de conocer lo que sus moradores no sólo
ignoraban, sino que además repugnaban inspirados en el radicalismo común que
priva en aquellos que explotan al hombre acogiéndose a la tradición economicista
neoliberal, talante que confirman cuando ubican a los caballos detrás de la
carreta.
La
llamémosle facultad natural de Enrique, le permitió —como rector— conquistar
a quien lo miraba con los ojos del resabio social (la alcurnia también los
tiene). Logró asimismo seducir a los dueños del dinero que en principio lo
vieron como un improvisado en las lides financieras, los mismos que pasado el
tiempo descubrieron que Agüera Ibáñez tenía facultades y la visión que para
ellos forma parte de los liderazgos de su sector. Con esa cualidad empresarial
transformó a la Universidad tanto en el aspecto arquitectónico como por su
presencia académica en el ámbito nacional e internacional. Y lo más importante:
logró que el grupo encabezado por el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas, se
despojara de su acritud para cambiar la crítica hacia él (a veces mordaz y
ofensiva e incluso con las perversiones elitistas) por una simpatía y empatía a todas luces motivada por el interés político. Sobrevino
una conveniente alianza entre el poder político y la razón universitaria, el
primero interesado en llevar la fiesta en paz, y lo segundo como consecuencia
de la modernidad que obliga a caminar de la mano con los dueños del presupuesto
nacional, recursos que incluyen los subsidios detonador de la excelencia
universitaria, ni más ni menos. Devino así la amalgama que formó el gobierno
morenovallista con la Buap; es
decir, Enrique Agüera Ibáñez y Rafael Moreno Valle Rosas, ambos en las
antípodas cuando inició la campaña que llevaría al segundo a la titularidad del
poder Ejecutivo. La fiesta duró hasta que Enrique decidió buscar la candidatura
a la presidencia municipal, igual que lo hizo Enrique Doger Guerrero, otro ex
rector. La diferencia está en que Doger tuvo el apoyo del gobernador en
funciones (Melquiades Morales Flores), mientras que Agüera fue declarado por
Rafael Moreno Valle como priista non grato.
Echando a perder se aprende
Es
obvio que Enrique Agüera perdió de vista los usos y costumbres del gobernante
en turno. Hizo de lado su pragmatismo y pasó por alto el manejo “científico”
electoral diseñado para ganar elecciones aún en contra de la buena fe del
pueblo siempre ajeno a la consigna de quien ejerce el poder político: “Hay que
ganar elecciones aunque para ello se manipulen las leyes”.
Lo
bueno para él es que pronto —si no es
que ya ocurrió— pasará el efecto de
ese olvido, exceso de confianza o estridente canto de sirenas: Agüera volverá a
la escena pública justo a tiempo para recuperar el liderazgo que ejercía dentro
del ámbito universitario, y no para hacer sombra a su sucesor Alfonso Esparza
Ortiz, que conste, sino para encabezar las causas de las nuevas generaciones
que él ayudó a formar. Ése es el plus que, supongo, habrá de utilizar en lo que
podría ser un retorno triunfal a la política partidista.
Como
escribió Carlos Fuentes (por cierto doctor Honoris Causa de la Buap) en el penúltimo de sus mensajes en
Twitter: “Serán los jóvenes
quienes tengan que enmendar los errores de nuestras generaciones… cuentan con una
gran tecnología para hacerlo”. De ello está más que consciente Enrique Agüera
Ibáñez (cuatro décadas de vida universitaria lo avalan). Y además conserva su
influencia y liderazgo y, como podría haber opinado Steve Jobs o Henry Ford,
tiene con qué moverse… y todo mundo lo sabe.
@replicaalex