Por
Alejandro C. Manjarrez
Cada
día son más frecuentes las coincidencias en la forma de pensar del mexicano más
o menos informado. Esto gracias a que la corrupción concitó la crítica y el
repudio casi generalizados, algo que ocurrió después de cinco siglos.
Esta
es una de las conclusiones que saco del libro del doctor Eduardo García Flores
(Cuadrivio. Corruptofilia, un gen cutural
de nuestra sociedad), padre de Marcelo García Almaguer quien, como el
lector sabe, es amigo y colaborador de confianza del gobernador poblano Rafael
Moreno Valle Rosas.
El
especialista en el cerebro humano sitúa el origen de la corrupción en el inicio
del siglo XVI, cuando hizo su aparición en México el conquistador Hernán Cortés.
En esa época nació la enfermedad social que ha sido el lastre que mantiene al
país varado en los terrenos pantanosos del embute, coima, extorsión, mordida,
diezmo, chayote, dádiva, padrinazgo, tráfico de influencia y demás estilos,
hechos y costumbres que avalan aquello de que la corrupción somos todos. García
Flores relata en su libro cuatro de los casos que la suerte puso en su terreno
profesional, experiencias que muestran el mal cuyo remedio –apunta el neurólogo–
está en manos de los internautas bien intencionados (por fortuna la mayoría).
El
libro de marras me indujo a dirigir la mirada hacia el lomerío de los Fuertes,
pensando en la oportunidad profesional que para el científico representa la
cercanía de su vástago con el mandatario estatal más visto y promocionado del
país. En el mejor de los casos, me dije, este que sin duda es un fenómeno
político, podría ser la excepción que confirma la regla o, en el peor, la regla
que establecería que en la política mexicana no hay excepciones.
Eduardo
García se apoya en sus conocimientos científicos, culturales y sociales
adquiridos en su recorrido académico por el mundo, así como en su práctica
profesional y los cursos y enseñanzas de reputados doctores, background que, si aún no lo es,
seguramente lo convertirá en una referencia necesaria sobre los estudios de
corrupción y, desde luego, en un especialista del nivel de Yves Mény o Michel
Johnston o Arnold J. Heidenheimer o Donatella della Porta, con un plus: sus
profundos conocimientos del cerebro humano..
Para
no darle muchas vueltas al tema, primero trascribo algo de lo que dicen los
expertos citados y después algunas acotaciones del doctor García:
Yves
asegura que la sofisticación de las actividades corruptas, tiende a convertirla
en una acción invisible y por tanto difícil de castigar. Johnston dice que la
corrupción puede y debe ser tratada como una propiedad de la sociedad en su
conjunto. Heidenheimer escribió que la presencia de la corrupción en los países
europeos ha provocado presiones de todo tipo, algunas de ellas destinadas a
tratar de controlar los sobornos a funcionarios públicos. Y Donatella comenta
que la corrupción es una de las causas de los cambios en los gobiernos del
mundo y, en particular, de la transformación de las características de sus
clases políticas.
Tenemos
así que la corrupción es “síntoma de profundo deterioro de la vida pública que
además amenaza los valores básicos de la democracia” (Steven R. Reed, dixit). O como lo apunta el propio
García: que es la rampante costumbre del antiguo régimen copiada por los nuevos
gobernantes, circunstancia que nos “deja atrapados entre el peso muerto de
nuestro propio pasado, y la debilidad y la inconsciencia de aquellos que nos
gobiernan para efectuar los cambios necesarios y entrar de lleno en la vida
democrática”.
Eduardo
hurga y mete su bisturí intelectual entre lo intrincado de la malhadada
costumbre. La intención: encontrar que debido a las realidades del mundo que
nos circunda, “pudiera ser que estemos procreando un gen cultural para
adaptarnos a vivir en el estercolero de la corrupción”. Y apuntala esta mala noticia con las
tradiciones culturales que, dice, “terminan convirtiéndose en perversos
instintos sociales para aquellos que detentan el poder”.
Échele
una mirada a los gobernantes del país y comprobará que, en efecto, ninguno
ostenta el poder sino que lo detenta. Esto porque todos llegaron a ese estadio político
valiéndose de la manipulación de la democracia, incluso de la habilidad para
corromper, tanto a los adversarios como a correligionarios.
Como
buen científico, García Flores concluye su ensayo sobre la corrupción con seis
propuestas que, supone, la moderarían para hacer más eficiente la
administración pública. Una: generar la confianza que revitalice a la sociedad.
Otra: crear un programas de salud neonatal para propiciar el desarrollo
cerebral del infante (aprendería más rápido a defenderse). Tercera: tipificar
el delito de desvío de recursos públicos en materia de salud y nutrición
dándole la definición de genocidio indirecto. Cuarta: incrementar la inversión
en la investigación científica. Quinta: hacer públicas las declaraciones
patrimoniales del servidor público, cada seis meses. Y última: definir con
rigor el término de rendición de cuentas consustancial al concepto de
transparencia.
Para
hacer posible las propuestas del doctor García, habrá que evitar que los
gobernantes manipulen la verdad. ¿Cómo? Legislar para que la mentira se
considere como delito grave; es decir, con pena de cárcel y sin derecho a
fianza, además de la destitución inmediata y permanente del cargo público.
Todo
ello, desde luego, con el apoyo de la sociedad que forma parte de las redes
sociales, tal y como lo propone Eduardo, padre de Marcelo García Almaguer
(experto en esta área). Si así fuere tendríamos una terrible crisis
burocrática.
@replicaalex