jueves, 9 de julio de 2015

El laberinto de Manuel Bartlett


Por Alejandro C. Manjarrez
Tiene sus consecuencia eso de ser crítico del gobierno. Una de ellas consiste en que el poder programe una campaña de desprestigio valiéndose de las plumas alquiladas y, a veces, utilizando a los “cadáveres” políticos cuyo oxígeno suele ser el dinero o, en el mejor de los casos, la necesidad de “revivir” aunque para ello tengan que mentir o tergiversar la verdad.
El ejemplo más reciente del llamémosle cobro de facturas, es el senador Manuel Bartlett Díaz, un ex priista cuya información lo convirtió en el crítico más incómodo del gobierno peñista dado que conoce las tripas y cañerías del sistema político mexicano y desde luego del PRI. Por eso, supongo, el señor Héctor Berréllez abrió el viejo expediente, en su momento resuelto tal y como se explica más adelante.
Primero un antecedente:
“Manuel Bartlett necesita aclarar a los poblanos el por qué la DEA lo involucra con el narcotráfico y el asesinato de Kike Camarena”, escribí en diciembre de 1992 (Periódico Sintesis)
A la mañana siguiente se llevó a cabo la rueda de prensa en la cual el entonces gobernador electo rompió el silencio que él mismo se había impuesto para no meter ruido al gobierno que vivía su último suspiro; el de Mariano Piña Olaya.
Ese día Bartlett habló fuerte, seguro y enérgico. Se le notaba convencido de lo que decía. Recicló y puso de moda el dicho “al que no le guste el calor que no se meta a la cocina”. Su rostro tranquilo, seguro y sonriente enmarcó cada una de las respuestas y opiniones que articuló y gesticuló.
Sólo una pregunta, la del reportero de Proceso, le obligó a usar el gesto duro que tenía preparado para cuando la ocasión lo ameritara:
— ¡Claro que tengo la calidad moral para gobernar a los poblanos! —dijo enfático el ya gobernador electo.
El hecho ocurrió días antes de que tomara posesión del cargo que Carlos y Raúl Salinas de Gortari le habían concesionado para alejarlo del centro neurálgico del poder político nacional. Su presencia parecía provocarles prurito, desazón, inseguridad e inquietudes de carácter personal. Los hermanos Salinas seguramente estaban ciertos de que el ex secretario de Gobernación conocía muy bien las entrañas del Estado; que su información confidencial era abundante; y que había recopilado cientos de fichas sobre la vida secreta de los miembros del gabinete, incluidos ellos. “Si Manuel sigue cerca de nosotros —deben haberse dicho—, nos causará graves problemas; quiere ser Presidente.”
Off the record
Cuando concluyó la rueda de prensa fui tras la entrevista exclusiva puyado por lo que me había dicho casi en secreto mirándome a los ojos y blandiendo su dedo flamígero: “Afile la pluma para que escriba bien lo que voy a declarar”. “Ya está afilada, licenciado”, le respondí en el mismo tono pero sin el brusco movimiento del índice.
Entré a su oficina después de media hora de antesala. Lo flanqueaban Jaime Aguilar Álvarez y Jesús Hernández Torres, sus dos colaboradores de absoluta confianza. Tres bromas y otro tanto de preguntas me abrieron el camino para “interrogarlo”:
— ¿Por qué lo involucraron con el crimen de Camarena? —pregunté.
Otra vez su mirada penetrante y de nuevo su dedo flamígero.
—Mire usted. Lo que le voy a decir es off the record. Pero tome nota para que sepa las cuatrocientas razones de esa patraña…
Y empezó su relato:
El calor de la cocina
—Cuando llegué a la Secretaría de Gobernación, encontré que en la Dirección Federal de Seguridad habían cuatrocientos agentes inmersos en la corrupción. Nombré como jefe a un general, y éste también fue corrompido. Analicé el problema y la solución más adecuada para resolverlo fue desaparecer la dependencia. Pero para poder hacerlo sin sospechas ni protestas tuve que echar mano del jefe del archivo. ‘Hágase cargo de la liquidación de aquella oficina brutalmente corrompida’, le dije. Y lo instruí para que cesara a los agentes previa invitación a que reingresaran a la Secretaría mediando las solicitudes que llenarían el equipo secretarial. La única condición para su reingreso fue que aceptaran ser investigados y sometidos a exámenes psicológicos y médicos. Nadie, ninguno de ellos hizo la solicitud. Y así se acabó la Dirección Federal de Seguridad.
Las caras de Jaime y Jesús mostraban la sorpresa que les provocó la confidencia de su jefe y paradigma. Puede ser que lo supieran, sí, pero como información reservada del influyente secretario de Estado.
Bartlett, que parecía disfrutar con el asombro de sus dos alfiles, decidió rematar su testimonio y dijo endureciendo la expresión de su rostro:
—A esos agentes corruptos, muchos de ellos socios de los narcos, debo la calumnia que se ha venido manejando desde hace varios años. Quisieron desprestigiarme, les pagaron para que lo hicieran. O les prometieron impunidad.
Cuatro años después de aquellas revelaciones, Raúl Salinas de Gortari cayó en la cárcel. Su hermano, ya ex presidente, no pudo evitarlo.
El prestigio de la otrora poderosa familia se había ido al sótano de la política nacional: los nombres de Carlos y Raúl figuraban en una o varias de las líneas de investigación sobre los crímenes del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Francisco Ruiz Massieu y Luis Donaldo Colosio Murrieta. La sociedad civil compartió las sospechas.
De haber querido, Bartlett habría revelado algunos de los secretos que guarda en su archivo personal. Sin embargo, prefirió callar porque ése no era el momento para desnudar al sistema político mexicano. Además deseaba ser candidato del pri a la presidencia de la República, intención que le impidió sacar a la luz las historias de aquellos “muertos”, antecedentes que pudieron haber “matado” a los vivos; es decir, a quienes se habían pasado de listos.
Como lo dijo Bartlett en aquella entrevista (off the record sólo durante su mandato): decidió aguantarse, sin rechistar, los calores de la cocina de la República hasta que ingresó al Senado (la primera vez). Ahí se mutó para, al fin inteligente y hábil, mostrarse como el más cáustico crítico del sistema político mexicano valiéndose, obvio, de su información privilegiada y de lo que aprendió en el útero gubernamental, espacio donde se formaron hombres como él y los hermanos Salinas de Gortari.
Lo que acaba de leer hizo las veces de preámbulo al siguiente comentario publicado en mi libro La Puebla variopinta, conspiración del poder (Ed. Cruman, 2015), datos ampliamente difundidos en Internet, mismos que resumo y comparto con el propósito de mostrar al lector el antecedente de lo que intenta ser un escándalo mediático, en apariencia auspiciado por los enemigos políticos del senador y los comunicadores amigos del gobierno u hostiles al senador.
“En 1990 la dea lo inculpó en el caso de su agente Enrique Camarena, mencionándolo en la misma lista donde aparecieron el ex procurador Enrique Álvarez del Castillo y el general Juan Arévalo Gardoqui.
“Según algunos analistas, la publicación de esta información fue promovida por Carlos Salinas de Gortari a través de una filtración que realizó la dea, organismo al que Bartlett demandó ganándole un juicio civil para enseguida entablar uno penal contra el ex director de la Agencia de marras. Sin referirse al hecho, Carlos Salinas desmintió esta versión en su libro Un paso difícil a la modernidad, obra en la cual publica los pormenores del affaire diplomático entre su gobierno y el de Estados Unidos.
“Un testimonio certificado por la Notaría Pública del condado de Los Ángeles, mismo que se utilizó para reabrir el caso Camarena ante el Gran Jurado de California en 1998, reveló que el grupo especial de agentes de la dea encargado de la Operación Leyenda, decidió destruir al entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, porque éste tenía mucha influencia política en México. Su interés: evitar que llegara a la Presidencia.”
En octubre del 2013 la prensa estadounidense publicó que la cia había planeado y mandado ejecutar el crimen de Kiki Camarena, agente de la dirección Federal Antidrogas (dea, por sus siglas en inglés). Se dijo que la agencia quiso cubrir las huellas de sus acciones contra la guerrilla centroamericana, actos financiados con dinero del narcotráfico.
“En su declaración notarial número 1075901, Héctor Manuel Cervantes Santos, testigo estrella del juicio que se desarrolló en Los Ángeles (agosto de 1991 a septiembre de 1992) para identificar a los culpables del asesinato de Enrique Camarena, narra el cómo fue preparado por la dea para involucrar a Bartlett Díaz y al secretario de la Defensa, Juan Arévalo Gardoqui. Los señaló como narcotraficantes y ser parte de la conspiración criminal, declaración que dio a la justicia estadounidense los elementos claves para poder detenerlos y enjuiciarlos. Cervantes Santos, ex policía y guardaespaldas del narcotraficante Javier Barba Hernández, relató la presión usada por los agentes de la dea Antonio Gárate y Héctor Berréllez, así como el fiscal Manuel Medrano. En 1995 Berréllez confirmó a su testigo que recibiría un total de 200 mil dólares, pero en dos pagos, más seis mil dólares mensuales como pensión. Y en efecto, en septiembre de 1995, David Devore de la dea entregó a Cervantes antes un cheque por 100 mil dólares; empero, nunca completaron la suma de los 200 mil ofrecidos y eso fue lo que convenció al testigo estrella de la dea para ‘desenmascarar a sus antiguos patrones’”.
Respecto al crimen de Manuel Buendía, los reporteros de Excélsior hicieron la investigación que puso en evidencia al autor intelectual del asesinato que en principio le endilgaron a Bartlett. El propio José Antonio Zorrilla había filtrado los nombres del entonces secretario de Gobernación y de Cirilo Vázquez. Su intención: desviar las investigaciones para esconder su autoría intelectual (el asesino material fue Juan Rafael Moro Ávila). No le dio resultado su estratagema gracias a los periodistas que descubrieron la trama.
Hoy vuelve a ser tema debido, creo, a poderosos intereses en cuya agenda hay otros políticos también incómodos y desde luego dos que tres periodistas. Por ello es válido recordar lo que usted leyó y ver con ojos de sospecha la disposición del viejo agente de la DEA quien le pide al presidente Enrique Peña Nieto que meta a la cárcel al senador Manuel Bartlett.
Tiene razón Bartlett: el que no le guste el calor, que no se meta a la cocina.
@replicaalex