Este es el pensamiento de Gilberto Bosques
Saldivar*, ideas plasmadas en dos documentos, el primero correspondiente al 70
aniversario de la Constitución de Puebla, y el segundo refiriéndose a la
condición de la política en los años finales del siglo xx y su proyección al xxi,
opinión vertida durante la entrevista que publicó La Jornada, cuando Bosques cumplía 100 años de edad:
Mis compañeros de
la legislatura Constituyente de 1917 me han conferido el honroso encargo de
hablar en su nombre desde esta misma tribuna que ocupamos —hace ya medio siglo—
para discutir libremente y con gallardo gesto juvenil el articulado de la que
había de ser la Constitución Política del Estado de Puebla.
Trataré de
encontrar la expresión que traduzca el pensamiento erguido y el ánimo cordial
que alientan en este reducido grupo de supervivientes de aquella asamblea
legisladora. Primero queremos ofrecer nuestro homenaje a los compañeros de
entonces que han muerto en el transcurso de los últimos cincuenta años; el
homenaje de nuestro recuerdo de siempre y en el acto conmemorativo de este día.
Con entera convicción decimos, en honor suyo, que supieron cumplir el mandato
electoral del pueblo; que ocuparon con dignidad responsable esos escaños y
estas tribunas; que su palabra y su voto
se elevaron al nivel de riguroso compromiso con la voluntad expresa del pueblo,
y que llegaron con nosotros al primer juramento de la nueva Constitución
teniendo en el corazón y en la conciencia la
lealtad y el cariño a la patria, que —como decía Martí— ‘Sólo tiene
comparación, por lo que sujetan cuando prenden y por lo que desgarran cuando se
arrancan a las raíces de los arboles’. Para ellos nuestra reverencia espiritual
en el recuerdo.
Se ha dicho que los
legisladores poblanos de 1917 comprendimos como una cuestión de honor, la tarea
que el pueblo nos había confiado. Las asambleas constituyentes tienen la misión
histórica —cuando son consecuencia lógica de una autentica revolución interna—
de dar bases jurídicas al orden social postulado por el pueblo triunfante. Esta
fue la misión del Congreso Constituyente de Querétaro.
Y con la doctrina,
los principios y las bases jurídicas de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos del 5 de febrero de 1917, trabajamos en este recinto para dar
a nuestro estado federativo su Carta constitucional.
Sabíamos que en
aquel año, México daba al mundo la primera constitución político–social.
Vendría un año después la declaración rusa de los Derechos del Pueblo
Trabajador y Explotado; al año siguiente, la Constitución alemana de Weimar;
más tarde, en 1931, la Constitución Republicana española; en 1936, la
Constitución rusa; en 1940 la
Constitución cubana, en 1945, la Constitución guatemalteca; en 1946, las
constituciones francesa, panameña, y la primera haitiana; en 1947, la
Constitución venezolana; en 1948, la
Constitución italiana; en 1949, las constituciones argentina y costarricense;
en 1950, la Constitución salvadoreña; en 1955, las constituciones dominicana y
segunda haitiana; etcétera. Algunas de estas Cartas, de bien definido carácter
político-social, han sido derogadas, suplantadas y hasta olvidadas por la
acción de regímenes bastardos.
En 1917 llegamos
hasta aquí como representantes populares, viniendo de la sierra, de los valles
y de los llanos, de la ciudad y de la aldea, del trabajo modesto y de la
cátedra y, sobre todo, viniendo de la revolución misma, de las filas
combatientes, de los parajes de lucha con visibles testimonios de fuego, de
plomo y de sangre. Y por ello nos fue dado el privilegio de conocer la
instancia del destino patrio en la voluntad del pueblo Y tratamos de pensar ese
destino y de servirle.
Aquel deber de
pensamiento y de servicio nos esclareció el fenómeno social del derecho de las
masas, fenómeno que después de la conflagración de 1914-1918 aparecería como
consecuencia social de una guerra de masas. La Revolución Mexicana y la Primera
Guerra Mundial pusieron en marcha una onda corriente de transformaciones
sociales que sería fuente de las revoluciones populares de este siglo. Y en
nuestra América, José Carlos Mariátegui pudo exclamar: ‘La verdad de nuestra
época es la revolución’. Y Julio Romains pudo decir: ‘Ahora la democracia
consiste en que todos los hombres formen parte del pueblo’. Y pensadores de
alta autoridad han llegado a la conclusión certera de que una nación es más un
hecho social que un hecho jurídico. Y se
dice ya que el fin último del derecho es la justicia social.
¿Cuál es la
perspectiva ante este horizonte de auroras? Nuestra Revolución es un proceso
que no ha terminado. En cincuenta años de Constitución y de leyes sociales, el
problema agrario está en pie. Y otros problemas capitales se erizan de
urgencias. México, en horas sombrías y en vientos de borrasca y huracán,
encuentra siempre su camino, se yergue y sale al fulgor de sus resurgimientos,
al patetismo hermoso de sus heroísmos históricos. Empuñaremos todos la bandera
de las afirmaciones fundamentales. México ha sido siempre una afirmación ante
el mundo. Y nunca como en esta hora del
mundo ha sido tan necesaria la reivindicación de sus grandes afirmaciones
revolucionarias. Que la juventud del régimen revolucionario, en su totalidad
nacional, y la juventud mexicana, toda la juventud mexicana, enarbolen con
brazo y voz fuerte la verdad de nuestro tiempo, y asuman la responsabilidad de
impedir que la revolución deje de ser corriente en cauce para ser estatua y
aniversario, que deje de ser imperativo para ser recuerdo engalanado, que deje
de ser pasión para ser desencanto, que deje de ser crisol de voluntades para
ser un frío depósito de viejos laureles.
Hoy como ayer, nos
duele la miseria del campesino, la ignorancia del pueblo, el opresor silencio
del pueblo, la angustia del pueblo y la suspirada esperanza del pueblo. Y nos
duele pensar que los dolores hondos de la masa son, a la corta o a la larga,
magna germinal de justas rebeldías.
Nuestro deber es
con la Revolución.
Nuestra deuda es
con la Revolución.
Revolución profunda
y patria plena. En la Revolución Francesa del 79 se definió el patriotismo como
la defensa de una tierra que, por primera vez, siente el pueblo como
enteramente suya. Que sea nuestra Patria, toda entera.
Entrevista realizada el 20 de julio de 1992, por
Pablo Espinoza para La Jornada:
Nuestro siglo ha
sido el siglo de las Revoluciones. Revoluciones de bandera alta bien
desplegada. Un pensamiento que caminó a lo largo del siglo xx con sus componentes que han derivado
para cerrar el siglo en algo que considero una verdadera desgracia: hacia una
constitución de orden técnico.
Este final de siglo
es el de los técnicos y de los mercaderes. Final triste para un siglo. Porque
en principio el técnico es un mutilado
de la inteligencia…
Este siglo se queda
con una penuria de grandes filósofos ¿en donde están?, como no hay tiempo ya
los grandes estadistas, los grandes líderes también se acabaron. Se acabaron
con Clemenceau y De Gaulle.
Yo creo que
mientras dure este siglo de la historia del hombre, tiempo técnico, mercantil,
es la oscuridad en que se termina este siglo. Ya Malraux había dicho que vamos
a llegar al siglo de la oscuridad, que será el siglo xxi, porque sus raíces son estas: es triste que nuestros
países se hayan reducido a ser dirigidos por los técnicos y los mercaderes y
ahora todo es economía de mercado y todo es empresa y mercado.
Ha habido otros
tiempos en que ha florecido el pensamiento, en que el hombre se ha integrado en
necesidades de alimentación y de inteligencia y de justicia social. Ahora todo
está deshumanizado. Las cosas de ahora están fuera de los tiempos del Hombre,
de los seres humanos. Es cruel el régimen: de explotación, de presión, de
injusticia social hacia las grandes mayorías, hacia el componente mayor del
planeta. Esta es la realidad que estamos viviendo. Es triste pensar que estamos
viviendo estas antesalas de un siglo de oscuridad.
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