No existen más que dos reglas para escribir:
tener algo que decir y decirlo.
Óscar Wilde
Por Alejandro C. Manjarrez
Hoy no escribiré sobre el estilo de hacer política de Rafael Moreno Valle.
Sería poco original.
Tampoco me referiré al control que nuestro audaz gobernador ejerce en el
PAN y en los partidos cuyos dirigentes comen de su mano. Caería en lugares
comunes, como dicen los clásicos.
Menos aún haré un recuento sobre las acciones del exceso del poder que le
achacan sus envidiosos correligionarios así como los resentidos que militan en
la oposición poblana. Dios me libre de meterme en ese laberinto lleno de
trampas e intereses pecuniarios.
También huiré de las referencias a la conocida corrupción política
manifiesta en los convenios y alianzas que convierten en titeres a los
dirigentes de algunos partidos. Temo que al jalar cobijas deje al descubierto
las vergüenzas de esos "líderes" y, de paso, que hiera los ojos de
usted, respetado lector.
De ninguna manera traeré a colación las absurdas estrategias concebidas
entre la boñiga de las letrinas electorales. Rechazo exponer a mis amables
lectores a tener que aspirar el tufo o, lo que es peor, navegar en ese horrendo
y pestilente espacio dominado por el chamuco al servicio del góber. Pecaría de
escatológico.
Pasaré por alto la corrupción burocrática que suele ocultarse entre la
tramoya y las bambalinas del poder. La verdad me da miedo que, en el mejor de
los casos, me demanden por daño moral.
Por salud mental omitiré el nombre e inspiración del estratega que se
aprovecha de los idiotas que, diría Umberto Eco, usan las redes sociales para
denostar por encargo de otros imbéciles al servicio del poder. Es peligroso
provocar al titiritero del teatro guiñol con escenografía muy a la poblana.
Corro el riesgo de que, otra vez, una de esas marionetas me mande directo al
lugar ése que es una reproducción chafa del Inferno
que inventó Dante y musicalizó Liszt.
Como rechazo la melodía de los miembros del coro que acompaña a quien canta
en la oreja del dueño del ajedrez poblano, he tapado mis oídos a esas voces
desafinadas cuya estridencia laudatoria sólo agrada al gran elector de este
estado. Podría quedarme sordo.
Considerando el grado de dificultad para comunicarse a través del sentido
del olfato, por ahora he decidido borrar de mi lista de menciones a los
poblanos que transforman la flatulencia del poder en emisiones con aroma de
rosas. Mejor les hago el fuchi.
Desde luego que no escribiré sobre los misóginos porque me vería obligado a
revelar los nombres de quienes algún día les escuché decir: “Las viejas
apestan”. Como no los grabé, sería su palabra contra la mía.
El fin...
¡Y entonces de qué diablos escribo!
Podría hacerlo sobre el Museo Barroco en cuya inmensidad tal vez entren los
egos del gabinete en pleno. Empero, como no estoy seguro de que quepan todos,
he decidido dejar el tema para otra ocasión. Esto porque hoy no quiero
aburrirlo, reacción que superaría con creces al peligro de recibir una carga de
celularazos lanzada por alguno de los artilleros del Cerro de Loreto (que
conste que no dije cañonazos).
@replicaalex