Por Alejandro C. Manjarrez
Siempre aparecen los candidatos cuyo sino es la derrota. Lo curiosos es que ellos lo saben y puede ser que hasta disfruten ese llamémosle masoquismo electoral. Nacieron para perder. O como le ocurrió a Luisito –un maestro de música chiapaneco simpático, bonachón, regordete, amigable y desde luego pendejo–, fueron víctimas del tradicional cultivo yucateco. “Tú eres lo mejor, hermano, porque representas el cambio, la gente te quiere, ganarás porque eres un elegido de Dios”, “tu carisma y experiencia validarán la importancia de la equidad de género”, podrían ser algunas de las grandes mentiras que endulzan la vida del “cultivado” o “cultivada” y dan el tono al seductor canto de las sirenas.
Bueno también hay los tontos útiles que cual perritos hambrientos caen bajo el influjo del hueso que les promete el manipulador en turno, o sea el malvado que nunca falta en cualquier gobierno o partido político: “Éntrale a la candidatura y aunque pierdas ganarás; te daremos un buen hueso o dinero suficiente para que resarzas tu economía”. La muestra más ignominiosa es Juanito, el tonto rentable al que Andrés Manuel López Obrador lanzó al escenario de lo que puede considerarse como otra de las expresiones del teatro del absurdo.
Antes de entrar de lleno al tema aclaro al lector que hay de candidatos a candidatos y de derrotas a derrotas (perdón por el galimatías). En el PAN, por ejemplo, el haber perdido una elección puede convertirse en el plus que formará parte de la experiencia y, por ende, mejorará el currículo del perdedor. Sobran los ejemplos. Empero para los candidatos del PRI y del resto de los partidos, el sello de la derrota casi siempre equivale a un lastre difícil de desechar.
Pipitilla o utilería
Lo que usted acaba de leer sucede en cada proceso electoral. No es nuevo y menos aún exclusivo de Puebla o de cualquier otra entidad. Lo interesante de la elección que está por venir (sin alusión a la frase de campaña de Rafael Moreno Valle, que por cierto le fue fusilada a un candidato estadunidense, igual que la de “abre los ojos”) es que muchos candidatos aceptaron serlo a sabiendas de que perderán hasta el modito de andar. Claro que podría haber excepciones que se salven de ser parte de esa lamentable utilería, los mismos que a cambio de perder y de la vergüenza de actuar como comparsas, tendrán una gratificación en efectivo complementada, tal vez, con un cargo en el gobierno. Pronto lo sabremos pero no lo festejaremos.
Supongo que a estas alturas el lector estará pensando en algunos nombres. Si son los candidatos del Panal no se equivoca porque hasta ahí llegaron varias de las ovejas escapadas del corral del PRI para, en una dolorosa y kafkiana metamorfosis, convertirse en las abejas que por única ocasión picarán, acto en el cual se quedará su “aguijón” y –tal como le sucede al insecto– la vida política digna, provechosa, fértil. Desde luego que también hay excepciones, una que dos.
Poco falta, pues, para que veamos quiénes ganan y cuántos de los perdedores formaron parte de la pipitilla política, personajes cuyo plañir (sincero o falso) habrá de perderse entre la algarabía de los seguidores del candidato que el 1 de diciembre próximo ocupará a la silla presidencial. Haga su lista y diviértase seleccionando a los nacidos para perder.
Pero ¿y quién diablos ganará la elección presidencial?, se preguntará el lector indeciso. Yo creo que será el candidato que sabe que no es lo mismo la demografía que la demoscopia.
Ahí se los dejo de tarea y en la próxima columna les comento por qué da igual que resulte ganador Chana que Juan. A lo peor influyo en su decisión.
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