jueves, 21 de junio de 2012

La boñiga del PRI



Por Alejandro C. Manjarrez
Erase una vez una niña inquieta, bonita, inteligente y sensible. El inicio de su vida fue color de rosa hasta que un día los padres de la nena descubrieron su apego al producto de sus defecaciones. “¡No mami, no le jales!”, gritó desesperada la nenita. “¿Por qué lo dices hija, qué te pasa?”, preguntó la sorprendida y acongojada madre sonriéndole a su retoño. “Es que eso es parte de mí, de mi cuerpo, y no quiero perderlo”, respondió preocupada la hermosa mujercita de apenas cinco años de edad.
Aquella digamos que estima excrementicia cesó gracias a la paciencia de los progenitores y al apoyo de las maestras del jardín de niños. Todo volvió a la normalidad y la mierda infantil pasó a ser parte de los drenajes de la gran ciudad.
Viene a cuento este relato escatológico –que por cierto es real y que a pesar de serlo ofrezco mis disculpas por el lenguaje– para tratar de establecer lo que ocurre con algunos candidatos del PRI. Me refiero a los que se niegan a deshacerse de la caca que aún existe en el organismo político al que pertenecen. No la envían a su destino porque la sienten como si fuese parte de ellos, de su esencia, de sus órganos vitales, del partido que los apoyó impulsándolos hasta hacerlos importantes. Uno de los afectados es sin duda Enrique Peña Nieto, candidato a la Presidencia de México. Y la otra podría ser la poblana Blanca Alcalá Ruiz, futura senadora de la República.
El hombre
El heredero del carisma político que hizo famoso a Carlos Hank González, ha sido atacado una y otra vez por sus adversarios. Lo acusan de arropar o apoyarse en figuras que se ganaron a pulso su desprestigio. Sus deslindes equivalen, valga el ejemplo, al papel higiénico que medio cubre el excremento para que nadie lo vea aunque el tufo delate su presencia. Por ello da la impresión que Peña sufre del mismo apego de la niña cuyo entorno color de rosa, como ya lo comenté, se volvía negro en el momento de excretar.
Sería muy malo si la lealtad a esos apestosos personajes conduce la vida del candidato puntero. Y peor porque en su posición Peña Nieto no puede ni debe ser leal a quienes defraudaron la confianza de la sociedad que gobernaron, o la de sus jefes y amigos que confiaron en ellos al delegarles facultades discrecionales para manejar recursos que al final del día se robaron. Tendría que “jalar la cadena” con la intención de que el pueblo (joven, maduro o viejo) no dude de su capacidad y honradez, y los electores que sufragarán el 1 de julio desestimen la guerra sucia en su contra. Lástima que sólo le queden unos cuantos días para hacer lo que debió haber hecho desde que fue postulado como candidato a ocupar el máximo cargo del país.
La mujer
Blanca Alcalá anda en las mismas. Pero no porque ella quiera sino debido a que su partido en Puebla está lleno de mojones, personajes varios que, valga la comparación, forman algo parecido al mitológico establo de Augías –interprétese: del Precioso–, cuadras que ahí estarán hasta que llegue un Hércules dispuesto a limpiarlas, o sea un priista, gobernante o líder, que decida usar el caudal de las aguas limpias para que ellas arrastren y se lleven toda la inmundicia.
Si el PRI logra recuperar la Presidencia de México, lo hará con el lastre que forman los negativos producto del apego que hacia las heces políticas tienen los priistas que hoy dirigen a ese partido. Quizá porque para ellos son tiempos de sumar. O tal vez porque cualquier resta o limpia anticipada pudo haberlos dividido y, en consecuencia, quitarles la oportunidad de regresar al poder.
En fin, la película se está filmando. Esperemos que en ella no aparezcan versiones modernas y adultas de aquella niña inquieta, bonita, inteligente y sensible. Si ello llegare a ocurrir, escucharíamos gritar a los candidatos ya elegidos por el pueblo: “¡No jalen la cadena! ¡No quiero perder lo que es parte de mí, de mi vida!
Entonces sí que estaríamos más que jodidos.
Twitter: @replicaalex