Imagen de la página de CNN (Cuarto Oscuro)
Por Alejandro C. Manjarrez
“A
partir del 1 de diciembre próximo, México será menos violento y más
esperanzador”. Eso dicen los priistas.
Por
su parte, los panistas por ahora en el poder, se lamentan del advenimiento del nuevo
régimen ya que dejarán de “mamar” de la ubre presupuestal.
El
resto de los mexicanos, o sea la gran mayoría, nos preguntamos: ¿cómo será y
qué hará Enrique Peña Nieto después de que reciba el poder de la República?
La
lógica indica que usará su oficio político y la mano izquierda que aprendió de
sus congéneres mayores cuya fama, hay que decirlo, está llena de luces y
sombras. Y también de las peculiaridades que enriquecen el anecdotario nacional.
Enuncio
algunas de esas sombras antes de adivinar el comportamiento que tendrá que
adoptar el hombre de Atlacomulco:
El legado
Adolfo
López Mateos fue un caballero con carisma e inclinaciones sexuales que lo
convirtieron en el garañón presidencial. “¿Qué toca hoy, Humberto? —preguntaba al inicio de la mañana a su secretario particular—: ¿Viajes o viejas?”.
Era tal su afición por las mujeres, que en la última etapa de aquel gobierno (y
de su vida), don Adolfo casó por la iglesia con una bella educadora con la que
tuvo dos hijos. Los que nos enteramos de la boda fue porque el padre de la
hermosa mujer (le decían el “suegro de la nación”) se justificaba y a la vez presumía
de su parentesco político mostrándole a quien podía la película de la boda
religiosa entre López Mateos y su hija. La historia de ese gran romance es como
para una novela de televisión.
José
López Portillo también se dejó llevar por
el perfume de las feromonas. Como Calígula que hizo Cónsul de Bitinia a su
caballo Incitatus, don José nombró secretaria del gabinete a su “yegua alegre” (así
le decía). Con el deseo de que el lector valore semejante pasión, le comento
que Pepe se desquitó y feo de quien le había “pedaleado alguna de sus muchas
bicicletas” (el que la hace no las consiente). Ocurrió en cuanto tomó el poder.
Le dijo al Procurador que denunciara y consignara a Eugenio Méndez Docurro,
acusándolo de peculado; la razón: el ingeniero le había “bajado” a la más bella
de las mujeres que trabajaban en la oficina de la Presidencia, cuando ésta era manejaba
por él. Lo del “delito” que llevó a la cárcel a Méndez Docurro, fue un buen
pretexto de la novelesca revancha amorosa presidencial, circunstancia que
demostró que José, el esotérico y eficaz abogado, arribó a Los Pinos cargando
un fardo de filias y fobias y, al mismo tiempo, cautivado por las mujeres
agraciadas. El romance con una de ellas —por cierto de origen poblano-sajón— nada
más le provocó a México el problema que terminó con la estatización de la
banca.
Adolfo
Ruiz Cortines tuvo otros “defectos”, los digamos que naturales en la política
mexicana: al fin producto de sistema, el llamado viejo zorro puso en boga la
omisión que salvó de la cárcel a los corruptos que habían sangrado al país
antes de que él llegara a Los Pinos. Dijo que el escándalo hacía más daño que
el pecado. Y gracias a esa su “filosofía” se libraron del encierro judicial varios
burócratas e intermediarios importantes que, por poner un ejemplo, sangraron la
economía de Pemex: uno de ellos vendía el petróleo al extranjero poniéndole el
sobre precio que enriqueció a varios connotados colaboradores de Miguel Alemán.
A
la conocida historia de Gustavo Díaz Ordaz propiciada por el “fantasma del
comunismo” que una noche negra se le apareció en Los Pinos (creo que entró
ocultándose entre las piernas de La Tigresa, el "triángulo negro del pecado", diría el padre Barcia), habría que agregarle su estilo
pedestre contra los periodistas que lo criticaban: “enemigos del Presidente”,
como les moteó su comunicador.
Qué
decir de Miguel de la Madrid, el hombre austero que aborreció la crítica mediática
y, por ende, nunca le cayeron bien los periodistas. Por ello puso en práctica
(o autorizó) su agresiva política de comunicación diseñada para eliminar periódicos
y periodistas: excepto a diez, su gobierno decidió “borrar” de la lista al
resto. Lo de los crímenes de Manuel Buendía y Carlos Loret de Mola Mediz, fue el
agregado negro a la fama de aquel gobierno que salpicó a todos sus integrantes,
Manuel Bartlett entre ellos.
Y
ya para qué abundar sobre Carlos Salinas de Gortari, el genio negro del sistema
político mexicano, presidente de la República cuando la sociedad culpó al Estado de los
crímenes de Luis Donaldo Colosio, Francisco Ruiz Massieu y el cardenal Juan
Jesús Posadas Ocampo.
Regreso a Enrique Peña
Nieto
Del
bagaje del priismo en el poder —del cual he mencionado algunos hechos— tendrá
que eliminar lo que se parezca a ésos y otros antecedentes presidenciales.
Necesita convencer a los gobernados hoy mucho más despiertos e informados gracias
a la inmediatez que permiten las redes sociales. Está obligado a cortar por
lo sano con el gobierno que suple, o sea el del frustrado general en jefe a
quien le quedaron grandes todos los uniformes, incluido el de la paz social. ¡Ah!,
y también debe cuidarse de las mujeres, y de las complicidades que ocultan los
pecados, y de los malos deseos que incitan a la venganza contra periodistas, y hacer
hasta lo imposible para que su vida personal y pública no sirva de argumento a otra
telenovela.
Twitter: @replicaalex