Por Alejandro C. Manjarrez
“La vergüenza del gobierno”. Así
denominé la columna (Sin censura) publicada en Síntesis el 14 de febrero de
1993. En aquella entrega describí el trompicado trayecto del entonces rector de
la Buap, Óscar Samuel Malpica
Uribe, líneas que hoy le comparto con el deseo de que no se tergiverse la
verdad sobre este controvertido académico y político asesinado en el umbral de
su casa la noche del martes pasado. Los datos que leerá son tan veraces como el
hecho de que este columnista fue testigo presencial a petición expresa de
Samuel. E incluso, en algunas ocasiones, intermediario para tratar de resolver
la problemática universitaria auspiciada por los grupos en pugna.
He aquí parte de la historia:
“El despacho del entonces director de
Tránsito, René Meza Cabrera, sirvió de escenario para montar algunas de las
obras políticas que (padecía) Puebla. Por ejemplo: el asunto de la Buap, incluida la estrategia del rectorazo, la entronización de José
Doger Corte y, obviamente, el prolegómeno de los interinatos rectorales.
“Antes de ponerse a funcionar el plan de
vialidad universitaria concebido por
los cerebros de la citada Dirección, Óscar Samuel Malpica Uribe tuvo la
oportunidad de aclarar su posición con Alberto Jiménez Morales, quien por
aquellos días ejercía a plenitud su poder tras el trono. La plática inicial se
llevó a cabo en un conocido hotel de la Angelópolis. Allí, Malpica explicó sus
razones. Y de buen talante don Alberto se ofreció a intermediar para que el
gobernador entregara de inmediato el subsidio retenido por sus pistolas
(después supe que por instrucciones de Manuel Bartlett, a la sazón secretario
de Educación Pública). Asimismo, se comprometió a ordenar a la prensa
semioficial la suspensión de críticas contra el satanizado rector. Como condición
se le pidió a Samuel su aquiescencia para convocar a la clase política
universitaria a lo que sería una junta conciliatoria.
“Las primeras conversaciones marcharon
más o menos bien hasta el día en que se debió verificar la reunión de avenencia.
Previamente alertado por su avanzada sobre la presencia de algunos porros, el
rector fue tajante al rechazar ese tipo de concertaciones y pláticas con —así los
definió él— interlocutores descalificados profesional y moralmente. En
ese momento se dio cuenta que detrás de la acción se escondía un perverso
proyecto cuyo objetivo era desarticular a la Buap
atomizando sus fuerzas políticas y académicas a fin de poder restarle prestigio
y presencia ante la sociedad y, desde luego, frente al estudiantado. De igual
manera comprendió que los jóvenes universitarios eran el único apoyo con que
contaría. Y en ellos decidió cifrar su trabajo y esperanza.
“Pero ya se había iniciado la operación
del plan en contra de la Universidad crítica y popular, inclusive (José) Doger
contaba con la autorización y la bendición
de René Meza Cabrera, para iniciar su precampaña y llegar cincho al proceso de elección de rector. La amistad de José con el
director de Tránsito (ahora notario público) y los buenos oficios que demostró
como informante del gobierno piñaolayista, le permitieron granjearse la
voluntad del asesor y, por ende, alcanzar la rectoría…
“Una vez descubierta la asonada contra
la Buap, Malpica emprendió lo que
fue el último esfuerzo político destinado a conservar la dignidad universitaria
(esa fue su inspiración. Sólo tenía 32 años). Se manifestó ante el casi tapiado
Palacio de Gobierno (en su patio estaba un batallón de policías fuertemente
armados) seguido por más de 20 mil estudiantes. Sus consejeros y acompañantes
le insistían en tomarlo arguyéndole que en el hecho caerían varias víctimas y
junto con ellas el gobierno de Piña Olaya. Pero el rector se negó porque —según
me lo dijo— no quería cargar sobre
su conciencia la muerte de algún estudiante…”
Hasta aquí la cita.
Malpica Uribe fue encarcelado. Primero
el gobierno convenció a su esposa para que lo demandara por agresión física
(hecho falso) y ya adentro del penal le fincaron el delito de peculado, mismo
que no existía por dos razones: no era servidor público y él nunca dispuso de
ningún dinero que no fuera parte de su salario. El motivo fue el encono de Piña Olaya, coraje que lo
orilló a manipular las leyes poblanas para mantener en la cárcel a Samuel:
estaba enojado por la denuncia que éste presentó ante la Cámara de Diputados
federal pidiéndole a los legisladores juicio político en contra del gobernador,
precisamente. Un año más tarde fue liberado gracias a que sus abogados le
ganaron la partida al gobierno represor. Y Malpica recuperó su plaza y los
salarios que le retuvieron a pesar de que fue un preso de conciencia.
Diez años después, lapso que Samuel
ocupó para señalar lo que a su juicio estaba mal, lo matan igual que a otros
universitarios asesinados por sicarios del gobierno. Por esta digamos que
constante, urge que se aclare el homicidio y que se aprenda al autor o autores
para que queden incólumes quienes ejercen el poder político cuya fama, hay que
subrayarlo, ha quedado en entredicho debido a que sus amanuenses y panegiristas
convirtieron el crimen en un acto político.