Por Alejandro C. Manjarrez
Todo empezó cuando la tormenta de rayos
alteró el sistema nervioso de Jony, la perrita cocker spaniel que durante ocho
años formó parte del hogar: ésta echó a correr y su instinto la llevó a
internarse en el bosque. Pasaron dos días y el animal no regresó.
La mañana del 15 de julio, empezaron a
ladrar los perros de casa. Supuse que Jony estaba de vuelta y que llegaba
herida o enferma. Fui hacia donde se encontraban los canes con la esperanza de
ver a la mascota tratando de meterse por algún hueco de la reja-puerta. Hacia
allá se dirigió mi vista. Cuando caminaba noté algo extraño en la actitud de
los animales: tenían la cola entre las piernas. Mi observación resultó tardía porque
en ese momento me mordió la serpiente que estaba asustada y lista a repeler
cualquier agresión: sentí un extraño ardor en el tobillo y vi cómo la cascabel
huyó culebreando alejándose de mí vista.
(En la época de lluvias las víboras
buscan lugares soleados. Nunca atacan a menos de que se sientan agredidas)
De inmediato le dije a mi esposa que
saldría en busca de un médico. Ella se asustó cuando le comenté lo que había
pasado. La adrenalina aguzó mi sentido de conservación. Pensé en cómo retardar
el trayecto del veneno: “Lo único que sirve –me dije– es conservar la calma y
buscar ayuda profesional. Traté de seguir la recomendación de no sé quién y
subí a mi auto. Manejé como conductor de ambulancia. Recorrí parte del
Periférico y debo haber implantado un récord de tiempo entre Haras del Bosque
(donde vivo) y el sanatorio que se encuentra ubicado en la zona Angelópolis de
Puebla.
En el trayecto rumbo al hospital hice
algunas llamadas para conseguir el antídoto. Dos de mis hijos se dieron a la
tarea de buscarlo hasta encontrar el único existente en la ciudad: lo tenía la
farmacia Fleming de especialidades (BUAP). Habían transcurrido sesenta minutos
cuando llegó el suero a Urgencias del Hospital Ángeles donde ya me encontraba
encamado. En ese lapso vi tres o cuatro enfermos graves y a sus seres queridos
avisándoles a sus familiares. Yo estaba conectado a los aparatos que vigilan los
signos vitales. No hubo nada malo. El suero con el antídoto y otros
medicamentos actuaron en mi organismo. De ahí me llevaron a una habitación para
que los médicos observaran mi herida y reacciones. Todo normal; es decir, el
hematoma provocado por la mordida y el veneno seguía su curso pero sin
presentar síntomas que indicaran algo extraño o alarmante. No obstante, el
doctor recomendó que permaneciera internado 24 horas más por aquello de que
ocurriera alguna alteración indeseable. En esas andaba cuando de la Secretaría
de Salud del gobierno del estado de Puebla nos avisaron que estaban disponibles
veinte dosis de ese tipo de suero, que por cierto se elabora con veneno
desactivado.
Al día siguiente recibí una llamada de
la asociación cuyo trabajo es cuidar las especies crótalos y asistir u orientar
a las personas que sufren la mordida de alguna serpiente. Su interés, dijeron,
es porque en las farmacias y hospitales de Puebla no hay dosis suficientes del
suero-antídoto, quizá porque no existían antecedentes sobre ataques de crótalos.
¿Cómo se enteraron?, pregunté a la
persona que me contactó. Me dijo que alguien de la reserva Flor del Bosque (ahí
hay un serpentario) le había informado después de que yo hablé para indagar si
ellos tenían el antídoto explicándoles la razón de la emergencia. Así supe que
mi caso quedará registrado como el primero que ocurre en Puebla, zona en
apariencia ajena a esas especies.
Más tarde me visitó uno de los biólogos
del laboratorio que produce el suero de marras. Quería saber si hubo problemas
para conseguirlo. Lo puse al tanto y prometió hablar con las autoridades de
diferentes hospitales con el fin de convencerlos sobre la necesidad de contar
en su stock de medicamentos con varias dosis de antídoto. Coincidimos en que
debido al irresponsable uso del suelo (yo le llamo corrupción), los
fraccionamientos invadieron la zona endémica donde viven y se reproducen
crótalos e insectos venenosos como la araña violín y la conocida como viuda
negra, cuyos venenos son terriblemente dañinos, mortales si no se administra a
tiempo el antídoto correspondiente. Los alacranes también salieron a colación;
dijo que el piquete de la especie que habita en la zona metropolitana de Puebla
no es mortal como las alimañas que se reproducen en tierra caliente, la Mixteca
por ejemplo.
¿Qué hacer cuando ocurre este tipo de
percances?
Una vez pasado el susto me puse a
investigar los procedimientos recomendables para evitar que se necrose el
tejido y se ponga en riesgo la vida. La intención: escribirlo con el deseo de
alertar a quienes me lean pidiéndoles correr la voz y avisar de este peligro
latente. Sobre todo en los nuevos fraccionamientos cuyos constructores (en
complicidad con las autoridades) le han robado espacio a la naturaleza, ambición
acompañada de la estupidez, coincidencia que perjudica terriblemente el
equilibrio ecológico.
–
Identificar al crótalo
o bicho que le inocule su veneno (el antídoto digamos que tradicional no
funciona contra la toxina de la serpiente coralillo, reptil poco común en la
región).
–
No alterarse y
conservar la calma.
–
Acudir al hospital más
cercano.
–
Hacerse acompañar de
alguien para que vigile sus reacciones que en el peor de los casos pueden ser:
dificultad para respirar, hormigueo, sudor frío, vista borrosa, pulso rápido,
palidez, sed, cansancio, debilidad, párpado caído, baja de presión arterial, náusea,
vómito, entumecimiento del miembro afectado, parálisis y dolor ascendente.
–
A falta de asistencia
médica el tejido se inflama hasta hacer que éste reviente provocando que se
necrose con el peligro de perder el miembro afectado e incluso hasta la vida.
Esta es pues mi experiencia. Espero
sirva para evitarle un mal rato si por mala suerte usted o alguno de sus
familiares resultara afectado. Ojalá que nunca ocurra, empero, no está por
demás conocer los procedimientos para, si se presenta, afrontar semejante
emergencia.
Que sean felices.
@replicaalex