Por
Alejandro C. Manjarrez
El
pasado día 15 (día del III informe de Gobierno) ocurrió en Puebla lo que, tal
vez, no volverá a repetirse en décadas y puede ser que hasta centurias: un ex
gobernador maduro (Melquiades Morales Flores) apapachó a otro ex gobernador anciano
(Rafael Moreno Valle) frente a quien fue política y genéticamente prohijado por
ambos (Rafael Moreno Valle Rosas), los tres producto de la cadena de un poder
injertado en la democracia mexicana.
La
escena cuasi familiar me indujo a reproducir algunas líneas de mi libro: La Puebla variopinta, conspiración del poder,
obra en proceso de impresión. Antes de hacerlo aclaro que esta parte del texto
fue armada con los diálogos que me confió uno de los protagonistas, así como
con las historias que escuché, algunas de ellas en voz de otro ex gobernador,
Gonzalo Bautista O’Farril.
1969-1972
—Te tengo dos buenas
noticias —le dijo el general y gobernador Moreno Valle a Melquiades Morales
Flores, entonces su ex secretario privado—. Una: tu juventud te permitirá
aspirar a ocupar la silla que hoy me pertenece; dependerás de tu trabajo y
disciplina. Yo ya puse mi granito de arena para ayudarte a construir tu propio
destino.
La sorpresa dejó mudo a
Melquiades, silencio que el comprensivo doctor rompió al agregar:
—Toma este dinero para
que lo repartas entre los diputados. A cada uno entrégale quince mil pesos;
diles que se trata del apoyo que tú gestionaste para que se recuperen de los
gastos que efectuaron durante su campaña. Esta acción te ayudará a mejorar tu
relación con ellos. Ahora la segunda buena nueva: he decidido que tú seas el
líder del Congreso.
Las palabras del
gobernador sorprendieron a su colaborador. Al percibir la reacción el médico y general le hizo un gesto amistoso con la intención de
obligarlo a hablar. Melquiades sólo alcanzó a articular un “gracias”
entrecortado por el nudo de emociones atoradas en su garganta. En ese momento
no lo supo. Empero, pasado el tiempo, entendió que así había iniciado el curso
intensivo que incluyó el manejo de la emotividad, por cierto una de sus
cualidades, la que más le ayudó para convencer a quienes ejercían el poder.
Tres meses después de
aquel encuentro volvieron a reunirse el gobernador de Puebla y el ya Presidente
de la Gran Comisión del Congreso local. Ese día el general y doctor Moreno
Valle, le comunicó a Melquiades lo que ninguno de los dos pensó que ocurriría.
El primero había cumplido tres años en el cargo y el segundo tenía tres meses
en la diputación.
—Diputado —dijo el
mandatario con un tono de voz triste—, aquí tienes mi renuncia. Hazla del
conocimiento de tus compañeros. Es tu deber. Además toma nota que ahora sí
deberás cuidarte solo ya que mañana abandono Puebla.
—Con todo respeto,
señor Gobernador, no le acepto la renuncia —se arriesgó Melquiades impulsado
por su lealtad—. Somos un estado libre y soberano y los poderes están con Usted
sin importar de donde venga la orden.
—No, no. Espera
—corrigió el general—. Aprecio tu gesto pero recuerda que soy un militar que
obedece al presidente de México (Luis Echeverría). Además estoy enfermo. Así que
anda ve y cumple con tu deber. No te preocupes por mí porque al fin podré
disfrutar a mi nieto (Rafita) que pronto cumplirá cuatro años de edad.
Con la congoja clavada
entre pecho y espalda, Melquiades tuvo que obedecer la instrucción y comunicar
al Pleno del Congreso la renuncia de su hacedor. Más tarde dio posesión del
cargo de gobernador interino al abogado Mario Mellado García. Y tres semanas
después a Gonzalo Bautista O’Farril, el sustituto.
Pasaron varios meses y
se repitió la historia: Melquiades recibió de Bautista la renuncia al cargo y
enseguida tomó la protesta de ley a Guillermo Morales Blúmenkron, el cuarto
gobernador de aquel accidentado sexenio en el que resultó determinante la participación
de los universitarios y del periodismo local.
En tres años, la
carrera política de Morales Flores se había enriquecido con muchas experiencias
de tipo personal y público. Forjó su carácter entre los sustos y las decisiones
políticas centrales. También supo que el poder es efímero y que por ello,
cuando se ostenta, hay que formar, orientar e impulsar a quienes algún día
corresponderán el favor, cuando menos con afecto. Esto permitió a Melquiades
mantenerse vigente durante casi medio siglo, tiempo que hizo las veces de
fragua. Nunca olvidó al General a quien siempre, de una u otra forma, le
manifestó su agradecimiento, respeto y lealtad.
En alguna de las
visitas amistosas de Melquiades al doctor Moreno Valle, encontró a su ex jefe
físicamente repuesto y con el orgullo militar intacto. Lo admiró aún más.
Seguramente se enterneció al verlo actuar en su condición de abuelo de Rafita…
el heredero de la dinastía familiar. Como ocurre con los apegos y las ilusiones
generacionales, el general Moreno Valle pudo haberle dicho a Morales Flores,
que su nieto sería la prolongación de sus ideales, la consolidación de su
proyecto político truncado por el resabio presidencial exacerbado por los
errores de sus subordinados, fallas que, quizás por la enfermedad que padecía,
no pudieron ser corregidas y solventadas.
Curso
intensivo
La carrera pública de Melquiades
Morales Flores, estuvo entrelazada con la de Rafael Moreno Valle Rosas. El
abuelo fue el vínculo y el maestro que le enseñó que en política hay que
sembrar para el futuro impulsando a jóvenes en cuyos valores esté presente la
obligación de ser recíprocos con sus mentores políticos. Eso creo.
Tres décadas después, Melquiades
encontró la oportunidad de corresponder a los favores. Lo hizo dándole
cobertura política al nieto del General: complacido le brindó su calor político
para, en primer término, mostrarle los vericuetos del poder, incluidos los
efectos de las infidencias y traiciones entre pares. Pero…
Hasta aquí
la cita.
El resto
de la historia es harto conocida. Me refiero a cómo Melquiades hizo de lado su
experiencia electoral al grado perder ante su adversario —el nieto del General precisamente— la elección de senador, hecho
que ubicó a Rafael Moreno Valle Rosas en el umbral de la gubernatura.
Pero eso
es historia.
En
nuestro controvertido presente está la participación e influencia de Fernando
Manzanilla Prieto en la vida pública de Rafael. De ahí que su decisión de
abandonar el barco que ayudó a construir haya producido una severa crisis
existencial en el mandatario poblano. De ello y un poco más tratará mi próxima
columna.
@replicaalex