Por
Alejandro C. Manjarrez
Algún
día Rafael Moreno Valle será recordado como algo parecido al beato Juan Diego.
Esto porque iniciado el milenio se topó con la entonces milagrera Elba Esther
Gordillo Morales, encuentro que cambió la vida de Puebla para, según la nueva
tendencia inspirada en el pragmatismo político nacional, mejorar e impulsar los
buenos negocios digamos que oficiales. En este portento debo incluir a Felipe
Calderón endilgándole funciones parecidas a las del Señor de las Maravillas, ya
que el michoacano convirtió en cualidades las traiciones de la Maestra, apostasía
que a Felipe le permitió ganar la Presidencia de México y a Rafael
transformarse en gobernador de Puebla.
Eso
es lo que establece la historia reciente, hitos que nada ni nadie podrán borrar
o tergiversar con la intención de que la sociedad olvide lo que produjo el
fenómeno gordillista, suceso que dejó de serlo cuando Enrique Peña Nieto lo borró
de la lista de compromisos políticos republicanos. La milagrera cayó en
desgracia mientras que sus beneficiarios fueron objeto de la gracia que a sus
hijos bien portados concede el sistema político mexicano.
De
este proceso milagroso surgió, además de un gobernador en pleno ejercicio de su
poder, el portento del desarrollo urbanístico y recreativo. Puebla dejó de ser
una referencia histórica patrimonial convirtiéndose en polo de atracción para
los inversionistas cuyo éxito se basa en “asociarse” con el gobierno.
Gracias
pues a esa extraordinaria visión financiera y comercial, la entidad recibió el
dinero fresco de los inversionistas que no dan paso sin huarache. Y se creó así
el esquema de “pasivos financieros” que —publicó el diario Cambio (6 de enero, 2014)— produjo un pasivo estimado de 9 mil 70
millones de pesos, cifra que se compara con la deuda contraída por el gobierno
de Mario Marín Torres.
La otra cara del “milagro”
Para
lograr no sólo la consecución sino la proyección del milagro gordillista, fue
necesario replicar y dar formalidad jurídica a lo que entonces ocurría en el
SNTE: en vez de delegados afines y sometidos a la directriz de la señora
Gordillo, se designaron diputados confiables y dispuestos a ser sumisos
seguidores del titular del poder Ejecutivo poblano. Por ello fue posible armar
la estructura jurídica que dio legalidad a las acciones empresariales y
gerenciales del gobierno morenovallista. De esta manera la obra pública tuvo la
participación de la iniciativa privada a través de los Proyectos para la
Prestación de Servicios (PPS), que no es otra cosa que un esquema de inversión
privada en la cual —argumento el calderonato— el inversionista diseña,
construye, financia y opera la infraestructura de apoyo a la prestación de los
servicios públicos, todo ello sustentado en un contrato a largo plazo cuyo
costo paga el gobierno, con dinero del pueblo, naturalmente.
El
estilo que también funciona en el Reino Unido —modelo
copiado por la administración de Felipe Calderón—
no incluye desde luego la “privatización” del criterio de los diputados. Esto
es una de las modalidades que puso en práctica el gobierno morenovallista,
aportación que —si fuese éticamente posible—
seguramente ya se habría adoptado en la Gran Bretaña para que los comunes
fueran tan comunes como nuestros ilustrísimos diputados.
La piedra política filosofal
La
nigromancia también resultó parte de las aportaciones de Elba Esther; por
ejemplo: el Panal, su partido, atrajo a los abejorros del PRD, PAN y
Convergencia. Y con ese extraño e histórico amasijo se produjo Compromiso por Puebla, membrete que más
tarde adquirió la condición de partido político —perdone
usted el siguiente eufemismo—
independiente del poder gubernamental.
Una
vez consensuado el criterio de nuestros legisladores, se les entregó la
iniciativa que habría de producir el nuevo periodo legislativo y municipal
consistente en cuatro años y ocho meses de gobierno. Y se acomodaron las
calabazas que ocuparán el nuevo tren cuyo destino será la sucesión presidencial
del 2018: diputados y presidentes municipales afines al proyecto diseñado —creo—
para dar continuidad al programa que, si el PRI se vuelve a dormir, recibirá o
apechugará el gobernador de un año ocho meses cuyo objetivo —también
lo supongo— será abonar el terreno
hacia Los Pinos.
Así
llegamos al tercer año de gobierno de Puebla. Con todo planchado pues. Si el
que esto escribe hiciera eco a lo publicado por un colega columnista en cuyo espacio
no hay más paradigma que el gobernador poblano, tendría que decir que Enrique
Peña Nieto debería ir preparándose para entregar el poder a Rafael Moreno Valle
Rosas. Pero como no comparto ese criterio chambón, diré que en este inicio del
declive natural de su mandato (cuenta regresiva), Rafael está más que obligado
a tomar en cuenta para interpretar el sentir de los poblanos. Y meterse en la
cabeza que ya se acabó la milagrería personificada por Elba Esther Gordillo, ahora
su piedrota en el zapato.
@replicaalex