Es extraña la ligereza con que los
malvados
creen que todo les saldrá bien.
Víctor Hugo
Por Alejandro C. Manjarrez
Cinco años en el cargo y Rafael Moreno
Valle sigue sin entender la importancia de la prensa libre, plural e
independiente. Continua expuesto ante quienes —parafraseo a Karl Popper—
ejercen su derecho de no tolerar a los intolerantes. ¿La razón? Sólo él sabe lo
que pasa allá en su “íntima intimidad” donde, quizá, subyace su justificación
a lo injustificable.
Vaya que el tema es complejo, tanto que
debería despertar el interés de algún especialista en conducta humana afecto a
hurgar entre, valga la metáfora, lo cerdoso de las rastras que ocultan el
descuido del espíritu.
En fin…
Ya sabemos que Rafael es un político
distinto a la mayor parte de los últimos nueve mandatarios estatales, aunque
tal vez tenga un poco de todos. Sin embargo, ninguno de ellos se hubiese
atrevido a decir que el actual sigue su ejemplo de gobernante. ¿O sí? Bueno,
usted lector decídalo después de leer los siguientes trazos de algunos perfiles:
Alfredo
Toxqui Fernández de Lara, estableció una buena relación con la sociedad incluida la prensa local.
Lo hizo, creo, para orientarse, informarse y eludir los errores que habían
tumbado del cargo a los dos colegas doctores que le antecedieron en el gobierno:
Rafael Moreno Valle y Gonzalo Bautista O’Farril, mismos que le dejaron una
entidad socialmente alterada. Su actitud, honestidad y cultura permitió a la
prensa involucrarse con el trabajo de aquel gobierno empeñado en fortalecer la
estabilidad social e impulsar el desarrollo cultural y económico de Puebla. Al
final del régimen, los empresarios —al principio sus enemigos— dijeron que
Toxqui era el mejor mandatario con el que habían dialogado.
Guillermo
Jiménez Morales robusteció la buena relación con la prensa.
Sedujo a los empresarios confiándoles el manejo de las compras y contratos
generados por su administración. Así pudo convivir en paz con los grupos
conflictivos y, por ende, con los periodistas acostumbrados a replicar lo dicho
por el sector patronal, principalmente. Muchas de las líneas ágata publicadas fueron
insuficientes para traducir sus retruécanos y excesos verbales. “El gobernador siempre
nos convence —declaró algún dirigente patronal— pero nunca le entendemos lo que
quiso decirnos”.
Sin saber que
años después surgiría alguien que trataría de emularlo, Mariano Piña Olaya inició su gobierno haciendo distingos y menospreciando al periodismo
local. Esto permitió a Alberto Jiménez Morales —su asesor, operador político e
intermediario digamos que financiero— intentar establecer controles que
moderaran al periodismo que por aquellos días empezaba a manifestarse con la
esencia crítica (o antigobiernista y contra el PRI), en esa época impartida en
las aulas de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.
Llegó al gobierno Manuel Bartlett
Díaz y el periodismo repuntó a
pesar de que la cultura y estilo político del gobernante provenían de mandatos
federales, represores unos y otros antagónicos del periodismo libre: Díaz Ordaz,
Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas, ni más ni menos. Según mi
apreciación, el inesperado cambio se debió a las aspiraciones de Bartlett,
entre ellas la obtención de la primera magistratura de la nación. Necesitaba quitarse los sambenitos que
le endilgaron, ganó o heredó. De ahí que escuchara, discutiera, entendiera y
corrigiera lo corregible. Y por ello, supongo, hubo diálogo entre prensa y
poder. Pero también se dieron las disputas que produce la ideologización del periodismo y del poder.
Fue pues un sexenio digamos que interesante y formativo para ambos bandos.
Melquiades Morales Flores es otro cantar: su
apertura con la prensa lo convirtió en víctima del chacaleo y
las entrevistas banqueteras. Conocía a todos… y todos lo conocían.
Sin habérselo propuesto daba la nota del día. Lo salvó su carácter y buena fe, a
pesar de que su relación o manejo con la prensa no encajara con la excelencia
política y profesional que exigían los nuevos tiempos.
Mario
Plutarco Marín Torres, mejor conocido como el “Precioso”, pintó su raya desde el primer día de su
gobierno. Quiso recuperar lo que José López Portillo estableció
como condición y, palabras más palabras menos, le soltó a los dueños de los
medios de comunicación, que la propaganda del gobierno (léase convenios) sería
para aquellos que no lo criticasen. Pero al fin político, Marín rectificó poco
antes de que el mundo lo aplastara gracias a la grabación de su affaire con
Lydia Cacho y Kamel Nacif. Pasado ese vendaval, Mario eludió las entrevistas
porque —justificó su comunicador en turno— le pasó lo que a la mula azotada con
los palos del arriero: se volvió arisco.
Regreso a Rafael Moreno Valle
Da la impresión de que Rafael porta el gen
aquel que afecta a los enemigos de
la prensa no controlada cuyos integrantes se niegan a reverenciar al “dueño” del
poder. Es lo que lo diferencia de sus antecesores aunque, que conste, medio
se parezca a Mariano Piña Olaya, el ex mandatario que implantó la heterodoxia
gubernamental. Por ello, digo, es la antítesis de Alfredo Toxqui y de Guillermo
Jiménez, ambos políticos con oficio. También es la cara opuesta de Melquiades
Morales (su maestro) cuya cercanía con el pueblo le ayudó a opacar los
antecedentes electoreros que le dieron fama en el mundo de los “mapaches”.
Dije líneas arriba que Moreno Valle insiste
en menospreciar a la sociedad que gobierna. Por ello engendra, ordena o suelta
cosas sin reparar en que él hace lo mismo. Vaya un ejemplo para confirmar mi
aserto:
Marcelo García Almaguer (su brother y por ahora delegado del PAN)
salió a dar nalgadas mediáticas al ingeniero Alberto Jiménez Merino acusándolo
de "usar el dinero público" para promover su aspiración política. Es
obvio que Rafael lo animó pensando en que los poblanos (y los priistas en
especial) siguen ajenos o indiferentes a su apabullante auto promoción,
propaganda que ha estado a cargo, diseñada o bajo la supervisión de Marcelo, su
amigo y cómplice en el proyecto 2018.
Un
espejo como colofón
Con el apunte a vuelapluma trato de mostrarle
al lector que ninguno de los antecesores de Rafael Moreno Valle Rosas, utilizó
el poder y el dinero público para cultivar su imagen pensando en la postulación
presidencial.
Antes de los gobernadores mencionados, hubo
un general y mandatario de Puebla que intentó suceder a su hermano. Me refiero
a Maximino y a Manuel Ávila Camacho, a la sazón presidente de México.
La diferencia entre aquellos años del poder
absoluto (el que corrompe absolutamente, diría Maquiavelo) y los días que corren,
es que entonces los críticos del gobernador eran enviados a otra dimensión,
mientras que hoy simplemente son sentenciados
a la muerte civil, actitud que podría ser un mal reflejo del espejo de la
historia, el negro de Tezcatlipoca.
@replicaalex