viernes, 19 de enero de 2018

Las mil y un raterías*


La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada.
Gonzalo N. Santos


—Don Adolfo: esta concesión me la dio el presidente Miguel Alemán…
—Y el presidente Ruiz Cortines se la quita. Así que resígnese. Y además, por si ya lo olvidó o lo ignora, tome nota de que en México la influencia del presidente sólo dura seis años.
—Está bien señor. Se lo informaré al presidente.
— ¡El presidente soy yo, con una chingada! ¿¡Acaso no se ha dado cuenta!?
El poderoso coyote presidencial se retiró del despacho de don Adolfo con la cola entre las piernas. Parecía que el mundo le había caído encima pues a partir de ahí nunca más percibiría las comisiones que durante el sexenio alemanista ganó como intermediario para la venta del petróleo mexicano al extranjero. Estaba triste a pesar de haber acumulado cientos de millones de pesos después, claro, de repartir “utilidades” entre otros coyotes, los designados por Miguel Alemán o, cuando menos, palomeados por él.
Orgulloso y contento, don Adolfo comentó a sus asesores lo que acababa de hacer:
—Con la misma producción de barriles de petróleo, México ganará el quince por ciento más —les dijo con ánimo jarocho.
— ¿Cómo le hizo usted, señor Presidente? —preguntó el experto en el elogio a botepronto.
—Sólo eliminé al comisionista que ganaba mucho dinero —respondió complacido el titular del poder Ejecutivo.
Emocionado, otro de los asesores se atrevió a opinar:
— ¡Eso tiene que saberlo el pueblo de México!
El resto coincidió con la emotiva sugerencia.
Y cada cual decidió verter su opinión sobre cómo debería ser la estrategia mediática para sacar provecho a la determinación presidencial. Ruiz Cortines los escuchó atento hasta que habló para cortarles la inspiración:
—Esperen, esperen… No coman ansias… Tranquilos amigos —les dijo. Valiéndose de su tono paternal, el “viejo” intentó calmar los ánimos reivindicatorios de sus subordinados.
—Con todo respeto Señor —insistió otro colaborador—: creo que es necesario que la opinión pública conozca los dislates burocráticos de su antecesor.
No faltó quien secundara la propuesta anterior agregando que la sociedad necesitaba noticias como esas para mejorar la percepción del pueblo hacia su gobierno.
—Ese tipo de información —adujo— es la que nos beneficia, señor Presidente. Creo que todos estamos de acuerdo en cambiar la imagen que se tiene del Estado mexicano.
—Sí, ya sé que me ven viejo y jodido. Pero no importa porque conforme pase el tiempo me iré transformando en un tipo guapo y joven, bromeó don Adolfo.
—Señor, insisto, con todo respeto —dijo circunspecto el líder del grupo—: es necesario publicitar su determinación republicana. Recuerde usted que la propaganda positiva es lo que sostiene el prestigio del gobernante.
El resto se adicionó a la postura del coordinador del grupo. Y cada cual hizo el elogio a la actitud “patriótica” de Ruiz Cortines.
Durante varios minutos el fárrago rebotó en las paredes del despacho presidencial, hasta que Ruiz Cortines decidió elevar la voz para poner orden:
—¡Señores, silencio por favor! Ustedes deben saber que en México y en otros países (por no decir en el mundo), el escándalo hace más daño que el pecado. Así que moderen sus ánimos reivindicatorios y trabajen para que este viejo recupere su lozanía juvenil. Sería yo un pobre pendejo si dejo que me ahorquen mi mula de seises.
Los integrantes del staff presidencial se quedaron callados.
Estaban confundidos por el dicho de don Adolfo.
Uno de ellos, el más cercano, supuso que era broma, pero el resto lo consideró como una consigna.
Broma o consigna, las palabras mayores permearon. Y a partir de ese día se ocultó el pecado para evitar el escándalo.
Gracias a esa disciplina, la del disimulo, el comisionista petrolero cuyo nombre he omitido por ser pie de cría de muchos mexicanos millonarios —igual que otros de los beneficiarios del poder alemanista—, tuvo que conformarse con vivir del producto del dinero que había ganado gracias a la corrupción, capital que le sirvió para hacer otros negocios y adquirir el blindaje de la impunidad. México obtuvo así la “pujanza financiera” impuesta por los miembros de la escandalosa comalada de millonarios que produjo el gobierno anterior al de Ruiz Cortines.
La inercia
Siguió el proceso del desprestigio de la política mexicana, ahora “decorada” con deslices equiparables a los de antaño… y además llena de escándalos incrustados en la modernidad política y mediática.
La misma gata nada más que revolcada…
Las mismas faltas ahora agravadas por el escándalo.
Las mil y una raterías pues.
En una de mis conversaciones, Gilberto Bosques Saldivar me dijo que el mal que afecta al país había iniciado en la época del presidente Adolfo Ruiz Cortines, inercia de su antecesor Miguel Alemán Valdés. “Este último —sentenció— privilegió los intereses particulares olvidándose de las demandas sociales. En su gobierno pasaron a segundo término los postulados de la Revolución Mexicana”.
¿Qué podemos hacer? Pues esperar a que la tormenta de la corrupción amaine, desaparezca por obra y gracia de usted sabe quién...

 *Fragmento de mi libro La corrupción, pinche herencia