La moral
es un árbol que da moras o sirve para una chingada.
Gonzalo
N. Santos
—Don Adolfo: esta concesión me la dio el presidente
Miguel Alemán…
—Y el presidente Ruiz Cortines se la quita. Así que
resígnese. Y además, por si ya lo olvidó o lo ignora, tome nota de que en
México la influencia del presidente sólo dura seis años.
—Está bien señor. Se lo informaré al presidente.
— ¡El presidente soy yo, con una chingada! ¿¡Acaso
no se ha dado cuenta!?
El poderoso coyote presidencial se retiró del
despacho de don Adolfo con la cola entre las piernas. Parecía que el mundo le
había caído encima pues a partir de ahí nunca más percibiría las comisiones que
durante el sexenio alemanista ganó como intermediario para la venta del
petróleo mexicano al extranjero. Estaba triste a pesar de haber acumulado
cientos de millones de pesos después, claro, de repartir “utilidades” entre
otros coyotes, los designados por Miguel Alemán o, cuando menos, palomeados por
él.
Orgulloso y contento, don Adolfo comentó a sus
asesores lo que acababa de hacer:
—Con la misma producción de barriles de petróleo,
México ganará el quince por ciento más —les dijo con ánimo jarocho.
— ¿Cómo le hizo usted, señor Presidente? —preguntó
el experto en el elogio a botepronto.
—Sólo eliminé al comisionista que ganaba mucho
dinero —respondió complacido el titular del poder Ejecutivo.
Emocionado, otro de los asesores se atrevió a
opinar:
— ¡Eso tiene que saberlo el pueblo de México!
El resto coincidió con la emotiva sugerencia.
Y cada cual decidió verter su opinión sobre cómo
debería ser la estrategia mediática para sacar provecho a la determinación presidencial.
Ruiz Cortines los escuchó atento hasta que habló para cortarles la inspiración:
—Esperen, esperen… No coman ansias… Tranquilos
amigos —les dijo. Valiéndose de su tono paternal, el “viejo” intentó calmar los
ánimos reivindicatorios de sus subordinados.
—Con todo respeto Señor —insistió otro
colaborador—: creo que es necesario que la opinión pública conozca los dislates
burocráticos de su antecesor.
No faltó quien secundara la propuesta anterior
agregando que la sociedad necesitaba noticias como esas para mejorar la
percepción del pueblo hacia su gobierno.
—Ese tipo de información —adujo— es la que
nos beneficia, señor Presidente. Creo que todos estamos de acuerdo en cambiar la
imagen que se tiene del Estado mexicano.
—Sí, ya sé que me ven viejo y jodido. Pero no
importa porque conforme pase el tiempo me iré transformando en un tipo guapo y
joven, bromeó don Adolfo.
—Señor, insisto, con todo respeto —dijo
circunspecto el líder del grupo—: es necesario publicitar su determinación
republicana. Recuerde usted que la propaganda positiva es lo que sostiene el
prestigio del gobernante.
El resto se adicionó a la postura del coordinador
del grupo. Y cada cual hizo el elogio a la actitud “patriótica” de Ruiz
Cortines.
Durante varios minutos el fárrago rebotó en las
paredes del despacho presidencial, hasta que Ruiz Cortines decidió elevar la
voz para poner orden:
—¡Señores, silencio por favor! Ustedes deben saber
que en México y en otros países (por no decir en el mundo), el escándalo hace
más daño que el pecado. Así que moderen sus ánimos reivindicatorios y trabajen
para que este viejo recupere su lozanía juvenil. Sería yo un pobre pendejo si
dejo que me ahorquen mi mula de seises.
Los integrantes del staff presidencial se quedaron callados.
Estaban confundidos por el dicho de don Adolfo.
Uno de ellos, el más cercano, supuso que era broma,
pero el resto lo consideró como una consigna.
Broma o consigna, las palabras mayores permearon. Y
a partir de ese día se ocultó el pecado para evitar el escándalo.
Gracias a esa disciplina, la del disimulo, el
comisionista petrolero cuyo nombre he omitido por ser pie de cría de muchos
mexicanos millonarios —igual que otros de los beneficiarios del poder
alemanista—, tuvo que conformarse con vivir del producto del dinero que había
ganado gracias a la corrupción, capital que le sirvió para hacer otros negocios
y adquirir el blindaje de la impunidad. México obtuvo así la “pujanza
financiera” impuesta por los miembros de la escandalosa comalada de millonarios que produjo el gobierno anterior al de Ruiz
Cortines.
La inercia
Siguió el proceso del desprestigio de la política
mexicana, ahora “decorada” con deslices equiparables a los de antaño… y además
llena de escándalos incrustados en la modernidad política y mediática.
La misma gata nada más que revolcada…
Las mismas faltas ahora agravadas por el escándalo.
Las mil y una raterías pues.
En una de mis conversaciones, Gilberto Bosques
Saldivar me dijo que el mal que afecta al país había iniciado en la época del
presidente Adolfo Ruiz Cortines, inercia de su antecesor Miguel Alemán Valdés. “Este
último —sentenció— privilegió los intereses particulares olvidándose de las
demandas sociales. En su gobierno pasaron a segundo término los postulados de
la Revolución Mexicana”.
¿Qué podemos hacer? Pues esperar a que la tormenta de la corrupción amaine, desaparezca por obra y gracia de usted sabe quién...